Alejandro Armas, autor en Runrun - Página 2 de 40

Alejandro Armas

Nuestra decadente introspección colectiva
Si la oposición no logra un cambio político mediante el proceso que culmina este 28 de julio, cuenten con una depresión masiva que acentúe la despolitización de las masas

 

@AAAD25

Esta es la segunda de dos entregas de esta columna en las que me propongo comparar la Venezuela contemporánea con la antigua Atenas en dos de sus etapas, ninguna de las cuales es la democrática que le dio tanto renombre histórico. Esta vez debemos imaginarnos en la polis ática que ya había dejado atrás sus tiempos de mayor esplendor, luego de ser humillada por los lacedemonios en la Guerra del Peloponeso y de haber hecho frente, junto con el antiguo enemigo espartano, a la amenaza común de una Tebas liderada por el brillante general Epaminondas. Como se ve, esos griegos, acaso queriendo emular a sus héroes mitológicos, no eran capaces de una paz duradera que no fuera la de los cementerios. Entre tanto luchar entre ellos, quedaron vulnerables a la espada de invasores foráneos. Primero sus primos etnolingüísticos, los antiguos macedonios, y luego Roma.

Quedémonos con los primeros: Filipo II, Alejandro Magno y sus sucesores, los reyes diádocos. Aunque la intensidad del dominio de estos sobre Atenas, sobre todo tras la muerte de Alejandro y el reparto de su imperio, haya sido intermitente, Atenas perdió su condición de Estado independiente en buena medida, sino es que del todo. Si bien la ciudad siguió teniendo una vida cultural muy rica, no pudo seguir siendo el faro de discusión libre y plural de ideas políticas que fue antes.

Un argumento que he leído varias veces en los artículos del profesor Mariano Nava Contreras, uno de los mayores eruditos en estudios grecolatinos que hay hoy en Venezuela, es que este giro tuvo implicaciones importantes en el debate y la enseñanza filosóficos. Se hizo difícil el desarrollo de una filosofía específicamente política, como aquella de la que tanto escribieron Platón y Aristóteles, entre otros.

Dice Nava Contreras que las escuelas de pensamiento surgidas en este período, el helenístico, si bien no desatendieron del todo los asuntos públicos y colectivos, se enfocaron mucho más en la introspección: el estoicismo, el epicureísmo, el escepticismo, el neoplatonismo (este último no tan ligado a Atenas pero originado en la época a la que me refiero), etc. Se concentraban en la armonía del propio ser, en lo que Epicuro llamó ataraxía. Nótese que el neoplatonismo de Plotino, pese a la influencia de Platón que el propio nombre deja claro, no tiene un corpus de ideas políticas notable. En todo caso, renegaba de la experiencia terrenal, incluyendo la política, para así buscar el regreso a una sustancia divina inmaterial que todo lo trasciende, lo cual influyó en cierta teología cristiana temprana, sobre todo Agustín de Hipona y su Ciudad de Dios.

Regresemos nosotros ahora, no a ese “Uno” neoplatónico, sino a nuestro mundo profano contemporáneo, más triste que el de la Atenas helenística, como veremos a continuación. Como la polis coronada por el Partenón y las Cariátides, somos un Estado que perdió su democracia. A medida que el orden autoritario se consolida, se da en la sociedad un fenómeno del que tengo tiempo hablando: la despolitización de las masas. La combinación del miedo a que una acción o hasta una palabra moleste a los poderosos y acarree consecuencias draconianas (tema del artículo inmediatamente anterior a este), por un lado, y la poca o nula expectativa de un giro hacia tiempos mejores en el corto y largo plazo, por el otro, han hecho que cada vez más gente quiera saber cada vez menos de política.

Dracón llegó a Caracas

Dracón llegó a Caracas

El advenimiento de las “elecciones” presidenciales de julio parece que, al menos provisionalmente, frenó y hasta redujo la tendencia. Sobre todo, luego del éxito de la primaria opositora de octubre y el entusiasmo masivo que desató. Pero en los meses siguientes, nuevos desengaños pudieran fortalecerla otra vez: la inhabilitación confirmada de María Corina Machado, ganadora de la primaria; el bloqueo sin explicación oficial alguna a la candidatura de la profesora Corina Yoris, escogida por Machado para representarla; la insistencia de esta y su entorno en que pese a todo registrarán una nominación representativa, pero sin dar a entender cómo lograrán tal cosa; y la inscripción de una docena de otras candidaturas alternativas a la de Nicolás Maduro, ninguna de las cuales parece contar con respaldo significativo, incluyendo la más prominente, la de Manuel Rosales.

Ya que la despolitización de las masas pudiera seguir siendo un rasgo mayúsculo de nuestra sociedad en tiempos por venir, creo que no está de más examinarla en relación con la Atenas helenística. ¿Cabe esperar que los venezolanos también se refugien en formas de pensamiento más introspectivas y ajenas a la política? Yo pienso que eso ya está ocurriendo. Pero, para hacerlo todo más lamentable, el menú de opciones no tiene la riqueza de las escuelas filosóficas de hace más de dos milenios. Más bien es un conjunto diverso de manifestaciones derivadas de lo que Bauman llamó “los descontentos de la posmodernidad”, a menudo con un matiz fuerte de subdesarrollo. Especies de cultos New Age y filosofías pop. En el mejor de los casos, son inocuos pero superficiales. En el peor, nocivos.

 

Tenemos para empezar el primitivismo que rechaza los productos industrializados para el consumo alimenticio e higiénico, sin ninguna evidencia científica que lo respalde. Pura charlatanería que si acaso contará marginalmente con el beneplácito de alguna persona versada en la materia. Ello va de la mano con unas ínfulas de hipermasculinidad en supuesta sintonía con la naturaleza, que ignoran hasta los hallazgos más básicos de la antropología y que tienen visos de misoginia y homofobia por una pretendida obligación a que las personas de sexo biológico masculino tengan estrictamente conductas de animal macho, incluyendo un papel exclusivo de proveedor de recursos para la familia (como si las mujeres no pudieran aportar). Una respuesta que muchos hombres, sobre todo jóvenes, han hallado a las inseguridades sobre su identidad masculina en una era revolucionaria para los roles de género.

 

Luego está el hedonismo plástico que limita todo modus vivendi a la búsqueda de placeres sensuales y materiales. Se desentiende de cualquier ética que trascienda los deseos del cuerpo y la reputación social. Su única aspiración es a una vida colmada de comodidades y lujos: habitar una mansión o un penthouse en alguna de las mejores zonas de Caracas, con el mobiliario más cómodo posible y una estética agradable a la vista; comer en los mejores restaurantes, beber los licores más finos, vestir ropa de diseñador, manejar carros deportivos o camionetas gigantes último modelo, visitar los destinos turísticos más exclusivos y practicar el coito frecuente con una o varias parejas muy codiciadas por los demás.

