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Balance ambiental 2023: del flojo combate a la minería ilegal a las expediciones que buscan preservar especies
Mientras los focos de explotación de oro proliferan en el sur del país e incrementan las zonas deforestadas o degradadas, en el Lago de Maracaibo la eutrofización –exceso de nutrientes inorgánicos en un ecosistema acuático– continúa causando estragos y aleja a pescadores, deportistas y turistas.
En contraposición, otros venezolanos inclinan la balanza en favor de lo ambiental: se esfuerzan por salvar a animales en extinción o crean iniciativas que permitan investigar el uso de los suelos y las aguas en el país.

@loremelendez para Mongabay

 

Dos fotografías satelitales condensan dos de las deudas ambientales más graves de Venezuela en 2023. Una es la del lago más grande de América Latina, el Lago de Maracaibo, con aguas que se tornaron verdes en medio de la contaminación que lo sobrepasa. La otra, la del cerro Yapacana, en el parque nacional del mismo nombre, donde la explotación de oro continúa por encima de cualquier ley, pese a las repetidas incursiones militares del gobierno de Nicolás Maduro en esta zona. Ambos casos están vinculados a las industrias extractivas del país y se desarrollan sin ningún tipo de control.

A pesar de estas realidades, el gobierno venezolano asistió a la Cumbre Amazónica para dictar cátedra sobre lo que se debe hacer para proteger a la Amazonía sin mencionar el grave problema ambiental.

En tanto, Estados Unidos levantó las sanciones comerciales que pesaban sobre funcionarios e individuos conectados con la administración de Maduro, incluso aquellas que tienen que ver con las compañías petroleras y mineras del Estado, lo que podría significar un enorme riesgo para el ambiente.

Pero en 2023 también hubo espacio para las buenas noticias. El país ya cuenta con Mapbiomas Venezuela, una plataforma multitemporal que se actualizará cada año, y que reúne series históricas de mapas anuales de cobertura y uso del suelo, así como de agua, a partir de 1985. En una nación sin datos, esta información es clave.

“La idea es que se use para monitoreo y planificación y que se utilice para diseñar políticas públicas y como una herramienta de veeduría de la sociedad civil”, indica Tina Oliveira, coordinadora de Sistemas de información Socioambiental de Wataniba, una de las organizaciones que participó, junto a Provita, la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (Raisg) y el Laboratorio de Sistemas de Información Geográfica y Modelado Ambiental (LSIGMA) de la Universidad Simón Bolívar, en la creación de la herramienta.

Otra  nota positiva de 2023 con foco ambiental es que las iniciativas para salvar al Caimán del Orinoco (Crocodylus intermedius), en peligro de extinción, hicieron posible una alianza con el Zoológico de Dinamarca para que hasta allí se trasladaran siete ejemplares de la especie, con el objetivo que sus crías retornen al cabo de unos años a su hábitat natural. Estos y otros temas son parte del balance ambiental de Venezuela de este año.

minería ilegal en Canaima

Lo malominería ilegal en expansión versus incursiones militares

Aunque desde finales de los años 80 se tienen reportes de minería artesanal en Yapacana y se dio cuenta de un repunte de la actividad entre 2012 y 2014, no fue sino en 2019 cuando investigadores de SOS Orinoco confirmaron que la explotación estaba en manos de la guerrilla colombiana del ELN, y también de las disidencias de las FARC, quienes actuaban en complicidad con diversos componentes de la Fuerza Armada venezolana.

“En los últimos meses se ha incrementado la actividad, ya en los siete municipios de Amazonas hay focos de minería”, asevera el líder indígena baniva Eligio Da Costa, coordinador general de la Organización Regional de Pueblos Indígenas de Amazonas (ORPIA). Acotó que, a los puntos mineros que causan deforestación, se suman aquellos que están dentro de las aguas: las balsas de explotación fluvial que socavan los lechos de los ríos para extraer oro, como ocurre en el río Atabapo, al sur del estado.

“Es una actividad que destruye los territorios, la biodiversidad, la fauna, y genera consecuencias en nuestra cultura porque influye en nuestras actividades tradicionales. Siempre hemos mantenido esa convivencia sana con la naturaleza, pero la minería va más rápido que los procesos organizativos de nuestros pueblos”, señala.

 

 

El pasado 13 de septiembre de 2023, justo cuando se conmemora el Día de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas, se produjo un operativo armado de las fuerzas de seguridad del Estado venezolano en la mina “Cacique”, en el Parque Nacional Yapacana. Se habló de varios muertos y heridos, circularon fotos de personas ensangrentadas, se dijo que los afectados fueron trasladados a un hospital en la frontera Colombiana, pero desde el gobierno solo hubo silencio.

La incursión militar fue parte de la Operación Autana que, desde diciembre de 2022, ha desarrollado redadas para “erradicar” la minería ilegal en un estado donde, por decreto está prohibida la actividad extractivista. Sin embargo, organizaciones defensoras de los derechos humanos ambientales y de las comunidades indígenas indican que el número de yacimientos continúa en expansión.

De acuerdo con información satelital divulgada por la organización Wataniba, solo en los territorios de los pueblos ye’kwana y sanema, en los municipios Alto Orinoco y Manapiare, hay 70 focos de minería ilegal que han deforestado 934 hectáreas. El problema ambiental, según la misma organización, se aceleró en medio de la pandemia.

En mayo, otro incidente ocurrido en Amazonas generó alarma. El jefe del Comando Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional (Ceofan), G/J Domingo Hernández Lárez, informó que la noche del 28 de mayo, un puesto de la Fuerza Armada Nacional fue atacado “con arcos y flechas” por indígenas que reclamaban la incautación de un cargamento de comida y de materiales para la explotación del oro que abastecería las minas ilegales de Yapacana.

Adicionalmente, los yanomami, otro pueblo indígena que vive en los estados Amazonas y Bolívar de Venezuela, también están asediados por la minería. En un reportaje publicado por Mongabay Latam, expertos detallaron que la dependencia de los indígenas por los productos industrializados ha impulsado que dejen sus conucos y se vayan a trabajar en las minas. La malaria que los afecta, vinculada directamente con la actividad extractivista, así como otras enfermedades como el sarampión, apenas son atendidas por los precarios servicios de atención sanitaria del país. Esa misma realidad se repite al menos en 38 pueblos indígenas del sur de Venezuela, de acuerdo con una publicación de Mongabay de septiembre pasado.

Foto del satélite Sentinel 2 del programa Copernicus de la Agencia Espacial Europea (19 junio 2023)

Lo feo: el “monstruo verde” del Lago de Maracaibo

Durante los últimos cinco años, el Lago de Maracaibo, repleto de torres, tuberías y balancines de la empresa petrolera venezolana, no ha dejado de ser noticia. A sus aguas, cargadas de derrames de hidrocarburo, eutrofización (exceso de nutrientes inorgánicos en un ecosistema acuático), aves manchadas de negro y peces contaminados, llegó en 2023 un huésped que, según la Fundación Azul Ambientalistas, ocupó en julio pasado el 70% de su superficie: la cianobacteria Microcystis. Esta bacteria es una microalga estudiada por científicos del Laboratorio de Microbiología Agrícola del Instituto de Investigaciones Agronómicas de la Facultad de Agronomía de la Universidad del Zulia (LUZ), que hizo que el cuerpo de agua del lago se tornara verde, y que así se viera desde el espacio.

La presencia del “verdín”, como se le conoce popularmente, además de teñir las aguas y volverlas más densas, causó la muerte de distintas especies de fauna y alejó a pescadores y a quienes practican allí deportes acuáticos a diario. El Concejo Municipal de Maracaibo declaró la emergencia del Lago a mediados de julio y exhortó a PDVSA, la compañía estatal petrolera, a cesar los derrames y ocuparse de su limpieza. Solo en el primer semestre del año se registraron 23 derrames en este cuerpo de agua, además de otros 21 en seis estados del país.

Además de los derrames, hay basura que se vierte directamente en el Lago y otra que llega desde los ríos que lo alimentan, así como aguas servidas que se depositan en su cauce. Para el  ingeniero agrónomo y director de la Asociación Civil para la Conservación del Lago de Maracaibo (ACLAMA), Ausberto Quero, el grave problema social y ambiental es que aunque se hagan limpiezas, jamás se atacan las causas que tienen a este cuerpo de agua en su peor momento.

 

 

“Los sistemas de recolección municipal no están funcionando porque no hay suficientes camiones recolectores de desechos y las frecuencias con las que hacen su trabajo son muy bajas”, advierte Quero, quien explica que las comunidades zulianas que viven a orillas de las quebradas lanzan basura a estas y desde allí se va al Lago.

“Y eso pasa en todos los poblados, no solo de Zulia, sino también de toda la cuenca del Lago, que son los estados Trujillo, Táchira, Mérida y parte de Lara, además de los desechos que vienen del lado colombiano a través de la cuenca del río Catatumbo”, detalla.

A este cóctel que acelera la eutrofización, se añaden los fertilizantes usados en la industria agroalimentaria del Zulia, una de las más importantes de Venezuela. El nitrógeno, producto de esta actividad, también va a parar a las aguas del Lago.

Aunque desde el Ejecutivo venezolano se ha hablado de soluciones a esta crisis, poco se ha hecho para remediarla. Quero, también miembro de la junta directiva del Colegio de Ingenieros del estado Zulia, recuerda que la alerta del “verdín” obligó al Estado a prometer un plan de muestreo de las aguas de todo el Lago. Esto permitiría monitorear el balance de los nutrientes presentes en el cuerpo de agua. Hasta ahora no se ha mostrado ningún resultado.

“No hay un seguimiento, no hay un programa, no hay un cronograma que nos determine cuándo vamos a empezar a ver algunos resultados. Lo que sabemos, hasta ahora, es que hay intentos de reactivar los sistemas de tratamiento de las aguas. Se han limitado, básicamente, a limpiar las costas”, asevera el experto.

Lo político: el “reacomodo” ambiental en la Cumbre Amazónica

La ausencia de Nicolás Maduro durante la Cumbre Amazónica, convocada en agosto por el presidente brasileño Luiz Inácio “Lula” da Silva, llamó la atención durante 2023. La versión oficial fue que una otitis impidió al mandatario venezolano acudir a la cita donde se encontrarían los líderes de los ocho países que integran la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA). En su lugar, su vicepresidenta, Delcy Rodríguez, encabezó la delegación venezolana que dio a conocer las “líneas estratégicas” diseñadas por Maduro para actuar en la defensa del bosque húmedo tropical más grande del mundo.

Su primera propuesta fue declarar “la emergencia regional de los países amazónicos”, por los problemas que afectan a la cuenca amazónica. Por otro lado, pidió la conformación de una “fuerza de tarea ambiental” de los países de la OTCA, que Maduro considera clave para que ministros y funcionarios de los distintos gobiernos se encuentren y organicen.

El documento presentado por Venezuela incluyó la promoción de un plan de deforestación cero, así como un programa de reforestación y la creación del banco de semillas amazónicas. Pero son proyectos que van en contraposición a lo que ocurre en el país. El informe “Bosques en desaparición: Deforestación en Venezuela 2016-2021”, de la organización Clima21 ––especializada en la defensa de derechos humanos ambientales–– confirmó la alta tasa de deforestación que existe en la nación, una tendencia que se aceleró en los últimos años.

De acuerdo con el informe, cinco estados concentran el 57% de la deforestación nacional. En dos de estos, la minería ilegal se ha impuesto como la economía de la zona.

