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¡Vámonos a Venezuela! por Carlos Dorado

Carlos Dorado
08/02/2015

DeRegresoVenezuelaAeropuerto

 

Mi artículo del domingo pasado titulado: “Vámonos de Venezuela”  causó un  exagerado número de comentarios  en las redes sociales, donde las opiniones  fueron encontradas, incluyendo algunas con insultos personales, a pesar de que el relato no era de mi autoría;  e inclusive, hubo un lector que escribió:” Buen día Sr., seré breve: usted escribe otro artículo tan malo y mal redactado como ese y le aseguro que escribiré al editor del periódico para que le impida escribir de nuevo allí o retiro mis suscripción al periódico”. Espero que Miguel Maita no me impida seguir escribiendo, ya que dudo que  vaya a mejorar  mi redacción.

Sin embargo; leyendo los diferentes mensajes,  lo que  se pudiese concluir,  es la fuerte polarización que estamos viviendo como sociedad, y la forma tan intempestiva de reaccionar ante cualquier situación que no coincide con la nuestra.

En primer lugar, si alguien está a favor de la libertad de expresión, eso significa respetar los puntos de vista que no comparte; de lo contrario, él mismo, sería quien ama lo que condena en los demás; y termina reclamándole a estos lo que precisamente él no tiene.

En segundo lugar, cada persona tiene el derecho y la libertad a decidir lo que piensa y lo que más le conviene, siempre y cuando su decisión no afecte el derecho de otra persona.  Pero la libertad también significa responsabilidad; y por eso, muchas personas le tienen tanto miedo ¡Ser libre, es precisamente dejar de depender de los demás para depender sólo de nosotros mismos!

Un venezolano tiene todo el derecho de irse del país,  y seguramente tendrá miles de razones para hacerlo; pero también habrá muchos venezolanos que tendrán miles de razones para quedarse. Pretender ser el juez del que se va o del que se queda, es un papel que a nadie le debería corresponder, y como bien decía mi Padre: “nadie es culpable, cuando se es el propio juez; y siempre es más fácil juzgar a los demás que a uno mismo”

Yo he sido un hijo de emigrantes, y quizás también podría clasificarme como emigrante a pesar de que vine a Venezuela con una corta edad; y nadie tiene que contarme la película, porque yo la he vivido, y en muchas ocasiones le pregunté a mis padres si fue una buena idea el haber tomado la difícil decisión de: ¡Vámonos a Venezuela!

“Carlos, cuando tomamos la decisión sabíamos muy bien lo que nos esperaba. Pero también sabíamos muy bien  lo que queríamos, y estábamos firmemente dispuestos a pagar el precio. Fueron muchas noches, mejor dicho; todas las noches llorando en silencio, llorando para uno mismo, fueron muchas lágrimas derramadas, muchos  los sacrificios, muchas las humillaciones, y mucho el dolor de separarnos de nuestros seres queridos. Cada día repasaba mentalmente mi pueblo, mis hijos, y añoraba regresar a mi país con los míos”, me solía decir mi madre.

Sólo en una ocasión tuve la oportunidad de conocer la respuesta, y fue durante el acto de mi graduación de economista en la Universidad Católica Andres Bello, donde sentados en la última fila estuvieron llorando durante casi todo el acto. Una vez terminado el mismo, fui a abrazarlos, y los dos continuaban llorando como niños, y en medio de sollozos y fundidos los tres  en un  largo abrazo, me dijeron: “Carlos, mereció la pena”

En ese momento, a pesar de que no les había hecho la pregunta, estoy seguro de que me estaban dando la respuesta a lo que tantas veces  les había preguntado: ¿Fue una buena decisión haber emigrado?

 

cdoradof@hotmail.com

 

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