La hipocresía de Occidente

La hipocresía de Occidente

Aunque apeste a frivolidad y a muerte intelectual, nada de esto tiene por qué ser moralmente inaceptable en sí mismo. No pretendo invocar el “ser rico es malo” de Hugo Chávez ni ninguna otra monserga de extrema izquierda. Querer bienes y servicios costosos es normal y no veo nada de malo en ello. El problema es la concepción del resto de los mortales como seres cuyo bienestar no importa en absoluto o, peor, cuya explotación y opresión es necesaria para los objetivos propios. Nada sintetiza más esta mentalidad que una frase horrenda que se me cruzó hace poco en redes sociales: “Todos quisiéramos ser hijos de un enchufado”. Una mentalidad muy cómoda en un país con tanto sufrimiento y miseria, pero al mismo tiempo muy difícil de satisfacer, habida cuenta de que, por la exclusión inherente al sistema, los cupos para “enchufado” o vástago o pareja de “enchufado” son pocos.

 

Por último, está la autoayuda de manual para la “superación personal” y el emprendimiento. No me refiero a los miles de pequeños negocios abiertos por venezolanos hartos de ganar sueldos paupérrimos. A esos les deseo todo el éxito del mundo. Lo que tengo en mente es el discurso de influencer que, a cambio de una tarifa, te enseña que siempre “querer es poder”. Esta máxima, extendida y retorcida de mil maneras distintas en forma de libros de cientos de páginas o conferencias de varias horas de manera tal que los autores en cada caso puedan cobrar por su “pensamiento innovador”, tiene algo de sentido en sociedades mayormente libres. En caso contrario, es un sofisma.

De manera que, en Venezuela, no todo el que quiere puede. El statu quo es demasiado injusto y depredador como para permitirlo. No hay ninguna igualdad de oportunidades, pues los recursos necesarios para tal igualdad están concentrados de manera ilegítima en muy pocas manos. De ahí que haya tanta gente trabajadora y ambiciosa pero pobre. Solo unos pocos lo consiguen de forma honesta. Negarlo es cosa de mercachifles del pensamiento.

Las fortunas del socialismo

Las fortunas del socialismo

Quise describir estas tres expresiones de introspección despolitizada porque, entre las conspicuas, me parecen las menos escrutadas. Hay otras, por supuesto, como el budismo o el esoterismo cabalístico o astrológico. Si la oposición no logra un cambio político mediante el proceso que culmina este 28 de julio, cuenten con una depresión masiva que acentúe la despolitización de las masas. Cuenten también con el agudizamiento y popularización de todos los fenómenos descritos en este artículo. ¿Y Atenas? Bueno, ojalá lo que representa la diosa que da nombre a la ciudad nos guíe: sabiduría.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Alejandro Armas Abr 12, 2024 | Actualizado hace 2 semanas
Dracón llegó a Caracas
Todos los demócratas del mundo están en deuda con Solón y hasta cierto punto aspiran a emularlo. En Venezuela, en cambio, los poderosos evocan con nostalgia atávica a Dracón

 

@AAAD25

Cuando comencé esta columna, hace más de ocho años, era apenas un novato que había cumplido todos los requisitos académicos para optar por la licenciatura en Comunicación Social pero que, por la burocracia kafkiana venezolana, tenía que esperar varios meses más por su certificado. Un pichón de periodista al que este portal le dio una oportunidad dorada, por la que siempre le estaré agradecido. Necesitaba darme a conocer de alguna manera en un mar de plumas con bastante más experiencia y méritos que los míos. Se me ocurrió entonces que podía ofrecer algo distinto a partir de mi pasión por la historia. Entonces, en sus primeros años, la columna siempre siguió la fórmula de comparar hechos contemporáneos con otros, del pasado. El mecanismo cumplió su propósito y, cuando este espacio y su autor ya tenían un poco de reconocimiento, decidí dejar de emplearlo.

No obstante, a veces conviene volver a él. Hoy, por ejemplo. Este es el primero de dos artículos en los que haré analogías entre la Venezuela de hoy y la antigua Atenas. Me encantaría que los símiles correspondieran específicamente con el período de mayor esplendor de la ciudad helénica, cuando su democracia clásica hizo de ella un faro para la discusión plural de ideas políticas. Pero no puedo, por razones obvias. Los paralelismos serán más bien con dos épocas, una anterior a la democracia ateniense. La otra, posterior. Comencemos, pues.

Me llamó la atención hace unas semanas que desde la élite gobernante venezolana se describió un proceso legislativo que ahora está en pleno desarrollo con el término “draconiano”. Por no ser un vocablo de uso muy común, me permito aclarar su significado para quien no lo conozca. Dícese de aquellas medidas legales, especialmente las punitivas, que son excesivamente severas. Que el chavismo hable de sanciones muy duras no es algo que a alguien consciente pueda sorprender a estas alturas. Ese es su principal mecanismo para el control social. No es entonces el concepto de la palabra “draconiano” lo revelador, sino su etimología.

El término viene de Dracón, un célebre legislador ateniense del siglo VII a. C., el primero del que se tiene registro individual. Fue el autor de la primera “constitución” de la polis ática. Es decir, del primer código textual de leyes para la vida en la ciudad, en lugar de las tradiciones jurídicas orales anteriores. En tal sentido, pudiera decirse que Dracón fue un visionario del progreso, ya que, como bien señaló Platón en el diálogo Las leyes, es indispensable que una sociedad cuente con normas escritas para que todo el mundo pueda conocerlas inequívocamente y saber qué está permitido y qué no.

Pero hasta aquí llegan los beneficios de la “constitución” draconiana. Su gran problema era el establecimiento de castigos desproporcionados para varios delitos. Entre ellos, la esclavitud para deudores y la pena de muerte para robos menores. Todo esto se ve peor si tenemos en cuenta que, repito, no hablamos de la Atenas democrática, sino de su predecesora. Era este un Estado aristocrático en el que los pobres eran ciudadanos de segunda, con menos derechos que sus pares adinerados.

De hecho, la severidad de las leyes de Dracón pudo tener como propósito garantizar un orden desigual y opresor, mediante el miedo que inspiraban las penas.

Que cada quien en la jerarquía social supiera cuál es su lugar y ni se le ocurriera alterar ese statu quo, así fuera por necesidades básicas para cuya satisfacción los medios tolerados por el poder no alcanzan. Volviendo a Platón y a su concepto de justicia, que es dar a cada quien lo que le corresponde, se entiende fácil que estas no eran leyes justas. En algunos casos, criminalizaban conductas que no eran realmente ilegítimas. En otros, para conductas que sí eran ilegítimas establecían castigos desproporcionados.

