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Superpoderes

Superpoderes que da la teleeducación a un papá

«El tercer ojo es uno de los superpoderes que desarrolla la teleeducación». Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@ReubenMoralesYa

Si Simón Bolívar viviese hoy, su famosa frase “Un hombre sin estudios es un ser incompleto”, diría: “Un hombre sin teleestudios es un ser teleincompleto”. Quienes actualmente somos padres de un estudiante, no solo sabemos eso. También sabemos que la teleeducación es más difícil que liberar cinco naciones con un caballo y una espada. Y en dicho proceso, uno termina adquiriendo superpoderes que rebasan los que tuvo el propio Simón Bolívar en su momento. Miren los que he desarrollado y de los que me he enterado hablando con otros representantes:

 TERCER OJO

Es el ojo que siempre está pendiente de la teleeducación del niño mientras usted está teletrabajando, cocinando o en el baño. Es un superpoder que uno agradece enormemente. No porque permita ver otras cosas. Es porque el tercer, extrañamente, nunca sufre de miopía, astigmatismo o presbicia.

 DOBLE ESCUCHA MASCULINA

Todos los hombres envidiábamos profundamente que las mujeres pudiesen atender dos cosas a la vez, pero eso terminó. Gracias a la teleeducación, en este preciso instante estoy escuchando la clase que le dan a mi hijo mientras escribo este artículo sin ningún probñpqsdefw+.

 HACKEAR

La teleeducación permite acceder a TODO lo que hace tu hijo en el colegio. ¿Con quién habla en el salón? ¿Quién le hace bullying? ¿Cómo se comporta? ¿Entregó las tareas? (De vez en cuando es sabroso sentirse Google, ¿no?).

 TELEPATÍA CON LA MAESTRA

Es un talento que desarrollamos los padres cuando necesitamos la laptop ya. Se manifiesta caminando disimuladamente detrás de nuestro hijo para ejercer presión sobre la maestra. Aunque la técnica más avanzada de telepatía es sentarse al lado del niño (fuera de la toma de Zoom) y pellizcarle una pierna para que rompa la armonía de la clase con un grito.

 REJUVENECIMIENTO CEREBRAL

¡Atención, gurús de la llamada “gimnasia cerebral”! ¡Llegó algo más potente que tocarse la nariz y una oreja! ¡Más potente que rotar un brazo hacia adelante y otro hacia atrás a la misma vez! Es un revolucionario método llamado… “volver a aprender división de dos cifras con decimales sin calculadora para explicársela a tu hijo”. Llevo una semana practicándola y mi mente se ha vuelto más ágil que la de un verdulero calculando vueltos. Definitivamente, me siento mentalmente más joven. No sé si es porque ahora resuelvo todos más rápido o porque mi nuevo pasatiempo es ver Nickelodeon comiendo helado.

SÍNDROME DE ESTOCOLMO

Tu hijo te tiene secuestrado. Te hizo perder el trabajo para atenderlo. Hizo que te comenzaras a comer los ahorros. Te amenaza con perder el año escolar si no envías las fotos de las tareas. No obstante, y a pesar de todo este maltrato, uno comienza a desarrollar afecto por ese captor. ¡Alerta de spoiler! Cuando se independice y se vaya de casa, terminarás llorándolo.

¿Quiere usted adquirir estos superpoderes, pero aún no tiene hijos? ¡No se preocupe! ¡Pase una semana en nuestra casa cursando el “Bootcamp de Telepapás”! Le tenemos planes de dos, tres y hasta cuatro hijos. Le garantizamos que saldrá como todo un Simón Bolívar. Bueno, tampoco así, porque según las investigaciones, El Libertador dejó 29 hijos. Sí, Bolívar se ganó el odio de españoles, canarios y un poco de mujeres más.

¿Puede imaginarse a Bolívar hoy coordinando la teleeducación de 29 hijos? La Independencia de seguro hubiese quedado descartada. Seguiríamos siendo españoles (lo cual no sería ni hasta malo, pues cobraríamos en euros y tendríamos pasaporte de la Comunidad). Situación ante la cual rectifico lo afirmado al inicio. Pues si Bolívar viviese hoy, su famosa frase sobre la educación más bien diría: “Un hombre sin estudios, que se espere a la educación presencial”.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Ocho superpoderes que da un bus, por Reuben Morales

YO TENGO SUPERPODERES. Tú tienes superpoderes. Si has viajado en bus, los has adoptado sin darte cuenta. Solo basta montarte en uno, a cualquier hora del día, para encarnar alguno de estos ocho superpoderes maestros.

