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Salvados

Sebastián de la Nuez Feb 03, 2019 | Actualizado hace 5 años
La escasa ética de Jordi Évole

 

 

El conductor del programa de Antena 3 TV “Salvados” sale hoy domingo con otra entrevista a Nicolás Maduro. Al parecer, el entrevistado ha quedado muy satisfecho: él mismo anuncia el programa en redes. El incisivo conductor podría haber invertido recursos y talento, sin embargo, en algo menos redundante: buscar los testimonios de las víctimas de la represión o de la hambruna. Claro que eso es más trabajo y, probablemente, menos rating

 

SEBASTIÁN DE LA NUEZ

www.hableconmigo.com

@sdelanuez

En una intervención en Casa de América, en Madrid, el escritor Antonio Muñoz Molina hablaba de Venezuela como escenario de un mundo invivible. Enumeraba, con auténtica desesperanza, las razones de esa condición pero destacaba una entre todas: el horrible desorden. Decía que los europeos están mal acostumbrados; a veces los españoles, en particular, hacen burla del orden o de la normalidad o del funcionamiento tedioso de las instituciones. “Parece que el orden sea una cosa burguesa, cosa de gente conservadora o algo así. Yo creo que cuando se ha conocido lo que pasa ahora en Venezuela, y también en otros países, te das cuenta del horror que eso significa”. Se refería a que, aparte de la injusticia, de la dictadura y de la corrupción, la falta de orden en el sentido profundo de la palabra, es decir, contar con un entorno que sea predecible y no amenazador, lo hace todo más pavoroso.

En Venezuela, dentro del obeso régimen chavista, ha sido imposible que los ciudadanos prevean, aun de esa manera limitada en que pueden hacerse predecibles los asuntos humanos, su propia vida. Hay un enorme déficit previsibilidad. Ese déficit inhibe la ilusión. Hay sed de orden, de planificación, de un mañana avistado y por supuesto que esperanzador. En el Twitter la gente empieza, con el entusiasmo desbordado de los últimos días, a manifestar sus propios planes en este sentido. Ya basta del mero esfuerzo de sobrevivir. Ya basta del asesinato de la ilusión.

Otra de las cosas a las que aludía Muñoz Molina era la necesidad de que las víctimas sean escuchadas. En particular mencionaba el caso de los exiliados. Citaba a Arthur Koestler cuando hablaba de los fugitivos de la Europa del Este que llegaban a Francia en los años treinta: “Éramos como Casandras, traíamos profecías que nadie quería escuchar. Éramos inconvenientes, molestos”. Llegaba la gente que venía de Austria o de Alemania y no la querían escuchar, y no querían hacerlo principalmente por comodidad: siempre molesta el sufrimiento de los otros, sobre todo el sufrimiento contra el cual uno no está dispuesto a hacer nada.

Esos elementos y el uso de su poder mediático para servir de altavoz de la mentira es lo que hace del trabajo de Jordi Évole un ejemplo de corrupción del oficio del periodista. Algunos de sus colegas han defendido esta redundante entrevista a Nicolás Maduro que es emitida hoy domingo por La Sexta aduciendo que “yo también he entrevistado dictadores, políticos corruptos, asesinos… no somos jueces ni fiscales”. Cierto. El periodista no es juez de nada. Pero el problema no es ese. El problema es la necesidad de dar voz a las víctimas de la dictadura, no a quien la tiene y ha tenido hasta el hartazgo. A los personajes en la penumbra no atiende Évole, o los atiende mínimamente. A fin de cuentas no le interesará sentarse durante varias horas con Julieta Ovalles o con cualquier otro familiar de las cientos de víctimas de Nicolás Maduro. No conocerá jamás la tonalidad que adoptan los ojos de Julieta al inundarse mientras cuenta cómo era Luigi Ángel Guerrero Ovalles o cuando señala a los colectivos y miembros del FAES que le dispararon el 23 de enero utimó a su hijo. Muy incómodo el personaje y su episodio, como diría Arthur Koestler.

Pues bien. Luigi Ángel era estudiante de cuarto año de Comunicación Social en ULA Táchira. Para que quede al menos la memoria del crimen.

Al inquisidor Évole le debe causar cierta complacencia el caos que encontró alrededor de Maduro cuando viajó a Venezuela el año pasado. Lo hicieron esperar varias horas en una sala con poca luz de Miraflores y transmitió o grabó “avances” relatando eso, la espera, la expectativa. El chico maneja el suspense. Había sido citado a una determinada hora y probó una dosis de esa incertidumbre que le es aplicada usualmente a la población en general pero él supo sacarle provecho a la situación. Quizás se sintió cómodo en ella: ¿no era otro signo de la imprevisibilidad del régimen, o sea, prueba de su voluntad antiburguesa?

Hay algo podrido en la televisión española pero a uno le cuesta definir qué es. El programa del Gran Wyoming, “El Intermedio”, uno de los más vistos de La Sexta, maneja filosas dagas verbales ante ciertos partidos políticos e instituciones —la monarquía, por ejemplo— pero al resquebrajado partido Podemos no lo toca ni con el pétalo de alguna rosa escamoteada a los de utilería. De ninguna manera. Todo lo más algún chistecito inocuo. Al final todo este asunto desemboca en esa izquierda boba que odia a los Estados Unidos y sigue adorando a Fidel Castro después de todos estos años. Lo tienen duro. Cuando en los programas de concursos le preguntan a la gente qué piensa hacer si gana el bote, generalmente los jóvenes contestan que lo invertirán en viajes a Disneyworld o Nueva York. Raro es quien dice: “Me voy a La Habana, chico, al mar de la felicidad”.

A los izquierdistas bobos, podemitas, de café o tipo caviar se les identifica hoy, al menos en España, porque insisten con lo del diálogo.

Évole estuvo en Caracas cuando todavía vivía Chávez y desafiarlo era toda una proeza. Él lo hizo. O al menos lo importunó desde lejos, en Miraflores. Por entonces se hacía llamar El Follonero. Es decir, el que prende un follón, un lío. El que promueve el caos, pues. Con ese papel comenzó su andadura pública de la mano del productor y comediante Andreu Buenafuente. En un show nocturno, desde las butacas del público. Ha debido quedarse en ese rol. Ni juez ni fiscal ni inquisidor. Solo el papel de cínico que interrumpe el guion del programa con una ocurrencia. Lo hacía con mucho cinismo y le quedaba bien.

Cinismo: esa cualidad a la cual alude Ryszard Kapuscinski, emblema entre los periodistas con vocación por el oficio. Dice el Kapu que cinismo y periodismo no son compatibles. Tiene un libro que parte de esa idea, incluso.  

En el futuro inmediato, Venezuela tendrá que agradecer a ciertas personalidades —también a líderes políticos y naciones enteras, desde luego— que hayan apoyado desde su particular faceta, con empeño y valentía, la superación de la era chavista. El escritor Antonio Muñoz Molina es una de ellas. Un intelectual sólido, comprometido. Para que la solidaridad funcione, para que funcione con autenticidad, debe haber ausencia total de cinismo. Claro que a los periodistas no hay por qué pedirles solidaridad; la dan si lo desean y a título personal. Pero lo que sí se les debe exigir es honestidad.