Entre las propuestas de Maduro, también se busca promover  la apertura de un Centro de Investigación Amazónico, la creación de un cuerpo amazónico para el combate de incendios forestales y el lanzamiento de un satélite que permita el monitoreo remoto de toda el área.

Sin embargo, ninguna propuesta tuvo un eco concreto en los más de 100 objetivos acordados en la Declaración de Belém que dio por finalizado el encuentro. Rodríguez habló de la necesidad de “erradicar” la minería ilegal sin señalar cómo hacerlo. En su lugar, apoyó la adopción de “prácticas mineras responsables”. De acuerdo con un informe de 2016 de la Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada Transnacional, la minería produce más del 80% del oro que se extrae en el país.

El comentario de la vicepresidenta sobre la minería ilegal en la Cumbre de la Amazonía es un reflejo de “los reacomodos que se han visto desde los últimos meses” en el país en materia ambiental, considera el sociólogo, investigador y fundador del Observatorio de Ecología Política de Venezuela, Emiliano Terán Mantovani. Para él, las incursiones militares que emprendió el gobierno venezolano dentro de su territorio amazónico contra los yacimientos comandados por organizaciones criminales o grupos de la guerrilla colombiana, le dieron base a la funcionaria para fustigar la minería ilegal.

Un mes antes de la Cumbre, prosigue Terán Mantovani, ya Venezuela se había anotado una pequeña conquista: los primeros pasos hacia la obtención de un financiamiento de la Global Gateway, una iniciativa de la Unión Europea para apoyar económicamente proyectos que promuevan la sostenibilidad, la competitividad y la seguridad en diversos sectores. Los fondos buscan reducir las emisiones contaminantes de metano que se desprenden de los pozos petroleros inactivos y lograr que estos se conviertan en gas natural que se exportaría a Europa y que combatiría la escasez del recurso que sufre el bloque desde el inicio de la guerra en Ucrania.

Lo preocupante: levantamiento de sanciones sin foco ambiental

La Global Gateway es una de las primeras puertas que se abrió al gobierno de Nicolás Maduro previo al levantamiento de sanciones de Estados Unidos. Estas sanciones fueron una serie de medidas dictadas a partir de 2014 por el gobierno norteamericano para restringir las actividades comerciales de funcionarios y aliados del presidente venezolano – y que posteriormente abarcó a la industria petrolera y minera– debido a las constantes violaciones a los derechos humanos y a sus vínculos con la corrupción y delitos transnacionales. La decisión de levantar estas medidas implica el retorno de las relaciones comerciales y financieras de los afectados con compañías de ese país.

Poco después de tomada esta decisión, la Unión Europea acordó también la flexibilización de las restricciones impuestas a Venezuela, lo que permitirá a agencias y organizaciones de derechos humanos internacionales transar pactos con los sancionados sin que se considere delito.

Estas disposiciones no aseguran un panorama favorable para los recursos naturales del país, según Terán Mantovani. “En el caso petrolero, todo depende de los tipos de acuerdo que se están desarrollando (…) Las licencias con Chevron son concesiones bastante favorables a las empresas extranjeras con un nulo control ambiental”, afirma el sociólogo.

En cuanto del oro, tampoco hay buenas expectativas. Para SOS Orinoco, organización que documenta las consecuencias de la industria extractivista en la Amazonía, el levantamiento de las sanciones de Estados Unidos a Minerven, la estatal minera venezolana, podría permitir la entrada de empresas y refinadoras de oro foráneas, así como el establecimiento de relaciones comerciales formales que profundicen la destrucción ambiental en el Arco Minero de Orinoco en 2016.

“Los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, y los refinadores de oro serios no tienen ninguna manera de fiscalizar ni saber qué ocurre dentro de Minerven. El régimen utilizará a Minerven como un embudo para canalizar por allí todo el oro que seguirán sacando de áreas protegidas, utilizando mercurio ilegal y violando DDHH y derechos ambientales”, apuntó la organización en el mismo mensaje.

Para Terán Mantovani, “al estar (el gobierno) tan endeudado y desesperado por mayor captación de fondos, prácticamente no hay ningún requerimiento sobre lo ambiental”.

Lo bueno: el esfuerzo ambiental por salvar las especies y preservar la memoria

En enero de 2023, siete caimanes del Orinoco (nombre científico) emprendieron el que es, hasta ahora, el viaje más largo de sus vidas. Desde el Hato Masaragual del estado Guárico, en el corazón de los llanos centrales venezolanos, hicieron una travesía hasta el zoológico de Cocodrilos de Dinamarca, a una hora de Copenhague, en cajas especiales que los trasladaron por tierra y aire. El acuerdo es que, tras reproducirse, sus crías regresarán a Venezuela.

El responsable de toda la expedición ambiental fue Álvaro Velasco, biólogo venezolano que lleva décadas de trabajo en la preservación de esta especie en Peligro crítico de extinción, de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Velasco preside también el Grupo de Especialistas de Cocodrilos de Venezuela que, junto a la Fundación para el desarrollo de las ciencias físicas, matemáticas y naturales (Fudeci), lideraron el proyecto.

Esta no es la única iniciativa en el país que protege a la especie. Hatos y reservas de fauna se ocupan de que las crías de los caimanes —que en realidad son cocodrilos, pero se les conoce así en Venezuela y Colombia— sobrevivan al menos durante su primer año de vida para luego reinsertarlas a la vida silvestre. En mayo, el Zoológico Leslie Pantin de Turmero, en el norteño estado Aragua, liberó a 160 ejemplares en el Hato Masaragual. En 2024, espera hacer lo mismo con más de 200 gracias a que el Zoológico de Indianápolis, en Estados Unidos, les donó siete tanquillas de levante o estanques de crianza que aumentaron la capacidad de conservación de estos reptiles.

“Lo ideal es que estas crías, al año, cuando las estemos liberando, midan más de 80 centímetros (…) Un animal que tiene ese tamaño, y que pesa alrededor de tres kilos y hasta cuatro kilos, puede tener mucha más oportunidad de vivir porque se va a disminuir la cantidad de depredadores que se lo pueden comer”, relata el veterinario Federico Pantin, quien dirige el Zoológico Leslie Pantin.

Hay quienes dedican sus esfuerzos a otras especies mucho más pequeñas que también están en peligro de extinción. Es el caso de Margarita Lampo, zoóloga, herpetóloga e investigadora emérita del Instituto Nacional de Investigaciones Científicas, quien se ocupa de dirigir acciones que protejan el hábitat del sapo arlequín de Rancho Grande (nombre científico) , un anfibio endémico de Venezuela amenazado por un hongo, y al cual se busca reproducir en laboratorio para salvarlo. Otros, en cambio, preservan la memoria, como los investigadores Oscar Miguel Lasso-Alcalá e Ivan Mikolji, quienes intentan salvar la colección de 705 ejemplares de peces de la Fundación La Salle de Ciencias Naturales, en Caracas, al tiempo que evalúan el estado de conservación de otras 90 especies para la Lista Roja de la UICN.

 

Organizaciones sociales venezolanas exigen que se firme el Acuerdo de Escazú para frenar violencia contra líderes indígenas
En la conmemoración de un año del asesinato del líder indígena Virgilio Trujillo que se oponía a la minería ilegal en el estado Amazonas, dos organizaciones ambientales y de derechos humanos piden que Venezuela firme el acuerdo de Escazú
En Venezuela fueron asesinados 17 defensores del medio ambiente entre 2013 y 2021, según datos de la organización de la sociedad civil Global Witness

Por David Tarazona (Mongabay)

“Observamos con preocupación el desinterés de nuestro Gobierno de unirse al Acuerdo de Escazú. Nuestro pueblo uwottuja presente en el municipio Autana, estado Amazonas, le pide firmarlo porque Escazú contiene elementos como la protección de la biodiversidad y de los defensores del medio ambiente”, dice un líder indigena del pueblo uwottuja, que pidió la protección de su nombre debido a la grave situación de seguridad que se vive en el sur de Venezuela. Hace poco más de un año, el 30 de junio de 2022, fue asesinado en Autana el líder uwottuja Virgilio Trujillo por oponerse a las pistas ilegales del narcotráfico y a la minería ilegal.

El Acuerdo de Escazú es un tratado regional que entró en vigor en 2021 y que promueve el acceso efectivo a la información ambiental, a la justicia en los casos requeridos y la participación en la toma de decisiones que afecten el ambiente. Además, incluye la protección de los defensores ambientales, un problema clave considerando que el 68 % de los asesinatos de defensores ambientales en los últimos 10 años se ha registrado en Latinoamérica. En total, 25 países de la región lo han firmado, algunos tienen pendiente su ratificación —como Brasil y Perú— y otros como Venezuela, Cuba y Honduras simplemente decidieron no adherirse.

Defensores ambientales Venezuela. Las comunidades yukpa fueron desplazadas hacia partes alta de la Sierra de Perijá. Foto: Hernando Vergara.
Las comunidades yukpa fueron desplazadas hacia partes alta de la Sierra de Perijá. Foto: Hernando Vergara.

Con la esperanza de que el gobierno venezolano se una a Escazú para garantizar información a los ciudadanos sobre temas ambientales claves, así como la protección de los defensores de los ecosistemas, las organizaciones de la sociedad civil venezolana Clima21, Sinergia, La Vida de Nos y la red Odevida emitieron un comunicado público que reúne sus principales demandas. “Invitamos al Estado venezolano a firmar y ratificar de forma inmediata (…) Recomendamos la adopción de medidas de derecho interno necesarias para el aseguramiento del cumplimiento de los derechos de acceso y divulgación de información ambiental, acceso a la justicia ambiental, y promoción de la participación pública en asuntos ambientales”, dice la solicitud que fue publicada el 5 de junio, el día mundial del medio ambiente.

La situación de violencia contra los líderes ambientales de Venezuela es apremiante. La red de organizaciones de la sociedad civil Odevida —integrada por Clima21, Provea y la colombiana Pares, entre otras— documentó que 32 líderes indígenas y ambientales fueron asesinados entre 2013 y 2021. “En total 21 de ellos fueron asesinados por sicarios mineros o miembros de organizaciones guerrilleras colombianas y 11 por efectivos de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB)”, según Odevida.

La mina de Campo Carrao, en el Sector Occidental del Parque Nacional Canaima. Crédito: SOS Orinoco.

¿Por qué Venezuela necesita firmar el Acuerdo de Escazú?

“En particular, Venezuela es uno de los países donde Escazú puede ser más importante. Necesitamos el acceso a la información, la participación y a la justicia en temas ambientales”, dice Alejandro Álvarez, biólogo y coordinador de la organización no gubernamental Clima21. Agrega que en el país no tienen acceso a ningún tipo de información oficial del medio ambiente y que el gobierno no ha manifestado intención de ratificar el acuerdo.

Agrega que si el país decidiera unirse al tratado, podría hacerlo de manera relativamente sencilla. “Venezuela solo necesitaría manifestar su voluntad de hacerlo ante el organismo que coordina el Acuerdo de Escazú (la CEPAL) y seguir los pasos necesarios para legalizar este proceso: firma del acuerdo y ratificación por parte de la Asamblea Nacional. En el primer aspecto es donde está el obstáculo, el gobierno nacional no tiene ninguna intención de hacerlo”.

En los resultados de una encuesta publicada en abril de 2023 por Clima21, al menos 57 líderes y organizaciones ambientales manifestaron no sentirse seguros  al desempeñar su labor. Para el 60 % de las organizaciones encuestadas, la defensa de los derechos ambientales en Venezuela es una actividad de riesgo y el 26 % de los encuestados dijo que ha sufrido agresiones por su trabajo.

