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Opinión

Oponer resistencia por Naky Soto

Naky Soto
20/04/2016

bolsasplasticas

 

Si puedes entrar libremente al mercado es porque no están vendiendo productos escasos. Me sigue perturbando el ejercicio de recorrer estantes llenos con lo que sea tengan, metros y metros cubiertos con enlatados que nadie comprará, desinfectantes de marcas desconocidas y un solo tipo de galletas. Todo a precios absurdos. Lo que hay es lo que no necesitas, lo que no verías si no estuviese decorando la escasez.

Comprobar el precio de cada cosa, mientras la inflación y la devaluación hacen fluctuar tu salario como los dígitos de la pesa donde posan el trozo de queso. Un suspiro, una angustia, una actualización de cuenta, ubicando en la memoria el monto que aparecía en el papelito que te dio el cajero la vez más reciente que sacaste efectivo. ¡Ah, no! Recuerda que pagaste el café a 300 bolívares, que pagaste tres. Mil menos en la cuenta.

La señora que me antecede en la cola para pagar comienza a hablar del tiempo que invirtió el día anterior para comprar dos kilos de harina de maíz. Mi humor estaba en otra frecuencia, así que abrí el espacio para que otra persona respondiera su necesidad de quejarse del Gobierno. Sobraban historias de colas infortunadas, de productos que no alcanzaron y de revendedores peor calificados que el mismísimo Nicolás.

Camino a casa me asaltaron. No me pidieron todo lo que tenía, la cartera o el teléfono. Solo querían las bolsas. De todos los asaltos que me ha tocado vivir, este es el primero en el que sentí en la voz del malandro más desesperación que poder. No puse resistencia, no discutí ni me enfurecí.

“Dame la comida”, fue la orden del más alto. De unos cuarenta años y con ojeras muy marcadas; estaba armado. “Dámela que no te quiero matar”, fue la segunda frase que dijo. Y lo miré y lo volví a mirar, pero él no me miraba a mí, miraba las bolsas, mientras el chamo que lo acompañaba interpretaba una suerte de danzón entre nosotros, de paso en paso, de la espalda de su compañero a la calle, de la calle a mí y así hasta que se las di. “Sigue y no digas nada”, fue la última frase.

Me atreví a voltear cuando terminé la cuadra. Ya no estaban. Se llevaron mi quincena en tres bolsas. Casi llegando a casa me encontré un policía. No quería formalizar la denuncia, solo echarle el cuento. Él me narró otros modus operandi y terminamos combinando nuestros miedos, porque su uniforme lo hace hoy más vulnerable, su arma es más apetecida que mi tres kilos de pollo, su probabilidad de supervivencia es más baja si llega a ser víctima. Me tocó consolarle, agradecerle y seguir.

Cívicamente necesito conservar la vehemencia que no ejercí ante mis asaltantes. No voy a cubrir estantes vacíos con lo que haya. Nadie va a convencerme que un revendedor tiene más responsabilidad en un asalto que Nicolás. No voy a maquillar la barbarie para no perder la esperanza. Opondré resistencia. Firmaré, marcharé, votaré. Seguiré escribiendo, porque la palabra tiende a hacerse un producto escaso ante el colapso, como la fe del policía.

 

@Naky Soto

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