Rafael Cadenas: “Cuando los revolucionarios llegan al poder, olvidan toda la prédica y se dedican a enriquecerse”
Rafael Cadenas: “Cuando los revolucionarios llegan al poder, olvidan toda la prédica y se dedican a enriquecerse”
El ganador del Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca se desencantó temprano del comunismo. En la década de los 60 comenzó el alejamiento. “El comunismo fue un gran engaño: es un gran engaño”, asegura. Ironiza sobre los que afirman que la democracia en Venezuela es participativa: “Yo digo que es participativa porque pretenden participarle a la gente lo que tiene que pensar”

 

@diegoarroyogil

RAFAEL CADENAS (BARQUISIMETO, 1930) es la figura más prominente de la literatura venezolana. Junto con Guillermo Sucre, también de su generación, es el poeta principal de nuestro país. La ciudad de Granada acaba de otorgarle el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca. Como en el fallo el jurado destacó que la obra de Cadenas es “incómoda con cualquier manifestación totalitaria del poder”, fuimos a buscarlo para ponernos un poco al margen de la poesía y conversar con él un rato sobre política: durante su juventud, fue huelguista contra la dictadura de Pérez Jiménez, estuvo en la cárcel y en el exilio, militó en el Partido Comunista, y un día todo cambió.

—¿Le llamó la atención que el jurado del premio García Lorca hiciese esa observación sobre su obra?

—Sí, un poco. Es verdad que eso se nota en algunos poemas, pero no en la mayoría de ellos. Uno que señalan mucho es “Derrota”. El atractivo que tiene ese poema, quizá, es que es muy confesional. Eso le gusta a la gente. Hay en él algo de autoflagelación. Lo de “Derrota” es muy raro. Una vez estuve en Harvard, en una reunión con profesores y estudiantes, y la primera pregunta que surgió tenía que ver con ese poema. Hoy en día no estoy de acuerdo con nada de lo que dice “Derrota”.

—En su poema más divulgado. ¿En qué circunstancias surgió?

—Yo estaba con una depresión muy fuerte y veía a un psiquiatra. Un día, en el consultorio, mientras esperaba para que me atendiera, me puse a escribir frases. Luego me llamó Adriano González León, que trabajaba en el periódico Clarín, para pedirme que le llevara unos poemas. Le llevé varios, entre ellos “Derrota”, pero le dije que no sabía si eso era de verdad un poema. Él los leyó y dijo: “Este es el que vamos a publicar”. Adriano era muy certero en su gusto. A partir de ese momento “Derrota” comenzó a circular. Ha sido traducido al inglés, al alemán, al italiano, al francés. La atención que se le ha dado ha hecho que otros poemas hayan quedado de lado.

—»Derrota” es un poema de su época comunista, ¿cierto?

—Sí. 1961, 62, 63, no recuerdo con exactitud. Era la época de las guerrillas, pero había ya el sentimiento de que aquello había fracasado. Por eso el poema produjo ese impacto en la gente que lo leyó. Yo he contado que en ese momento nosotros apoyábamos la Revolución cubana, como casi todo el mundo. Incluso recibíamos con entusiasmo Lunes de revolución, un periódico literario que se publicaba en Cuba. Allí escribieron muchos que luego fueron perseguidos y tuvieron que irse. El comunismo fue un gran engaño: es un gran engaño.

¿Qué le hizo romper con el comunismo?

—Me fui alejando gradualmente. Recuerdo un día en que me encargaron de cuidar la casa del Partido Comunista en San José. Tuve que pasar toda la noche vigilando. El dirigente de la zona me había dado un revólver, por si tenía que defenderme, pero al mismo tiempo me había dicho: “Si hay un allanamiento, usted brinca la pared y corre”. Hubieran llegado y me hubiesen disparado.

Porque usted no hubiese dado un solo tiro.

—Para nada.

Es muy raro imaginar a Cadenas en esa situación.

