Si hay algo innegable en la política exterior de Colombia es la influencia que sobre ésta ha tenido la política internacional de los Estados Unidos. Sin ánimo de profundizar en el tema, basta con destacar el “Plan Colombia”, implantado durante los gobiernos de Bill Clinton y Andrés Pastrana para demostrarlo.
Si consideramos la estrecha relación entre la política exterior, con la realidad interna de ese país, el cual desde hace décadas ha padecido la permanente agresión de grupos irregulares armados, como las FARC, el ELN y los paramilitares, entenderemos lo delicada que resulta la conducción política del Estado colombiano.
Juan Manuel Santos asume la presidencia de Colombia el 7 de agosto de 2010. En esa oportunidad, rompiendo el protocolo, invita al presidente saliente, Álvaro Uribe, a quien alaba públicamente, a permanecer presente durante el acto de juramentación, ratificando la continuación de la política de seguridad democrática implantada por éste.
Muy a pesar de sus buenas intenciones, es obvio que cada gobernante le otorga a sus políticas un matiz distinto, y el Presidente Santos no podía ser la excepción. Frente a la pasión que solía otorgarle su antecesor a su labor, nos encontramos a un nuevo gobernante más sosegado, por lo menos en cuanto a sus reacciones ante el mundo.
Estas características van más allá de una simple diferencia de carácter. Haciendo un acto de malabarismo diplomático, y como quien se traga un purgante, en un lapso perentorio Santos logra la reanudación de las relaciones diplomáticas rotas entre Colombia, Ecuador y Venezuela. Buen comienzo para quien había sido prácticamente declarado persona non grata por los gobernantes de esos países, amén de ser imputado como presunto indiciado en el espinoso caso del ataque a un campamento guerrillero en territorio ecuatoriano. Vista esta estratagema política, no habría más que avizorar un futuro promisorio para un país que sólo por el valor demostrado al enfrentarse a una amenaza tan terrible, como lo es el terrorismo, y haberla por lo menos quebrado, merece todo nuestro respeto y consideración.
Pero si hay algo difícil de limitar, como al más extraordinario plato culinario, es el sabor del triunfo. En la medida en que más se disfruta, más duro resulta comprender que de lo bueno poco, y más aún cuando de nuestras acciones depende la suerte de una Nación.
Sin ánimo de profundizar en la tantas veces comentada frase de “mi nuevo mejor amigo”, expresada por el Presidente Santos para referirse al mandatario venezolano, es innegable la connotación que la misma representa, por quien se ha declarado parte del “orgullo del mundo” como consecuencia de las medidas tomadas por su antecesor. Si necesitáramos definir la política internacional colombiana, a partir de un “antes” y de un “después”, no quedaría sino concluir que a raíz de la tan infortunada expresión, la política exterior de ese país adquiere las características de las diplomacias pragmáticas, de las cuales uno de sus más insignes precursores es los Estados Unidos.
Son muchas las posibilidades que los analistas han presentado respecto a las motivaciones para ese cambio de timón, en la conducción de las relaciones internacionales del Estado Colombiano.
Razones comerciales, con el fin de reanudar el comercio binacional descalabrado como consecuencia de la ruptura de relaciones diplomáticas. Motivos económicos, con el objeto de lograr la cancelación de la multimillonaria deuda que aqueja al gobierno bolivariano a favor de los empresarios colombianos. Fundamentos políticos, con la idea de evitar que el mandatario continúe facilitando el territorio venezolano como centro vacacional, y de entrenamiento, a los forajidos de la guerrilla, y hasta motivaciones de seguridad nacional para evitar las amenazas de guerra por parte del venezolano, son algunas de las explicaciones que hemos escuchado. Cierto o falso, el caso es que la práctica pareciera apuntar hacia resultados diferentes.
En relación con la reanudación de las relaciones comerciales entre ambas naciones, particularmente en los estados fronterizos, la realidad pareciera indicar otra cosa. Un Estado cuyo gobernante se ha declarado “Marxista”, en donde el libre mercado y el capitalismo se encuentran proscritos, en cuyo territorio existe un férreo control de cambio, y en el cual la propiedad privada ha sido sustituida por la propiedad social, o comunal, resulta algo más que descabellado el suponer que, bajo el amparo de un compromiso político, establezca excepciones para el tratamiento a ciudadanos colombianos, cuando los propios venezolanos están que ladran por falta de oportunidades económicas.
En lo que respecta a la cancelación de la deuda externa a favor de los empresarios colombianos, debemos reconocer que la información hasta ahora suministrada por ambos gobiernos, mantiene a la opinión pública, y con mayor razón a los empresarios colombianos, en el limbo informativo. A la deuda que inicialmente comenzó en 1.200 millones de dólares, señala la canciller Holguín “que las autoridades venezolanas han revisado deudas por cerca de 890 millones de dólares, de los cuales hay pagos aprobados para 710 millones. Del total, hay aproximadamente 360 millones de dólares ya girados y 260 millones de dólares autorizados y listos para girar”. Esta información difiere sustancialmente de la facilitada en días pasados por el Presidente Santos en entrevista transmitida por la cadena de televisión estadounidense “CNN en español”, en la cual hizo referencia a un poco más de 500 millones de dólares reconocidos. Igualmente, estos datos se distinguen de las declaraciones que sobre el tema han facilitado las propias autoridades venezolanas.
