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La dieta que mira al Paleolítico por María Valerio

Zea
Hace 11 años

Paleo

La Paleodieta evita los cereales, lácteos, legumbres y productos industriales o refinados

A cambio, aumenta la ingesta de frutas, verduras y proteínas de la carne, pescado o huevos

Pese a su auge, muchos especialistas recuerdan que no hay evidencias suficientes

“Aplastó hojas de trébol, midió cierta cantidad de lúpulo en polvo en su mano, hizo tiritas la corteza de aliso y vertió agua encima. Entonces molió carne seca y dura de sus raciones de emergencia hasta formar una tosca papilla entre dos piedras, mezclando después la proteína concentrada con agua que había servido para cocer las verduras. Así describía Jean M. Auel en 1980 la comida de sus protagonistas en el best seller El clan del Oso cavernario, un relato que describe el encuentro de una niña cromañón con un clan de neandertales. Verduras, semillas, carne… El fragmento podría servir bien para ilustrar algunos de los fundamentos de una moda creciente, sobre todo entre deportistas, que trata de imitar en el siglo XXI la alimentación del hombre de las cavernas: la paleodieta.

La cuestión es controvertida desde la propia denominación, con la que no todo el mundo está de acuerdo. Dieta evolutiva, paleolítica, del hombre de las cavernas… son varias las fórmulas para expresar un mismo concepto: una alimentación lo más parecida posible a la que llevaban nuestros ancestros del Paleolítico, un periodo de más de dos millones de años que finalizó hace 10.000 años, con la llegada del Neolítico y la agricultura.

Según esta corriente, el ser humano estaría mejor adaptado genéticamente para digerir los alimentos con los que nuestra especie ha estado en contacto millones de años (semillas, frutas, verduras, carne, pescado, marisco, tubérculos, huevos, fruto secos…) y, posiblemente, peor preparada para todo lo que vino después: cereales, lácteos, legumbres y, sobre todo, cualquier producto procesado o industrial (alimentos precocinados, bollería…). El problema, advierten los expertos, es que todavía no hay evidencia científica suficiente que avale sus beneficios.

Maelan Fontes, investigador español de la Universidad de Lund (en Suecia), reconoce que la paleodieta “es una teoría -que parte de una hipótesis científica- que se ha tomado como un hecho consumado, dando lugar a muchos libros y blogs populares que han hecho de la paleodieta un negocio“. Según explica este científico del equipo de Staffan Lindeberg, pionero de la dieta evolutiva, “se trata de una teoría interesante y los resultados que se han obtenido por ahora parecen prometedores (incluso en comparación con las mejores dietas aceptadas para el tratamiento de enfermedades cardiovasculares o pacientes con diabetes tipo 2), pero tienen la limitación de que se han hecho en muestras pequeñas y con una duración corta, que nos impiden hacer recomendaciones para la población general”.

Como coinciden los especialistas consultados por EL MUNDO, ése es precisamente el principal problema de esta tendencia: “Es algo muy debatido, pero no hay aún grandes estudios con datos concluyentes, como sí ocurre, por ejemplo, con la dieta mediterránea”, resume Miguel Ángel Martínez, catedrático de Nutrición de la Universidad de Navarra. Óscar Picazo, bioquímico de la Universidad Complutense de Madrid critica lo que llama “lacaricatura del cavernícola que ha hecho mucho ruido en torno a una hipótesis que está aún muy verde”.

¿En qué consiste?

A grandes rasgos, los defensores de la paleodieta excluyen de sus platos tres grandes grupos de alimentos: cereales (y todo tipo de azúcares), legumbres y lácteos. “Todas estas sustancias actúan como disruptores endocrinos en nuestro organismo, como la saponina de las legumbres”, explica Carlos Pérez, fisioterapeuta y autor del libro Paleovida; “el precio que pagamos para digerir sus nutrientes es demasiado alto y la prueba de ello es la inflamación intestinal que sentimos después de comer legumbres”. Una idea que desmiente el profesor Martínez: “Precisamente con las legumbres hay muchos estudios sobre sus beneficios contra la inflamación. El problema es que una cosa es la composición de los alimentos, y otra lo que ocurre en los seres humanos. Por ejemplo, durante mucho tiempo se pensó que losfrutos secos engordan porque en su composición hay muchas grasas, pero luego en estudios de intervención hemos visto que la gente que come menos frutos secos gana más peso”.

En realidad, argumenta Pérez, la paleodieta no se aleja tanto de ladieta mediterránea. “Sólo decimos: ojo, que nos estamos pasando con los cereales, que representan el 70% de nuestra dieta”. De hecho, a su juicio, si este tipo de dieta no tiene más estudios que la avalen científicamente es porque “aquí no hay conflictos de intereses, no vas a encontrar a nadie que pague por decir que hay que comer pescado, carne, fruta y verdura. En cambio, los estudios con cereales son los más patrocinados”.

Para paliar la ausencia de cereales en la dieta, los paleodefensorestratan de buscar esos hidratos de carbono en otros alimentos, fundamentalmente frutas, verduras y tubérculos; que también deberían reemplazar la ausencia de calcio de la leche. “Nuestra teoría es que la cuestión no es si comemos más o menos hidratos, grasas o proteínas, sino la fuente, el alimento del que obtenemos esos nutrientes. Las proteínas de la carne, por ejemplo, no son iguales que las de la leche, que también contiene otros péptidos con efecto endocrino”, explica Fontes.