Las reglas de Dracón fueron revocadas casi totalmente en el siglo siguiente por otro legislador de renombre: Solón, uno de los “Siete Sabios de Grecia” y  el padre de la democracia ateniense (tal vez, de toda la democracia subsiguiente en el mundo). Sus reformas expandieron los derechos de la ciudadanía y aligeraron las sanciones, haciéndolas más justas. Ese proceso fue continuado por otros dos reformistas, Clístenes y Efialtes, que produjeron el clima de tolerancia y diversidad de ideas de la Atenas democrática. No era, desde luego, un sistema tan permisivo como las democracias republicanas modernas. El juicio y condena a Sócrates son prueba suficiente de ello. Pero para estándares de la época, en la que las alternativas eran el militarismo aristocrático espartano o el despotismo de los reyes persas aqueménidas, era algo bastante avanzado.

Todos los demócratas del mundo están en deuda con Solón y hasta cierto punto aspiran a emularlo. En Venezuela, en cambio, los poderosos evocan con nostalgia atávica a Dracón, al celebrar el advenimiento de una legislación que expresamente recuerda a la mentalidad punitiva del legislador aristocrático. Creo que eso dice mucho en nuestro contexto político, económico y social, marcado por la alienación entre el gobierno y la voluntad ciudadana mayoritaria y por la exclusión de las masas con respecto a la prosperidad o la vida siquiera decente, mientras que un puñado de privilegiados goza de fortunas y privilegios exorbitantes. Exclusión e intimidación. De eso se tratan los planes de los discípulos de Dracón en el siglo XXI, aunque insistan en disfrazarlo con eslóganes socialistas y revolucionarios que prometen lo contrario.

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“Fascistas neoliberales”: mamarrachada conceptual

 

Tachar a la oposición de fascista y neoliberal al mismo tiempo es absurdo. La idea de un “fascista neoliberal” es  un adefesio semántico, una mamarrachada conceptual

 

@AAAD25

La neolengua chavista que hoy copa casi todos los espacios de poder en Venezuela se ha discutido mucho, con conclusiones por lo general desfavorables para ella. Desde todos o casi todos los puntos de vista es un ejercicio retórico despreciable. Ha degradado el discurso político nacional hasta convertirlo en gritería propia de un pleito entre borrachos, con insultos y groserías a la orden del día, ignorados olímpicamente por Conatel, a pesar de que son exclamados en horario no apto para menores en cadena nacional. Quienes lo vivieron (yo ni había nacido, pero me han contado), ¿recuerdan la reacción de escándalo cuando a Lusinchi se le ocurrió espetar frente a las cámaras un “Tú a mí no me jo…”? Eso no es nada frente a lo que ahora se escucha desde las tarimas en Miraflores y, para ser justos, las bocas de uno que otro dirigente opositor. En vez de avergonzarse, todos creen que se la están comiendo.

Está además la militarización del verbo. Toda forma de expresión de la vida civil tiene que ser metamorfoseada para que parezca salida de unas barracas. Así, por ejemplo, las bases del partido son “unidades de batalla”. Los cónclaves de figuras destacadas son “Estados Mayores”. Hay un “Estado Mayor de la Cultura”, que reúne a artistas e intelectuales oficialistas, y un “Estado Mayor de la Comunicación”, con periodistas.

¿Hay algo más incoherente que las artes, la filosofía y la prensa, reinos por naturaleza de la diversidad, actuando bajo lineamientos militares?

La cosa no pasaría de farsa de mal gusto si no se tratara de un síntoma de la pretendida imposición desde el poder político de una uniformidad vertical del pensamiento y la acción, con inquebrantables estructuras de orden y obediencia, en la que el disenso es un enemigo que debe ser exterminado.

Tal vez el peor aspecto de la neolengua revolucionaria sea su obsesión por cambiarle el significado a los términos, para armar un vocabulario con el que explotar la insuficiente educación que en gobiernos anteriores fue una falla, y que en este más parece un objetivo. La cuestión ya fue tratada en este espacio, con foco específico en la transformación roja endógena de la palabra “oligarca”. Esta vez se hará un examen similar con otros dos descalificativos predilectos del chavismo: “fascista” y “neoliberal”.

A ver. Con estos adjetivos el PSUV y sus aliados se refieren sistemáticamente a la oposición, y sobre todo a sus dirigentes. Es decir, para el chavismo quienes lo adversan son al mismo tiempo fascistas y neoliberales. Pero, la idea de un “fascista neoliberal” es un adefesio semántico, una mamarrachada conceptual. Porque resulta que el fascismo y el liberalismo son inherentemente antagónicos. Se rechazan sin posibilidad de conciliación. No pueden convivir. La presencia de uno implica la ausencia del otro. Advierto de una vez que me deshago del prefijo “neo” por considerar que su añadidura a la palabra original constituye una etiqueta vacía, usada peyorativamente por la izquierda radical trasnochada. En realidad hay personas liberales y ya. Aunque se inspiren en autores más modernos que los clásicos de esta corriente (Smith, Ricardo, etc.), dudo que se hagan llamar “neoliberales”.

No es por menospreciar a nadie, pero tengo la impresión de que si se le preguntara a quienes repiten los señalamientos de fascismo y neoliberalismo en qué consisten esas acusaciones, no sabrían responder más allá de que son “algo malo”. Y es que el discurso de los líderes chavistas no arroja mayores luces sobre lo que significan los descalificativos que usa. Se limita a relacionarlos vagamente con comportamientos universalmente repudiados: egoísmo, prejuicio, violencia, etc. Es así como dos opuestos pueden convertirse en sinónimos.

Solo hace falta una indagación superficial, pero independiente, de los conceptos de liberalismo y fascismo para revelar su falsa fusión. En tal sentido, revisar sus orígenes basta. Comencemos por el más antiguo de los dos, el liberalismo. Su génesis está ligada al ascenso, en Inglaterra, de la burguesía comercial en el siglo XVII, a la que en el XVIII se le añadió la naciente burguesía industrial. A diferencia del continente europeo (con la excepción notable de Holanda), en la nación insular fueron los burgueses, y no la monarquía absoluta, quienes desplazaron a la nobleza terrateniente feudal como estamento dominante.

En torno a la nueva aristocracia, cuyos valores eran diferentes a los de la anterior, surgió una filosofía que pregonaba principalmente el laissez faire (“dejar hacer”). Esto es la mínima intervención del Estado en la economía nacional, dejando a los emprendimientos individuales relacionarse libremente en el mercado bajo leyes de oferta y demanda. Las autoridades públicas controlan lo menos posible la producción y distribución de bienes y servicios. Para los liberales, esto no necesariamente deriva en las injusticias sociales denunciadas por el marxismo. Sostienen que bajo este régimen el esfuerzo permite hasta a la persona de orígenes más humildes salir de la pobreza, y que la libre competencia estimula el ahínco por el trabajo de calidad. Todo eso se traduce, según ellos, en una colectividad más próspera por el agregado de individuos que luchan por su beneficio individual.

