De pasividad, miedo y protestas por Alejandro Armas
Alejandro Armas Ago 26, 2016 | Actualizado hace 2 semanas
De pasividad, miedo y protestas

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Falta menos de una semana para que se realice la llamada “Toma de Caracas”, la protesta con la que la Mesa de la Unidad Democrática aspira a conmocionar al Gobierno y sus poderes subordinados para que uno de estos, el CNE, cese sus retrasos injustificados al proceso para convocar el referéndum revocatorio.

El anuncio de una movilización en la capital con participación de personas oriundas de todo el país, hecho hace alrededor de un mes, produjo las más variadas reacciones, expresadas en esa especie de ágora del siglo XXI que es Twitter. Mientras que algunas fueron de entusiasmo, otras fueron de rechazo tajante, y no me refiero en estos últimos casos a la militancia de la “tropa” chavista en redes sociales.

Varios opositores criticaron duramente el llamado de la MUD, bien sea porque la convocatoria para un mes les pareció que es incompatible con la urgencia por salir de este averno rojo rojito, que permite con holgura al Gobierno prepararse para contrarrestar la protesta, etc. Dado que consideran inevitable fracaso de la manifestación, adelantaron que no se prestarán para eso.

Adversar al Gobierno sin apoyar a la MUD ni tomar parte en sus actividades es un derecho legítimo. Lo que no parece coherente es combinar estas posiciones con la inacción, más allá de la queja en menos de 140 caracteres. Si usted juzga que hay que hacer algo para cambiar el Gobierno y comenzar a salir de la crisis, pero que la coalición es demasiado moderada, lenta, cobarde o lo que sea como para encabezar este proceso con la efectividad y rapidez necesarias, tome la iniciativa. No vale decir “es que yo no soy dirigente”. Puede comenzar por lo pequeño, congregándose con las personas que sabe que piensan igual. Si su sentir es el de las mayorías, más temprano que tarde ellas se sumarán. La pasividad de esperar a que un mesías aparezca entre la mugre es justamente lo que permitió a Chávez hacerse con el poder.

Por desgracia, justamente fue esa pasividad lo que caracterizó las últimas semanas, ya que ni en las redes sociales de estas personas se vio una fotico de sus actos de autoproclamada “verdadera oposición” (si alguien puede demostrar lo contrario, hágamelo saber con pruebas y le haré un reconocimiento público).

La ausencia de estas experiencias confirmaría algo que dijo Félix Seijas en una entrevista radiofónica reciente: organizar una protesta masiva con una población atemorizada no es soplar y hacer botellas. Para muestra las protestas convocadas por la MUD en lo que va de año, con pocos días de antelación y una asistencia insatisfactoria. El despliegue represivo visto en 2014 mantiene sus efectos dos años después, con la mayoría del país descontenta con el oficialismo, pero a la vez paralizada ante la posibilidad de terminar, en el mejor de los casos, tras las rejas por expresar ese descontento.

El Gobierno está dando señales de haber comprendido que a partir de ahora no será con el apoyo popular que se sostenga, sino con miedo. Por eso amenaza sin disimulo con despedir a funcionarios públicos que hayan firmado por el revocatorio, y de hecho ya lo hizo con varios, según denuncian sindicatos independientes.

El miedo es el “resorte” mediante el cual los despotismos funcionan, decía Montesquieu. En efecto, tal vez la característica compartida más resaltante de los regímenes autoritarios sea su explotación de los temores de la población oprimida. Esta noción hace surgir la interrogante sobre si es posible que una nación se quite de encima a gobernantes abusivos sin sumirse en procesos largos y cruentos de conflicto interno, como los que desangraron por décadas a más de una en el vecindario centroamericano.

En este espacio ya ha sido expuesto el caso de Chile bajo Pinochet, y cómo se pudo poner fin a su horrenda dictadura en un plebiscito. La campaña a favor de sacar al general no estuvo exenta de represión. Hoy prefiero referirme a un caso nacional: la huida de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958.

Antes de ese día Venezuela acumulaba casi una década de exilios, cárceles, torturas y asesinatos; todo eso para mantener en el poder a un grupo de militares que por los votos no podía conseguir lo mismo. El mal recuerdo de La Rotunda había sido revivido en la Cárcel Modelo y Guasina. Cualquiera con un ápice de inconformidad podía verse en el espejo de Ruiz Pineda, abaleado en el bulevar de San Agustín del Sur que hoy lleva su nombre; de Pinto Salinas, que corrió igual suerte en una carretera guariqueña solitaria; de Droz Blanco, alcanzado por una puñalada de esbirro, a pesar de estar fuera del país; o de Carnevali, al que dejaron pudrirse en su enfermedad dentro de una celda miserable hasta la agonía.

El terror era palpable, aun disimulado entre los actos de patriotismo exacerbado que organizaba el régimen y el progreso material de la nación. Pero llegó un momento en que la indignación superó el miedo, alentada por un nuevo período de vacas flacas iniciado en 1957. Pobreza y represión, aunque no necesariamente llevan a cambios de gobierno, siguen siendo una junta riesgosa para los mandamases de turno. Pérez Jiménez pudo comprobarlo.

Las míticas protestas de enero del 58, que desbordaron Caracas, no pueden atribuirse exclusivamente a la ira espontánea de las masas. Desde el año anterior la Junta Patriótica venía realizando un importante activismo clandestino contra la dictadura. Esta organización, ad hoc pero no por eso débil, fue la fusión por primera y única vez de las cuatro fuerzas opositoras: Acción Democrática, Copei, Unión Republicana Democrática y el Partido Comunista. Las abismales diferencias ideológicas de sus integrantes quedaron de lado para enfrentar al enemigo común… y funcionó.

Por eso, de vuelta al presente, resulta alentador ver que organizaciones contrarias al Gobierno sin ser parte de la MUD, como Bandera Roja por nombrar una, también instan a protestar pacíficamente por el cambio. Los esfuerzos sumados de todas estas entidades serán las que determinen finalmente si la Toma de Caracas no será “una marcha más”. En la manifestación masiva está la clave para el objetivo final de sustituir a los gobernantes actuales, sea por revocatorio, enmienda, renuncia o lo que sea.

Para el momento de la próxima edición de esta columna ya habrá pasado el 1 de septiembre. Esperemos que no haya razones para escribir en tono de lamento. De seguro la jornada no tendrá un efecto como el del 23 de enero, pero por alguna parte hay que comenzar.

 

@AAAD25