—Yo mismo no me imagino.

¿Cómo llegó a involucrarse con el Partido Comunista?

—A través de lecturas: el Manifiesto, Engels, Marx, incluso Lenin.

¿Pero había en usted una aspiración de renovación social o simplemente un interés intelectual?

—Había una preocupación social. Eso debe haber sido alrededor de 1945, el año en que cayó Medina Angarita y vino la revolución de Acción Democrática, que tenía aires de cambio.

¿Le entusiasmó la Revolución de octubre?

—Al comienzo, no, pero después me fui acercando a la juventud comunista. Antes de eso había asistido a reuniones de la juventud de AD. Era algo habitual entre los jóvenes. Era una Venezuela mucho más pequeña. El país no tenía la complejidad de hoy. Recuerdo que cuando tumbaron a Medina yo estaba en un cine con algunos amigos. De pronto se interrumpió la película y apareció en la pantalla un letrero que decía: “Se le comunica al general tal que debe presentarse en el cuartel”. Cuando salimos, vimos dos autobuses llenos de soldados y nos dimos cuenta de que algo grave estaba ocurriendo.

¿Cómo vivió, en el 48, la caída de Rómulo Gallegos?

—Me pareció una barbaridad. El militarismo ha sido una peste para Venezuela, no lo militar, después de todo los países tienen ejército, pero aquí ha habido una desviación. Luego vino la dictadura de Pérez Jiménez…

—…que lo metió preso a usted… ¿por qué?

—Por participar en la primera gran huelga universitaria. Nos llevaron presos a 12 compañeros y a mí. Primero estuvimos en la cárcel del Obispo. Luego nos trasladaron a la cárcel Modelo, donde estuve 5 meses, hasta que un día unos agentes de la Seguridad Nacional me llevaron al aeropuerto de Maiquetía, me “invitaron” a montarme en un avión y me mandaron a Trinidad. Así fue como empezó el exilio.

Según entiendo, para usted el exilio no fue traumático.

—No, no lo sentí así. Di clases en un colegio, el Colegio Venezuela. Daba varias materias: Educación artística, Historia, Moral y cívica, Castellano… Siendo entonces Trinidad una colonia inglesa, había más libertad que en Venezuela.

Había en Trinidad más libertad que en Venezuela, ¿antes o ahora?

—Hoy vivimos un régimen dictatorial. Esta gente lo que hace es amenazar. Este hombre dijo que tenía listos mil calabozos para la oposición, algo inaceptable.

A «esta gente» ni la menciona, ni la escucha

Usted suele referirse a los gobernantes como “esta gente”, y al presidente, tanto a (Hugo) Chávez como a (Nicolás) Maduro, como “este hombre”. ¿Es adrede?

—Sí.

Recuerdo haberlo escuchado decir que no le gustaba mencionar a Chávez.

—No. Y tampoco menciono a este hombre. Ni lo escucho, pero no por arrogancia, es un juego que tengo, si no los nombro me parece que esto que pasa no está pasando. Además, yo critico sin odio.

En 1957, volvió del exilio. ¿Cómo hizo si Pérez Jiménez todavía estaba en el poder?

—Fue gracias a una amnistía que permitió el regreso a más de 100 exilados. Fíjate: esa dictadura sangrienta fue capaz de dar una amnistía y en cambio esta gente, no. Y eso que la dictadura de Pérez Jiménez mataba dirigentes y mandaba gente a campos de concentración, como Guasina.

Si estos pudiesen también lo harían.

—Sí, lo que pasa es que el tiempo es otro.

¿Por qué se alejó usted de la actividad política?

—Fue determinante darse cuenta de que lo que pensábamos del comunismo era una mentira. Cuando uno leía las noticias sobre la Unión Soviética creía que era propaganda capitalista. Después supimos que la “propaganda” capitalista se había quedado corta. En ese sentido fue muy importante el informe de Kruschev, que desenmascaró a Stalin. Fue increíble cómo pudieron engañar al mundo, a casi todos los intelectuales europeos, incluido Sartre, que era tan crítico.