Álvarez, además, comenta que Venezuela presenta una violencia creciente contra los defensores del territorio, en particular, de líderes indígenas en los últimos años. Precisa que las formas de violencia perpetrada incluyen asesinatos, agresiones y hostigamientos. “Escazú pudiera ser una base de sustentación importante para proteger a estas personas”, agrega.

Defensores ambientales Venezuela. Organizaciones indígenas discuten sobre efectos de la minería en Amazonas. Foto: Revista SIC.
Organizaciones indígenas discuten sobre efectos de la minería en Amazonas. Foto: Revista SIC.

Los datos respaldan la visión de Álvarez. Según la organización de la sociedad civil Global Witness, que mide la violencia contra defensores ambientales a nivel global, 17 defensores han sido asesinados en Venezuela entre 2013 y 2021. Según la ONG, al menos catorce de estas personas se oponían a la minería o actividades extractivas, y doce de los asesinatos se presentaron en los estados amazónicos del país, principalmente Bolívar.

En términos de origen de los asesinados, trece de los 17 eran indígenas. Detrás de estos crímenes, según Global Witness, están sobre todo las fuerzas armadas del país en ocho de los casos, mafias o crimen organizado en cuatro y sicarios en un número similar.

Aunque las cifras de Global Witness cubren hasta 2021, el 2022 no fue un mejor año. En marzo de 2022, se reportó una masacre del pueblo yanomami en el estado Amazonas. Militares del puesto de la sierra Parima Tapirapecó fueron señalados como los responsables de la muerte de cuatro pobladores indígenas, en medio de una disputa sobre el uso del servicio de Wifi. En junio del mismo año, el líder indígena uwottuja Virgilio Trujillo fue asesinado por su oposición a las pistas ilegales del narcotráfico y la minería ilegal en Autana, estado Amazonas. Las organizaciones de la sociedad civil firmantes del comunicado consideran que la firma de Escazú sería un primer paso en la búsqueda de justicia y prevención de casos como el de Trujillo. “Demandamos la investigación de forma inmediata del asesinato del guardián territorial y líder indígena Virgilio Trujillo, y con esto se inicie el proceso judicial correspondiente en contra de los responsables”, se lee en el escrito.

Alejandro Alvárez comenta que tanto en 2022 como en 2023 se han registrado acciones muy graves contra pobladores indígenas al sur del estado Amazonas. Esta violencia, asegura, ha causado la muerte de algunos miembros de estos pueblos. En junio de este año, líderes del pueblo yekuana denunciaron a través de  la organización de la sociedad civil Kapé Kapé la incursión de mineros ilegales en su territorio. Estas actividades ilegales han traído amenazas, agresiones y atentados contra quienes se oponen, según Kapé Kapé.

Asimismo, en febrero de este año, expertos que trabajan con los yanomami señalaron que este pueblo enfrenta el mismo problema. En sus tierras se han detectado por lo menos 50 focos de minería ilegal, como reveló un informe de 2022 de la organización de la sociedad civil SOS Orinoco. Esta extracción ilegal de oro, según SOS Orinoco, se desarrolla con mayor ímpetu en Venezuela desde la implementación de la política del Arco Minero del Orinoco en 2016.

“En el Alto Orinoco, en las tierras ancestrales de los yanomami, estamos viendo una invasión de garimpeiros (mineros) brasileños que saben que pueden hacer negocio con las autoridades civiles y militares venezolanas. Hay un puesto de la Guardia Nacional Bolivariana en esta zona”, explica Cristina Burelli, fundadora de la organización de la sociedad civil SOS Orinoco. La experta añade que si en el informe de SOS Orinoco de 2022 detectaron que existían 50 focos de minería ilegal en tierras yanomami, hoy esos puntos han aumentado a 99. “Son 44 focos más que en el último informe nuestro y además la mayoría es de actividad visible en imágenes satelitales”, indica.

Para Burelli, el estado venezolano no tiene la voluntad política de acabar con la minería ilegal en el sur de Venezuela. Y denuncia que el operativo militar contra la minería ilegal en el Parque Nacional Yapacana es una suerte de “vitrina” que Maduro quiere mostrar ante el mundo, pero que la actividad no ha parado de crecer, según lo demuestran los estudios elaborados por SOS Orinoco.

Indígenas Hoti en Venezuela. Foto: Óscar Noya.
Indígenas Hoti en Venezuela. Foto: Óscar Noya.

“Veo con mucha preocupación cómo el estado Amazonas está siendo destruido y despojado de sus recursos minerales y vegetales a la vista de todo el mundo”, dice el líder uwottuja que pide la protección de su nombre. Cita que los dos principales focos de minería ilegal son el Parque Nacional Yapacana y el Guayapo, en el municipio de Autana. Resalta, además,  la presencia de grupos armados ilegales que se dedican al narcotráfico y a la minería, y que someten a los pobladores indígenas a condiciones de esclavitud. Agrega también que estos grupos armados llegan a las comunidades “con amenazas de muerte a los líderes, las mujeres y jóvenes”.

El líder demanda la ratificación del Acuerdo de Escazú para proteger a los defensores del medio ambiente. “Es necesario la articulación del pueblo Indígena y el gobierno para la defensa del medio ambiente en el Estado Amazonas”, dice.

Mongabay Latam habló con María Daniela Maldonado de Rincones, abogada, docente y defensora de Derechos Humanos y de Derechos de Pueblos Indígenas, que trabaja actualmente en la Oficina de Derechos Humanos del Vicariato Apostólico —sede de la Iglesia Católica— de Puerto Ayacucho, estado Amazonas.

Maldonado considera que el país debe sumarse al Acuerdo de Escazú. “Venezuela debe adherirse porque nuestro medio ambiente se está devastando por una serie de poderes económicos que no les importa quién sea afectado, sino solamente el dinero por encima de lo ambiental y lo humano. Todo lo entregan por sacar cualquier mineral”, comenta.

La abogada resalta que el acuerdo permitiría una mayor protección de los defensores ambientales y los líderes indígenas. Además del caso de Virgilio Trujillo, Maldonado rechaza el asesinato en mayo de 2017 del líder indígena Freddy Menare de la Organización Indígena del Pueblo Uwottuja de la Cuenca del Sipapo de Amazonas (OIPUS), quien murió en la misma zona. “A ambos los mataron en Atures (estado Amazonas) con disparos y sus casos siguen impunes”, señala.

degradación ambiental por minería ilegal en Yapacana. Crédito: MAAP program of Amazon Conservation
Degradación ambiental por minería ilegal en Yapacana. Crédito: MAAP program of Amazon Conservation.

Cristina Burelli  ha denunciado también que las disidencias de la exguerrilla colombiana FARC y el ELN continúan intimidando a los pueblos indígenas uwottüja o piaroa cercanos al área de la zona minera del Yapacana. También señala que estas intimidaciones han ido contra comunidades ye’kwana (yekuana) que se oponen a la invasión de las guerrillas colombianas para hacer minería ilegal en la zona del Caura.

Esta y las demás situaciones mencionadas, han llevado a que los indígenas protesten de manera coordinada ante el estado venezolano, exigiendo condiciones de seguridad. El 9 de junio de 2023, hubo un plantón en la Defensoría del Pueblo por parte de indígenas de los pueblos uwottoja y jivi de la Amazonía venezolana con el apoyo de 39 organizaciones civiles, exigiendo respuestas a sus denuncias por el avance de la minería ilegal, así como por la “presencia de grupos irregulares, la represión estatal y grave crisis social”, principalmente en el área del Yapacana.

Mientras el gobierno venezolano sigue en silencio respecto a si tiene la voluntad de firmar el Acuerdo de Escazú, los pueblos indígenas y otros defensores ambientales del país seguirán realizando su labor, expuestos a las agresiones y la violencia.

2023 inició con cinco derrames petroleros y una fuga de gas en el Lago de Maracaibo
La Academia de las Ciencias de Venezuela denunció que entre el 2020 y el 2021 hubo derrames por aproximadamente 200 mil barriles de crudo

Texto: Mongabay

 

El portal web Mongabay Latam señaló que en Venezuela el año 2023 inició con derrames petroleros y una fuga de gas en Lago de Maracaibo. 

El pasado 7 de enero, el el investigador Eduardo Klein publicó a través de su cuenta en Twitter sobre un nuevo derrame de petróleo en Maracaibo. 

“Este derrame petrolero al sur Bachaquero, costa oriental del Lago Maracaibo, tiene más de cinco meses chorreando. Ni una sola acción por parte de Pdvsa”, escribió. 

Un día después, Klein afirmó: “Siguen los derrames en la costa occidental del Lago Maracaibo, en Barranquitas. El que está más al norte afecta a más de 30 kilómetros cuadrados”.

Mongabay Latam conversó con el oceanólogo Klaus Essig y este aseguró que en Bachaquero hubo cinco derrames en los primeros días de enero”.

«No hay una estimación precisa sobre cantidad de derrames. En algunos casos se habla de hasta mil barriles de petróleo diarios. Serían 30 mil barriles al mes, esos son como 300 mil barriles al año”, dijo Héctor Severeyn.

Klaus Essig afirmó que hay más de 4 mil derrames al año. Las filtraciones más pequeñas son de 5 a 6 barriles, mientras que las mayores alcanzan de los 15 a los 40 kilómetros de largo, es decir, pueden ser decenas o cientos de barriles.

Según Essig, hay derrames constantes a diario. La Academia de las Ciencias de Venezuela denunció que entre el 2020 y el 2021 hubo derrames por aproximadamente 200 mil barriles de crudo.

La contaminación del lago también se ha manifestado en la presencia de metales que perjudican la salud humana y de otros animales. 

“Hace un tiempo se reportó que había alto niveles de banadio en los peces, que al parecer también estaba generando malformaciones en humanos”, dijo Severeyn. “El banadio y el plomo son los metales que más se encuentran en el petróleo”, complementó.

También se han denunciado los altos niveles de sulfuro, flúor, nitrógeno, detergentes y coliformes fecales (bacterias en heces).

 

*Vea el reportaje completo en Mongabay 

#RíoTáchiraEnvenenado: una cuenca binacional que agoniza en silencio en Colombia
El río Táchira ha sido testigo de migraciones, narcotráfico, contrabando y crimen organizado. Los enormes problemas de este sector de la frontera colombo-venezolana han invisibilizado su crítica situación ambiental
Vertimientos de desechos agrícolas, industriales y domésticos han contaminado el río Táchira mientras se enfrenta a otros fenómenos que agravan su situación en el lado colombiano: minería de material de arrastre, deforestación en su ribera y acaparamiento ilegal de agua

Por: René Mora

*Este reportaje es una alianza periodística entre Mongabay Latam y La Opinión de Cúcuta, Colombia

 

Cada vez que el río Táchira, fronterizo entre Colombia y Venezuela, es protagonista a nivel mundial no lo es por las afectaciones ambientales que padece sino por eventos políticos, comerciales y hasta de seguridad. Los roces diplomáticos entre ambos países, la presencia de bandas criminales, el contrabando de hidrocarburos y el constante flujo de migrantes por el cierre de los pasos fronterizos entre el departamento colombiano de Norte de Santander y el estado venezolano de Táchira, han hecho que los daños ecológicos pasen desapercibidos.

