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El Escorpión Por Oscar Guardiola-Rivera

Escorpión

Según el Talmud, existen tres cosas imprevisibles en la vida: la llegada del mesías, un objeto hallado al azar y un escorpión

Esta singular enumeración invita al lector del libro fundacional de la tradición histórica judía para que reconsidere su relación con el texto, y con su propia historia. Se trata de una lección relevante al momento de leer los acontecimientos recientes en Ucrania, Venezuela y Colombia. Estamos acostumbrados a leer tales eventos como si en ellos se realizara, por fin, la esperanza, lo deseado, o una causa anterior y externa que excede y organiza de una vez por todas el desorden putativo del presente.

Podríamos denominar a esta manera de leer la historia “religiosa”, en el sentido del mito religioso que lee la historia en clave de salvación. Pero ello no excluye usos seculares. Por ejemplo, cuando decimos que las protestas en Venezuela se hacen en nombre de la libertad, como si ésta se realizara en el rostro de Leopoldo López, los manifestantes del Chacao y los medios antichavistas, pero no en el de Nicolás Maduro o los colectivos. Al hacerlo invocamos la figura del mesías. Pero como bien nos recuerda el Talmud, ni López ni Maduro pueden ser identificados como el rostro en el cual se realiza la libertad.

No tanto y no sólo por idolatría, sino más bien porque, siendo la llegada del mesías impredecible, constituye un error hablar del “fin de la historia” o su completud en este o aquel rostro, o en este hombre de quien esperamos que imponga orden al desorden de una vez por todas.

Peor aún, al desear un mesías que imponga orden al desorden actual, de una vez y para siempre, cabe la certeza de que produzcamos un mesías. Uno falso. Un oportunista, por ejemplo, que se aproveche de la más o menos justa inconformidad de las gentes para justificar su propio ascenso al poder, cueste lo que cueste y sin importar los medios para hacerlo. En ese punto, es bien posible que el deseado mesías se revele como su contrario: el escorpión.

El escorpión se esconde entre las ruinas mientras buscamos salvar lo mejor de una realidad que ha tenido lugar y busca persistir a pesar o por causa de sus fallas y contradicciones. La Revolución bolivariana, por ejemplo, cuyos logros relativos hasta el propio Capriles reconoce, o el apoyo del Ejército al proceso de paz en Colombia, a pesar de o por causa de su extendida corrupción relacionada con ese proyecto económico-mesiánico que llamamos “el conflicto armado”. Escondido bajo las piedras, no vemos al escorpión. Cuando lo vemos, ya es demasiado tarde.

La historia no sigue un guión prescrito, por ejemplo, el progreso de la libertad o su realización. Pero ciertos “revolucionarios liberales”, aquí, en Ucrania o en Venezuela, parecen creerlo. Curioso como terminan pareciéndose a los comunistas a quienes tanto odian.

Oscar Guardiola-Rivera

El Espectador

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Escorpión

Según el Talmud, existen tres cosas imprevisibles en la vida: la llegada del mesías, un objeto hallado al azar y un escorpión

Esta singular enumeración invita al lector del libro fundacional de la tradición histórica judía para que reconsidere su relación con el texto, y con su propia historia. Se trata de una lección relevante al momento de leer los acontecimientos recientes en Ucrania, Venezuela y Colombia. Estamos acostumbrados a leer tales eventos como si en ellos se realizara, por fin, la esperanza, lo deseado, o una causa anterior y externa que excede y organiza de una vez por todas el desorden putativo del presente.

Podríamos denominar a esta manera de leer la historia “religiosa”, en el sentido del mito religioso que lee la historia en clave de salvación. Pero ello no excluye usos seculares. Por ejemplo, cuando decimos que las protestas en Venezuela se hacen en nombre de la libertad, como si ésta se realizara en el rostro de Leopoldo López, los manifestantes del Chacao y los medios antichavistas, pero no en el de Nicolás Maduro o los colectivos. Al hacerlo invocamos la figura del mesías. Pero como bien nos recuerda el Talmud, ni López ni Maduro pueden ser identificados como el rostro en el cual se realiza la libertad.

No tanto y no sólo por idolatría, sino más bien porque, siendo la llegada del mesías impredecible, constituye un error hablar del “fin de la historia” o su completud en este o aquel rostro, o en este hombre de quien esperamos que imponga orden al desorden de una vez por todas.

Peor aún, al desear un mesías que imponga orden al desorden actual, de una vez y para siempre, cabe la certeza de que produzcamos un mesías. Uno falso. Un oportunista, por ejemplo, que se aproveche de la más o menos justa inconformidad de las gentes para justificar su propio ascenso al poder, cueste lo que cueste y sin importar los medios para hacerlo. En ese punto, es bien posible que el deseado mesías se revele como su contrario: el escorpión.

El escorpión se esconde entre las ruinas mientras buscamos salvar lo mejor de una realidad que ha tenido lugar y busca persistir a pesar o por causa de sus fallas y contradicciones. La Revolución bolivariana, por ejemplo, cuyos logros relativos hasta el propio Capriles reconoce, o el apoyo del Ejército al proceso de paz en Colombia, a pesar de o por causa de su extendida corrupción relacionada con ese proyecto económico-mesiánico que llamamos “el conflicto armado”. Escondido bajo las piedras, no vemos al escorpión. Cuando lo vemos, ya es demasiado tarde.

La historia no sigue un guión prescrito, por ejemplo, el progreso de la libertad o su realización. Pero ciertos “revolucionarios liberales”, aquí, en Ucrania o en Venezuela, parecen creerlo. Curioso como terminan pareciéndose a los comunistas a quienes tanto odian.

Oscar Guardiola-Rivera

El Espectador

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