Utopías, realidades y decepciones marxistas, por Francisco J. Quevedo
Si bien los marxistas alegan que el individualismo, raiz del capitalismo, es injusto porque lleva a la explotación de los menos favorecidos, quizás por designios del destino pero muchas veces porque retribuye el esfuerzo que muchos no hacen, resulta que ha sido bajo este modelo que las economías del mundo han alcanzado máximo desarrollo, generado máxima riqueza y repartido más beneficio y felicidad. Solo basta comparar los estándares de vida de los países del G-7 original contra la otrora Cortina de Hierro. ¿Dónde estaban el racionamiento, la escasez, la corrupción y la represión, de este o del otro lado del Muro de Berlín? ¿Y de dónde, para dónde se escapaba la gente? ¿Hacia dónde reman los balseros cubanos, hacia Cuba?
Hay una inmensa diferencia entre el pensamiento económico, las utopías marxistas – leninistas, y la conducta económica. El ser humano no nace ni crece para hacer el bien colectivo. En efecto, eso no está a su alcance. Para eso existen los gobiernos que deben hacerse cargo de crear condiciones básicas para el bien comun, para que se haga justicia, para la defensa y para el mejor funcionamiento de la dinámica más natural de las sociedades modernas.
Ciertamente, el individualismo, y la especialización del trabajo, es la base del capitalismo, partiendo del libro de Adam Smith, “La Riqueza de las Naciones”, escrito en 1776, justo cuando los EE.UU. se independizaba de la Corona Británica. Smith planteaba que el Estado debía permitir el libre juego de la oferta y la demanda, el esfuerzo individual que persigue el beneficio propio, sin intervenir, y que ello llevaría el máximo esfuerzo y beneficio colectivo.
El colectivismo y la centralización, por su parte, son los postulados de Karl Marx, quien en “Das Kapital: Una crítica a la política económica”, publicado en 1867, planteaba que “la plusvalía”, léase la utilidad del empresario, sería el veneno del capitalismo (Ojo, todavía estamos esperando que haga efecto, 150 años después), y postuló que la transición de un modelo a otro no podría producirse sino a través de una revolución, en el “Manifiesto Comunista”, escrito con Engels en 1848, reconociendo así que ésta transición, esta conducta, no es natural, que tiene que ser forzada y que como dijo el Ché, habría que crear un “hombre nuevo”. A confesión de parte, relevo de pruebas.
El problema es que la izquierda trasnochada todavía sueña con una sociedad igualitaria, donde el esfuerzo, la mejor preparación y la excelencia no retribuyan más beneficios que la sumisión, cosa que es fácil cuando quien lo propone se come las mieles del socialismo, o cuando sabe que no tiene con qué, si no es poniéndose una gorra roja. Pero, por las protestas que a diario ocurren en Venezuela contra sus desaciertos, contra la inflación y el desabastecimiento, contra la criminalidad y la corrupción, el pueblo no sueña con eso sino que sufre otra realidad..