El primero de ellos se manifiesta incluso antes de llegar a la parada. Es cuando ves el bus a lo lejos, terminando de recoger a los pasajeros, y te das cuenta: es el tuyo. En ese momento se te activa el superpoder de la velocidad. De inmediato arrancas a correr (así lleves tres bolsos y unos tacones) hasta alcanzar al bus. Entonces es ahí cuando le das ese gentil y cortés manotazo a la latonería para avisarle al chofer que faltas tú.

Ya montado, el bus te infunde un segundo superpoder: el de la confianza. Sin importar cuánta gente haya de por medio, sacas el dinero del pasaje y lo pasas hacia adelante convencido de que se lo harán llegar al chofer sin robarle ni un céntimo.

Arranca la unidad y se desarrolla el tercer superpoder autobusístico. Como la mayoría de los choferes no tuvieron carro en su juventud para matar fiebre, utilizan el bus como su ejemplar personal de “Rápidos y Furiosos”. Entonces aceleran ese mastodonte como si solo viajaran ellos, lanzándonos a todos para atrás cuando arrancan. Es en ese instante, se nos activa el superpoder del equilibrio. Uno entierra las uñas de los pies en el piso y se mantiene sobre el mismo punto sin caerse.

Si tocó abordar un bus ya repleto de gente, no queda sino ocupar el puesto más refrescante de la unidad: guindado de la puerta. Ese momento activa el cuarto superpoder: “Antebrazos de Popeye”. Toda nuestra vida depende de cuán bien nos agarremos de la puerta. Ahora, si en cambio contamos con la fortuna (o desfortuna) de viajar parados dentro de la unidad, uno puede desarrollar un quinto superpoder: adelgazar. Así como los roedores se escurren para pasar por orificios o ranuras, en un autobús repleto uno es capaz de comprimirse cual miss en certamen para transitar perfectamente por el pasillo del mismo.

Si por el contrario uno contó con el ticket doblemente premiado de viajar sentado y al lado de la ventana, el autobús desarrolla en uno el sexto superpoder: sueño con GPS. Este atípico caso de somnolencia consiste en dormir profundamente mientras se tiene el tino de despertar justo antes de llegar a la parada. Claro, y toda la experiencia de viajar dentro del bus desarrolla en uno el séptimo superpoder: la insensiblidad. Luego de cinco minutos de viaje, uno deja de oler cualquier axila, escuchar cualquier vendedor o sentir cualquier órgano reproductor que nos haya sido recostado.

Por último, nuestras estimulantes y energéticas unidades de transporte contagian un octavo superpoder que hasta ahora no han sido capaces de transmitir ni los más insignes maestros de oratoria. Fíjese, uno puede ser la persona más tímida del planeta, pero si está llegando a su parada y no le siente intenciones de frenar al chofer, uno saca ese amolador dominical que lleva por dentro y grita: “¡EN LA PARADA!”. Aunque como todo buen coach, un chofer de transporte público no se queda allí. Busca sacarnos de nuestra zona de confort. Por ello, se detiene en la estación, pero olvida abrir la puerta trasera. Razón por la cual uno saca dentro de sí ese “¡Azúcar!” de Celia Cruz y grita: “¡PUERTA!”. Pero el chofer, como buen sensei, busca probarnos al máximo. Por ello abre la puerta de la unidad, pero al mismo tiempo arranca, obligándonos a sacar ese vendedor de cerveza de estadio de nuestro ADN para gritar “¡¡¡YA VA!!!”.

Entiendo la envidia que la experiencia puede despertar en cualquier persona acaudalada. Probablemente ya muchos propietarios de Mercedes, Audi y camionetas Toyota hayan decidido abandonar sus vehículos para adentrarse en el ritual de recibir los superpoderes de un bus. Los invito a hacerlo. Regálense esta terapia. Eso sí, cuando lo hagan por favor préstenme su carro. Yo ya me cansé de tener estos superpoderes.

 

@reubenmorales