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ALBA, TIAR y la fragilidad de las alianzas regionales por Víctor Mijares

La ruptura de cuatro de los miembros principales la Alianza Bolivariana (ALBA) con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), es uno de los actos exteriores de mayor consistencia política que han realizado los gobiernos revolucionarios de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. En la medida en que la ALBA asuma características cada vez más depuradas de alianza internacional, con el necesario correlato de la solidaridad militar de un esquema de defensa colectiva, le será cada vez más difícil mantenerse en esquemas paralelos de seguridad, defensa y gobernanza.

Una revisión somera al TIAR nos da a entender que su operatividad en la post-Guerra Fría era despreciable. Durante la confrontación Este-Oeste, nuestro hemisferio estuvo bajo los efectos de un sistema bipolar que iba de rígido a flexible, pero siempre bajo la tutela de los Estados Unidos. El Pacto de Rio, firmado el 2 de septiembre de 1947, respondía a aquella realidad naciente, y como mecanismo de contención es incluso un poco más antiguo que la OTAN, al menos en su formalización. No se podía esperar menos de una superpotencia que debía proteger su área natural de influencia por razones geopolíticas. Este esquema de seguridad se identifica plenamente con una orden generada a partir de la hegemonía -benévola para unos, demoníaca para otros, pero siempre orientado a cumplir con su papel estabilizador. La primeras -y quizá únicas- chispas que saltaron por las fricciones dentro del TIAR se dieron curiosamente a partir de la crisis que desembocó en guerra por el control de las islas Falklands/Malvinas entre el Reino Unido (aliado OTAN) y Argentina (aliado TIAR). Algunos gobiernos latinoamericanos, en especial Venezuela (en un desesperado intento de la consistente diplomacia socialcristiana por asociar Malvinas y Esequibo), invocaron al TIAR para sólo conseguir la frustración de la inacción norteamericana. Habitualmente se olvida que el Pacto de Rio nace como un mecanismo de defensa colectiva, y que en el caso de la guerra del Atlántico sur fue Argentina quien tomó la iniciativa ofensiva.

Pero distanciándonos de interpretaciones formales, lo real hoy es que el sistema internacional entró en una nueva fase multipolar, y en ella las alianzas se resienten más que en ningún otro tipo de orden. El lento declive relativo de la influencia estadounidense coincide con lo insoportable que es para los gobiernos que renuncian al TIAR compartir lazos de compromiso militar con su más enconado enemigo estratégico. Pero no podemos dejar de advertir que, así como la consistencia política de la ALBA se manifiesta en la renuncia al TIAR, por el insostenible paralelismo de intereses encontrados y de estructuras de seguridad y defensa colectivas, no nos debe extrañar que las potencialidades de la UNASUR para construir un régimen regional de gobernanza a partir de la cooperación dentro de sus consejos, es especial el Consejo de Defensa Suramericano, se vean limitadas por la coexistencia con la ALBA. ¿Hasta qué punto son compatibles los intereses estratégicos de la ALBA con los del CDS-UNASUR, sobre todo cuando es una propuesta brasileña y su órgano técnico más importante, el Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa, está colonizado por militares e intelectuales sureños? Así como las líneas de alta tensión se cruzaron entre los aliados bolivarianos y el TIAR, las lealtades e intereses cruzados parecen también un problema en ciernes para la UNASUR. Quizá ello explique porque el CDS no ha logrado constituirse como una alianza plena y apenas se conforma con ser un foro de discusión en donde la más mínima medida de generación de confianza, la transparencia en los gastos militares, se hace con retraso para preservar el secreto de Estado.

La ruptura de los principales miembros de la ALBA con el TIAR no es una sorpresa, pero sí indica el interés del núcleo de la alianza por tener una política de defensa colectiva autónoma que, en la práctica, niega operatividad a cualquier otro esquema latinoamericano que pretenda brindar estabilidad regional.

@vmijares

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La ruptura de cuatro de los miembros principales la Alianza Bolivariana (ALBA) con el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), es uno de los actos exteriores de mayor consistencia política que han realizado los gobiernos revolucionarios de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Venezuela. En la medida en que la ALBA asuma características cada vez más depuradas de alianza internacional, con el necesario correlato de la solidaridad militar de un esquema de defensa colectiva, le será cada vez más difícil mantenerse en esquemas paralelos de seguridad, defensa y gobernanza.

Una revisión somera al TIAR nos da a entender que su operatividad en la post-Guerra Fría era despreciable. Durante la confrontación Este-Oeste, nuestro hemisferio estuvo bajo los efectos de un sistema bipolar que iba de rígido a flexible, pero siempre bajo la tutela de los Estados Unidos. El Pacto de Rio, firmado el 2 de septiembre de 1947, respondía a aquella realidad naciente, y como mecanismo de contención es incluso un poco más antiguo que la OTAN, al menos en su formalización. No se podía esperar menos de una superpotencia que debía proteger su área natural de influencia por razones geopolíticas. Este esquema de seguridad se identifica plenamente con una orden generada a partir de la hegemonía -benévola para unos, demoníaca para otros, pero siempre orientado a cumplir con su papel estabilizador. La primeras -y quizá únicas- chispas que saltaron por las fricciones dentro del TIAR se dieron curiosamente a partir de la crisis que desembocó en guerra por el control de las islas Falklands/Malvinas entre el Reino Unido (aliado OTAN) y Argentina (aliado TIAR). Algunos gobiernos latinoamericanos, en especial Venezuela (en un desesperado intento de la consistente diplomacia socialcristiana por asociar Malvinas y Esequibo), invocaron al TIAR para sólo conseguir la frustración de la inacción norteamericana. Habitualmente se olvida que el Pacto de Rio nace como un mecanismo de defensa colectiva, y que en el caso de la guerra del Atlántico sur fue Argentina quien tomó la iniciativa ofensiva.

Pero distanciándonos de interpretaciones formales, lo real hoy es que el sistema internacional entró en una nueva fase multipolar, y en ella las alianzas se resienten más que en ningún otro tipo de orden. El lento declive relativo de la influencia estadounidense coincide con lo insoportable que es para los gobiernos que renuncian al TIAR compartir lazos de compromiso militar con su más enconado enemigo estratégico. Pero no podemos dejar de advertir que, así como la consistencia política de la ALBA se manifiesta en la renuncia al TIAR, por el insostenible paralelismo de intereses encontrados y de estructuras de seguridad y defensa colectivas, no nos debe extrañar que las potencialidades de la UNASUR para construir un régimen regional de gobernanza a partir de la cooperación dentro de sus consejos, es especial el Consejo de Defensa Suramericano, se vean limitadas por la coexistencia con la ALBA. ¿Hasta qué punto son compatibles los intereses estratégicos de la ALBA con los del CDS-UNASUR, sobre todo cuando es una propuesta brasileña y su órgano técnico más importante, el Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa, está colonizado por militares e intelectuales sureños? Así como las líneas de alta tensión se cruzaron entre los aliados bolivarianos y el TIAR, las lealtades e intereses cruzados parecen también un problema en ciernes para la UNASUR. Quizá ello explique porque el CDS no ha logrado constituirse como una alianza plena y apenas se conforma con ser un foro de discusión en donde la más mínima medida de generación de confianza, la transparencia en los gastos militares, se hace con retraso para preservar el secreto de Estado.

La ruptura de los principales miembros de la ALBA con el TIAR no es una sorpresa, pero sí indica el interés del núcleo de la alianza por tener una política de defensa colectiva autónoma que, en la práctica, niega operatividad a cualquier otro esquema latinoamericano que pretenda brindar estabilidad regional.

@vmijares

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