—En una entrevista que le dio a la periodista mexicana Claudia Posadas, hace unos años, dijo que en la década de los 60 había vivido una “quiebra psíquica”. ¿Tuvo que ver con el derrumbe del comunismo?

—Sí, y con una ruptura con una mujer. Todo se juntó: el derrumbe del comunismo y la depresión.

Ese fue el punto de inflexión, entonces.

—Sí.

Viéndolo en retrospectiva, ese desencanto fue una toma de conciencia. No quiero decir que fue un sufrimiento necesario, pero en todo caso fue un paso importante aceptar la verdad.

—Sí, aunque la ruptura no fue brusca. Fue un alejamiento… En aquel momento no dije nada sobre el asunto.

Quizá no directamente, pero usted ya estaba escribiendo poesía.

—Es verdad. Fue el momento de Los cuadernos del destierro. Recuerdo que había mucha angustia y escribía de una manera febril, sin serenidad.

Muchos comunistas no sobrevivieron a esa crisis y se volvieron locos.

—Es muy difícil. No es fácil abandonar una idea. Generalmente se produce una crisis muy fuerte en la persona.

Por eso insisto en su valentía, así como en la de tantos otros. Pienso en Teodoro Petkoff y en su libro Checoslovaquia: el socialismo como problema, de 1969.

—Eso fue muy importante porque permitió que mucha gente abandonara el Partido Comunista y entrara en el MAS, que era socialista, democrático y civilizado. Teodoro tendió un puente que les facilitó a muchas personas hacer la transición sin crisis.

«A mí me interesa la democracia»

Por cierto que Teodoro le dijo un día a Leonardo Padrón, en una entrevista de radio, que Rafael Cadenas es un venezolano, un ciudadano ejemplar.

—Es una generosidad de Teodoro. No me considero un modelo para nadie. He tenido muchos extravíos. Siempre me he sentido muy a la deriva.

No ha cambiado con los años?

—No sé. Tal vez un poco.

¿Qué dan los años?

—Quizá una mayor conciencia, lo que permite ser más cuidadoso con la propia vida. Hay personas que a los 20 años saben qué es lo que quieren y qué van a hacer. Yo no estoy muy seguro todavía.

A los 85, ¿dónde se ubica políticamente?

—A mí me interesa la democracia. Pienso en una democracia superior, interiorizada, transparente. Siempre digo que a la democracia hay que cuidarla, aunque esté llena de fallas. La democracia no es perfecta, pero es el sistema que garantiza la libertad y dentro del cual el individuo tiene más posibilidades de desarrollarse. En un régimen dictatorial eso es imposible. Y es lo que estamos viviendo actualmente en Venezuela. La gente está sufriendo mucho. Es bueno recordar esto que es como una ley de la historia: cuando los revolucionarios llegan al poder, olvidan toda la prédica y se dedican a enriquecerse. Aquí hablan de democracia “participativa”. Yo digo que es participativa porque pretenden participarle a la gente lo que tiene que pensar. Se llaman defensores de la igualdad, ¿de cuál igualdad? Vivimos en una especie de economía de guerra, una economía en estado de emergencia. Eso produce mucha angustia en la población.

Hace muchos años, usted escribió: “Sólo en un sitio puede ser derrotada una sociedad: en el pecho de cada hombre”. ¿Sigue pensando lo mismo?

—Sí. Una sociedad también puede ser derrotada en unas elecciones, pero lo que quiero decir es que la democracia es una cuestión interior. Hay que ser demócrata en todo momento: en la calle, en el trabajo, en el hogar. De pronto en una casa de gente democrática lo que hay es autoritarismo.

Finalmente, la pregunta de Hölderlin, que viene muy bien a cuento en esta época: ¿para qué poetas en tiempos de penuria?

—Para ver qué se puede hacer con ella.