Desde el año 2001 he escrito sobre mi rechazo a los movimientos antimundialización, en virtud que, muestran en sus diferentes manifestaciones que no tienen muy claro ni lo que quieren ni lo que rechazan.
En particular, me he opuesto a Ignacio Ramonet, fundador y presidente honorario del movimiento ATTAC (Asociación por una Tasa a las Transacciones financieras especulativas para Ayuda a los Ciudadanos) formado en 1998 y quizás la organización más globalizada del movimiento antimundialización.
No obstante, los antimundialización, para bien o para mal, se han convertido en un verdadero contrapoder.
Dicho movimiento, a mi parecer, tiene dos grandes méritos: primero, haber logrado una sensibilización planetaria de respeto por el ambiente y, segundo, los éxitos obtenidos en la lucha por la producción y distribución de medicamentos genéricos.
En el presente, si bien la opinión internacional, sabía plenamente de los paraísos fiscales, los Panamapapers aportan unas evidencias que ayudan en la lucha contra el lavado de dinero y el fraude fiscal.
Un combate, en el que también, ha tenido mucho q,ue ver ATTAC, pero a su manera. Con la famosa tasa Tobin, que proponía en 1972 la instauración de una tasa inferior al 0,5% sobre los movimientos de capitales a corto plazo. Una tasa que, en 1998 ATTAC desvió la idea original de Tobin y la puso al servicio de su causa, presentándola sin rubor alguno como una suerte de control de cambios multinacional.
En el 2008, al estallar la gran crisis bancaria y financiera, unos 12 mil millardos de euros estaban depositados en diversas cuentas en paraísos fiscales y bancarios.
En el colmo del surrealismo, en el año 2009, en la cumbre planetaria de Copenhague, Sarkozy, ideológicamente en las antípodas de ATTAC propuso ante 120 jefes de Estado la creación de una tasa de 0.01% sobre las transacciones financieras, lo cual según Sarkozy, aportaría 20 millardos de euros anuales, montos estos que, se destinarian a la lucha contra los cambios climáticos.
Previamente, en marzo del mismo año 2009, la OCDE con el apoyo del G20 ajustaba sus listas de paraísos fiscales, como una manera de arreciar, en la lucha mundial contra aquéllos países no cooperativos.
Así llegamos al 2016, en el que ha sido abolido el histórico secreto bancario suizo. Pero aún falta mucho por avanzar. Un camino largo, en el que de nuevo se imponen, las decisiones y acciones políticas necesarias. Tanto para evitar que el llamado periodismo de investigación se convierta en tribunal inquisitorio y para de una vez por todas, reducir al mínimo el peso económico de los paraísos fiscales y bancarios.