El río Táchira es recordado por el concierto Paz Sin Fronteras, en marzo de 2008, cuando el cantante colombiano Juanes invitó a un grupo de artistas para apaciguar las tensas relaciones entre los gobiernos de Álvaro Uribe (Colombia) y Hugo Chávez (Venezuela) y así estrechar los lazos de hermandad. Sin embargo, en ese momento nadie advirtió el bajo caudal del río y no hubo reparo para que su lecho sirviera de palco para cerca de 400 000 espectadores que disfrutaban del espectáculo sobre la tarima instalada en el puente Simón Bolívar, que une a la población colombiana de La Parada con la localidad venezolana de San Antonio.

Hoy, los niveles del río Táchira siguen siendo mínimos casi todo el tiempo e incluso es posible cruzarlo a pie, sin obstáculos, solo con el temor que infunden los ilegales que controlan las trochas en esa zona de frontera, donde el contrabando es el rey y el río no es más que un escollo que hay que sortear para seguir robusteciendo las finanzas de los grupos al margen de la ley.

Cuando el caudal baja considerablemente, sobre el lecho del río apenas se vislumbran hilos de agua o se forman especies de pozos que se mezclan con las aguas servidas de las diferentes poblaciones que se asientan a su alrededor, desde su nacimiento en la cima del cerro Las Banderas, a 3368 metros sobre el nivel del mar, en el fronterizo Parque Nacional El Tamá (Venezuela), hasta su desembocadura en el río Pamplonita, en la ciudad colombiana de Cúcuta, capital de Norte de Santander. En esta ciudad es donde más se percibe la escasez del recurso ya que tiene casi un millón habitantes y concentra actividades relacionadas con las industrias mineras (carbón) y materiales de construcción (arcilla), además de ganadería, piscicultura y avicultura.

Sin embargo, durante las temporadas de lluvia el río es visto con respeto por su volumen y fuerte corriente que, en ocasiones, inunda poblaciones o destruye viviendas construidas sobre la ribera como ya ha ocurrido varias veces en La Parada, en el municipio de Villa del Rosario, departamento de Norte de Santander.

Este río, que sirve de frontera natural entre ambos países durante casi todo su trayecto, es testigo de migraciones, narcotráfico, contrabando y crimen organizado. Pero también de una crítica situación ambiental. Vertimientos de desechos agrícolas, industriales y domésticos han contaminado el río mientras que se enfrenta a otros fenómenos que agravan el problema como la minería de material de arrastre, la deforestación en su ribera y el acaparamiento ilegal de agua.

Este es el segundo de dos reportajes que dan una mirada al problema ambiental desde ambos lados de la frontera y en el que han participado Runrun.es de Venezuela y el diario La Opinión de Cúcuta.

Vista aérea de la cuenca alta del río Táchira, en el Parque Nacional Natural Tamá. Foto: cortesía Parque Nacional Natural Tamá.

 

La agonía del Táchira

A lo largo del río Táchira, en el tramo que comprende la frontera con Venezuela, se tienen detectados al menos 55 pasos informales o trochas por donde se mueve el contrabando y el narcotráfico, actividades que se disputan bandas criminales como Los Rastrojos, las Autodefensas Gaitanistas y Tren de Aragua.

Las principales afectaciones ambientales de esta cuenca internacional van desde el vertimiento de aguas residuales y la pérdida de cobertura vegetal, hasta el uso ilegal del recurso hídrico. De estos factores, la descarga de aguas sin ningún tipo de tratamiento es el que más preocupa a los expertos, pues esto se ve agravado por la explotación de materiales de construcción y la deforestación propiciada por las malas prácticas agrícolas y pecuarias, con poca o casi nula tecnificación.

La docente e investigadora Marjorie Sánchez, magíster en Biología de la Universidad de Los Andes y experta en recursos hídricos, señala que ríos como el Táchira se han convertido en cloacas que recogen los desechos de los asentamientos humanos sin ningún tipo de tratamiento –ni doméstico ni industrial– y comprometen la calidad del agua y la biodiversidad del ecosistema. “La descarga de aguas negras y la remoción del sustrato del cauce para materiales de construcción desmejoran los indicadores de calidad y la variedad de especies”, comenta.

Sánchez, que en el 2003 hizo un estudio de la calidad del agua del río Táchira a partir de los macroinvertebrados presentes en él, afirma que, 19 años después, la biodiversidad varió mucho y hoy casi no se consiguen especies indicadoras de buena calidad del agua, y los pocos organismos que existen se han adaptado a los contaminantes.

Varias especies de moscas y zancudos son los que predominan en los ecosistemas contaminados porque son bastante resistentes. “Esto no quiere decir que no haya dos o tres familias indicadoras de buena calidad del agua en el río, pero son mucho menos que hace 18 años, cuando se hizo el estudio”, comenta Sánchez.

La docente afirma que esto es resultado de la falta de tratamiento de agua residual, porque todo lo que desechan las actividades agrícolas, pecuarias, domésticas e industriales va al río por una tubería. “Adolecemos de esos tratamientos, por eso los ríos están como están, por la cultura de nuestros vertimientos. Aunque uno paga en el recibo del agua el vertimiento del agua que contamina, la verdad es que esos líquidos residuales pasan de la tubería al río sin tratamiento”.

 

Panorámica del río Táchira a la altura del puente internacional Simón Bolívar, entre el sector de La Parada (Colombia) y la población de San Antonio (Venezuela). Foto: Cortesía Johnny Granados Peñaloza.

 

La contaminación del Táchira también ha llegado por otros frentes. Por ejemplo, miles de peces murieron en 2015 y aparecieron apilados sobre las piedras que bordean el río Táchira, tanto en El Escobal (Cúcuta, Colombia) como en Ureña (Venezuela). En ese momento se señaló como responsable a los desechos tóxicos de una empresa azucarera venezolana y a los desvíos del cauce para el riego de cultivos de caña de azúcar.

Antes del cierre unilateral de la frontera entre Colombia y Venezuela, también en 2015, era muy común el vertimiento de las tintorerías en los municipios venezolanos de San Antonio y Ureña. “Si allá [Venezuela] no hay, aquí tampoco hay tratamiento de las aguas residuales. De este lado, el colombiano, por ejemplo, predominaban las curtiembres en la parte baja de la cuenca… Ya se podrá imaginar la calidad del agua”, señala Sánchez.

 

La eterna espera por las plantas de tratamiento

El río Táchira nace a 3368 metros sobre el nivel del mar, al noroeste del páramo de Tamá, en el cerro de Las Banderas, entre el estado venezolano de Táchira y el departamento colombiano de Norte de Santander. Tiene una longitud de 87 kilómetros y desemboca en el río Pamplonita, en Cúcuta, a 326 metros sobre el nivel del mar. En su recorrido, sus aguas atraviesan siete poblaciones fronterizas: Herrán, Ragonvalia, Villa del Rosario y Cúcuta en Colombia; y las localidades venezolanas de Delicias, San Antonio y Ureña en Venezuela.

Solo Cúcuta vierte 2000 litros por segundo de aguas contaminadas, de las cuales más del 60 % van a parar al río Pamplonita –donde desemboca el Táchira– y el porcentaje restante al río Zulia –que desemboca en el río Catatumbo, en territorio venezolano–, según datos de la Corporación Autónoma Regional de la Frontera Nororiental (Corponor, autoridad ambiental del departamento).

Aunque los municipios colombianos están obligados a presentar un Plan de Saneamiento y Manejo de Vertimientos (PSMV), en el caso de Norte de Santander, solo el municipio de Pamplonita tiene el plan aprobado por 10 años. El resto no está vigente. Cúcuta lo presentó en octubre de 2020 pero todavía está a la espera de su aprobación por parte de Corponor.

Hace una década había 10 puntos de vertimiento pero en los últimos años ya se han eliminado cinco. Dos continúan en operación en el municipio de Herrán, uno en Ragonvalia, uno en Villa del Rosario y uno en Cúcuta, según datos de la Subdirección de Desarrollo Sectorial Sostenible de Corponor, que dice que su meta es seguir reduciéndolos.

 

El río Táchira recupera su caudal en temporada de lluvias e inunda las viviendas construidas en sus riberas, como ocurre en La Parada, en el municipio de Villa del Rosario (Colombia). Foto: Cortesía La Opinión.

 

Pero los expertos consideran que no solo se trata de reducir los puntos de vertimiento sino de empezar con la construcción de las plantas de tratamiento de aguas residuales (PTAR) que reduzcan la contaminación no solo del río Táchira, sino de otros como Pamplonita y Zulia. Estos proyectos serán construidos con el apoyo del Ministerio de Vivienda y estructurados por la Corporación Financiera Internacional (IFC), y Corponor espera que este año inicie la contratación público-privada del diseño y construcción. Pero, por ahora, estos no son más que planes.

Uno de los obstáculos para que las PTAR  sean una realidad son los altos costos de construcción. La docente e investigadora Marjorie Sánchez explica que, durante años, se han hecho muchas propuestas para tratar las aguas residuales en la región, pero no se han concretado. “Una PTAR es de alto costo; por eso, lo que se busca con los planes de saneamiento y manejo de vertimientos (PSMV) es un tratamiento primario. Los estudios que hicimos hace 18 años sirvieron para establecer que ni siquiera existía ese tratamiento primario”.

El subgerente de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Cúcuta (EIS), Carlos Ibarra Rodríguez, dice que tienen priorizadas tres plantas de tratamiento: dos en el río Zulia y una en el Pamplonita, “en el Táchira no pondríamos planta sino que pasaríamos las aguas por debajo del Pamplonita, [a través] de un cruce subfluvial de 4 km hasta llegar a la planta de tratamiento”.

Ibarra explica que el objetivo es recoger las aguas residuales de la margen izquierda del río Táchira –lado colombiano– y de las que caen en el sector de Caño Picho-Canal Bogotá. El problema, como decía Marjorie Sánchez, es el dinero. Según la EIS, este plan tiene un costo de 600 000 millones de pesos (cerca de 158 millones de dólares) y requiere recursos de los gobiernos nacional, departamental y municipal para su ejecución.

 

Una diplomacia fallida y un río en el olvido

Aunque el proyecto de las plantas de tratamiento es ambicioso y pondría fin a décadas de vertimientos sobre los ríos que bañan a varias poblaciones fronterizas con Venezuela, los planes para recuperar la cuenca del río Táchira pueden resultar en vano debido al deterioro de las relaciones con el gobierno del vecino país. El río Táchira forma parte de la cuenca del río Pamplonita, y esta, a su vez, de la cuenca del río Zulia, el cual aporta sus aguas al río Catatumbo, que desemboca en el lago de Maracaibo.

La Cancillería de Colombia asegura que, a la fecha, no hay relaciones diplomáticas entre ambos países y, por lo tanto, tampoco hay acciones de cooperación con ninguna autoridad, a ningún nivel, para avanzar en un plan de recuperación del afluente fronterizo.

 

El paso de combustible de contrabando por el río Táchira era muy común antes del cierre unilateral de la frontera entre Colombia y Venezuela. Foto: Cortesía La Opinión.

 

Los únicos intentos por hacer algo por el río han venido desde la academia colombiana y venezolana que han venido liderando una serie de encuentros denominados Gobernanza en Aguas de Frontera. A la fecha, se han desarrollado dos actividades: una en el 2020 y otra a comienzos de 2021, en las que participaron universidades de Colombia y Venezuela, colegios de las ciudades de  Cúcuta y Villa del Rosario, la autoridad regional ambiental de Norte de Santander y varias ONG.

