Civil, civilista, civilizado por Carolina Jaimes Branger
“Toma un segundo decir “hola” y una eternidad decir “adiós” (Anónimo)
La primera vez que vi a Ramón J. Velásquez yo tendría unos seis años. Mi abuela lo invitó a almorzar en el primer “acto social” después de la muerte de mi abuelo, Buenaventura Jaimes, ocurrida más de tres años antes. Mi abuelo había sido su profesor en su Táchira natal y “Ramoncito” mantuvo la amistad que habían comenzado sus abuelos, primero con mi papá y luego conmigo. Cinco generaciones de cariño. Los gochos tienen un espíritu de pertenencia y solidaridad único y el doctor Velásquez, con quien tuve la fortuna de compartir muchas veces, lo ejercía con elegancia: conocía a todos los gochos que hay en Caracas, desde el eminente médico hasta el parquero de un restaurante y a todos los saludaba con cariño. “Éste es de Lobatera; aquélla es de Capacho; éste nació en Rubio…”
Del Dr. Velásquez puedo escribir muchas cosas. No voy a enumerar todo lo que hizo -ya los medios lo han reseñado ampliamente- y de sus bien vividos 97 años es más fácil decir lo que no hizo que lo que hizo. Por eso prefiero honrarlo como amigo y maestro. Quiero destacar su ingenio y su chispa. Hablé de ellos en varios artículos. Recuerdo una vez cuando conversábamos sobre lo difícil que resulta en estos tiempos educar a los muchachos, por la constante y extendida exposición a los mensajes contradictorios a los que están sometidos, que él me dijo: “¿te has dado cuenta de que también se está globalizando el relajo?”.
Quiero ensalzar su espíritu pacifista y conciliador y reconocer al prócer civil, civilista y civilizado. Él mismo me contó que tal vez por esa solidaridad gocha de la que hablé antes, Pérez Jiménez le mandó a decir que si seguía conspirando lo iba a meter preso, que mejor se fuera del país. Autoexiliarse no estaba en los planes del Dr. Velásquez, por lo que respondió: “Pérez Jiménez sabe dónde vivo”. Cuatro años estuvo preso por mantener su posición a favor de la democracia.
Quiero celebrar su vida, fructífera y digna, prudente y honesta. Un hombre trabajador, que empezó a producir desde muy joven y que a punta de inteligencia y habilidad se abrió paso y creó sus oportunidades de surgir y destacarse. Antes de cumplir treinta años ya se había convertido en secretario privado de Diógenes Escalante. Siempre me fascinó escucharlo narrar la historia de su locura, que tan magistralmente recogió Francisco Suniaga en “El pasajero de Truman”. Los consejos que éste le dio, “observe y cállase” y “nunca le diga que no a un trabajo” los mantuvo como normas de vida.
Henri Fréderic Amiel dijo que “saber cómo llevar los años es la obra maestra de la sabiduría y uno de los capítulos más difíciles en el gran arte de vivir”. Y en eso también fue un maestro el doctor Velásquez. Cuando él cumplió 89 años en 2005, escribí:
“Ya a estas alturas es lo mismo cumplir ochenta y nueve que noventa años”, me dijo hace poco el doctor Ramón J. Velásquez. Y yo creo que tiene razón. Pero la importancia de cumplir años no radica en la cantidad de años que se cumplen, sino en cómo se cumplen esos años.
Mi querido doctor Velásquez, usted también me dijo hace exactamente un año, cuando por esta vía lo felicité por su cumpleaños, que había decidido no cumplir más años. Que no quería oír hablar ni de cumpleaños ni de celebraciones. Me imagino que la decisión la había tomado hace más tiempo, como mínimo hace tres años, cuando se negó a que sus amigos le hicieran un homenaje, que dicho sea de paso, estaba más que merecido.
Por eso le pido excusas por felicitarlo de nuevo, pero fíjese que va a terminar disculpándome, porque la felicitación es casi para mí misma, que he tenido el grandísimo honor de contar con su amistad”.
Finalmente, quiero alabar su humildad. La grandeza es humilde. El Dr. Velásquez siempre tuvo tiempo, respuestas y una palabra de aliento para todos. La última vez que lo visité, hará cosa de dos meses, me dijo “no te preocupes, que de esto salimos”. ¡Estoy segura de que así será!