Aunque el liberalismo originalmente se concentró en aspectos económicos, con el tiempo algunas de sus tendencias se extendieron a lo social. Ejemplos: la libertad de cultos dentro de un Estado laico y, más recientemente, la libertad de identidad sexual y de consumo de sustancias tradicionalmente prohibidas.

Toca su turno ahora al fascismo. A lo largo del siglo XIX, gracias a la industrialización, la burguesía fue ganando terreno político en el continente europeo, como antes lo hizo en Inglaterra. El resultado de la Primera Guerra Mundial fue la estocada final para las monarquías absolutas y las viejas aristocracias agrícolas de “sangre azul”. Es entonces cuando surgen los movimientos fascistas entre los sectores más conservadores de la población, como una reacción, no solo al comunismo que amenazaba desde Rusia, sino a la consolidación del liberalismo.

Los dolientes del antiguo régimen no concebían una sociedad flexible de clases sociales, en la que se podía ascender y descender gracias al dinero. Añoraban el viejo sistema de división férrea por estamentos. Criticaban la situación del proletariado en el marco del capitalismo liberal, pero no porque la burguesía lo explotara, como sostienen los marxistas, sino porque lo explotara para su ganancia individual, sin considerar las “necesidades de la nación”.

El fascismo concibió un sistema económico en el que conviven la propiedad pública y la privada, pero con esta última totalmente sometida a los intereses del Estado, lo que se traducía en los intereses del partido de gobierno (ya que los fascistas identifican exclusivamente su ideología con el bienestar de la patria, igual que ciertas personas). Ello implicaba regulaciones para todo. Es el corporativismo de Mussolini, emulado en Portugal y Brasil con el nombre de “Estado Novo”.

Para tener de su lado a los campesinos y trabajadores, el fascismo les vendió la promesa de un futuro de gloria y redención nacional, el destino de una raza superior de la que son parte. Lograrlo implicaba una épica en la que todos, desde el ejecutivo más alto hasta el trabajador más humilde, conocen su papel y están felices de representarlo. Las clases sociales, en vez de luchar entre ellas, armonizan y luchan contra el sistema financiero internacional y los enemigos internos (etnias inferiores, inmigrantes, degenerados homosexuales, etc.)

¿Es todo esto cónsono con los principios liberales? Obviamente no. Ambas formas de pensamiento se han considerado desde el principio una amenaza el uno para el otro. El fascismo incluso depuso su conflicto con los comunistas para que entre los dos exterminaran el liberalismo europeo. Así estalló la Segunda Guerra Mundial. Alemania y la Unión Soviética se lanzan a conquistar el Viejo Continente. Pero la traición anticipada de Hitler a Stalin volteó la tortilla y llevó a una alianza entre los soviéticos y las democracias liberales (Estados Unidos, Reino Unido y Francia), que sepultó a los regímenes Mussolini y Hitler.

Así pues, tachar a la oposición venezolana de fascista y neoliberal al mismo tiempo es absurdo. Dicho lo anterior vale la pena preguntarse si se la puede catalogar en al menos una de estas categorías. ¿Está la MUD dominada por el liberalismo? Para nada. No hay que ser politólogo para darse cuenta de que la mayoría de los partidos que la componen pregonan alguna forma de socialdemocracia. Tiene sentido. Desde la revolución de octubre de 1945 esa ha sido la filosofía política predilecta de los venezolanos. Solo el chavismo ha podido disputarle esta posición, no con mucho éxito desde al menos el año pasado. En todo caso pueden verse aproximaciones al liberalismo en Vente Venezuela, el partido de María Corina Machado. Porque este país nunca ha tenido una tradición liberal como fenómeno de masas. ¿No lo cree? Pregunte por ahí a la gente si estaría de acuerdo con la privatización de Pdvsa y la UCV. Apuesto a que pocos responderían afirmativamente.

¿Y el fascismo? Por favor. Si tiene dudas, relea los párrafos anteriores. Hablar de fascismo en la MUD es una necedad todavía mayor.

Disertar sobre las cuestiones de la neolengua puede parecer una nimiedad mientras el país atraviesa esta tragedia. Pero no lo es. Estamos ante un Gobierno que se toma en serio la tesis goebbeliana de la mentira convertida en verdad por haber sido repetida mil veces. Combatir esa retórica es una forma de lucha válida, y discúlpenme si yo también sueno como un civil de verbo militar al decir esto.

Nota del editor: este artículo, publicado previamente en julio de 2016, se actualiza hoy a propósito de la Ley Antifascismo, aprobada en primera discusión en la Asamblea Nacional oficialista.

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Alejandro Armas Abr 05, 2024 | Actualizado hace 3 semanas
Vuelven los avestruces
No podemos darnos el lujo de otro 2018. Si se escogió la ‘vía electoral’, pues que así sea. Pero hay que admitir en dónde estamos parados, aunque sea muy duro”

 

@AAAD25

Es un hecho indiscutible que la oposición está adherida de nuevo a la “ruta electoral”. Ningún actor político relevante está llamando a salirse de ella. María Corina Machado, ganadora de la primaria de octubre que permanece inhabilitada y que insiste en que sea nominada la profesora Corina Yoris en representación suya pese al bloqueo sin explicación desde el poder, ha reafirmado una y otra vez estar comprometida con la senda en cuestión. Cómo logrará que su causa avance en tal sentido es algo que no sabemos, pero ahí sigue. Entretanto, otros ciudadanos ya están alineados con la candidatura de Manuel Rosales, por considerar que, de aquellas permitidas por la elite gobernante, es la que tiene mayor oportunidad de ganar.

En fin, el punto es que la dirigencia opositora ha depositado en el 28 de julio sus esperanzas para un cambio político en el corto plazo. Jamás me han gustado los discursos deterministas que plantean una “última oportunidad” para conseguir algo en política, incluyendo las alertas que hoy pululan en Venezuela sobre una condena del país para siempre al statu quo actual si la oposición no triunfa en aquella fecha. Una especie de avatar criollo para el desatino hegeliano sobre el “fin de la historia”, en este caso sin la felicidad de un cuento de hadas sino todo lo contrario. La política, como todo fenómeno humano, es menos predecible que eso y puede dar giros radicales cuando todo el mundo solo espera continuidad. Por otro lado, no es mentira que cuando una población ávida de cambio no lo consigue en un momento de grandes expectativas, el resultado suele ser una depresión y una resignación colectivas de indefinida duración, hasta que surja una nueva oportunidad.

De manera que sí. Esta elección presidencial, si así puede llamársele, es de importancia inmensa y el costo para todos los venezolanos fuera de la élite gobernante sería inmenso si el deseo de reforma termina truncado una vez más. Desperdiciar el evento sería entonces un error terrible. Todo o casi todo comentario sobre política venezolana de mi parte por estos días, incluyendo el presente artículo, tiene como intención un aporte modesto al esfuerzo para que no haya tal desperdicio. Dado que el voto ganador es un paso indispensable más no suficiente en la dirección escogida, me propongo colaborar con que ocurra.

