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Irán y su enredo interno sobre el programa nuclear

programanuclearIrán

Existe bastante consenso entre los estudiosos  de la política internacional,  en el sentido que las conversaciones diplomáticas entre EE.UU. e Irán, en lo que refiere a controlar el programa de desarrollo nuclear de este último,  son extremadamente frágiles. Por supuesto, la parte más débil de este proceso se encuentra en Teherán, ya que la revolución islámica  es prisionera de su propia ideología, por lo que es poco probable que cambie su comportamiento, el cual, por cierto, está siempre asociado a las más innobles acciones más allá de sus fronteras. Basta tan solo escuchar las declaraciones de sus principales clérigos, comandantes militares y políticos para darse cuenta que tal análisis tiene suficiente base que lo sustente.

Los antagonistas de Rouhani, y principalmente  los pertenecientes al propio círculo de poder iraní, han estado tratando de enmarcar su oposición al diálogo con las potencias occidentales basados en la idea de construir una “economía de resistencia”. La intención detrás de ésta es socavar el argumento de Rouhani y sus aliados en cuanto a que la economía de Irán no puede desarrollarse sin el paso previo de un levantamiento de  las sanciones impuestas por la comunidad internacional. Los partidarios de la idea de la economía de resistencia,  argumentan que el país no necesita otorgar demasiadas concesiones sobre la cuestión nuclear para desarrollar un resurgimiento económico, y exponen que esto se puede hacer a través de una mejor gestión y el aprovechamiento de los recursos internos, tal como se realizó en la reconstrucción de la posguerra. Señalan que por tal razón en  las actuales circunstancias  se puede confiar en la experiencia de los cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica.

Para complicar las cosas, el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, ha estado de alguna manera defendiendo el concepto de economía de resistencia. Sin embargo, los que piden esta idea no lo ven como una alternativa que excluye  las negociaciones y por lo tanto desean que las mismas continúen, no obstante el comandante de la Guardia Revolucionaria Islámica y vice Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas,  general Masoud Jazayeri señaló el 14 de abril en Teherán que las fuerzas armadas no aceptarían ningún acuerdo  poco razonable sobre tal programa nuclear. Por otro lado, el más alto comandante militar del país, el mayor general Hassan Firouzabadi había declarado días antes que el ejército iraní apoyaba  las políticas de Rouhani y que continuaría  haciéndolo. Tales declaraciones, por lo tanto, ponen de manifiesto la falta de consenso dentro de los militares iraníes en cuanto a la política de Teherán de negociar con los Estados Unidos. Incluso aquellos que se oponen a la política no están completamente alineados en términos tanto de la magnitud de la oposición como de la forma de oponerse a las conversaciones

Por lo tanto, el presidente iraní,  se enfrenta a un dilema que involucra a dos poderosos aunque distintos actores: los Estados Unidos y la Guardia Revolucionaria Islámica. Rouhani comprende que debe atraer a la inversión extranjera para mejorar la economía iraní, pero sólo puede cortejar a los inversores potenciales si puede convencer de alguna manera los Estados Unidos para aliviar las sanciones económicas. Los militares iraníes, y en particular la Guardia Revolucionaria Islámica, tienen un considerable poder, incluyendo poder económico,  y no rendirán  fácilmente ese poder a los competidores extranjeros,  al menos  no sin obtener algo a cambio.  Es probable que para lograr sus objetivos, Rouhani se vea en la necesidad de ofrecer concesiones  a los militares, así como garantizar la protección de sus intereses políticos y en la economía, en tanto esos intereses no interfieran con su agenda de política exterior. Difícil labor de equilibrismo, creemos, le espera al presidente persa.

Leopoldo E. Colmenares G.

@LCOLG

Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad.

Universidad “Simón Bolívar”

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Existe bastante consenso entre los estudiosos  de la política internacional,  en el sentido que las conversaciones diplomáticas entre EE.UU. e Irán, en lo que refiere a controlar el programa de desarrollo nuclear de este último,  son extremadamente frágiles. Por supuesto, la parte más débil de este proceso se encuentra en Teherán, ya que la revolución islámica  es prisionera de su propia ideología, por lo que es poco probable que cambie su comportamiento, el cual, por cierto, está siempre asociado a las más innobles acciones más allá de sus fronteras. Basta tan solo escuchar las declaraciones de sus principales clérigos, comandantes militares y políticos para darse cuenta que tal análisis tiene suficiente base que lo sustente.

Los antagonistas de Rouhani, y principalmente  los pertenecientes al propio círculo de poder iraní, han estado tratando de enmarcar su oposición al diálogo con las potencias occidentales basados en la idea de construir una “economía de resistencia”. La intención detrás de ésta es socavar el argumento de Rouhani y sus aliados en cuanto a que la economía de Irán no puede desarrollarse sin el paso previo de un levantamiento de  las sanciones impuestas por la comunidad internacional. Los partidarios de la idea de la economía de resistencia,  argumentan que el país no necesita otorgar demasiadas concesiones sobre la cuestión nuclear para desarrollar un resurgimiento económico, y exponen que esto se puede hacer a través de una mejor gestión y el aprovechamiento de los recursos internos, tal como se realizó en la reconstrucción de la posguerra. Señalan que por tal razón en  las actuales circunstancias  se puede confiar en la experiencia de los cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica.

Para complicar las cosas, el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, ha estado de alguna manera defendiendo el concepto de economía de resistencia. Sin embargo, los que piden esta idea no lo ven como una alternativa que excluye  las negociaciones y por lo tanto desean que las mismas continúen, no obstante el comandante de la Guardia Revolucionaria Islámica y vice Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas,  general Masoud Jazayeri señaló el 14 de abril en Teherán que las fuerzas armadas no aceptarían ningún acuerdo  poco razonable sobre tal programa nuclear. Por otro lado, el más alto comandante militar del país, el mayor general Hassan Firouzabadi había declarado días antes que el ejército iraní apoyaba  las políticas de Rouhani y que continuaría  haciéndolo. Tales declaraciones, por lo tanto, ponen de manifiesto la falta de consenso dentro de los militares iraníes en cuanto a la política de Teherán de negociar con los Estados Unidos. Incluso aquellos que se oponen a la política no están completamente alineados en términos tanto de la magnitud de la oposición como de la forma de oponerse a las conversaciones

Por lo tanto, el presidente iraní,  se enfrenta a un dilema que involucra a dos poderosos aunque distintos actores: los Estados Unidos y la Guardia Revolucionaria Islámica. Rouhani comprende que debe atraer a la inversión extranjera para mejorar la economía iraní, pero sólo puede cortejar a los inversores potenciales si puede convencer de alguna manera los Estados Unidos para aliviar las sanciones económicas. Los militares iraníes, y en particular la Guardia Revolucionaria Islámica, tienen un considerable poder, incluyendo poder económico,  y no rendirán  fácilmente ese poder a los competidores extranjeros,  al menos  no sin obtener algo a cambio.  Es probable que para lograr sus objetivos, Rouhani se vea en la necesidad de ofrecer concesiones  a los militares, así como garantizar la protección de sus intereses políticos y en la economía, en tanto esos intereses no interfieran con su agenda de política exterior. Difícil labor de equilibrismo, creemos, le espera al presidente persa.

Leopoldo E. Colmenares G.

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