De ahí han salido tres apuestas: la conservación del parque binacional Tamá, donde nace el río; educación ambiental en colegios de la zona de influencia y la construcción de una estrategia para hacer un gran acuerdo que, a pesar de las dificultades diplomáticas, permita planificar acciones, tanto en Colombia como en Venezuela, para mejorar la calidad del agua del río y proteger las áreas naturales.

Jhon Suárez Gelvez, docente e investigador de la facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Francisco de Paula Santander (UFPS) y uno de los líderes de Gobernanza en Aguas de Frontera, explica que los niveles de oxígenos disuelto y la baja concentración de materia orgánica en la cuenca alta, hacen que el río tenga buena calidad, pero al salir del parque Tamá, el agua se utiliza para el riego de algunos cultivos propios de la zona y recibe sus primeras descargas contaminantes en los municipios de Herrán y Ragonvalia. La contaminación persiste en Villa del Rosario y Cúcuta, y en esta última, donde el Táchira se une con el río Pamplonita, “los niveles de oxígeno bajan a cero”, resalta.

El investigador afirma que las plantas de tratamiento de aguas residuales son la mejor alternativa para limpiar los ríos pero insiste en que los esfuerzos deben ser tanto colombianos como venezolanos. “Por eso, es importante el acuerdo de gobernanza entre los dos países para que la descontaminación no sea a medias. Obviamente, este proceso debe ir acompañado de planes de ahorro y uso eficiente del agua: menor consumo, mayor caudal para el río y menor cantidad de contaminantes vertidos”, comenta.

 

Un problema más: el uso ilegal del agua

En el lado colombiano, la captación de agua del río Táchira está vigilada y regulada por Corponor pero ha representado un eterno dolor de cabeza. El promedio del caudal del río Táchira es de 1171 litros por segundo en la estación meteorológica El Tabor, en el municipio de Herrán, pero cuando llega a Cúcuta disminuye casi a la mitad (600 litros por segundos), según datos de la Subdirección de Cambio Climático y Recurso Hídrico de Corponor.

Cúcuta y Villa del Rosario son las ciudades con más concesiones. Allí se han entregado siete: una para uso del acueducto, dos para uso agrícola, dos para uso industrial, una para uso doméstico y una para actividad piscícola. En total, las siete concesiones hacen uso de 352 litros por segundo.

 

El río Táchira permanece la mayor parte del tiempo con bajo caudal, lo que permite el paso de todo tipo de bienes de un lado al otro del cauce. Foto: Cortesía La Opinión.

 

Sin embargo, es común que en algunos sectores se retenga el agua ilegalmente y que la autoridad ambiental reciba denuncias porque el agua no llega a las concesiones, afirma Juan Antonio García, subdirector de Cambio Climático y Recurso Hídrico de Corponor. La táctica más frecuente es la elaboración de trinchos —barreras de piedra hechas por colonos y personas en asentamientos ilegales— muy frecuentes en la parte baja de la cuenca del Táchira. El mayor impacto de estos represamientos de agua se ve en tiempo de sequía, cuando el caudal es menor. “Más nos tardamos en derribar los trinchos que en tener reportes de nuevos”, dice García.

Antonio Navarro Durán, coordinador del nodo norandino de la Red Bosque Seco Tropical Colombia —conformada por instituciones del sector público y privado, de orden nacional, regional y local que trabajan en la conservación de este ecosistema en el país—, explica que ese acaparamiento de agua resulta afectando la calidad del líquido pues los trinchos disminuyen los niveles del caudal y de oxígeno disuelto en el agua. “Cuando hay disminución del caudal, hay pérdida de biodiversidad. Se crea un desequilibrio en el ecosistema acuático, aparecen especies que toleran condiciones más adversas (oxígeno cero) y desaparecen las que necesitan más oxígeno: peces, macroinvertebrados. Solo el cambio de la corriente del agua afecta la dinámica del oxígeno”.

 

Han acabado con la vegetación alrededor del río

La erosión y la pérdida de cobertura vegetal en las riberas del río Táchira es otro problema que se aprecia en toda su dimensión cuando el caudal baja y es originado, según dice Corponor, por las actividades de expansión agrícola relacionadas con malas prácticas.

La tala de árboles maderables y las malas prácticas ganaderas figuran como las principales acciones que ponen en riesgo el bosque ribereño, por lo que los expertos sugieren que es necesario impulsar actividades agropecuarias de bajo impacto que permitan el manejo de los suelos y eviten su pérdida.

César Rey, exdirector de Bosques, Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos del Ministerio de Ambiente de Colombia, señala que el bosque en zonas de gran altura es fundamental para que las gotas se fijen en esa vegetación, ayudando con un aporte adicional al agua disponible. “Los dueños de predios prefieren cultivos en detrimento del suelo, del agua y la misma vegetación; una mirada a corto plazo que no toma en cuenta que su mayor patrimonio es el suelo, con sus fuentes de agua”, señala.

Aunque los expertos, e incluso las personas que viven en la cuenca del río Táchira, dicen que es evidente la deforestación —y que la  cuenca baja, entre Villa del Rosario y Cúcuta, es la zona donde hay mayor avicultura, piscicultura y cultivos de hortalizas, cítricos, arroz y yuca—, la magnitud de la pérdida de cobertura vegetal no se ha podido determinar porque no hay una clara delimitación de la cuenca binacional, según informó la Subdirección de Recursos Naturales de Corponor.

 

Mortandad de peces en el río Táchira por vertimientos industriales. Foto: Cortesía La Opinión.

 

A pesar de la falta de datos, los expertos aseguran que se necesita aumentar la cobertura vegetal a lo largo de todo el río pero, sobre todo, en su cuenca alta para que, cuando llueva, se conviertan en unos “tanques de almacenamiento” para épocas de sequía y que los bosques puedan drenar el agua y mantener el caudal del Táchira y los demás ríos de la zona. Dicen que el esfuerzo debe estar en hacer siembra de especies nativas que permitan una  restauración natural de los ecosistemas.

“Los bosques juegan un papel importante en la acumulación y la regulación del agua de los ríos, sobre todo, en tiempos de sequía. Si esa capa vegetal se quita, el agua no se acumula, se va rápido, y los caudales disminuyen», dice Juan Antonio García, subdirector de Cambio Climático y Recurso Hídrico de Corponor.

Son muchas las tareas pendientes y por ahora, la acción más cercana para mejorar la situación del río Táchira es la construcción de las plantas de tratamiento –a pesar de que es una inversión multimillonaria y una promesa sin cumplir desde hace muchos años–. Las acciones que pueda hacer Colombia siempre se quedarán cortas si las relaciones diplomáticas con Venezuela no se reanudan. La expectativa de expertos y funcionarios ambientales está en que el próximo gobierno restablezca el diálogo con el país vecino.

Ninguna entidad del Estado protege eficazmente a los ambientalistas. Esto dificulta su quehacer diario y el monitoreo ‘in situ’ de sitios importantes como los Parques Nacionales
En la última década, los asesinatos de los líderes indígenas Sabino Romero y Freddy Menare se vincularon directamente con sus luchas por la demarcación de sus tierras y contra la minería ilegal en sus territorios. Quienes continuaron con su legado viven en permanente amenaza

Por Lorena Meléndez G.

Publicado en Mongabay Latam

Hace tres años, los miembros de una organización ambiental del sur de Venezuela comenzaron a recibir amenazas. A sus teléfonos llegaban mensajes de texto y llamadas en los que les decían que dejaran de denunciar la presencia de la minería ilegal que extrae oro de los parques nacionales de la zona. Con los días, los recados fueron más violentos: los invitaban a no actuar si querían preservar su integridad física. Menos de tres semanas después, asaltaron su sede y se llevaron todas las computadoras y materiales de oficina. Uno de los activistas, cuya identidad y la de su organización no se difunden por motivos de seguridad, tuvo que irse de su casa por un tiempo hasta que todo se calmó.

Este episodio muestra la condición de vulnerabilidad de los defensores ambientales en el país. Aunque el robo fue denunciado, una fuente ligada al caso aseveró que poco hicieron los cuerpos de seguridad del Estado para investigar lo que había sucedido y para dar con el origen de aquellas amenazas. Hoy, el miedo a señalar a los culpables obliga a los ambientalistas a documentar, en silencio, los delitos que atentan contra la naturaleza. Algunos, incluso, evitan hacer informes in situ por temor a persecuciones y represalias.

De acuerdo con Global Witness, organización que documenta los asesinatos de defensores de la tierra y el ambiente en el mundo, en Venezuela se registraron tres homicidios de activistas ambientales en 2018. Una constante en los hechos es la inacción del Estado en cuanto a la resolución del suceso y penalización de los culpables. Eso ha pasado, por ejemplo, con la muerte de Pedro Vielma, Ramón Rosario y Reyes Orlando Parra, a quienes un grupo de hombres armados mataron entre el 1 y 2 de agosto de 2018 en el fundo La Escondida del municipio Rojas de Barinas, en la región llanera del país. La esposa de Parra, Zuleima Contreras, exigió al presidente Nicolás Maduro que se hiciera justicia en el caso de su marido, quien era miembro de ‘Los lanceros de la Pescalinera de Zamora’ —una organización campesina que luchaba por recuperar tierras que antes les fueron usurpadas— y estaba siendo ayudado por Vielma y Rosario, propietarios de predios de la zona.

El informe también hace énfasis en el caso de la abogada e indígena pemón Lisa Henrito, quien fue tildada de “traidora” y “secesionista”, por un militar venezolano cuando era entrevistado en un programa de la televisión pública. Henrito es conocida por su defensa de los derechos de las comunidades ancestrales así como por su férrea posición contra la minería. “Amnistía Internacional ha documentado una serie de casos en Venezuela, en los cuales altos funcionarios han estigmatizado a activistas y esto ha generado su persecución por parte de las autoridades”, apunta el documento.

Los asesinatos de los líderes Sabino Romero (2013)  y Freddy Menare (2017) siguen sin esclarecerse por completo. Quienes continuaron con sus legados por la defensa de las tierras en la Sierra de Perijá y el Amazonas venezolano continúan bajo amenazas, al igual que diferentes líderes de organizaciones ambientales. Mineros ilegales, grupos armados y usurpadores de tierras siguen dominando estas regiones.

Quienes lo conocieron, presumen que el líder yukpa Sabino Romero fue asesinado por ganaderos de Machiques. Foto: survivalinternational.org

Peligro en la Sierra de Perijá

Cuatro ambientalistas entrevistados para este reportaje confirmaron los riesgos que corren cuando ejercen su labor y lo que ha pasado después de las muertes de los líderes indígenas Sabino Romero y Freddy Menare. Uno de ellos es Lusby Portillo, antiguo profesor de la Universidad del Zulia y representante de la Sociedad Homo Et Natura —ONG que colabora por medio de la investigación, preservación, defensa y promoción de las culturas indígenas de la Sierra de Perijá y la Cuenca del Lago de Maracaibo— quien relata las dificultades por las que ha atravesado para reportar la lucha de los indígenas yukpas por sus tierras en la Sierra de Perijá y denunciar los intentos del Estado por explotar minas de carbón en territorios que ancestralmente pertenecen a esa etnia.

“En los ochenta, cuando comencé, el gobierno decía que yo era un guerrillero peruano y que era de Sendero Luminoso —organización terrorista autora de múltiples asesinatos y atentados en el Perú—. […]Durante el gobierno de [Hugo] Chávez me dijeron que era paramilitar porque yo sigo cuestionando el modelo ambiental y las políticas ambientales, indígenas y fronterizas […] Uno queda como aislado, estoy criminalizado por el gobierno. Es muy difícil vivir así y luchar es todavía más difícil”, asegura el activista, quien para continuar con su labor se ha valido de una red de informantes que le alertan cuando en sus territorios hay crímenes ambientales.