Pero es precisamente por esto que me resulta tan desconcertante la manera en que se está haciendo el llamado a votar desde la corriente de opinión que se identifica como su paladín más fiel. Aquellas personas que se montaron en el Rocinante de un Henri Falcón devenido en figura quijotesca en 2018, con exhortos a que sufragar por él sin ninguna estrategia para lidiar con los obstáculos de un proceso comicial en las condiciones políticas que, sabemos todos, imperan en Venezuela. En vez de admitir que fue un error, no la convocatoria a las urnas, sino el haberla hecho como semejante omisión, hasta el sol de hoy culpan a un llamado a la abstención formulado entonces por el grueso de la dirigencia opositora, como si eso hubiera sido capaz de lavarle el cerebro a las masas y hacerles creer que escollos reales eran solo ficciones.

Seis años después, los referidos individuos incurren en la misma práctica, a mi juicio muy contraproducente: una pretensión de ignorar el contexto o de edulcorarlo, pues, dicen ellos, lo contrario desalentaría el voto o, vaya ridiculez, constituiría un clamor “abstencionista”. Parece que están convencidos de que el ciudadano común es demasiado estúpido para notar las trabas del sistema por cuenta propia y que solo lo harán si un tercero se las señala. Yo más bien pienso que esta infantilización de las masas es lo que en realidad desanima a todo aquel que de otra forma estaría decidido a votar. A nadie le gusta que lo traten como a un niño incapaz de lidiar con situaciones difíciles. A nadie le gusta que se burlen de su inteligencia. A nadie le gusta que le digan que va dar un paseíto por el parque cuando lo que tiene frente a sí es una travesía en el Sahara de punta a punta.

El paroxismo de la actitud edulcorante lo acabamos de ver con los pronunciamientos de los presidentes de Colombia y Brasil sobre la situación política venezolana. Gustavo Petro y Lula da Silva no hicieron más que decir obviedades al respecto, que sorprendieron no por su contenido en sí mismo sino por la ruptura de ambos con una tendencia a hacerse los desentendidos. No obstante, algunos venezolanos con complejo de Splenda se manifestaron en contra, aduciendo que esos comentarios no ayudan. En otras palabras, están señalando que sus compatriotas no son capaces de reparar en su propio entorno sin que un extranjero se los muestre. Así de absurdo. Irónicamente, estos son los sujetos que se la pasan haciendo gala de su supuesto sentido “realista” de la política.

No podemos darnos el lujo de otro 2018. Si se escogió la “vía electoral”, pues que así sea. Pero hay que admitir en dónde estamos parados, aunque sea muy duro. No hay virtud alguna en hacer como los avestruces.

¿Y qué hacemos ahora?

¿Y qué hacemos ahora?

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Alejandro Armas Mar 22, 2024 | Actualizado hace 1 mes
Autocensura con esteroides
Hay mucho miedo y con mucha razón. Cabe esperar que veamos una discusión política incluso más autocensurada que lo que ya estaba antes

 

@AAAD25

Comienzo el artículo de esta semana refiriendo a dos de sus predecesores, puesto que junto con el presente constituyen un triángulo que brinda la idea completa que tengo en mente. Uno es el antecesor inmediato, que vio luz la semana pasada. Si quien esto lee no pasó sus ojos por aquel, brindo ahora un resumen.

La tesis central es que, mucho más allá del aparato de propaganda chavista formal, hay toda una red de medios privados, partidos opositores solo de nombre y “analistas políticos independientes” dedicados a difundir, mano con mano, una imagen de Venezuela totalmente distorsionada de la realidad y que replica la ilusión de un país más o menos democrático y sin urgencia socioeconómica alguna de un cambio de gobierno.

En el otro artículo, que data del año pasado, señalo que los voceros de la oposición prosistema tienen una ventaja comunicacional que sus pares de la oposición antisistema no tienen, pues no están vetados de los grandes medios tradicionales y, por el contrario, se la pasan deliberando en ellos, por lo que es ridículo que desestimen a la oposición antisistema por estar confinada a redes sociales, único espacio en el que pueden expresarse.

Pues bien, ahora ni esa libertad está asegurada para quienes creen que la oposición necesita de alguna manera presionar cívicamente al gobierno para que este acepte negociar una transición y que no se limite a pedir de rodillas que la voluntad ciudadana mayoritaria sea respetada. No porque las redes sociales y, sobre todo Twitter, que es el principal foro virtual para esas discusiones en Venezuela, hayan cambiado. Bueno, sí. En realidad, Twitter, ahora bajo la fea identidad de “X”, ha cambiado considerablemente bajo la égida de Elon Musk. Pero esos cambios no impiden que los venezolanos lo sigamos usando como ágora. El problema es exógeno. Cada vez son más las proclamas furiosas desde el poder para anular el discurso opositor inconforme con el mantra prosistema de que “Si votamos, ganamos”. El objetivo claramente es intimidar a esa corriente de opinión para que no siga hablando. En una sola palabra, autocensura.

No importa cuántas veces se haga la aclaratoria de que las acciones alternativas para presionar deben ser pacíficas. No importa cuántas veces se haga la aclaratoria de que el objetivo es una transición negociada con la elite gobernante para que este malhadado país pueda salir del hueco en el que está. El aparato de propaganda gubernamental ignora eso y sistemáticamente identifica a los blancos de su ira como potenciales delincuentes peligrosos contra quienes pudiera haber represalias en cualquier momento. Así, desde los medios del Estado, pero al servicio de la elite gobernante, salen las acusaciones más descabelladas sobre tramas malignas y conexiones inexistentes. ¿Las pruebas? No las necesitas cuando lo que buscas no es convencer sino, de nuevo, amedrentar.

Pero resulta que no son solo los miembros de la elite gobernante quienes acometen la atroz labor. Militantes de partidos de la oposición de cartón y algunos de los “expertos independientes” hacen eco, demostrando así una vez más que son copias grises de los jerarcas rojos (y en este caso hay que estar de acuerdo con Platón en su señalamiento de que las copias son versiones degradadas del original). También ellos caracterizan a los adversarios del gobierno como enemigos del pueblo. A veces hasta claman porque se les castigue. Se juntan en redes sociales, cual enjambre de avispas de Aristófanes, para hostigar y tergiversar.

Me gustaría poder decir que es todo un esfuerzo vano, pero eso no sería realista. Hay mucho miedo y con mucha razón. Cabe esperar que veamos una discusión política incluso más autocensurada que lo que ya estaba antes. No hablamos de personas que, con mucho temple, decidieron militar en partidos que hacen oposición de verdad, a sabiendas de los riesgos que ello implica en un entorno político como este. Hablamos de ciudadanos comunes, estudiosos profesionales de la política, o simplemente personas con una opinión, que naturalmente no estarán dispuestos a ser objeto de persecución por un comentario en redes sociales. En muchos casos, antes de presionar el botón de “postear”, lo pensarán dos veces y llegarán a la conclusión de que no vale la pena. Nadie puede culparlos.

