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Ideas para el debate en Política Exterior (2/5): Relaciones bilaterales en las Américas por Víctor Mijares

El sistema de relaciones bilaterales interamericano es amplio y complejo. Pero la mayoría de las relaciones de Venezuela en las Américas pasan, sobre todo, por los organismos multilaterales, tanto los tradicionales como los más recientes. Eso nos permitirá excusarnos de no ofrecer un panorama más exhaustivo, y así enfocarnos en relaciones que la historia, la geografía y la economía han hecho ineludibles.

Hablar sobre la relación que hemos tenido, y la que debemos tener con Colombia, es llover sobre mojado, en tanto la mayoría de los venezolanos está consciente de la importancia de este nexo. Vale la pena retomarla en dos aspectos fundamentales que ya fueron tocados la semana pasada cuando se habló del G3 y la CAN, pero que esta semana trataremos en la relación con Bogotá: comercio y seguridad. En los últimos años la complementariedad económica entre Venezuela y Colombia ha sido la del consumir y el suplidor, ganando los colombianos en el balance. Revertir esta tendencia para lograr un comercio más equilibrado no es parte central de las tareas de la política exterior, sino de la política económica, pero considerando que las tensiones del pasado reciente lesionaron la relación diplomática, no cabe duda que será una labor fundamental de la nueva Cancillería reestructurar el vínculo, partiendo de reconocer que Colombia y Venezuela no sólo comparten intereses comerciales, sino que además tienen amenazas comunes. La insurgencia, el narcotráfico y otras formas de crimen transnacional, han encontrado en Venezuela el aliviadero ante la presión de la agresiva política de seguridad colombiana que inauguró Álvaro Uribe. Declaraciones recientes del presidente Santos, manifestando confianza en la cooperación de Venezuela, esconden una realidad peligrosa para nuestra seguridad e integridad: Colombia está dejando que sus enemigos internos consigan santuario en nuestro territorio (entendiendo que son tolerados en Venezuela), manteniendo la amenaza viva para justificar planes de seguridad, pero dejando la perturbación futura en nuestras manos. Esta situación debe ser detenida, y para ello hay que entrar en una etapa superior de la seguridad democrática, en la etapa binación de la lucha contra los focos de insurrección y criminalidad.

La relación con los Estados Unidos es vital, y debe ser ir a una fase post-petrolera, pero eso pasa por recuperar y mejorar nuestra posición en el mercado energético que es y seguirá siendo el más importante del mundo, al menos en la primera mitad del siglo. Más allá del petróleo, tres factores nos deben vincular a los Estados Unidos: tecnología, seguridad y promoción de la democracia. Por la vía de la inversión en energía, nuestras reservas pueden aumentar su beneficio para la sociedad, y hacerlas recuperables depende de la (re)incorporación de socios que aporten el conocimiento y la experiencia que PDVSA perdió luego de la descapitalización y la depresión productiva programada. En materia de seguridad resulta indispensable, en el mismo marco de cooperación con Colombia, conformar una alianza en momentos de repliegue eurasiático relativo estadounidense y recorte militar, cuando estarán más interesados en operar y comprometerse en el hemisferio, trayendo consigo la experiencia de la guerra contra-insurgente en Asia Central y Medio Oriente. Pero es la democracia liberal el punto central que debe abordar Caracas con Washington, haciendo énfasis en una agenda de intereses post-petroleros a fin de romper la dinámica de conveniencia inmediata que ha llevado al sector privado de los Estados Unidos a financiar al socialismo del siglo XXI sin que exista una política de reflexión y largo aliento por parte de la mayoría de los sectores políticos de ese país.

