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ADVERTIR ESTOLIDECES CONJUGADAS en tiempo futuro, elaboradas con el auxilio de adjetivos que dan cuenta de las obscenidades que tales fatuidades implican, y en nombre de la revolución socialista que pretende establecerse en Venezuela, revela el descocido talante de quienes plantearon la idea de hacer que el país alcance la condición de “potencia latinoamericana” a expensas de la mediocridad que evidencia su realidad compuesta sobre una menguada combinación de “agua y sal”. Además, soportada en la constipación de una palabra, de un discurso, sin contenido alguno. Escasamente vociferado a manera de generar el ruido propio de un petardo en tiempo de ferias de pueblo. 

Este exordio, vale para caracterizar lo que el Segundo Plan Socialista de Desarrollo Económico y Social 2013-2019, expuesto en Junio de 2012, y que luego sirvió al sucesor del finado presidente para presentarlo como su programa de gobierno, endosándole el remoquete de “Plan de la Patria”, ha pretendido encausar en materia política, económica y social. 

Sin embargo, lo que el mismo apunta entre sus objetivos cardinales, no calza con las capacidades que el régimen autoritario detenta y de lo cual se ufana. Sobre todo, cuando entre las atribulaciones que sus precariedades han inducido, se aferra a enquistarse en el poder sin los recursos y méritos que dichas exigencias plantean. 

Al lado de las gruesas pretensiones suscritas por consideraciones que esbozan objetivos tales como 1) la defensa y consolidación de la independencia nacional, 2) la contribución al desarrollo de una nueva geopolítica internacional, 3) la preservación del planeta y la salvación de la especie humana, se insta la “transformación de Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político”. Tan envidiada apetencia, que bien pudiera tildarse de imperiosa y ecuánime, no tiene la menor cabida en lo que es la Venezuela actual.

O sea, un país cuya imagen, “jalada por los pelos”, no luce próxima al cuadro de requerimientos que tal intención describe o da por entendida. Aparte que las realidades que ilustran el siglo XXI, devenidas en el curso de los desarrollos expuestos por las ciencias y las tecnologías alcanzadas en todas sus manifestaciones, no tienen parangón. Mucho menos, si alguna comparación pudiera hacerse con lo que en el presente revela Venezuela.

De esta forma, luce desatinado pensar que con lo que destaca Venezuela en su minúsculo ámbito de desarrollo, sea posible lograr convertirla en un “país potencia” Porque con su escasez, avivada por un régimen que sólo mide el tiempo en función del proselitismo desarrollado, o el populacherismo alcanzado mediante el reparto de migajas con el nombre de “bonos de protección” o de alimentos embolsados por los mal llamados Comités Locales de Abastecimiento y Producción, CLAP, es incongruente cualquier propósito que apunte a la dirección de forjar un “país potencia”

El siglo XXI venezolano, es lo más parecido a cualquier réplica de lo que fue la Venezuela colonial. O quizás, algo de lo que vivió entrado el siglo XX cuando todavía el país mostraba un desempeño agrícola que escasamente sostenía las finanzas públicas. Y que luego, se reivindicó en algo con la explotación petrolera que vino a dominar la economía nacional. 

El siglo XXI venezolano, hasta donde ha sido, ni siquiera ha considerado el potencial de las universidades autónomas. Por lo contrario, se ha empeñado en reducirlas con la absurda idea de hacer que sus aulas y laboratorios se conviertan en salas de pérfido adoctrinamiento político-ideológico. ¿Por qué entonces creer que con apuntalar mecanismos efímeros de organización dirigidos a la explotación improvisada de algunos recursos fundamentalmente culturales y sociales, pueda garantizarse que el país se vuelva “potencia” industrial?

En pleno siglo XXI, las realidades internacionales ya traspasaron el cuerpo de la cuarta ola de desarrollo industrial. Pero en Venezuela, todo ha quedado reducido a una amorfa configuración de la economía. La misma, adobada con el ácido sabor rojo de la revolución bolivariana  con el cuento de que “somos un país petrolero” mientras saquean minerales estratégicos de los aposentos cuaternarios del escudo guayanés. Ahora con el cuento que el país tiene las mayores reservas de oro y diamante (del mundo). Todo esto lleva, tristemente, a concluir que Venezuela sigue atorada en esquemas conductuales ortodoxos. O mejor dicho, continúa sin entrar todavía al siglo XXI. No hay duda que Venezuela está atascada en el pasado.

 

@ajmonagas