Objetivo: Las FARC. Una Operación en tres tiempos por Víctor Mijares

ANDRÉS PASTRANA: EL SACRIFICIO. La imagen del solitario presidente Pastrana en San Vicente del Caguán era patética. En un escenario montado con la intención expresa de lograr acuerdos políticos entre las FARC y el gobierno colombiano, la silla vacía de alias Manuel Marulanda Vélez simbolizaba la impotencia de un Estado y el desafío abierto de una organización insurgente que alcanzaba para aquel entonces su máximo poder en dinero, hombres, armas y territorio. No pocos fueron las críticas a Pastrana, las más amargas y peligrosas (y quizá las más justificadas) se originaban desde la propia cúpula militar, que veía con natural recelo que el Estado, por una decisión de su jefe, cediese territorio para dialogar con un grupo que no entendía la política como negociación y acuerdos, sino como guerra y engaños. Pero el sacrificio no fue en vano, las FARC perdieron su aura de “luchadores por la libertad” (freedom fighters) a los ojos de buena parte de la intelectualidad, los medios y los políticos de Occidente. El legado de Pastrana fue unas FARC desprestigiadas.
ÁLVARO URIBE: LA GUERRA. Con una imagen de hombre fuerte, que luego se convirtió en acciones, llegó al poder Uribe. Las FARC ya no generaban el mismo efecto propagandístico y las ayudas económicas y militares hacia Colombia no cargaban el pesado fardo de la oposición de la opinión pública del Atlántico norte. Las fuerzas militares colombianas pudieron desplegarse a plenitud y poner en práctica toda su experiencia bélica acumulada, y en el camino desarrollar nuevas doctrinas. El concepto de “Seguridad Democrática” demostró su polisemia, aunque consideramos que el más importante de sus significados es el no oficial: el derecho de la democracia a defenderse con todas sus fuerzas ante sus enemigos. La guerra, si bien un acto atroz, es un paso indispensable para lograr la paz cuando un grupo radical y desafiante, como las FARC, ha adquirido un poder de contendor al monopolio de la violencia legítima del Estado. Doblegar la voluntad de enemigo es posible cuando se le muestra que su lucha es inútil y que sólo logrará prolongar su agonía. El legado de Uribe fue unas FARC debilitadas.
JUAN MANUEL SANTOS: ¿LA PACIFICACIÓN? La ventaja de la historia sobre el análisis político actual es evidente, no podemos saber si Santos cumplirá con aquello que parece ser su objetivo: pacificar a Colombia. El debilitamiento de las FARC, herencia de Uribe, sólo fue posible luego del desprestigio de las mismas, trabajado por Pastrana. La tarea de la guerra, llevada adelante por el gobierno anterior, fue responsabilidad política operativa del mismo Santos como ministro de defensa, y en su propio mandato se han asestado durísimos golpes a la insurgencia. Pero cabe preguntarse si esto tiene que ver con su visita a La Habana. ¿Qué tienen en común los Castro, Hugo Chávez y Juan Manuel Santos? A primera vista sólo obviedades, como la de ser jefes de Estado y gobierno de sus respectivos países. La presencia de Santos en Cuba, “haciendo votos para (…) [la] recuperación [de Chávez]” y tratando de disuadir a Raúl a no asistir a la Cumbre de las Américas (un objetivo marginal para la política exterior cubana), parece enterrarse en lo más profundo del secreto que rodea a la diplomacia. La que es común a todos es el tema FARC. Raúl, Fidel y Chávez son los tres líderes con mayor capacidad de diálogo con el grupo insurgente, y Santos sabe que debe contar con ellos para tratar de lograr un ordenado desmantelamiento de las FARC, ya que se corre el riesgo de una violenta desmembración que conduzca a decenas de grupos violentos anarquizados u organizados criminalmente (efecto que ya ha comenzado a manifestarse y se agudiza con la pérdida de sus líderes).
Un punto aparte es el de las características de los interlocutores de Santos. Los líderes revolucionarios tienen por rasgo común hacer retiradas tácticas para lograr avances estratégicos. El presidente colombiano corre el riesgo político de terminar siendo pragmático cuando en realidad quiso ser realista. La diferencia consiste, fundamentalmente, en los plazos: mientras el pragmático resuelve problemas para el corto y hasta el mediano plazo, el realista abarca todos los escenarios, incluso hasta el largo plazo. En descargo de Santos podríamos concluir diciendo que el asuntos políticos no hay garantías.