El Socialismo del siglo XXI, pomposo nombre con el cual bautizó el presidente Hugo Chávez su estilo de gobierno en Venezuela, está haciendo aguas.
Aunque el Estado quiere regular la economía e imponer su voluntad ha fracasado. A pesar de los subsidios y de la venta de alimentos por parte de empresas estatales, la inflación del año pasado fue del 56%, y el desabastecimiento de productos básicos de la canasta familiar como harina, leche, carnes, galletas, cereales, medicamentos, se volvió habitual y generó un inmenso “mercado negro” en donde se consiguen los artículos, a precios exorbitantes.
El año pasado, en Venezuela se registraron 24.763 muertes violentas, casi el doble de Colombia y el aumento de la violencia urbana, la inseguridad y los homicidios se relaciona con grupos de milicianos que recibieron armas por parte del gobierno para defender la Revolución bolivariana y terminaron delinquiendo.
Esta semana, el presidente de la Cámara de Comercio de Dosquebradas Jhon Jaime Jiménez reveló a LaTarde que los únicos negocios que se mantienen con Venezuela son aquellos con pago anticipado, ya que los problemas con el cambio de divisas y la demora en los pagos vuelven insostenible cualquier transacción.
Y a la permanente devaluación del Bolívar, que implicó por ejemplo un alza del 300% en los tiquetes aéreos, se le suma ahora la restricción en el cupo de divisas para los viajeros al exterior, al pasar de 2.500 a 700 dólares y la falta de autorización del gobierno a los periódicos venezolanos para que compren papel en el exterior, para evitar la salida de dólares.
Es tan variable e inestable la economía venezolana, que ni el presidente Maduro ni su equipo de gobierno conocen los precios de los productos.
Su más reciente metida de pata fue asegurar que una botella de agua que en Venezuela vale 10 bolívares, unos 3.200 pesos nuestros; en Colombia costaba 150 bolívares, alrededor de 48 mil pesos. Ante tal despropósito, el gobernador del Táchira lo corrige y le dice que en Colombia la botella de agua vale es 600 bolívares, o sea 193.600 pesos. ¡Qué tal el ayudante!
Eso muestra o una absoluta ignorancia o el propósito de desviar la atención de la profunda crisis interna que viven y que, según parece, se les salió de control.