Brasil, aun con dificultades, se asoma como una potencia regional de gran importancia, cuya presencia no es mayor en países meridionales de Suramérica a causa de la geografía física y humana. Ello ha inclinado a Brasil hacia el sur, lo que se demuestra a través del Mercosur y a la vocación sureña del Consejo de Defensa Suramericano de la Unasur. En consecuencia, nuestro país no debe hacer grandes esfuerzos para contrabalancear el peso brasileño, siempre y cuando se consiga mejorar la relación económica, diplomática y de seguridad con Colombia y los Estados Unidos. Brasilia y Washington están acercándose en la búsqueda del establecimiento de una zona de paz hemisférica, y Venezuela tiene oportunidades para presentarse como un generador de seguridad al norte de Los Andes y en el Caribe, recuperando el prestigio internacional. El acercamiento actual con Brasil debe ser el marco para sostener la relación, aprovechar el modelo de desarrollo brasileño incorporando sus enseñanzas, pero recordando que, a pesar de la salud de la democrática brasileña, nuestro vecino del sur ha demostrado poca preocupación por nuestra maltrecha democracia, lo que debilita sus credenciales como socio en un programa político futuro de difusión de valores basados en el equilibrio de poderes y las libertades.

Como en todas las relaciones, un nuevo gobierno debe actual con realismo frente a la cuestión de Esequibo. Toda opinión que se emite al respecto genera polémica, y es comprensible dadas las condiciones en las que se perpetró el despojo en 1899, y también por el lesivo manejo que sobre el tema se ha tenido en los últimos años. Siendo sinceros, ni Venezuela, ni muchos menos Guyana, tienen el potencial demográfico para ocupar tan inmenso territorio. Esta razón objetiva nos inclina a pensar en una solución de explotación controlada conjunta, en la que la defensa del Esequibo sea responsabilidad de Venezuela. Este tipo de condominio territorial no es común, pero las condiciones exigen creatividad en las soluciones a largo plazo. Pero en el corto plazo, la primera acción que estaría en las manos de un nuevo presidente sería desconocer el acuerdo alcanzado entre los cancilleres de Venezuela y Guyana, Nicolás Maduro y Carolyn Rodrigues, respectivamente, por su evidente perjuicio a los intereses nacionales, ya que al enfocarse en una disputa marítima, excluye el núcleo de la disputa, es decir, el diferendo terrestre, debilitando la posición venezolana. Como una medida de control de daños, Venezuela deberá mantener la ayuda energética por la vía de PetroCaribe para sostener nuestra posición en la Organización de Estados Americanos. Caracas bien podría llevar el caso a la Secretaría de Asuntos Políticos de la OEA, en donde experiencias como la del diferendo Guatemala-Belice, con similares características históricas al del Esequibo, podrían ser de utilidad, al tiempo que fortalecería a una organización que será de importancia capital para la transición venezolana.

Por último presentamos líneas maestras para la relación con Cuba. Al igual que dijimos con el caso de la ALBA, consideramos que no deben romperse relaciones con Cuba, pero sí la presencia de sus funcionarios en nuestro territorio. Y yendo más allá, se debe mantener el suministro energético a la isla, pero bajo las mismas condiciones del resto de PetroCaribe, y con un progresivo cambio de fuentes. Nos referimos a la posibilidad de que empresas venezolanas, dirigidas por PDVSA, se posicionen en el Golfo de México cubano. La refinería “Camilo Cienfuegos”, en la que invertimos más de 1,400 millardos de dólares, debe ser aprovechada como punta de lanza para captar a un mercado con un importante potencial de crecimiento en el mediano plazo. La cara política de dicho plan supone asistir a los cubanos en su propia transición, la cual no es quimérica dada la avanzada edad promedio del Consejo de Estado cubano. No nos cabe duda del interés de los Estados Unidos en encabezar el proceso de transición cubana, y es allí en donde Caracas, si juega con prudencia, podría ser un interlocutor importante entre Washington y La Habana. Debemos empeñar nuestros esfuerzos diplomáticos para convertir a Cuba en una democracia próspera y servir de apoyo para su red energética.

El próximo viernes, en la tercera entrega de esta serie de artículos de opinión, expondremos lo que consideramos que debe ser la política multilateral global de una Venezuela con un nuevo gobierno.