Su jefe Linderberg fue pionero en 1989 en analizar a una tribu de Papúa Nueva Guinea, con una dieta bastante parecida a la del hombre del Paleolítico. “En la isla de Kitava, el consumo de hidratos de carbono era de casi el 70% (cuando las recomendaciones actuales hablan del 50%-55%), la cuestión es que éstos no procedían de los cereales, sino de los vegetales”.

Fontes está llevando a cabo un estudio controlado en Lanzarote, donde reside, en el que se van a comparar dos tipos de dieta en un grupo de 14 pacientes con diabetes tipo 2. “Durante cuatro semanas harán la dieta oficial y durante otras cuatro, tomarán la misma cantidad de hidratos, grasas, proteínas y fibra, pero sin cereales ni lácteos”, explica desde la isla. Intentando que los pacientes no pierdan peso con ninguna de las dos (“porque no sabríamos entonces si el efecto se produce por la pérdida de peso o por la ausencia de cereales”), tratarán de observar si la dieta de las cavernas mejora el control de la glucosa. “Ya sabemos, porque se ha demostrado, que la dieta mediterránea es mejor que una dieta baja en grasas. Lo que ahora queremos comprobar es si reducir los cereales y aumentar la cantidad de fruta y verdura puede ser aún más beneficioso para estos pacientes”, añade. “En la nutrición más tradicional no son partidarios de restringir ningún grupo de alimentos, nosotros queremos por lo menos testarlo”.

Menos comida ‘industrial’

“Hay algunas cosas de la dieta paleolítica que tienen muchas papeletas para ser ciertas”, explica el catedrático de Navarra, “como los efectos adversos para la salud del pan blanco, la bollería y los azúcares refinados -como los que contienen los refrescos-. Desde luego hay una lógica que no es inventada”. Una idea en la que coincide Victorina Aguilar, catedrática de la Universidad de Alcalá de Henares: “La parte buena [de esta forma de alimentarse] es la que tiene que ver con hacer ejercicio físico y aumentar la ingesta de productos vegetales y reducir los alimentos refinados“. En cambio, alerta, algunos defensores de esta tendencia abusan de las proteínas y la grasa de la carne, “incluso con cantidades tres veces por encima de lo recomendado, y eso es una exageración”. Una idea en la que coincide el doctor Jordi Salas, endocrino del Hospital Sant Joan de Tarragona: “Sabemos que una dieta carnívora eleva el colesterol (sobre todo el LDL, el malo) y aumenta a largo plazo el riesgo de enfermedad cardiovascular”, advierte; “ése es el principal problema de las dietas hiperproteícas”.

Aunque como matiza Óscar Picazo, habría que distinguir entre las carnes y los productos cárnicos procesados. “Igual que no hay que demonizar los cereales ni generalizar, tampoco se puede hacer lo mismo con la carne, porque hay diferencias significativas entre ambos tipos y en estudios donde se ha encontrado un riesgo aumentado por el consumo de carne, no se habían analizado de forma separada”. En cuanto a las grasas, Carlos Pérez insiste en vigilar su origen, primando aquéllas procedentes de alimentos saludables, como elpescado azul, los frutos secos, verduras como los aguacates o el aceite de oliva (aunque hay quien asegura que éste podría estar ausente de una dieta saludable, en la que las grasas saludables procedan de otros alimentos).

Dieta de deportistas

Como él, muchos de quienes abrazan esta tendencia son deportistas, en especial corredores de grandes distancias que han abandonado el tradicional plato de pasta del día anterior a las carreras por otras fuentes de hidratos. Santi Ruiz, farmacéutico, es uno de ellos: “Conocí esto hace años, a raíz de un libro, y me pareció coherente con las raíces del ser humano como cazador y recolector. Aunque le da una vuelta a la pirámide alimenticia que yo mismo estudié en la carrera de Farmacia, es cierto que hay otras fuentes de hidratos de carbono más lógicas para nuestra evolución”. Ruiz admite que él no es un talibán, y come legumbres y cereales (integrales, eso sí) de vez en cuando. “Para mí, se trata más de volver a la comida de mis abuelas, eliminando en la medida de los posible los alimentos procesados”.

A juicio de José María Ordovás esta moda (“que como tantas cosas en Nutrición aparece y desaparece a través de las décadas”) tiene mucho que ver con el follow the leader, “alguien que tiene mucho tirón en la comunidad deportiva que dice que le va bien y todos le siguen”. De hecho, este especialista de la Universidad de Tufts (EEUU) reconduce el tema a sus orígenes: “Creo que cada uno define la dieta paleo a su gusto. Recuerde que el Paleolítico cubre un periodo de más de dos millones de años. ¿De qué estamos hablando? Hace uno, dos millones, 20.000 años… Las diferencias geográficas y temporales son muy importantes y la evidencia que nos queda es poco fiable y de interpretación subjetiva. Como mucho, podemos decir que la paleodieta consiste en comer de una manera parecida a como lo hacían nuestros antepasados”.

En general, coinciden todos los especialistas consultados, huir de los alimentos procesados y comer más fruta y verdura sí ha demostrado sus beneficios; eliminar los cereales y lácteos y aumentar el consumo de carne a niveles parecidos a los de nuestros ancestros, todavía está por ver. Además, recuerdan todos ellos, sin necesidad de salir a cazar mamuts, sí deberíamos dejar atrás al menos al Homo sedentaris.

Fuente: El Mundo

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