Morir a lo que se ama por Carolina Jaimes Branger
Morir a lo que se ama por Carolina Jaimes Branger

 Emigración

 

Para mi hija Sofía

 

“Partir es morir un poco” dijo el poeta francés Edmond D´Haracourt y añadió “es morir a lo que se ama”. Por eso irse siempre es difícil.

Pienso en tantos venezolanos que han decidido que es mejor morir a lo que aman que morir a manos del hampa. En quienes pensaron que ciertamente es mejor morir a lo que aman que ser unos “sin futuro”, no importa cuántos títulos universitarios posean. En quienes dignamente decidieron morir a lo que aman y marcharse a trabajar a otro lado, antes de hacer negocios rojos rojísimos, que no solo ensucien sus manos, sino sus conciencias.

Estos venezolanos han hecho sus maletas y se han marchado a otros derroteros a buscar lo que aquí no encontraron. Derroteros de los que probablemente vinieron sus abuelos y sus bisabuelos, cuando Venezuela era el país al que la gente venía, no el país de donde la gente se va. Parece que en esto de las migraciones humanas, el círculo de la vida también se cumple.

Cuando mis hermanos decidieron que querían irse a estudiar a los Estados Unidos, mi papá les hizo una serie de consideraciones para que estuvieran seguros del paso que estaban dando. Recuerdo que les dijo “ustedes de ahora en adelante van a ser ciudadanos del mundo… No van a pertenecer a ningún lado en particular y eso es una decisión dura”…

Tal vez como muchachos de dieciocho y diecinueve años que eran, no entendieron la carga de responsabilidad, compromiso y madurez que conllevaba esa aseveración. Se iban a estudiar, sin saber si se quedaban o regresaban. Cuando uno es tan joven, no sabe qué va a hacer en un par de años.

El “síndrome del exiliado” lo percibo cada vez que hago contacto con personas que se fueron del país. Físicamente están lejos, pero mental y emocionalmente viven aquí. No importa cuán bien, cómodos y seguros estén donde estén. Muchas veces se enteran de cosas que suceden aquí antes que nosotros mismos, pues las ansias de saber, de no despegarse, son inconmensurables.

Y es cuando el sentido de pertenencia se vuelve referencia. Uno pertenece al sitio donde hizo los primeros amigos, donde jugó, donde se llenó de tierra, donde lloró.

Uno pertenece al sitio donde se enamoró por primera vez, donde bailó pegado, donde se dio el primer beso, donde se embarrancó con el primer despecho.

Uno pertenece al sitio donde cantó, donde se rió a carcajadas, donde hizo travesuras, donde lo regañaron, donde se estrelló contra la realidad. Uno pertenece al sitio donde están enterrados sus muertos, donde celebran sus vivos, donde el cielo es azul como en ninguna otra parte. Uno pertenece a sus alegrías, a sus tristezas, a sus recuerdos. A lo que deja atrás, porque lo que queda atrás se ve a través del cristal de los sentimientos. Uno pertenece a las desazones y a las desesperanzas, a los acuerdos y controversias, a lo malo y a lo bueno del lugar donde nació. Por eso irse es morir un poco…

Los aeropuertos internacionales se han convertido en escenarios de desgarradoras escenas de despedidas y de familias divididas. Lo peor es que no ha sido por una guerra, una hambruna, un terremoto o cualquier otra situación desoladora. Ha sido por causa de una “revolución” que ha convencido a la mitad de los venezolanos que lo que no saben, no tienen o no han alcanzado es por culpa de la otra mitad. Por unos ñángaras que han estado toda la vida detrás del poder y que cuando finalmente lo lograron llegaron con sed de venganza, y encima destrozaron y saquearon el país… Solo en eso han tenido éxito. El país está devastado política, económica, social y moralmente.

Cada vez que se va un muchacho, hay un pedazo de patria que se va con él. ¡Pobre del país del que se van sus jóvenes! Se va el futuro, se va el presente… Un país no puede vivir solo de pasado.

“Partir es el último verso de un poema… y hasta el adiós Supremo, es su alma que se siembra, que se siembra en cada adiós… ¡Partir es morir un poco!”…

 

@cjaimesb