Leopoldo López en NYT: ‘Si me censuro, la dictadura me derrota’
Leopoldo López en NYT: ‘Si me censuro, la dictadura me derrota’

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Tras meses de silencio, el dirigente político venezolano en arresto domiciliario habló en exclusiva con The New York Times sobre el futuro político del país, su experiencia y sus aprendizajes en la prisión militar y su esperanza de una salida a la crisis

López fue arrestado en febrero de 2014 después de liderar una protesta pública que se volvió violenta. Los fiscales reconocieron ante el tribunal que López era técnicamente pacífico, pero lo acusaron de incitar a otros al odio y a la violencia. Antes de su arresto, se encontraba entre los líderes de oposición más prominentes y populares en Venezuela. Las encuestas sugerían que podía derrotar al presidente Nicolás Maduro, el impopular sucesor de Hugo Chávez, en una elección libre. En el juicio, fue sentenciado a trece años y nueve meses de prisión.

Desde entonces, se ha convertido en el prisionero político más destacado de América Latina, sino del mundo. Su caso ha sido defendido por casi todas las organizaciones mundiales de derechos humanos y está representado por el abogado Jared Genser, conocido como el Extractor por su trabajo con presos políticos como Liu Xiaobo, Mohamed Nasheed y Aung San Suu Kyi. La lista de líderes mundiales que le han pedido al gobierno venezolano que libere a López incluye a Angela Merkel de Alemania, Emmanuel Macron de Francia, Theresa May del Reino Unido y Justin Trudeau de Canadá; es una de las raras coincidencias políticas entre Barack Obama y Donald Trump.

Desde entonces, se ha convertido en el prisionero político más destacado de América Latina, sino del mundo. Su caso ha sido defendido por casi todas las organizaciones mundiales de derechos humanos y está representado por el abogado Jared Genser, conocido como el Extractor por su trabajo con presos políticos como Liu Xiaobo, Mohamed Nasheed y Aung San Suu Kyi. La lista de líderes mundiales que le han pedido al gobierno venezolano que libere a López incluye a Angela Merkel de Alemania, Emmanuel Macron de Francia, Theresa May del Reino Unido y Justin Trudeau de Canadá; es una de las raras coincidencias políticas entre Barack Obama y Donald Trump.

En Venezuela, López se ha convertido en una especie de símbolo. Su nombre y su rostro están estampados en vallas publicitarias, camisetas y pancartas, pero existe un amplio desacuerdo sobre lo que él representa. El gobierno venezolano rutinariamente lo menosprecia como un reaccionario de derecha de la clase dominante que quiere revertir el progreso social del chavismo y restaurar la aristocracia terrateniente; la derecha venezolana, por su parte, considera a López como un neomarxista, cuya propuesta de distribuir la riqueza petrolera del país entre la gente solo profundizaría la agenda chavista.

Durante sus tres años y medio en prisión, López se negó a permitir que nadie hablara por él. Aunque se le prohibió conceder entrevistas o emitir declaraciones públicas, y con frecuencia se le negó el acceso a libros, papel, bolígrafos y lápices, logró escribir mensajes en trozos de papel para que su familia los sacara de manera clandestina, y grabó un puñado de audios y mensajes de video que denunciaban al gobierno de Maduro. De vez en cuando, incluso se le podía oír gritando consignas políticas a través de los barrotes de la prisión militar donde lo mantenían en aislamiento.

López fue puesto en libertad bajo arresto domiciliario en julio pasado con la condición de que guardara silencio. Rápidamente se subió a la valla de su casa para hablar con una multitud de personas y luego grabó un video pidiéndole a sus seguidores que siguieran en la resistencia contra el gobierno. Tres semanas después lo volvieron a encarcelar pero, después de cuatro días, fue devuelto a su casa donde permanece bajo arresto domiciliario. Desde entonces, para gran desconcierto de sus seguidores, ha desaparecido de la vista del público. Mientras el país desciende a una crisis sin precedentes, con la tasa de inflación más alta del mundo, escasez extrema de alimentos y medicinas, apagones eléctricos constantes, miles de niños muriendo de malnutrición, el auge desenfrenado de la criminalidad en todos los estados, mientras suceden saqueos y disturbios en las calles, López no dice nada.

Hoy sus críticos no solo incluyen a la izquierda y a la derecha, sino a gran parte de los venezolanos que alguna vez lo vieron como un futuro presidente. No entienden lo que López está haciendo dentro de esa casa, escondida en esa calle arbolada de los suburbios acomodados de Caracas, pero sospechan que se ha sentido cómodo allí, junto a su esposa y sus hijos; que la riqueza de su familia lo aísla de la crisis económica; que la policía secreta que rodea su hogar lo protege del crimen, y no pueden evitar preguntarse si Leopoldo López finalmente se dio por vencido. Ellos saben, como él, que si emite una declaración pública, divulga otro mensaje de video o si vuelve a trepar el muro de su casa para dirigirse a sus seguidores, la policía secreta se apresurará a encarcelarlo de nuevo. En el pasado, López nunca permitió que ese peligro lo detuviera. Al menos tendría una oportunidad de expresarse y muchos se preguntan por qué no lo ha hecho.

Cada vez que López se conecta hay un parpadeo en la pantalla, luego se ve un borrón de color pixelado cuando su cara aparece. En días diferentes, en momentos diferentes, puede verse muy distinto. Hay mañanas en las que aparece con un suéter viejo, el pelo revuelto y una sonrisa cansada; en otras ocasiones se presenta con una camisa oxford, el pelo bien peinado y gafas de montura negra que no ocultan los signos de una noche de insomnio.

Pienso en un sábado de octubre. Fue unos minutos después del mediodía. Salí a caminar con mis hijos cuando un mensaje de López me llegó al teléfono. “La situación es muy delicada”, escribió. “Es posible que esté a punto de volver a la cárcel”. Rápidamente regresé a casa, abrí mi computadora portátil y, luego de un minuto, apareció en la pantalla. López tiene 46 años, mide 1,78 metros y está en forma. Estaba sentado en el escritorio de su sala de estar con el cabello bien recortado y el tono de su expresión era una mezcla de miedo, fatiga y furia.

Cuando le pregunté qué estaba pasando, López respiró profundamente. Apoyó un codo sobre el escritorio y se tomó la cabeza con la mano. “Anoche alrededor de las 19:30, vinieron a mi casa más de treinta oficiales de la policía política”, dijo. “Tenían más de diez autos. Cerraron toda la calle. Y luego vinieron a mi casa”. Durante más de una década, este dirigente ha contratado los servicios de una empresa privada de seguridad puesto que sus oponentes políticos han atacado sus eventos usando máscaras y pistolas, le han disparado a su vehículo y asesinaron a uno de sus guardaespaldas. Al estar bajo arresto domiciliario, se le permite mantener un pequeño grupo de guardias afuera de su residencia.

López explicó que durante la operación detuvieron a su jefe de seguridad y, desde entonces, nadie ha tenido noticias de él. “No había absolutamente ninguna razón legal para que se lo llevaran y no han permitido que ningún abogado vaya a verlo”, dijo López, luego miró hacia su escritorio y negó con la cabeza. “Así que esa es la situación”, dijo en voz baja. “Y quería decirte que estoy dispuesto a seguir adelante con esto que estamos haciendo”.

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