Portillo fue uno de los ambientalistas que siguió de cerca la lucha de Sabino Romero, el líder yukpa que recibió al menos 20 amenazas de muerte y fue finalmente asesinado en febrero de 2013 a manos de un sicario. Iba junto a su esposa, Lucía Martínez, de camino a las elecciones de cacique mayor en la parroquia Libertad del municipio Machiques, en el occidental Estado de Zulia, cuando un par de motorizados se detuvieron junto a él y le dispararon varias veces mientras pasaba por la comunidad de El Tukuko. Él murió y su pareja resultó herida.

Aunque el autor material del suceso, Ángel ‘Manguera’ Romero Bracho, fue condenado a 30 años de prisión en 2015, los presuntos autores intelectuales siguen libres y no hay ninguna investigación abierta contra ellos. Las evidencias apuntan a que se trata de ganaderos de Machiques con quienes el líder yukpa había mantenido enfrentamientos armados en medio de la pelea por los territorios que pertenecían a su etnia y que nunca fueron demarcados.

«‘Manguera’ era empleado de los ganaderos, su guardaespaldas, trabajaba con la Guardia Nacional en acciones encubiertas”, asegura Portillo, quien recuerda que, antes del asesinato, Sabino Romero participó en la ocupación de la Hacienda Medellín —que hacía parte de una de las zonas que los yukpa aseguraban que les pertenecía y no estaba demarcada— donde se concentraron alrededor de 200 dueños de fincas junto con hombres armados. Al final de la tarde, estos intentaron avanzar contra los yukpas y los indígenas respondieron con sus escopetas. Hubo una balacera con varios heridos. “Ese día le declararon la muerte a Sabino y contrataron a los sicarios para que lo mataran”, apunta el defensor ambiental.

Serranía de Perijá desde El Tukuko. Foto: Lorena Meléndez G.

El informe anual de la organización Programa Venezolano de Educación – Acción en Derechos Humanos (Provea) de 2013, cita el caso del indígena asesinado y reseña que el gobierno siempre estuvo en su contra.

“Sabino había sufrido una constante criminalización por parte de las autoridades debido a su movilización en defensa de los derechos del pueblo yukpa. Sufrió privación de libertad durante 18 meses y era permanentemente hostigado por funcionarios policiales […] La cruda realidad es que a Sabino lo mataron por oponerse a la demarcación de las tierras por parcelas”, se lee en el documento.

Portillo cuenta que Lucía Martínez, la esposa de Sabino Romero, ha seguido al frente de las protestas y exigencias de su pueblo, lo mismo que Sabinito, el hijo mayor de la pareja. Siguen expuestos a amenazas. El defensor ambiental afirma que, al menos, se logró que el gobierno desistiera de la idea de explotar carbón en la Sierra de Perijá.

De acuerdo con el cineasta Carlos Azpúrua, autor de la película “Sabino Vive”, los familiares de Romero están acorralados y cercados, sin cabida alguna en los medios de comunicación. “Han sido invisibilizados y en esa lucha de los indígenas que habitan en Perijá, territorio compartido con Colombia, los yukpa han sido terriblemente martirizados por los intereses de los ganaderos de Machiques, culpables de la muerte de Sabino, quienes están asociados a grupos que defienden la propiedad privada en esa zona”, asegura.

Azpúrua asegura que Sabino es un gran héroe que “resiste la percepción y la actitud de un modelo de desarrollo que ha sido absolutamente irrespetuoso con los pueblos ancestrales. Los yukpas han sido hostigados”.

La Organización de Mujeres Indígenas Yukpa de la Sierra de Perijá, Oripanto Oayapo Tuonde, condenó en noviembre de 2018 la criminalización de los familiares de Romero, ganaderos de Machiques los señalaron como responsables de robar y traficar ilegalmente ganado hacia Colombia. En un comunicado, el grupo indicó que Lucía Martínez recibió un mensaje, a través de una llamada anónima a su hijo, en el que le advertían que sicarios la buscaban para matarla.

Los delitos ambientales en la zona no han cesado y las voces que los reportan siguen siendo escasas. Hoy, las amenazas para el ecosistema y quienes lo defienden son múltiples.

En 2014, organizaciones ambientales denunciaron que en la Sierra de Perijá habían sido deforestadas al menos 2000 hectáreas para el cultivo de malanga, tubérculo usado para la elaboración de aperitivos fritos. La fertilidad de esas tierras ha hecho que muchos intenten apoderarse de ellas. Este territorio es “considerado uno de los centros endémicos y refugios paleoecológicos de mayor importancia para el conocimiento de la historia natural de los ecosistemas del norte de América del Sur”, señala el informe “Una mano a la naturaleza”, de Provita, una ONG encargada de desarrollar soluciones socioambientales innovadoras para conservar la naturaleza. También destaca que son tierras dentro de la región biogeográfica con mayor deforestación del país en los últimos 30 años.

La ganadería también ha dejado secuelas. La investigadora del Departamento de Educación Ambiental del Instituto para el Control y la Conservación de la Cuenca del Lago de Maracaibo (Iclam), Clara Acosta de Áñez, explica en una nota de la organización Azul Ambientalistas que la actividad ha desequilibrado y desplazado a las culturas indígenas. “Las tierras que antes pertenecían a las tribus autóctonas yukpa y barí, han sido despojadas por grandes comerciantes aprovechándose de la vulnerabilidad de las etnias. Ahora muchos indígenas que viven en las zonas más altas y de mayor dificultad para la siembra han tenido que sucumbir ante el latifundio y trabajar para los nuevos dueños de la región”, indica.

Lusby Portillo asegura que la zona de Perijá es de alta delincuencia y está tomada por grupos armados colombianos. “Los más jóvenes se van a trabajar como raspadores de coca y hay una zona que le llaman Sinaloa por la cantidad de sembradíos de droga que tiene. Hay hasta pistas de aterrizaje que los militares destruyen pero que, en dos noches, las reconstruyen completas. También hay tráfico de ganado por los lados de los ríos Negro, Codazzi, Cachirí”, indica.

Un joven yukpa de la comunidad indígena de Tukuko corrobora las denuncias de Portillo relacionadas con el tráfico de drogas. Él mismo fue raspador de coca a finales de 2017 en los sembradíos que se extienden por la zona de Catatumbo, en la frontera con Colombia. Comenta que lo hizo para poder ahorrar y pagarse sus estudios en Maracaibo, la capital del Estado. Sus tres hermanos permanecen en el oficio.

Carlos Azpúrua presentó el documental «Sabino Vive» junto a Lucía, esposa del líder indígena Sabino Romero. Foto: http://4.bp.blogspot.com

En Venezuela, el derecho a un ambiente sano no es considerado como un derecho humano fundamental, así lo señala a Mongabay Latam Maritza Da Silva, directora de Derecho Ambiental y Políticas de la organización Vitalis. Da Silva subraya que, aunque la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999 presentó un “abanico de esperanzas” para los defensores del medio ambiente, al darle una perspectiva constitucional al tema e incluir artículos que contemplaban este derecho y las responsabilidades del Estado en torno a este, nada cambió.

“El Estado no creció con la Constitución. Los derechos ambientales se plasmaron pero no se desarrollaron en las instituciones encargadas de velar por ellos, no se consideraron en el quehacer diario […] ni siquiera desde la perspectiva jurídica del Tribunal Supremo de Justicia porque había que reivindicarlos y tutelarlos como un bien jurídico”, enfatiza.

Da Silva agrega que la Fiscalía General de Venezuela solo oficia denuncias relacionadas con el medio ambiente cuando en el caso hay una perspectiva penal. “Ese panorama dificulta que haya un marco legal que pueda proteger a los defensores ambientales”, indica.

Pese a que en marzo del año pasado se publicó el “Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe”, conocido como el Acuerdo de Escazú, que establece la creación de garantías de un “entorno seguro y propicio” para los activistas, así como para su protección, Venezuela no figura entre los firmantes. El país tampoco asistió a ninguna de las reuniones que se convocaron cuando se redactó.

Mongabay Latam llamó en repetidas ocasiones al Ministerio de Ecosocialismo de Venezuela —anteriormente Ministerio de Ambiente— , pero no fue posible  establecer comunicación. Así mismo, se entregó una solicitud formal de información, pero hasta el momento de publicación de este reportaje todavía no se ha recibido respuesta.

Silencio en las minas

En los estados de Amazonas y Bolívar, los activistas ambientales se deben mover con cuidado. La minería no solo está presente dentro del Arco Minero del Orinoco, con sus casi 112 000 kilómetros cuadrados de extensión, sino que ha rebasado esos límites para instalarse en espacios que están identificados como parques nacionales —Yapacana, Canaima, Parima-Tapirapecó— y monumentos naturales —Tepuyes, Serranía Tapirapecó— que el Estado debe proteger. Denunciar lo que allí sucede es un riesgo mayor.

La muerte de Freddy Menare ocurrió en medio de una ola de homicidios en Puerto Ayacucho, presuntamente cometidos por guerrilleros. Foto: Oficina de Derechos Humanos Amazonas.

Luis Bello, abogado y director operativo del Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía (Wataniba), confirma que, al menos en Amazonas, “todas las presiones están vinculadas con la minería ilegal”. En ese Estado, por cierto, el extractivismo está prohibido desde 1989 por el decreto presidencial 269. No existe ninguna concesión minera otorgada por el gobierno en esa zona.

La complejidad de la situación en Amazonas radica en que la explotación de oro se ha diversificado tanto que, para encontrarlo, los mineros se han valido de distintas técnicas para extender sus búsquedas en todos los municipios. “No solo es en tierra, como en el parque nacional Yapacana, y en los lechos de ríos que son afluentes del Orinoco, sino que hay otro tipo de minería que es el dragado del río a través de balsas chupadoras. Eso sucede en el río Atabapo, limítrofe con Colombia y el río Guainía. Hay balsas chupadoras que hace más de 10 años operan de manera cíclica dragando el río para buscar oro y causando graves problemas ambientales”, señala.

Los efectos de estas “embarcaciones” que buscan oro en el Amazonas van más allá de la contaminación de las aguas. Se suman la desviación del curso de los ríos, la afectación de la fauna y el deterioro de ecosistemas acuáticos, revela Bello.

“Hay un impacto muy fuerte a nivel de las aguas. Luego, todos los impactos socioculturales y sanitarios. Hemos observado, porque hacemos un seguimiento del problema, que hay un crecimiento de la actividad minera en todo Amazonas entre los últimos 5 u 8 años y se ha agravado en los últimos dos”, enfatiza.

Uno de los más feroces críticos de la actividad minera en Amazonas fue el líder indígena Freddy Menare, fundador y director de la Organización Indígena Piaroa Unidos del Sipapo (Oipus), quien fue asesinado el 13 de mayo de 2016 mientras atravesaba la avenida Orinoco de Puerto Ayacucho, capital del Estado, alrededor de las 20:00 horas. Los denunciantes señalaron que unos sicarios le habían disparado por la espalda. La bala le llegó al corazón.

culpable. Una fuente en Puerto Ayacucho, que pidió la protección de su nombre, explica que la muerte de Menare ocurrió en medio de una ola de asesinatos de presuntos delincuentes. Rowinson León, exsecretario de Política y Asuntos Fronterizos en la Gobernación de Amazonas, llevó el conteo de las víctimas, que subió de 38 en 2014 a 214 en 2016, el año en que murió Menare. Las cifras fueron publicadas en una investigación de Armando.info.

