Adictos e irresponsables por Mario Guillermo Massone

De noche el crimen impera en Venezuela. De día, también. Los alimentos y las medicinas, escasean cada vez más. No hay repuestos. La producción nacional disminuye. Se pierden las cosechas por falta de fertilizantes y abono. Las semillas: no hay. Si la corrupción hubiera disminuido, cosa que dudo, sería porque los dineros públicos también disminuyen. Los venezolanos no tenemos paz social. No hay bienestar y cada día la situación empeora.
Mientras vivimos esta realidad, Maduro habla y habla en televisión. Horas diarias, que podría usar, o, más bien, debería usar, porque está obligado, en gobernar. Cadenas televisivas inacabables son prueba fehaciente de que no está cumpliendo las funciones para las cuales está allí. Anda de acto en acto. En todos dice casi lo mismo. Repite y repite. Promete y promete. Incumple e incumple.
Es absurdo y harto ridículo, que un presidente con una brutal concentración de poder, con una ley habilitante, culpe a otro de su fracaso. Culpar a quien sea, bajo esta circunstancia, es mentir al país y al mundo. La responsabilidad del presidente por sus actos u omisiones, en el ejercicio de sus funciones, es una muy grande. Culpar a un enemigo interno y a uno externo, que, según todo socialismo, son al final lo mismo, es un vieja receta. Ya JF Revel nos lo muestra en su Estado megalómano.
Ahora que en estos días lo de las drogas y el narcotráfico están en primera línea, creo notar en el presidente y cia. una grave adicción a la oposición. No hay discurso de Maduro, Cabello, El Aissami…, que no dedique una parte vital a la oposición. Para ellos, somos el enemigo. Hay una dialéctica del amigo y el enemigo, en donde prescindir de nosotros es quedarse sin discurso. ¡Son adictos a nosotros! Nos quieren destruir, pero nos necesitan. Al menos, por ahora.
Quizá esta adicción del presidente y compañía, esta dependencia como narcótica, sea una de las causas de la discapacidad funcional del poder. El mismo Jorge Rodríguez, quien es psiquiatra, debería saberlo. Pero él mismo es un adicto a la oposición. El psiquiatra rojo es uno más de los pacientes, de manera que no posee la objetividad para comprenderlo. El primer paso es reconocerlo.
Esta adicción, aunada a una sobredosis de mala fe y planificación para la destrucción nacional, hace que estos gobernantes pasen a parecer más bien personajes de caricatura. En el mundo de la ilusión, adentrándonos en la fantasía de lo imposible y lo increado, podríamos comprenderlos. Pero en la realidad, ¡no!