No hay mal que dure 100 años, pero las quejas ni al año llegan por Donaldo Barros
Por un venezolano cualquiera:
Venezuela, dentro de un océano de irregularidades, logra ser compacta en actitud; en formas de levantar la voz desde un rincón lejano para no ser reconocido; en rabias que despiertan con decisión y se terminan durmiendo con sabor a pataletas.
Hoy salimos a la calle y vemos de todo, pero no vemos nada. Atracan en un semáforo cualquiera, pero en el próximo, vemos a una doñita pidiendo limosnas. Matan a un señor en la puerta de un banco, pero a escasos metros, vemos a grupos de personas discutiendo sobre quién es el mejor jugador de Brasil 2014. Matan a tiros a un paciente dentro de un quirófano, pero no pasa a ser más que una estadística.
Y así nos hemos acostumbrado a mezclar el agua con el aceite, obligándonos a pensar que sí logran fusionarse, y no es así. Creemos que estamos en una línea normal; una línea que nos ha ido quitando centímetros de nuestra calidad de vida; una línea que nos ha llevado a pensar angustiosa o tranquilamente, que hoy salimos de casa, pero no sabemos si volvemos a causa de un pistolero empedernido que posiblemente se imagine una situación donde es ofendido connla mirada de cualquiera, y su reacción natural sea arrebatarnos la vida a tiros. Al final, nada pasará.
Desde el 12 de febrero salieron un grupo de chamos, algunos claros y algunos no, pero todos con una queja que coincide en su nombre: Venezuela. Lejos de ser un tema de líderes, es de ciudadanos; de pueblo. Los problemas no eligen partidos ni tendencias, es al revés. No se trata de blancos contra negros, de rojos contra azules; se trata de que esta eterna disputa estéril, yoísta, individual, con mucha hambre de poder y protagonismo, ha hecho que los objetivos plurales no sean más que una piedra en el zapato para el avance del país.
Ya pocos hablan de las protestas, y hoy –al menos hoy–, “no fueron más que un grupo de estudiantes con ganas de prenderla”, como tanto se escucha, y eso genera tristeza.
Es increíble cómo la sociedad venezolana está acostumbrada a que no pase nada, o peor aun, deciden acostumbrarse a que no pase nada con tal de caer en gracia con una remota posibilidad de recibir un “bono”. Alguien fuerte de la historia dijo que “todos los hombres tienen precio”, posiblemente porque esta conducta yoísta históricamente ha dicho presente en los conflictos, pero Venezuela necesita que pensemos, aunque sea por un minuto, en nuestro vecino; ¿es tan difícil?
Hubo miles de chamos, venezolanos, sin que su color importase, que salieron a quejarse de algo que es imposible de obviar. No son problemas inventados para sabotear a nadie, son deficiencias que afectan a cada venezolano, sobre todo al pobre, que bastante sufre buscando la coherencia.
Pensamientos “comeflor” que dibujan a una Venezuela unida, son los pensamientos que mantienen la llama viva, aunque débil. No nos podemos acostumbrar a ver cómo desmembran a Venezuela, solo por ganar posición y dinero. No podemos olvidar al muchacho que asesinaron el fin de semana en el barrio; a la señora que duró cuatro horas en cola para comprar leche; a la madre que llora la pérdida de un hijo; a los venezolanos que han decidido irse de Venezuela en contra de su genuina voluntad; a los chamos que salieron a la calle a protestar con una queja directa y clara; al señor que le acaban de robar el celular; al preso al que no se le respetan sus derechos; a nadie.
No podemos ser lo que criticamos. Nadie va a venir a resolver los problemas de nadie, pero solo con fuerza y positivismo, Venezuela podrá estar sobre en un escenario donde se puedan conseguir las herramientas básicas para que cada venezolano resuelva sus problemas para luego generar soluciones colectivas como simple consecuencia positiva.
¿Somos tan individuales que Venezuela está al final de nuestra lista? Pareciera que este presente es otra estadística en el olvido de muchos venezolanos.
Donaldo Barros