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La guerra económica por Vladimir Villegas @VladiVillegas

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Hace 11 años

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La guerra económica que el Gobierno denuncia puede tener visos de realidad, y uno no debe descartar de plano que existan sectores políticos y económicos con una agenda destinada a socavar las bases de la administración Maduro, y forzar la sustitución del jefe del Estado por la vía rápida. El asunto es la capacidad real de esos sectores para alcanzar ese objetivo.

El gobierno del presidente chileno Salvador Allende, primer socialista que llegó al poder con los votos del pueblo, fue víctima de las más salvajes estrategias de desestabilización política y económica que se haya visto en al menos en la historia latinoamericana. Ello obedeció, obviamente, a un libreto que fue desarrollándose fría y calculadamente. Los documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense y los propios testimonios de actores y de otros documentos, abundantes, por cierto, así lo ratifican. No es imposible que un país sea víctima de una guerra económica. Esas cosas pasan.

Pero tampoco se puede, en nombre de lo que pasó en Chile, establecer paralelismos mecánicos. El presidente Allende tenía minoría en el Congreso, no contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas, y de hecho es derrocado, y ni siquiera habían transcurrido tres años de su gobierno. Es decir, era un presidente rehén de las circunstancias históricas. Por una parte la ultraderecha sembrando la ingobernabilidad y la violencia, y también por la otra una ultraizquierda desesperada por calcar escenarios de otros procesos, para lo cual promovían acciones que terminaban por apoyar indirectamente los planes de los factores de poder que no aceptaban los cambios en la sociedad chilena.

Si alguna guerra en materia económica hace falta en Venezuela es la guerra al rentismo, esa enfermedad diagnosticada hace ya muchas décadas y que ningún gobierno ha podido curar. Por el contrario, el petróleo sigue siendo, de lejos, la principal bujía del motor económico del país. Las empresas de Guayana están en medio de una severa crisis, aliñada por un gran descontento laboral que no puede ser despachado como si se tratara de un elemento conspirativo más. La inflación ataca con severidad el poder adquisitivo del venezolano, y viene aliñada con el componente del desabastecimiento.

Sin descartar que existe el acaparamiento, que muchas importaciones se realizan con dólares preferenciales y los precios se calculan a la tasa innombrable (efecto lechuga), una verdad del tamaño del sol, que no puede taparse con un dedo, es que nuestra economía sigue atada a un grueso chorro petrolero. No se ha diversificado. Esencialmente exportamos petróleo, y dólares para comprar buena parte de lo que necesitamos. Si existe una guerra económica ésta ha sido facilitada por los responsables de que no hayamos dado pasos serios hacia un modelo realmente productivo.

No hay soberanía alimentaria, no hay un plan hacia el cambio cultural que es imprescindible para superar el rentismo, y sobre todo no existe la convocatoria necesaria para que el debilitado sector productivo nacional sea parte de la solución. Tampoco tenemos en Venezuela un sector laboral fuerte, organizado y con independencia de criterio para fijar sus propias posiciones sobre el escenario económico del país y las posibles salidas al complicado cuadro que vivimos.

Ante un escenario como este, de alto nivel inflacionario, de escasez de productos esenciales, de un esquema cambiario que a todas luces está rebasado por la realidad, uno lo menos que espera es un plan, un conjunto de medidas que tengan un norte, que obedezcan a una clara estrategia general de recuperación económica. Y están más asociadas a la búsqueda de un diálogo con los actores económicos que a la represión y a la retórica de altos decibeles.

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