Moisés Naím: “En Venezuela habrá un cambio de caras, no de régimen”
Moisés Naím: “En Venezuela habrá un cambio de caras, no de régimen”

MoisesNaim

 

De padres originarios de Libia, él mismo nacido en Trípoli (la capital de dicho país norafricano), Moisés Naím partió de allí con su familia cuando solo tenía 3 años y se afincó en Venezuela. “Nunca he regresado a Libia, para todos los efectos prácticos soy venezolano, me crié en Venezuela, mi esposa y mis hijos son venezolanos, mi memoria y mi corazón también”, cuenta el columnista de este Diario y analista político venezolano.

—¿El panorama pinta más sombrío con la instalación de la Asamblea Constituyente?
Pues sí, hay una enorme incertidumbre. Claramente Nicolás Maduro y su gente han decidido quitarse la careta y ser una dictadura dura y pura. Lo que más duele es que el conflicto político está quitando la atención de un hecho atroz.

—¿Cuál es?
Pues que no hay suficiente comida ni medicinas. La gente está pasando hambre y la desnutrición infantil se ha disparado. Un estudio reciente indica que el venezolano, en promedio, ha perdido entre 6 kg y 9 kg respecto a hace 3 años. Las empresas que visten a sus obreros reportan que estos han cambiado hasta dos veces de uniforme debido al adelgazamiento.

—En el sector salud la crisis es espantosa…
Los hospitales reportan tragedias de niños que mueren por falta de medicinas básicas y sencillas. No hay evidencia de que el Gobierno tenga un plan para enfrentar la crisis económica. La obsesión por lo político está distrayendo de la necesidad de dar solución a este sufrimiento inenarrable.

—¿En esta obsesión por lo político, usted cómo cataloga la actuación de la región sobre la crisis venezolana?
Hasta hace poco, los venezolanos no hemos sentido que los políticos de América Latina estaban dispuestos a hacer lo que era decente: denunciar al chavismo. Ello debido a sus propios intereses ideológicos y comerciales. Dilma Rousseff, Cristina Fernández, Michelle Bachelet, el mismo Humala, callaron mucho. Ha sido una gran tristeza para quienes, como yo, albergamos a refugiados políticos de toda América en los años 80.

—¿Cuánto efecto puede surtir hoy la presión diplomática? No todos creen en ella.
Es importantísimo e indispensable, pero un solo factor no va a cambiar la situación. Venezuela necesita todo: la ayuda diplomática, la presión internacional vía sanciones dirigidas a los responsables, protestas en las calles, aprovechamiento de cualquier espacio político que todavía deje el Gobierno. La lista es larga.

—¿Cuáles son las sanciones que pueden servir y no afectar al venezolano de a pie?
Sería contraproducente prohibir la importación de petróleo por parte de EE.UU. Los embargos y bloqueos económicos no sirven, el ejemplo más claro es Cuba. En cambio, las sanciones inteligentes sí son útiles. Lo han demostrado en Iraq, Irán y Rusia: sanciones directas y sofisticadas de corte financiero a altos cargos del Gobierno.

—¿Venezuela entra ya en la categoría de Estado fallido?
Tiene elementos para ser catalogada así. Hay superficies importantes ingobernadas, donde no hay autoridad y mandan cárteles de narcos, contrabandistas y grupos criminales nacionales y foráneos. Allí reina el caos y el Gobierno ha abdicado de funciones básicas como la seguridad y la alimentación. Entonces, Venezuela es técnicamente un Estado fallido.

—¿Eso lo convierte en un riesgo para la región, como han denunciado hace poco varios cancilleres en Lima?
Absolutamente. Lo que hemos aprendido es que los estados fallidos contagian. Las dolencias y malignidades de un Estado fallido no se contienen en un área, sino que contaminan alrededor. Esta no es la excepción.

—¿Está de acuerdo con las críticas a la oposición por fragmentada y desunida?
Yo tengo poca paciencia con quienes critican a la oposición desde la diáspora o desde Skype y You Tube. La oposición puede haber cometido muchos errores, pero lleva años siendo encarcelada, asesinada y exiliada, y ahí sigue recibiendo palos. En la oposición hay rivales interesados en tener un rol, y que compiten entre sí porque son políticos y por definición tienen ambición de poder.

—¿Cómo toma la opción de la intervención militar sugerida por Donald Trump?
Es una bravuconada sin contenido, un regalo político que le dio Trump a Maduro para victimizarse. Así este puede escudarse en que la tragedia en Venezuela no se debe a su gestión y a los cubanos que lo asesoran, sino a Washington.

—¿Qué supone la última decisión de la Constituyente de atribuirse las facultades del Parlamento?
Es un clavo más para el ataúd de la democracia venezolana. La Asamblea Nacional fue elegida por 14 millones de venezolanos a fines del 2015, mientras que la Constituyente fue convocada por Maduro saltándose varios pasos legales.

—¿Avizora usted el fin del madurismo o es algo lejano?
Creo que va a haber un cambio de caras, pero no un cambio de régimen. Es posible que en los próximos 10 o 12 meses Maduro ya no sea el presidente, o un mandatario con funciones más disminuidas. Otro grupo se pondrá al frente, pero va a ser más de lo mismo.

De locos y narcisos al frente de dos países enemigos

—Donald Trump cumple 7 meses en el poder. ¿Se han visto cumplidos los temores?
Una de las ventajas que tiene Trump es que ha terminado siendo muy transparente. Lo que vemos es lo que es: poco preparado, impetuoso, improvisado, irresponsable, dispuesto a violar normas y leyes. Lo que hemos visto de él en estos siete meses es su esencia.

—Y la esencia no cambia…
No hay ninguna evidencia de que él esté aprendiendo o cambiando. En su narcisismo desenfrenado se aplaude mucho a sí mismo, siente que le va bien; y si le va bien, para qué cambiar.

—¿Qué le preocupa más de lo hecho hasta hoy?
Daños irreversibles como el hecho de llenar el sistema judicial de jueces poco preparados y altamente ideologizados. Son nombramientos que duran muchos años. Además, la disminución del rol de EE.UU. en el mundo, la pérdida de liderazgo y respeto, lo que puede envalentonar a otros países.

—¿Y alguna esperanza?
El nivel de incompetencia e ineptitud de su gestión. Afortunadamente, esto tiene como consecuencia que logre hacer menos cosas de las que promete, como las reformas sanitaria e impositiva. Gracias a Dios no han prosperado.

—Una de sus columnas se llamaba “¿Está loco Trump?”. Le pregunto: ¿Quién está más loco, Trump o Kim Jong-un?
Creo que ambos exhiben conductas que no son normales. Kim mandó matar a su tío –que era su mentor– de una manera atroz, y a su hermanastro. En cuanto a Trump, los psiquiatras utilizan 10 o 12 criterios para tipificar el trastorno de conducta narcisista, y en su caso se aplican todos.

—¿Cree que de la retórica inflamada de ambos se pasará a la acción?
Eso no lo sabe nadie, ni siquiera Trump ni Kim Jong-un. Los expertos tienen dos preocupaciones: que ocurra un accidente y escalen la violencia, y que Corea del Sur –sobre la que apuntan literalmente miles de cañones– sea atacada.