También me gustaría pensar que aquellos individuos que son genuinamente opositores y no se prestan para estas artimañas, pero tienden a despreciar a todo lo que cuestione el “Si votamos, ganamos” y a tildarlos de “radicales de Twitter”, caerán ahora en cuenta de lo que produjo el confinamiento digital y de que hasta eso peligra. Menos soberbia. Más solidaridad.

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Alejandro Armas Mar 15, 2024 | Actualizado hace 1 mes
La máquina de realidad paralela
Entre medios públicos, medios privados cooptados por el chavismo, partidos falsamente opositores y “analistas políticos” rehusados a reconocer el contexto antidemocrático, tenemos un ecosistema en perfecta armonía

 

@AAAD25

Hoy se habla mucho de una crisis epistemológica en las democracias desarrolladas que padecen una altísima polarización, como España o Estados Unidos. No es solo que la opinión pública está dividida en bloques axiológicos irreconciliables. Es decir, no es solo un tema de valores morales. Es que ni siquiera hay acuerdos sobre hechos empíricos en sí mismos, sobre aquello que ni siquiera debería estar sujeto a interpretaciones. El tribalismo ha llegado a un punto en el que grupos de personas que piensan más o menos igual habitan islas de pensamiento sin ningún contacto entre ellas, como si fueran realidades paralelas. El que no pertenece al grupo propio es visto entonces, no como un adversario con ideas equivocadas, pero en general razonable y decente, sino como un lunático peligroso. Ello hace casi imposible la formación de acuerdos mínimos para emprender proyectos conjuntos, la idea de la política de acuerdo con Hannah Arendt.

“Quiebre epocal”

“Quiebre epocal”

En Venezuela también tenemos dos realidades paralelas, metafóricamente hablando, pero que corresponden a una polarización asimétrica. Tenemos por un lado el hecho de un país devastado económica y socialmente, con muy pocas posibilidades de recuperarse a lo grande en el corto o mediano plazo, y gobernado por un autoritarismo feroz e implacable. Por el otro lado, tenemos la ilusión propagandística del gobierno, otrora difundida exclusiva o casi exclusivamente por los medios de comunicación propiedad del Estado pero que, en virtud de la apropiación del Estado por la elite gobernante, convertidos de facto en canales al servicio de los intereses privados de dicha elite. Ahí, Venezuela es en esencia un país próspero, prometedor y, sobre todo, rebosante de alegría. Ello gracias a un gobierno que goza de inmenso apoyo popular, mediante el cual triunfa en casi todas las elecciones, siempre limpias y justas.

Digo “otrora” porque eso ha cambiado. Ya no son solo los medios públicos los que transmiten la ilusión propagandística. Se ha sumado un conjunto de medios privados que fueron cooptados por la elite gobernante, mediante su compra por empresarios vinculados con el chavismo. Los tres casos más notables son los periódicos Últimas Noticias y El Universal, así como el canal televisivo Globovisión. Si bien el diario de la ex Cadena Capriles fue el primero de los tres en sufrir la metamorfosis decadente, los otros dos recientemente se han esforzado por competir por cuál es el más panfletario, como muestran sus titulares en redes sociales exaltando los eventos proselitistas de Nicolás Maduro. Titulares que algunos observadores con acierto compararon con los de una agencia de noticias norcoreana, por el nivel de adulación al presidente. Creo que ni Venezolana de Televisión llegó a tanto.

Ahora bien, si todos estos medios son las tablas para la representación teatral de país feliz, ¿quiénes son los actores? Alguien no muy avispado restringiría el elenco de la farsa a un montón de militantes del PSUV y sus socios minoritarios como el PPT. Pero, de nuevo, ahora la escena es mucho más variopinta. Ya no es un gran retablo carmesí, como alguna de las pinturas de Rothko. Porque resulta que la cooptación es mucho más que mediática. Se extiende también a partidos políticos. ¿Qué otra cosa son aquellas organizaciones intervenidas por el Tribunal Supremo de Justicia y que dicen ser “oposición”, aunque aplauden prácticamente todo lo que hace el gobierno? Y que no se nos olviden los partidos de origen, digamos, y que valga la cacofonía, original pero que están coaligados con los derivados de las intervenciones judiciales en la llamada “Alianza Democrática”.

Hay más. Existe también una fauna de sujetos a menudo identificados con esa rara etiqueta que es la de “analista político” y que también son personajes recurrentes en la tramoya. No necesariamente tienen formación alguna en ciencia política, pero vaya que hablan como autoridades en la materia. Siempre apuntando a la misma conclusión: que en Venezuela las elecciones son como en cualquier democracia (quizá con una que otra injusticia nimia) y que la oposición solo puede y debe enfocarse en desarrollar una estrategia de captación del voto mayoritario para triunfar. Cualquier otro planteamiento no solo es innecesario, sino además “radical e inmoral”. Los presos políticos para ellos no existen. ¿El chavismo desconociendo de facto que la oposición ganó la mayoría calificada en las parlamentarias de 2015? Nunca ocurrió. Y si ocurrió, pues fue la misma oposición la culpable, por “extremista”. Agreguen a eso el llamativo fenómeno de empresas de consultoría política que en redes sociales tratan de usurpar la función de los medios de comunicación, divulgando contenido con fines dizque informativos, pero con una tendencia a propagar bulos alineados con la propaganda chavista.

Veamos el conjunto definitivo: entre medios públicos, medios privados pero cooptados por el chavismo, partidos falsamente opositores y “analistas políticos” independientes rehusados a reconocer el contexto antidemocrático, tenemos a todo un ecosistema en perfecta armonía. Cada uno de esos elementos es como una pieza mecánica en una máquina generadora de la realidad paralela. Con tanta censura y autocensura en los medios tradicionales, es poco lo que pueden hacer las voces alternativas, que sí describen el entorno sin edulcorantes. Lo que lingüistas y semiólogos vinculados con la teoría crítica izquierdista, desde Roland Barthes hasta Noam Chomsky, describieron como redes comunicacionales con el propósito de fomentar el conformismo de las masas con la democracia liberal y el capitalismo (con cierta exageración sobre lo que ello implica en términos de control social), es hecho en Venezuela. El objetivo es que las masas desarrollen un pensée unique afín a los intereses de la elite chavista.