Víctor Mijares

@vmijares

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El sistema de relaciones bilaterales interamericano es amplio y complejo. Pero la mayoría de las relaciones de Venezuela en las Américas pasan, sobre todo, por los organismos multilaterales, tanto los tradicionales como los más recientes. Eso nos permitirá excusarnos de no ofrecer un panorama más exhaustivo, y así enfocarnos en relaciones que la historia, la geografía y la economía han hecho ineludibles.

Hablar sobre la relación que hemos tenido, y la que debemos tener con Colombia, es llover sobre mojado, en tanto la mayoría de los venezolanos está consciente de la importancia de este nexo. Vale la pena retomarla en dos aspectos fundamentales que ya fueron tocados la semana pasada cuando se habló del G3 y la CAN, pero que esta semana trataremos en la relación con Bogotá: comercio y seguridad. En los últimos años la complementariedad económica entre Venezuela y Colombia ha sido la del consumir y el suplidor, ganando los colombianos en el balance. Revertir esta tendencia para lograr un comercio más equilibrado no es parte central de las tareas de la política exterior, sino de la política económica, pero considerando que las tensiones del pasado reciente lesionaron la relación diplomática, no cabe duda que será una labor fundamental de la nueva Cancillería reestructurar el vínculo, partiendo de reconocer que Colombia y Venezuela no sólo comparten intereses comerciales, sino que además tienen amenazas comunes. La insurgencia, el narcotráfico y otras formas de crimen transnacional, han encontrado en Venezuela el aliviadero ante la presión de la agresiva política de seguridad colombiana que inauguró Álvaro Uribe. Declaraciones recientes del presidente Santos, manifestando confianza en la cooperación de Venezuela, esconden una realidad peligrosa para nuestra seguridad e integridad: Colombia está dejando que sus enemigos internos consigan santuario en nuestro territorio (entendiendo que son tolerados en Venezuela), manteniendo la amenaza viva para justificar planes de seguridad, pero dejando la perturbación futura en nuestras manos. Esta situación debe ser detenida, y para ello hay que entrar en una etapa superior de la seguridad democrática, en la etapa binación de la lucha contra los focos de insurrección y criminalidad.

La relación con los Estados Unidos es vital, y debe ser ir a una fase post-petrolera, pero eso pasa por recuperar y mejorar nuestra posición en el mercado energético que es y seguirá siendo el más importante del mundo, al menos en la primera mitad del siglo. Más allá del petróleo, tres factores nos deben vincular a los Estados Unidos: tecnología, seguridad y promoción de la democracia. Por la vía de la inversión en energía, nuestras reservas pueden aumentar su beneficio para la sociedad, y hacerlas recuperables depende de la (re)incorporación de socios que aporten el conocimiento y la experiencia que PDVSA perdió luego de la descapitalización y la depresión productiva programada. En materia de seguridad resulta indispensable, en el mismo marco de cooperación con Colombia, conformar una alianza en momentos de repliegue eurasiático relativo estadounidense y recorte militar, cuando estarán más interesados en operar y comprometerse en el hemisferio, trayendo consigo la experiencia de la guerra contra-insurgente en Asia Central y Medio Oriente. Pero es la democracia liberal el punto central que debe abordar Caracas con Washington, haciendo énfasis en una agenda de intereses post-petroleros a fin de romper la dinámica de conveniencia inmediata que ha llevado al sector privado de los Estados Unidos a financiar al socialismo del siglo XXI sin que exista una política de reflexión y largo aliento por parte de la mayoría de los sectores políticos de ese país.