Se presume que los victimarios fueron los “Pata e’ goma”, apodo que les dieron a los integrantes de la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN) que se instalaron en el Estado y que se identifican por sus botas de hule.

“Probablemente eso quede impune. Lo pudieron haber mandado a matar grupos que andaban incómodos con sus posiciones y denuncias con respecto al tema de la minería y las zonas donde tenía incidencia la organización de él. Aprovechan una cosa para hacer ver otra. Como el hecho pasó en esas circunstancias [la ola de muertes], lo asocian más a delincuencia. El gobierno no investiga y las organizaciones indígenas hicieron pronunciamientos pero después se olvidaron de eso”, apunta la fuente.

Oipus, la organización en la que Menare se desempeñaba como secretario, continúa hoy con la defensa de las tierras ancestrales de los piaroas. Sin embargo, el temor reina en la zona. Otra fuente, que pidió la reserva de su nombre debido a las constantes amenazas que se presentan en la región donde opera Oipus, asegura que la minería continúa desbordada. “Mientras estemos calmados, no nos amenazan”, dice.

Aun así, reclama que ninguna institución pública haya respondido sobre el homicidio del activista y también recalca que, en los últimos años, la explotación de los yacimientos auríferos “no ha hecho otra cosa que crecer”.

Además de esto, Luis Bello revela que diversas ONG de la región como la suya, la Organización Yabarana del Parucito (Oiyapam) y la Organización Ye´kuana del Alto Ventuari (Kuyunu) han recibido amenazas por sus denuncias contra la minería ilegal. Sin embargo, eso no ha amilanado la actuación de Wataniba, grupo que él dirige, en la labor de monitoreo constante y vigilancia en la zona debido a los impactos ambientales y socioculturales de la minería.

Organizaciones indígenas discuten sobre efectos de la minería en Amazonas.
Foto: Revista SIC.

La Defensoría del Pueblo del estado Amazonas elaboró en 2003, ante el incremento de la minería, un informe en el que detalló sus efectos negativos sobre los ecosistemas selváticos altamente frágiles de Amazonas. Entre los hallazgos mencionó el grave “desvío de los cauces naturales de los ríos, alteración de la topografía, sedimentación de los cursos de agua, aceleración del proceso erosivo de los suelos, acumulación de desechos sólidos no biodegradables, alteración y deterioro del paisaje natural y emigración de la fauna de sus hábitats naturales”. La crisis venezolana no ha permitido que muchas de estas informaciones se actualicen, pero quienes viven y trabajan en la zona aseguran que el problema es cada vez peor.

“Está pendiente el desarrollo de algún programa de defensión de los activistas o comunidades indígenas que son amenazados, atropellados”, resalta Luis Bello.

Kape Kape, una asociación civil cuyo objetivo es la defensa y protección de los pueblos indígenas, tampoco ha dejado de hacer el trabajo. Simeón Rojas, su representante en Amazonas, cuenta que aunque en los dos años que ha laborado en la defensa del ambiente no ha sido amedrentado, siempre está expuesto a ello.

“Es un riesgo permanente, uno no sabe cuándo le va a tocar. Uno debe hacer el trabajo y no se puede esconder. Uno trata de conversar con las autoridades aunque tienen recelo de las asociaciones ambientales y las ONG de derechos humanos, pero, por encima de eso, se debe conservar cierto puente de comunicación. En el momento en el que uno resulte incómodo, no puede hacer nada sino afrontar la situación”, explica.

Pese al tesón, hay algo que lo desconsuela. Afirma que la trascendencia del trabajo de los ambientalistas en Venezuela es mínima porque ninguna institución del Estado está interesada en atender temas tan preocupantes como la minería ilegal en Amazonas, que avanza cada día destruyendo ecosistemas y desplazando a más indígenas.

“Los activistas somos como una voz en el desierto: levantamos informes, denuncias, y la máxima instancia en donde nos han atendido es en la Defensoría del Pueblo, que tiene una actuación muy limitada. El resto no presta atención ni toma cartas en el asunto. En la Asamblea Nacional se entregó también un informe para dejar constancia del trabajo que realizamos y encontramos en estos Estados […] Uno quisiera que se comprendiera el trabajo y que realmente tuviera efecto”, concluye.

Indígenas en aislamiento: bajo el asedio de mineros, enfermedades y guerrilla

Mujeres del pueblo indígena Yanomami. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Los Hoti, Yanomami y Piaroa ─grupos indígenas aislados─ están asediados por la minería ilegal. Algunos son utilizados para trabajos forzados y otros han dejado sus territorios y decidido internarse en lo más profundo de la selva
La epidemia de sarampión que ataca a Venezuela ha diezmado a los Yanomami y el Estado ha fallado en llevar el sistema de salud a sus territorios
La llegada de grupos guerrilleros como el ELN y disidencias de las Farc tienen en una constante amenaza a los pueblos indígenas en aislamiento

 

Escrito por Lorena Meléndez

Publicado en Mongabay

 

UN VUELO EN AVIONETA; una travesía en bote por varios afluentes del Orinoco; paradas en medio de la selva verde, espesa y calurosa; más recorridos por aguas turbias y calmadas. Para llegar al lugar donde viven los Hoti (Jödi), indígenas en aislamiento en la Sierra de Maigualida, entre los estados de Amazonas y Bolívar, al sur de Venezuela, hay que atravesar cientos de kilómetros de vegetación frondosa y virgen durante horas. Allí, entre caños y ríos, se ha extendido durante siglos su territorio, ese donde han decidido permanecer lejos de la occidentalización que arribó al continente hace más de 500 años.

Pero ese santuario que habitan está bajo la amenaza de un decreto gubernamental: el Arco Minero del Orinoco (AMO), un controvertido proyecto puesto en marcha por la administración del presidente Nicolás Maduro que habilitó y delimitó casi 112 000 kilómetros cuadrados para la explotación de minerales y piedras preciosas que abarcan desde el oro hasta el coltán y el diamante. El extremo oeste de esas tierras toca el hogar de los Hoti, uno de los tres grupos étnicos reconocidos en el país como “pueblo indígena en aislamiento”.

Pero los Hoti no son los únicos asediados por la minería. Los otros dos pueblos indígenas en aislamiento de Venezuela atraviesan la misma situación desde hace varios años. Decenas de comunidades de los Yanomami –ubicadas entre la sierra Parima y el cerro Delgado Chalbaud; en el Alto Siapa, Alto Ocamo y el río Metacuni en Amazonas; y en el Alto Caura y Alto Paragua, en Bolívar–, así como de los Piaroas (Uwottüja) –en el Alto Cuao, en Amazonas–, están sometidas a los desmanes de quienes explotan los yacimientos ilegales bajo la mirada de un Estado que no hace nada para evitarlo.

La minería ha hecho que los indígenas Hoti cada vez se aíslan más y se internan en lo más profundo de la selva. Foto: Óscar Noya.

La minería ha hecho que los indígenas Hoti cada vez se aíslen más y se internen en lo más profundo de la selva. Foto: Óscar Noya.

El documento ‘Pueblos indígenas en aislamiento y contacto inicial’ publicado en 2012 por el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) y el Instituto de Promoción Estudios Sociales (IPES) confirmaba para entonces que los tres grupos, además de compartir similitudes en cuanto a su forma de vida, tenían también las mismas amenazas.

“Lo característico es que, por una parte, todas estas áreas son zonas de selva con difícil acceso, y en ellas estos grupos o comunidades tienen un cierto aislamiento geográfico, que de alguna manera dificulta los contactos con la sociedad dominante y por otra, sus territorios están siendo penetrados sistemáticamente por grupos de mineros ilegales sobre todo provenientes de Brasil y Colombia”, sostiene el trabajo. En él, además se menciona que estos grupos indígenas están en una situación de fuerte vulnerabilidad, sobre todo por la introducción de enfermedades endémicas y epidémicas, la contaminación y destrucción de su territorio, y la reducción del espacio para sus actividades tradicionales de subsistencia.

De hecho, el sarampión y la malaria actualmente están dejando efectos devastadores en comunidades Yanomami y la minería ilegal y grupos guerrilleros tienen acorralados a todos los pueblos indígenas aislados de Venezuela.

Del sarampión a la malaria

La alarma no se ha levantado. Desde marzo de este año, un brote de sarampión ataca a los Yanomamis y ocho meses después de que se reportaran los primeros casos, todavía no se sabe cuántas muertes ha causado la enfermedad en este pueblo, ni en general, en Venezuela.

Una fuente del Ministerio de Salud, que prefirió resguardar su identidad por temor a represalias, le dijo a Mongabay Latam que varios grupos indígenas en aislamiento reclamaron a los equipos médicos haber arribado tarde para salvarlos. “Algunas comunidades ya estaban diezmadas”, admitió.

Hasta el momento, las únicas cifras conocidas sobre la epidemia en los Yanomamis de Venezuela las ha ofrecido la Organización Panamericana de la Salud (OPS) pero con base en los datos levantados en Brasil con corte a junio de 2018. Para ese mes, se contabilizaban 280 casos en observación y, de estos, 79 eran de indígenas venezolanos.

El Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía “Wataniba” expresó entonces su preocupación porque, hasta ese momento, se había constatado que 25 Yanomamis en el país tenían sarampión y, de estos, más de la mitad eran mayores de 25 años, lo cual agravaba su condición. Del total, 88% eran de sexo masculino.

“El sarampión no se está tratando en Venezuela”, denuncia David Kopenawa, representante de los indígenas Yanomamis en el estado de Roraima, en Brasil, en un video difundido por la ONG internacional Survival. Allí, reprocha que el gobierno e instituciones de salud en el país no han hecho nada por frenar el brote.

“Sí estaban vacunando, pero con un esquema de vacunación que no se ajustó a las necesidades del pueblo indígena”, contestó la fuente del Ministerio de Salud, quien resaltó la gravedad de la epidemia. Estos grupos indígenas tienen un sistema inmunológico más débil pues no han tenido contacto con muchas de las enfermedades que suelen aparecer en las sociedades conectadas.

Niño de la comunidad Hoti. Foto: Óscar Noya.

Niño de la comunidad Hoti. Foto: Óscar Noya.

El brote de la enfermedad, contó Luis Bello del grupo Wataniba, coincidió con la denuncia de un asentamiento de garimpeiros (mineros ilegales brasileños) que se había reportado en la frontera con Brasil. Presume que en ese lugar había enfermos de sarampión y que el cruce frecuente de Yanomamis venezolanos hacia la zona pudo ayudar a la propagación de la epidemia.

La vulnerabilidad de los pueblos indígenas en aislamiento ante estos padecimientos está relacionada tanto con condiciones físicas como con el acceso a la salud pública. “Su poco contacto con otras personas hace que inmunológicamente sean más débiles ante esas enfermedades que ellos no tenían (…) Suele ser más difícil llegar hasta ellos con vacunas o con un tratamiento, porque por su propia situación, las tecnologías médicas no les llegan”, señala la fuente del Ministerio Público.

Aunque años atrás, en estos grupos se registraron brotes como leptospirosis y fiebre amarilla, la enfermedad que más aqueja a los tres pueblos indígenas en aislamiento en Venezuela es la malaria o paludismo, causada por un parásito (plasmodium falciparum) que llega a los humanos a través de mosquitos infectados. Si bien está estrechamente relacionada con la minería, en los territorios ancestrales también existe una malaria endémica que suele presentarse en estas comunidades.