Creo que es un esfuerzo condenado al fracaso. Cuando tienes un país que sigue azotado por la pobreza extrema, por la inseguridad alimentaria y por los apagones constantes, no veo manera de que la población en general abrace una ilusión de vida nacional sabrosa. Sin embargo, sí es posible cautivar a algunas personas. Sobre todo, a aquellas con una calidad de vida por encima del promedio y que quieren pretender que siguen “en la lucha” contra el gobierno, aunque no estén dispuestos a correr los riesgos inherentes a la oposición a regímenes como este. Para ellas, está mandado a hacer el mensaje, quizá no de los propagandistas más evidentes, pero sí de los “analistas políticos” enajenados. Para los demás, para la inmensa mayoría de los oprimidos, el miedo a la represión seguirá siendo el gran agente disuasor del reclamo.

De todas formas, no está de más describir el fenómeno de la máquina propagandística de última generación y, sobre todo, advertir sus componentes aparentemente heterogéneos y dispersos, pero, como ya dije, en plena y deliberada sincronía. Lo bueno es que una vez que se identifica a una de las partes, es más fácil notar el todo. ¿Invitado frecuente a un medio cooptado por el chavismo? Ya sabe. Eso es precisamente lo que la máquina no quiere: que usted sepa. Sea saber la identidad de la máquina misma o cualquier otra cosa sobre la Venezuela de hoy.

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Alejandro Armas Mar 08, 2024 | Actualizado hace 2 meses
El “tic, toc” contra la oposición
Hoy pienso en aquellos sonidos indicadores del paso de las agujas por orden del inexorable Cronos. Pero no por el chavismo. Nicolás Maduro y su gente no tienen el tiempo en su contra. Es la oposición la que lo tiene

 

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La película Simón, del cineasta venezolano Diego Vicentini, logró lo que toda obra del séptimo arte se propone: que todo el mundo la vea y hable de ella, para bien o para mal, al menos entre el público al que va dirigida. Una escena particularmente comentada es la del discurso fatalista del personaje interpretado por Franklin Vírgüez. Parece haber un redescubrimiento de las destrezas del actor (a los interesados en lo mejor de su carrera, siempre recomiendo La casa de agua, cinta de Jacobo Penzo en la que Vírgüez hace de Cruz Salmerón Acosta, el vate de Manicuare y nuestro “poeta maldito criollo”).

Hoy quiero, no obstante, recordar al susodicho por otra de sus apariciones audiovisuales. O, mejor dicho, por otras. Hablo de aquellos videos que hizo en 2019 para sus redes sociales, en los que auguraba una próxima caída estrepitosa del régimen de Nicolás Maduro. Para enfatizar que era cuestión de tiempo, siempre los concluía con la onomatopeya de un reloj: “Tic, toc, tic, toc”. Recuerdo que la periodista Marianella Salazar hacía algo parecido en su columna de cada miércoles en El Nacional, también en tono ominoso sobre el porvenir del chavismo.

Aunque, como sabemos, en ambos casos los vaticinios fallaron, hoy pienso mucho en ellos. En aquellos sonidos indicadores del paso de las agujas por orden del inexorable Cronos. Pero no por el chavismo. Nicolás Maduro y su gente no tienen el tiempo en su contra. Es la oposición la que lo tiene. El Consejo Nacional Electoral puso como fecha para las “elecciones” presidenciales el 28 de julio. Más apremiante aun, el lapso para inscribir candidatos será del 21 al 25 de marzo. Es decir, en solo dos semanas.

Hace un mes escribí en esta misma columna que me parece excelente que la dirigencia disidente esté decidida a hacer valer la decisión ciudadana expresada en la primaria de octubre pasado, pero que para lograrlo hace falta mucho más que eslóganes como “Hasta el final”. Se necesita ejercer presión interna para que la elite chavista acepte retirar la inhabilitación a María Corina Machado, la candidata unitaria de la oposición. Y el principal recurso, si no es que el único, con el que puede contar para presionar es la movilización ciudadana.

¿Y qué hacemos ahora?

¿Y qué hacemos ahora?

Por los momentos no se ve nada de eso. Cuando escribí el artículo del mes pasado, ya me parecía que era tarde, habida cuenta de que no es nada fácil entusiasmar a una población paralizada por el miedo a la represión, la frustración por experiencias anteriores infructuosas y la necesidad de procurarse los medios para la supervivencia diaria. No se me ocurre nada más importante sobre lo que pueda escribir en estos momentos. Como uno no puede escribir siempre sobre lo mismo, me di el “lujo” de abordar otros asuntos por un par de semanas, algunos de los cuales ni siquiera versan sobre nuestra coyuntura política. Pero ya que a toda vista seguimos igual, vuelvo con el asunto, con el pequeño agravante de que el chavismo está poniendo a la oposición en un nuevo dilema estratégico, cosa en la que es extremadamente ducho.

La oposición puede hacer dos cosas: preparar una candidatura que reemplace a Machado o seguir insistiendo en que ella sea la candidata, incluso después del lapso establecido por el CNE. Como he dicho tantas veces que perdí la cuenta, una candidatura sustituta sería un gesto de debilidad inmenso. Una señal de que no hay disposición a afrontar los vicios del sistema «electoral» cuyas reglas garantizan que el chavismo siempre mantendrá el poder.

Pero la alternativa no está para nada libre de riesgos. Ya que la elite chavista decide las fechas y el CNE solo las anuncia, es concebible que, si se le presiona hasta el punto necesario, dicha elite reconsidere las fechas para la inscripción de candidatos. Lo mismo puede decirse de la fecha de las «elecciones» en sí mismas y de la inhabilitación de Machado. Pero eso solo resultaría si la oposición logra presionar lo suficiente, cosa que nadie puede garantizar.

Por otro lado, la Plataforma Unitaria se ha mantenido cohesionada desde octubre en torno a Machado como su candidata. Es posible que esa unidad flaquee a partir de ahora y que los elementos más prosistema empiecen a exigir un reemplazo: Un Nuevo Tiempo, Acción Democrática y la parte de Primero Justicia afín al exgobernador de Miranda Henrique Capriles. Ya hay señales de eso.

Ahí está, por ejemplo, el diputado a la Asamblea Nacional electa en 2015 Luis Emilio Rondón, manifestando que su partido, UNT, está dispuesto a buscar alternativas para evitar que los saquen de la “vía electoral”. Un mensaje equívoco, de no ser porque estuvo acompañado por la declaración de que “entre nuestras filas está uno de los mejores venezolanos para ser presidente, como lo es Manuel Rosales”, el gobernador del Zulia y líder de UNT. Mientras, Capriles no esperó ni media hora tras los anuncios del CNE para manifestar que se inclina porque la oposición “siga el ejemplo de Barinas”.

Es decir, nombrar a un candidato que sí esté habilitado, como cuando la oposición cambió a Freddy Superlano por Sergio Garrido en las regionales de 2021-2022. A Capriles no parece importarle el hecho de que evidentemente el chavismo no será tan “flexible” cuando es Miraflores, y no una gobernación, lo que está en juego. Ni que ya está harto demostrado que el chavismo permitió la candidatura de Garrido porque previó que este no lo estorbaría y hasta convalidaría sus intereses, como en efecto ocurrió.

