Crisis, gastronomía y nutrición Parte III: De la Venezuela saudita a comer de la basura, por Marianella Herrera Cuenca
Crisis, gastronomía y nutrición Parte III: De la Venezuela saudita a comer de la basura, por Marianella Herrera Cuenca

AlimentaciónVenezuela

 

El 2017 comienza sombrío para Venezuela y quienes crecimos en la “Venezuela Saudita” de finales de los 70 y comienzo de los 80, no podemos dar crédito a lo que vemos hoy. En aquella época vivimos, y no exagero,  un derroche de alimentos y bebidas, y no solo me refiero al caviar, salmón, paté de fois gras, champaña o escocés. Me refiero a alimentos básicos, ideosincráticos que manejábamos con holgura, tomándolos como seguros y atornillados en nuestro escenario. Los términos seguridad y soberanía alimentaria sonaban a espejismo y la “pobreza de la riqueza” no parecía hacerse entender a quienes estaban lejos de ella.

Cuando estudié medicina, en la casa que vence las sombras, nuestra bella UUUCV, ( Universidad Central de Venezuela) atendí en mi alma mater, el Hospital Universitario de Caracas (HUC), todo tipo de personas, desde gente en extrema pobreza, hasta gente que sencillamente buscaba la práctica y la experiencia de sus médicos, aun cuando podían pagarse otro tipo de atención médica. Hago esta aclaratoria, porque desde entonces la opulencia de Venezuela daba para todo, para atender a quien lo necesitaba y a quien no. La comida del Hospital Universitario, era sencilla pero buena y adecuada a las necesidades, se cumplían los turnos y como interna de pre-grado en ese hospital, muchas veces comí de madrugada en esa cocina, hoy en quiebra por falta de alimentos e insumos adecuados para los pacientes.

La Venezuela que viví en mi adolescencia, poco tiene que ver con la Venezuela actual, la que les toca a mis hijos adolescentes, yo podía salir a una fiesta sin temor, ellos no, yo podía ir al automercado libremente y comprar lo que necesitaba, ellos no. Mi mamá me enviaba al automercado para ayudarla con las compras y yo iba sin temores en una época donde los celulares no existían, mi mamá estaba segura que yo llegaría en una media hora con los encargos hechos y sana y “entera”, hoy no puedo enviar a mis hijos al mercado, perderían el colegio, o no podrían estudiar para el examen del día siguiente atrapados en inmensas colas que además constituyen una violación del derecho humano a la alimentación y son escenarios de violencia por la desesperación de comprar un alimento.

Pero la Venezuela de hoy, se ha convertido en más que colas y repartos de bolsas de alimentos, se ha convertido en un país donde la gente come de la basura. Con un alarmante 93% de venezolanos que refieren que sus ingresos no les alcanzan para comprar alimentos (ENCOVI 2016), muchas familias se han visto en la necesidad de hurgar en la basura en búsqueda de qué comer. Y es que hurgar la basura para comer tiene muchos ángulos, aspectos y perspectivas. Primero: puede entenderse que hay maneras de comer de las sobras, una de ellas es elegir entre el desperdicio de los mercados, lo más preciado: los tallos de brócoli, las cabezas de pescado, los recortes llenos de grasa de la carne, los “pescuezos “ del pollo que constituyen material comestible y relativamente adecuado si se consigue en un tiempo prudencial, donde no exista descomposición del alimento. Segundo: comer de las sobras de los demás, como por ejemplo de las sobras de los restaurantes, incluyendo la comida que dejan los demás, esto tiene el problema potencial de transmitir gérmenes que pudiese tener el primer comensal y tercero: la más peligrosa de todas, que es hurgar en los basureros donde existe ya contaminación y mezcla de todo tipo de desperdicios, particularmente en Venezuela, que no es un país que se caracteriza precisamente por la clasificación de la basura.

Mi primer contacto con gente, que comía las sobras de los demás fue en Brasil, corría el año 1993 y estaba yo en Sao Paulo, acompañando a mi esposo por su trabajo. Era la época de una inflación galopante en Brasil, de una inseguridad marcada y yo de terca me empeñé en ir caminando al centro comercial de Iguatemí, del hotel salieron conmigo dos guardaespaldas, pues se negaron a permitir que fuera sola. Al llegar me senté en un pequeño restaurante, donde comí un sándwich y quizás por las manías del embarazo le quité los bordes al pan. Cuando terminé y pagué mi cuenta para salir del lugar, sentí a mis espaldas una presencia, al voltearme vi a tres niños quizás entre 8 a 9 años o quizá mayores (con retardo de crecimiento?) que se peleaban por los restos de mi sándwich. En ese momento, con los ojos llenos de lágrimas y en mi portuñol recién aprendido, les dije que les compraría uno a cada uno. Los ojos desorbitados de alegría de esos niños no se me van a olvidar nunca!.  Niños a quienes no ayudé a resolver su problema, más si a tener unos minutos de felicidad,

El comer de la basura compromete la dignidad personal, altera la autoestima y es reflejo de la vulnerabilidad en cuanto a salud y alimentación a la cual están expuestos los venezolanos y cualquier otro ciudadano del mundo.

Mucho he reflexionado sobre la situación de la salud y alimentación en Venezuela, mucho he estudiado intentando encontrar una explicación quizás para lo inexplicable. ¿Qué ocurrió? Cómo llegamos a esta crítica situación, terrible y dolorosa. Pienso que se ha venido fraguando desde hace tiempo, mucho tiempo y muy posiblemente tuvo su fundamento en la inconsciencia de la Venezuela Saudita. Si, dolorosamente hemos pasado de la inconsciente Venezuela Saudita a comer de la basura.

Estoy segura que tiempos mejores vendrán para nuestro país, también posiblemente por la consciencia creada con el dolor y el sufrimiento, que son maneras que tiene el ser humano para aprender. El deber ser en alimentación se recuperará, y las madres podrán enviar a sus hijos al “super” a hacer el mandado y ayudar en la casa. Ese es el deber ser: ir al automercado y tener el dinero ganado en un trabajo digno para pagarlo, y que una madre no tenga miedo de que su hijo vaya caminando al mercado!.  Y sí,  soy optimista y que no me malinterprete el lector, el optimismo no debe ser confundido con facilismo, pues los tiempos que vienen aunque mejores no serán fáciles para nadie, más estarán marcados por esos maravillosos jóvenes que se niegan a perder la patria, que se esfuerzan cada día para dejar el nombre de Venezuela en alto en el Modelo de Naciones Unidas de la Universidad de Harvard como la mejor delegación internacional en 2017, o esos jóvenes de nuestra Universidad Central de Venezuela que creen en la democracia participativa y realizan sus elecciones a pesar de que un Tribunal Supremo de Justicia pretenda eliminárselas.  Esos maravillosos jóvenes que son la mayoría y que han aceptado el reto de reconstruir el país y de sembrar fuerza y esperanza en el pueblo venezolano.

 

@mherreradef

@ovsalud

*Profesora Universitaria, Directora Observatorio Venezolano de la Salud