Ser chavista es un acto de fe
El día en que ser chavista fue un acto de fe

@AdrianitaN

“DUEÑO DE TI, DUEÑO DE QUÉ, dueño de nada…así quedaba el pueblo cuando lo botaban, dueño de nada”, recitaba la estruendosa voz del “Comandante Supremo de la Revolución bolivariana”, Hugo Chávez, desde unas enormes cornetas ubicadas a lo largo de los 1.300 metros que componen la avenida Simón Bolívar. Temas de Leo Dan, Ana Gabriel y Alí Primera, entonadas por el expresidente, amenizaban la espera bajo el sol que empezaba a tornarse inclemente.

El 15 de diciembre de 2014, se cumplieron quince años de la aprobación, por medio de un Referéndum Constitucional, de la Carta Magna que rige el destino del país desde 1999, y ocho días del segundo aniversario de la última aparición pública de Chávez. Cinco días desde que el Congreso de Estados Unidos decidió, de manera unánime, imponer sanciones a funcionarios venezolanos presuntamente involucrados en casos de violaciones a los derechos humanos. Por todo eso se supone que convocaron a los seguidores del gobierno.

Cerca de las 9 y media de la mañana, los vendedores informales de ropa, juguetes, comida y artesanías se preparaban para el arribo de la “marea roja”. Chávez y el “Ché”, Ernesto Guevara, se peleaban la popularidad en las mesas de quienes se dedicaban a vender artículos con mensajes políticos, mientras que la imagen del actual presidente, Nicolás Maduro, fue limitada a presentarse sonriente, junto a la del presidente fallecido, en la tarima principal del evento.

En el stand del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inameh) explicaban  cómo hacer mediciones pluviométricas artesanales; en el de la “Misión Árbol” un ingeniero en alimentación se dedicaba a explicar las diferencias entre un samán y un roble, entre un chaguaramo y un árbol de avellanas. En el espacio de la “Misión Niño Jesús” niños paseaban en un pequeño tren que se desplazaba bajo la sombra.

Los trabajadores del segmento de la “Misión Alimentación”, por el contrario, tenían cara de pocos amigos: estaban atrapados entre una cinta de seguridad, cual objeto en una escena de un crimen, y estantes repletos de productos de la cesta básica que se exponían, más bien, como descubrimientos arqueológicos.

Leche en polvo, aceite, harina de maíz y de trigo, café, leche líquida, jugos y yogurt eran los productos más pedidos. En Venezuela, a pesar de que no se ofrecen cifras de escasez oficiales desde marzo de 2014 (30%), es un secreto a voces que buscar –y conseguir- algunos alimentos es casi un acto de fe.

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-“Epa, chamo, ¿a cómo tienes la leche?”, pregunta una mujer de unos treinta años al más mal encarado de los vendedores.

-“No estamos vendiendo, señora, esto es pura exhibición”, replica él.

-“Pero, ¿van a hacer jornada hoy? ¿Hay que agarrar número?”, cuestiona la mujer.

-“No, señora, esto es un evento político. Si quiere comprar será otro día”, señala el trabajador.

-“Bueno, chico, pero no te pongas bravo”, dice ella.

-“No estoy bravo, estoy es cansado”, confiesa el representante de la Misión.

Decenas de trabajadores públicos vestidos de rojo, negro e incluso blanco, celebraban y repudiaban a la vez. Cantaban loas al amor y al odio. Esperaban, pacientemente, la llegada de otras decenas –o centenas- de “compatriotas” que marchaban desde varios puntos de la ciudad. La algarabía y masiva asistencia transmitida por el canal del Estado (Venezolana de Televisión) era replicada en pantallas tamaño cine en la avenida.

Un ágil vendedor ambulante prometía a las mujeres que tendrían un cabello “negrito y bien liso” si le compraban tres ampollas Pantene por cien bolívares. “La gente sigue tirando piedras a la luna. ¿Cómo creen que les voy a vender un Chistrí en veinte bolos?”, reclamaba otro. “A treinta bolos, a treinta bolos”, ofrecía un buhonero mientras agitaba gorras rojas con dibujos de Picachú. Algunos aprovechaban la oferta sin meditarlo demasiado: el sol se ponía más caliente y el costo de las gorras alusivas a la Revolución superaba los cien bolívares.

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La “Caperucita Roja”, ícono pop del gobierno chavista, pasa entre los asistentes lanzando besos y agitando un pompón rojo. “Voy para Capuchinos, ahí la cosa sí está buena”, dijo a la vez que se alejaba montada como parrillera en una moto.

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Cerca de la 1 de la tarde los militantes comenzaban a agolparse cerca de la tarima; ya los que vienen marchando deben estar por llegar, aseguran. “Yo me acuerdo de que en el cierre de campaña de Chávez (4 de octubre de 2012) aquí no se podía entrar”, dice una funcionaria del Saime (Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería) a otra.

El sol resultaba casi un castigo, por lo que los “revolucionarios” se reunían en los pocos pedazos de sombra. “Acérquense, péguense más, que se vea repleta la avenida Bolívar. Echen una trotadita hasta acá”, ordenaba una voz femenina que saludaba, desde la tarima principal, a los visitantes de varios estados del país y a los integrantes de la comunidad sexodiversa.

-“¿No han pasado recogiendo cartas por aquí?”, preguntó angustiada una mujer.

-“No, pero ya vienen. Ya van a pasar”, le respondió otra, que escribía en un pequeño cuaderno con un bolígrafo rojo su carta para Nicolás: pedía que se adjudicara una casa de la “Misión Vivienda” para su hijo.

Un funcionario de la Fundación Pueblo Soberano recoge sobres, cartas, papelitos y asegura que llegarán a manos del presidente Maduro. Hombres, mujeres y niños estiraban sus brazos al máximo. Los más osados se arrastraban por debajo de las barandas que los separaban del cartero improvisado.

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-“No las vayas a botar, ¿oíste?”, advierte la mujer del bolígrafo rojo. “Es que esos coños de madre agarran las cartas y después uno las consigue en la basura”, justifica.

En la tarima dos voces, una femenina y una masculina, aúpan a los militantes con consignas: “elige a tu patria, elige a Venezuela”; “Maduro, al yankee dale duro”; “militantes en unidad, con Chávez vamos a triunfar”; “Venezuela se respeta” y “el pueblo unido jamás será vencido”. Agobiados por el sol, los asistentes respondían con vitoreos. Hacer una “ola” fue un sueño no cumplido para la moderadora del evento.

El grupo “Lloviznando Canto” musicaliza la aparición del civil Maduro con el himno militar Batalla de Carabobo. El primer mandatario saluda, lanza besos y agita el puño en el aire. A su derecha, Cilia Flores, la “Primera Combatiente” sonríe; a su izquierda, Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, muestra un semblante serio. José Vicente Rangel, periodista y exvicepresidente, asegura: “me arrecha no estar en la lista de los sancionados” y sugiere llevar a los miembros del Congreso estadounidense a la Corte Penal Internacional.

Mientras el Presidente cuenta la historia de cómo se aprobó la nueva Constitución, funcionarios se reparten cotillones que contienen un cachito, un jugo, dos botellas de agua y una galleta Mordisquitos. Seis trabajadores de la empresa estatal Lácteos Los Ándes guardan latas de Coca Cola en una pequeña cava de anime. Jóvenes transitan libremente con sus bicicletas, juegan fútbol y básquet desde el Museo de Arquitectura hasta Bellas Artes. Son las 3:10 de la tarde y en la avenida Bolívar solo se escucha el eco de la voz de Maduro.

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