Brasil, aun con dificultades, se asoma como una potencia regional de gran importancia, cuya presencia no es mayor en países meridionales de Suramérica a causa de la geografía física y humana. Ello ha inclinado a Brasil hacia el sur, lo que se demuestra a través del Mercosur y a la vocación sureña del Consejo de Defensa Suramericano de la Unasur. En consecuencia, nuestro país no debe hacer grandes esfuerzos para contrabalancear el peso brasileño, siempre y cuando se consiga mejorar la relación económica, diplomática y de seguridad con Colombia y los Estados Unidos. Brasilia y Washington están acercándose en la búsqueda del establecimiento de una zona de paz hemisférica, y Venezuela tiene oportunidades para presentarse como un generador de seguridad al norte de Los Andes y en el Caribe, recuperando el prestigio internacional. El acercamiento actual con Brasil debe ser el marco para sostener la relación, aprovechar el modelo de desarrollo brasileño incorporando sus enseñanzas, pero recordando que, a pesar de la salud de la democrática brasileña, nuestro vecino del sur ha demostrado poca preocupación por nuestra maltrecha democracia, lo que debilita sus credenciales como socio en un programa político futuro de difusión de valores basados en el equilibrio de poderes y las libertades.

Como en todas las relaciones, un nuevo gobierno debe actual con realismo frente a la cuestión de Esequibo. Toda opinión que se emite al respecto genera polémica, y es comprensible dadas las condiciones en las que se perpetró el despojo en 1899, y también por el lesivo manejo que sobre el tema se ha tenido en los últimos años. Siendo sinceros, ni Venezuela, ni muchos menos Guyana, tienen el potencial demográfico para ocupar tan inmenso territorio. Esta razón objetiva nos inclina a pensar en una solución de explotación controlada conjunta, en la que la defensa del Esequibo sea responsabilidad de Venezuela. Este tipo de condominio territorial no es común, pero las condiciones exigen creatividad en las soluciones a largo plazo. Pero en el corto plazo, la primera acción que estaría en las manos de un nuevo presidente sería desconocer el acuerdo alcanzado entre los cancilleres de Venezuela y Guyana, Nicolás Maduro y Carolyn Rodrigues, respectivamente, por su evidente perjuicio a los intereses nacionales, ya que al enfocarse en una disputa marítima, excluye el núcleo de la disputa, es decir, el diferendo terrestre, debilitando la posición venezolana. Como una medida de control de daños, Venezuela deberá mantener la ayuda energética por la vía de PetroCaribe para sostener nuestra posición en la Organización de Estados Americanos. Caracas bien podría llevar el caso a la Secretaría de Asuntos Políticos de la OEA, en donde experiencias como la del diferendo Guatemala-Belice, con similares características históricas al del Esequibo, podrían ser de utilidad, al tiempo que fortalecería a una organización que será de importancia capital para la transición venezolana.

Por último presentamos líneas maestras para la relación con Cuba. Al igual que dijimos con el caso de la ALBA, consideramos que no deben romperse relaciones con Cuba, pero sí la presencia de sus funcionarios en nuestro territorio. Y yendo más allá, se debe mantener el suministro energético a la isla, pero bajo las mismas condiciones del resto de PetroCaribe, y con un progresivo cambio de fuentes. Nos referimos a la posibilidad de que empresas venezolanas, dirigidas por PDVSA, se posicionen en el Golfo de México cubano. La refinería “Camilo Cienfuegos”, en la que invertimos más de 1,400 millardos de dólares, debe ser aprovechada como punta de lanza para captar a un mercado con un importante potencial de crecimiento en el mediano plazo. La cara política de dicho plan supone asistir a los cubanos en su propia transición, la cual no es quimérica dada la avanzada edad promedio del Consejo de Estado cubano. No nos cabe duda del interés de los Estados Unidos en encabezar el proceso de transición cubana, y es allí en donde Caracas, si juega con prudencia, podría ser un interlocutor importante entre Washington y La Habana. Debemos empeñar nuestros esfuerzos diplomáticos para convertir a Cuba en una democracia próspera y servir de apoyo para su red energética.

El próximo viernes, en la tercera entrega de esta serie de artículos de opinión, expondremos lo que consideramos que debe ser la política multilateral global de una Venezuela con un nuevo gobierno.

Víctor Mijares

@vmijares

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