De manera que las tesis de sustitución de candidato que cogen impulso quizá valdrían la pena si no fuera porque sus promotores son los mismos que se rehúsan a que la oposición tome cualquier acción contra los vicios del sistema “electoral”, condenándola de esa forma a seguir unas reglas diseñadas para que el chavismo siempre mantenga el poder. Una forma de fingir que haces algo cuando en realidad no haces nada.

Es verdad que Machado ha estado muy activa recorriendo el país y organizando a simpatizantes para su causa. Pero, parece mentira que haya que decirlo, uno se organiza para una eventual acción. Y esa acción cívica es lo que pudiera hacer la diferencia. Más temprano que tarde veremos si se dará, porque el tiempo se está acabando rápido. Como en la Sinfonía 101 de Haydn, apodada “Reloj” por el ritmo cronométrico de su segundo movimiento, y contada entre sus “Sinfonías Londinenses”. Si acá no hay un Big Ben, pues a estar pendientes de la Torre La Previsora. O, por volver a nuestro punto de partida, como dirían Vírgüez o Salazar: tic, toc, tic, toc.

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Alejandro Armas Mar 01, 2024 | Actualizado hace 2 meses
El Metro como metáfora del país

Estación Sabana Grande del Metro de Caracas. Foto (interv. por Runrunes) de Luis De Jesús (@luisdejesus_) en El Nacional, agosto 2022. 

El medio de transporte que alguna vez fue avizorado como “la gran solución para Caracas” está en manos de la elite gobernante menos interesada en el bienestar colectivo, en toda la historia nacional

 

@AAAD25

Todos tenemos rasgos extraños pero inocuos en nuestra personalidad. Aquellos que, sin implicar demencia, nos distinguen de la masa amorfa que llamamos “normal humano”. Uno de los míos es la fascinación por los trenes urbanos. Es de las pocas cosas que recuerdo sobre mi infancia más temprana y que nunca me ha dejado. Como buena abuela y por lo tanto alcahuete de las pasiones pueriles, la mía me llevaba al Metro de Caracas sin ninguna finalidad, más allá de divertirme. Íbamos de Altamira a Palo Verde y luego de regreso. A veces, cuando no había quien me cuidara en casa, tenía que acompañarla a su trabajo, en Las Adjuntas. Nada me hacía más feliz entonces que ver el Metro pasando sobre la autopista, rumbo a Caricuao. Parte de la dicha de mis dos años viviendo en Nueva York por razones académicas fue explorar de cabo a rabo el sistema de metro más grande del mundo.

Todavía me gusta usar el Metro de Caracas y, si bien no es a diario, soy un usuario regular. A veces, por ir a alguna parte de la ciudad a la que no quiero ir en carro. Otras veces, solo por ese gusto difícil de explicar. Pero hasta un amante del metro como yo tiene que admitir, con dolor profundo, el deterioro abismal del sistema subterráneo capitalino. Los retrasos desesperantes en la llegada de trenes, el bochorno pegajoso de un vagón sin aire acondicionado, el atolondramiento grosero de muchos usuarios, acaso agobiados por los otros problemas. Etcétera.

Pero ojalá fuera solo eso. Los accidentes que obligan a evacuar trenes o estaciones son cada vez más frecuentes. Hace unas dos semanas, en un mismo día hubo dos: uno en el tramo entre las estaciones Caño Amarillo y Agua Salud, y otro en la estación Zoológico. Por suerte, nadie salió herido. Pero, repito, la frecuencia de estos episodios preocupa mucho. ¿Es que tiene que ocurrir una desgracia para que las autoridades tomen cartas en el asunto?

Pregunta sin sentido. En realidad, es fútil esperar que se haga el mantenimiento necesario, suceda o no una calamidad. Porque, lamentablemente, el medio de transporte que alguna vez fue avizorado como “la gran solución para Caracas” está en manos de la elite gobernante menos interesada en el bienestar colectivo, en toda la historia nacional. El metro es otra de tantas obras hechas por esa democracia que el chavismo tanto vitupera y desdeña, toda vez que ese mismo chavismo las dejó decaer hasta una cota del subsuelo inferior a las memorias de Dostoyevski. Quienes se jactan de ser mucho más productivos y eficaces que sus predecesores terminaron reduciendo el producto del objeto de su desprecio, sin un reemplazo.

¿Qué les importan los pesares de los usuarios cotidianos del metro, o incluso los peligros que corren? Ni que ellos lo usaran. Ellos se desplazan en camionetas con chofer y refrigeración, así como una horda de escoltas.

Ya sabemos qué puede pasar cuando alguien reclama. Hace año y medio, Roberto Patiño, cofundador de la ONG Alimenta la Solidaridad, y otros activistas levantaron la voz por la deplorable situación del medio de transporte. ¿Cuál fue la reacción desde el poder? Victimizarse y criminalizar a los denunciantes. Decir que había una “campaña contra el Metro”. Según su narrativa caradura, no son los millones de usuarios del metro los que tienen razones para quejarse, sino ellos mismos, los mandamases que se han rodeado de privilegios a costa de un Estado, incluyendo al metro, por el que debían velar. Las cuitas del ciudadano común no importan, sino que se sepan y que a los jerarcas los increpen por ello.

Sin embargo, el escándalo fue tal, que el chavismo tuvo que pretender que haría algo al respecto. El resultado fue una campaña de supuesto mantenimiento a gran escala. Como todo lo que el chavismo hace, la presentaron propagandísticamente con bombos y platillos. Pero por lo visto no pasó de aplicar pintura nueva a las estaciones y arreglar algunas escaleras eléctricas. Si la seguidilla de accidentes recientes nos dice algo, sigue pendiente el trabajo mecánico que debería ser prioridad.

Pero, de nuevo, con este gobierno no podemos esperar algo mejor. Y, de hecho, el Metro de Caracas es una metáfora de toda Venezuela. El país entero se ha deteriorado al punto de ser una sombra de lo que fue. Cuesta conseguir un aspecto de la vida nacional cuya calidad no haya bajado. Pero quien proteste se encontrará, en el mejor de los casos, con la indiferencia del gobierno. En el peor, con su puño de hierro. Venezuela tiene tantas, tantas cosas que necesitan una mejora urgente, que sin temor a equivocarnos podemos decir que el metro no es lo más apremiante (para empezar, es un problema caraqueño; y justo ahora, las dificultades de los habitantes del resto del país son mucho mayores). Pero, cuando tengamos un gobierno al que sí le importe algo más que los lujos de una camarilla, también habrá que devolverle al metro el estatus de solución para la capital. Como eterno entusiasta de los rieles, espero poder ver eso.

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