La incidencia de oncocercosis, una enfermedad parasitaria que envejece la piel y puede causar ceguera, incentivó la creación de un programa para tratar de erradicarla en estos pueblos y que, según la fuente del Ministerio de Salud, avanza con resultados satisfactorios. Sin embargo, las visitas que hacen los médicos a estas zonas ocurren cada tres meses y no son suficientes para combatir otros males.

Los Yanomami se han visto diezmados por la reciente epidemia de sarampión que ataca a Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Los Yanomami se han visto diezmados por la reciente epidemia de sarampión que ataca a Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

La red de ambulatorios que se había abierto en el Alto Orinoco, y que hasta hace algunos años había sido mantenida por misioneros cristianos, está hoy prácticamente desmantelada. Sin insumos ni medicinas, estas infraestructuras resultan inútiles para atender a los indígenas de la zona que presenten alguna dolencia. Tampoco existe una red que les permita comunicarse por radio ante cualquier emergencia.

Esta situación es solo un reflejo de la crisis que atraviesa el país, donde el sistema de salud está prácticamente fuera de servicio. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Hospitales 2018, desarrollada por la organización Médicos por la Salud, en 88 % de las instituciones de atención pública no hay medicamentos para atender ninguna enfermedad o condición. En 83 % el servicio de emergencia funciona de forma intermitente, mientras que en 79 % falla el agua potable. El estudio, por cierto, no incluye al estado Amazonas, donde está la mayor parte de los pueblos indígenas en aislamiento, ya que los investigadores no pudieron acceder a trabajadores sanitarios de la entidad.

Mineros brasileños, oro y guerrilla

Luis Bello acusa a los garimpeiros de introducir el “trabajo esclavo” en el sur de Amazonas a través de las múltiples incursiones que han hecho al territorio del pueblo aislado Yanomami desde la década de los 80 y que persisten hoy.

“Cuando llegan los garimpeiros, utilizan a los Yanomami en trabajos de minería. Es un trabajo esclavo, porque son los que realizan el trabajo duro de cargar la tierra. Allí los indígenas no tienen el control y tienen que hacerlo a cambio de ‘matoji’, que son cositas, machetes, hachas, franelas, ropa, cuchillos…”, relata el experto.

Los Yanomami habitan entre la sierra Parima y el cerro Delgado Chalbaud; en el Alto Siapa, Alto Ocamo y el río Metacuni en Amazonas; y en el Alto Caura y Alto Paragua, en Bolívar. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Los Yanomami habitan entre la sierra Parima y el cerro Delgado Chalbaud; en el Alto Siapa, Alto Ocamo y el río Metacuni en Amazonas; y en el Alto Caura y Alto Paragua, en Bolívar. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Estas invasiones han incluido episodios de sangre. Entre junio y julio de 1993, un grupo de garimpeiros armados asesinaron a 16 indígenas Yanomami, en su mayoría mujeres y niños, dentro de su shabono (vivienda tradicional), debido a los conflictos por ocupación del espacio. El episodio es recordado como la “Masacre de Haximú”.

Bello además subraya que a través de caño Iguana, caño Asita, río Parucito y caño Mosquito, los mineros violan de manera intermitente el territorio de los Hoti y el fenómeno no es nuevo. Hace cuatro años, la Organización Indígena Yabarana del Parucito (OIYAPAM) denunció ante autoridades militares la presencia de mineros que utilizaban maquinarias en los predios de los Hoti. Así lo reseñó el ‘Informe sobre la Situación Actual de los Grupos de Pueblos Indígenas en Aislamiento Relativo y Poco Contacto en Venezuela (Jödi, Uwottüja, y Yanomami)‘ de octubre de 2017.

“En octubre y noviembre de 2014 hubo presencia de grupos de mineros ilegales extranjeros trabajando minería del oro en la zona del caño Corobita, afluente del Parucito, usando para ello máquinas – motobombas, grandes mangueras y mercurio (azogue), que causan graves daños ambientales y contaminación del agua en la zona, habitada por nuestras comunidades. Los mineros ilegales, una vez que salieron del sector Corobita, se han reubicado en la zona del caño Mosquito (Yuepa), afluente del Parucito, aguas arriba”, se lee en el informe.

Lo más grave, según el documento, es que en caño Mosquito hay varias comunidades del pueblo Hoti que hasta ahora se han encontrado aisladas y sin mucho contacto, poniéndose en peligro su salud y su vida, ya que son muy vulnerables a las enfermedades introducidas por los mineros. Su hábitat y tierras también se encuentran en peligro por destrucción de la selva y por contaminación del agua con mercurio. Con el pasar de los años esta actividad ilegal ha traído como consecuencia desde el daño de grandes extensiones vegetales hasta la alteración del curso de los ríos.

Indígena Piaroa en el Alto Cuao, Amazonía venezolana. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Indígena Piaroa en el Alto Cuao, Amazonía venezolana. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Ese mismo trabajo revela que la minería ilegal también opera en territorio del pueblo Piaroa al menos desde 2014, cuando comenzó la ocupación de áreas del Alto Sipapo, Alto Guayapo y Alto Cuao, donde se explota oro y coltán. “Esta situación y los impactos ambientales y socioculturales no han sido evaluados por las instituciones competentes del Estado. Desde la perspectiva de los grupos en aislamiento voluntario del pueblo Uwottüja (Piaroas), esta intervención minera y de grupos armados se encuentra en áreas cercanas a los lugares donde hay pequeñas comunidades aisladas y negadas al contacto”, reseña el informe.

La incursión de grupos armados que menciona el documento pone la luz sobre otro hecho: la explotación del oro ha atraído nuevos inquilinos a los territorios cercanos de los aborígenes aislados. Hasta allí habrían llegado tropas del Ejército de Liberación Nacional (ELN), la guerrilla colombiana que cada vez tiene más participación en el AMO y en los yacimientos ilegales, así como integrantes de las desmovilizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), tal como lo asegura un reportaje publicado en la web Armando.info.

Vladimir Aguilar, abogado especializado en derecho indígena y director del Grupo de Trabajo de Asuntos Indígenas (GTAI) de la Universidad de los Andes en Venezuela, le explica a Mongabay Latam que los asentamientos de los irregulares en estas zonas se debe a que estos son considerados como aliviaderos. “A veces, los guerrilleros actúan como grupos de seguridad de los mineros, pues ese ha sido uno de sus mecanismos de sobrevivencia”, señala.

Sin embargo, el diputado de la Asamblea Nacional, Américo de Grazia, ha indicado de forma reiterada que la penetración del ELN está avalada por el gobierno nacional, que pretende hacer una “limpieza” en la zona para poder quitar de en medio a las bandas delictivas que comandan los yacimientos y entregarlos a las compañías extranjeras que obtuvieron concesiones del AMO.

Estructura de los indígenas Piaroa en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Estructura de los indígenas Piaroa en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Ante esta nueva variable, los pueblos indígenas no se han quedado de brazos cruzados. “Han tenido que pactar, llegar a acuerdos de respeto de sus territorios, de usos y costumbres, respeto a sus mujeres, sus niños y jóvenes. Lo han tenido que hacer porque el Estado está ausente en estos espacios. Los guerrilleros, por su parte, también vienen de relacionarse con grupos indígenas de Colombia, por eso pactan”, afirma el abogado Aguilar.

La respuesta de aquellos que están en aislamiento, al menos en el caso de los Hoti, ha sido alejarse todavía más. “Cada vez suben más a la cabecera de los ríos, cada vez están más metidos en las entrañas de la selva, de las montañas, del nacimiento de las cuencas de agua porque las amenazas son cada vez mayores. Su intención y pretensión es aislarse cada vez más porque ven esta civilización como la civilización del desorden, del aniquilamiento (…) Ese aislamiento es proporcional a la amenaza de sus territorios, a su fragmentación”, concluye Aguilar.

Así, indígenas Hoti, Yanomami y Piaroa están a la merced de los efectos de la minería, ya sea legal o no. La contaminación, las epidemias, los abusos, la prostitución y los crímenes que arrastra consigo la economía caótica de los yacimientos del sur venezolano, ponen en riesgo sus vidas y su derecho a permanecer en un ambiente imperturbable por costumbres ajenas a su cosmogonía.

Arco inconsulto

En 2016, el informe ‘Derechos humanos en el contexto del proyecto ‘Arco Minero del Orinoco’ en Venezuela”, presentado por las organizaciones Programa’ Venezolano de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea); el Grupo de Trabajo de Asuntos Indígenas (GTAI) de la Universidad de Los Andes y el Laboratorio de Paz (LabPaz), ante la audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ya advertía que “dentro de las poligonales”, trazadas por el AMO, estaba el pueblo aislado Hoti y el pueblo indígena Eñepá.

Viviendas del pueblo indígena Yanomami en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Viviendas del pueblo indígena Yanomami en Venezuela. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

“En efecto, en el año 2012 el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas emitió un informe sobre las medidas de protección especial para estos pueblos (…) Si no se toman medidas de protección a favor de estas comunidades, se generarán condiciones favorables para su desaparición”, afirmaban los miembros de la ONG Provea y GTAI en el documento.

Más allá del respeto hacia su territorio está el silencio que desde el gobierno se guardó sobre este proyecto que, antes de su anuncio, nunca se participó a los aborígenes. Pese a que las leyes venezolanas lo contemplan, ni a los Hoti ni a ninguna etnia indígena se le consultó sobre la implementación del AMO. Eso es lo que establecen los tratados y convenios que la nación ha suscrito tanto con la Organización de Naciones Unidas (ONU), como con la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

Ese derecho está también contemplado dentro de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y otras leyes nacionales. En la Carta Magna, por ejemplo, el capítulo “De los Derechos de los pueblos indígenas” refiere la demarcación y garantía que los indígenas deben tener sobre sus tierras y se detalla que la explotación de minerales en sus entornos “se hará sin lesionar la integridad cultural, social y económica de los mismos”. Pero el plan avanza y los Hoti están cada vez más expuestos a sus peligros.

“El gran drama del Arco Minero del Orinoco es que la frontera se va ampliando porque el tema de la minería descontrolada va comiéndose el territorio como las termitas (…) La frontera no termina en la poligonal, esas son simplemente unas líneas que se van extendiendo para legalizar lo que es ilegal”, sentencia el abogado Vladimir Aguilar, quien no descarta que el proyecto gubernamental tome más tierras indígenas.

Indígena Yanomami. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

Indígena Yanomami. Foto: Grupo de Trabajo Socioambiental de la Amazonía Wataniba.

El especialista sostiene que mientras se violan estos territorios ancestrales, también se atenta “contra las principales reservas de bosques y aguas del país y en la zona de mayor biodiversidad de la nación que es la Amazonía y la Cuenca del Macizo Guayanés”. Recalca que a pesar de que la Sierra de Maigualida, ocupada por los Hoti y el Alto Caura -Erebato, donde hay comunidades Yanomami, están dentro de los linderos del recién creado Parque Nacional Caura, las fronteras del AMO no han sufrido ninguna modificación y rozan parte de la nueva área que hoy está protegida constitucionalmente.

“Otro interrogante se refiere a que la creación de este parque se realiza en el contexto de la ejecución del AMO, ampliamente cuestionado por organizaciones ambientalistas, sociales, científicas e indígenas, por sus posibles impactos ambientales y socioculturales en la región. Surge la duda de si su creación es sólo formal para mitigar las críticas actuales, o si hay una verdadera intención de protección y saneamiento del área”, argumenta el informe ‘Derechos humanos en el contexto del proyecto ‘Arco Minero del Orinoco’ en Venezuela’.