Cierto o falso, los entendidos se preguntan ¿Por qué, si el pago de la deuda es tan viable, el propio gobierno colombiano no se subroga, o utiliza alguna de las figuras del pago de la deuda por terceros, a los fines de cancelar directamente lo adeudado a sus ciudadanos por el gobierno venezolano, para posteriormente asumir las acreencias en contra de su homólogo venezolano?
Respecto a la esperanza de recibir a cambio del nuevo pragmatismo, la entrega de guerrilleros de las FARC, así como el cese de las medidas complacientes a favor de éstos por parte de los bolivarianos, e incluso la firma de convenios en materia de lucha contra las drogas entre ambas Naciones, dichos temas ameritan una consideración mayor. Un primer elemento que debemos recordar es que así como en los últimos meses las autoridades venezolanas han deportado, y/o extraditado presuntos guerrilleros, y narcotraficantes, a la República de Colombia, éstas medidas no han sido ninguna novedad en el campo de las relaciones bilaterales. Deportaciones realizadas por el gobierno bolivariano en mayo de 2009 de cinco presuntos miembros del grupo guerrillero ELN, identificados como: Carlos Emiro Bustamante Rincón, alias “Darwin” o “El Médico”, y quien era responsable de la estructura armada y financiera, Diego Armando Pérez Medina, alias “Roiner Ortiz”; Yaneth Fernández, alias “Erika”; Benjamín Terán, alias “Simón” y Gregoria Monterrosa, alias “Tatiana”; así como en Julio de 2008, de Gabriel Culma Ortiz, un presunto jefe de las FARC, son ejemplos de éstas.
Pero de allí a esperar la entrega de los más importantes líderes guerrilleros de las conocidas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), los cuales descansan plácidamente en Venezuela; entre ellos los comandantes “Alfonso Cano”, “Iván Márquez”, “Timochenko”, o “Grannobles” (cuya presencia en el Estado Barinas, acompañado de 60-80 miembros de su grupo de forajidos es más que evidente), resulta no sólo improbable, sino ilusoria. No en vano si hay algo que tiene muy claro el mandatario venezolano, es la velada amenaza respecto a que “quien traiciona a las FARC, no vive para contarlo”.
Esto sin olvidar, que jamás, bolivariano alguno, se atrevería a tamaña estrategia bajo el riesgo de que los propios comandos de las FARC terminen publicando los datos de quienes, amparándose en cargos de gobierno, amistad, o parentesco con funcionarios venezolanos, hayan colaborado con aquellos. Adicionalmente, si consideramos que la mayor fuente de financiamiento de tales agrupaciones irregulares, es el tráfico de drogas, y si las autoridades colombianas se han tomado la molestia de mirar de reojo los mapas y fotos satelitales en donde se demuestra la salida de naves, aeronaves y embarcaciones irregulares de territorio venezolano, entenderán sin mayor explicaciones, cuál será el rumbo de los convenios en materia de tráfico de drogas suscritos entre ambas Naciones.
“Tenemos diferencias muy profundas, pero nos las respetamos”, ha dicho el Presidente Santos.
Diferencias son las que pudieran existir entre el partido liberal y conservador en Colombia, o el demócrata y el republicano en E.E.U.U. Diferencias puede haber en la evaluación de un cuadro, en la expresión de una melodía. Diferencias las hay todas los días, sin que para ello valga la pena siquiera resaltarlas, pero cuando estamos hablando del irrespeto a la vida, o a la libertad del ser humano; de la violación al Estado de Derecho; de la limitación a los derechos más elementales reconocidos por la Constitución de la República de Venezuela; y de los mayores abusos a la dignidad humana, no estamos hablando de “diferencias profundas”, sino de “diferencias irreconciliables”.
El mundo actualmente vive momentos de creciente violencia, como reacción de los pueblos ante el abuso de poder de sus gobernantes. Los hechos acaecidos en el Medio Oriente así lo demuestran. Ante la salida de los jefes de Estado de gobiernos en donde hace escasos meses jamás lo hubiéramos imaginado, surge prácticamente una revuelta popular en la República Popular Socialista Libia, en donde su líder, Muammar Gaddafi, se niega a reconocer el gran daño que durante más de cuarenta años ha causado a los pobladores de esa Nación.
El 30 de septiembre de 2009 el Presidente Hugo Chávez entregó al dictador Gaddafi la réplica de la espada del Libertador, así como la Orden collar del Libertador, en su primera clase, como reconocimiento, “aún cuando también lo distinguían algunas diferencias”, con tan indigno visitante. ¿Querrá el Presidente Santos que lo recuerden así?
para Runrun.es por Virginia Contreras