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Arrogantes, repugnantes e ignorantes, por Antonio José Monagas

DE POLÍTICA SE HA ESCRITO MUCHO. Pero de politiquería, mucho más. Particularmente, por cuanto sus realidades se distorsionaron desde que el oficio del político se subordinó a intereses tan viscerales como inmorales. George P. Fletcher asintió que “la honradez es la verdadera política”. Igualmente cabe aducir que la politiquería es la praxis abusiva de todo cuanto recoge o anuncia una labiosa y socarrona promesa. Pero que por deleznable o encogida, termina convirtiéndose en polilla de la verdad.

Cuando en política las palabras contradicen los hechos, no cabe otra inferencia que no sea aquella que demuestre que nada andaría bien en un sistema político debajo del cual se afiance la realidad en correspondencia. Es así como de ésta surge cualquier decisión que, por su desviación en todo sentido, busca confundirse o solaparse con alguna verdad en proceso. De ahí que no es exagerado afirmar porqué dicha realidad se alimenta de la miseria que cunde todo el ámbito en que su expansión adquiere volumen.

Por eso la politiquería aviva toda tentación o intención de dominio o de sometimiento, sin que sus mecanismos de interpretación y comunicación alcancen a comprender el tamaño del yerro que se comete cada vez que pretende configurarse una ejecutoria bajo un forzado discurso pletórico de frases que exalten las libertades y los derechos.

La politiquería, por su misma perversidad, vive la tentación de construir razones con la intención de justificar, a duras penas, hipotéticos criterios dirigidos a formular, aunque de rolliza y vulgar manera, determinaciones que hacen parecer sempiternas verdades. A juicio del jurista español, Juan María Bandrés, desmanes de este género, trasladados a la política, “(…) son un primer paso hacia el totalitarismo”.

Cualquier asomo de esta índole, que roce las fronteras de la situación venezolana, sería una exacta aproximación a lo que en dicho país viene ocurriendo. Precisamente el problema que tiene azotada la realidad venezolana, motivó el descalabro que vino padeciendo el ejercicio de la política desde el mismo momento en que el populismo contaminó sus realidades.

El socialismo que pretendió imponerse luego de 1999, no se compadeció del sentimiento político que vivía el venezolano. Sobre todo, luego de haber sido sujeto del desacomodo social y económico que ocasionó, no solamente la incultura política de gobernantes expuestos a la tarea de remediar situaciones a desdén del acompañamiento que exige el ejercicio de la gran política en el contexto de los problemas terminales del sistema social. También, la avaricia inculcada por la incompetencia para asumir responsabilidades cuyas consecuencias afectaban la nación en su totalidad.

El socialismo que intentó imponerse, con el ridículo remoquete de “socialismo del siglo XXI” no pudo estar más alejado de lo que la teoría política define cuando la concibe como aquel “(…) sistema político montado en el respeto establecido a partir de las libertades del hombre”. Pero las condiciones políticas, ni el conocimiento político de un país tan apaleado históricamente como Venezuela, lo permitieron.

De manera que escasamente lo que se consiguió para rellenar el discurso del militarismo camuflado de democrático, que luego le insuflaron el mote de “proceso revolucionario”, sólo fue circunstancial. Para eso no necesitaba del concurso de la intelectualidad, pues complicaría lo que el espacio político de entonces demandaba en función del inmediatismo conspirativo perseguido. Así que debió conformarse con lo que pudo hallarse en medio de colectivos que prefirieron hacerse del disfraz que el electoralismo buscaba ofrecer por cada convocatoria gubernamental realizada.

O sea, se aprovechó de la reunión de esquiroles, advenedizos y usurpadores para presumir que la promesa electoral se cumpliría. Craso engaño. Sin embargo, al día de hoy, tan particular universo político se superó a sí mismo en términos de las malicias infundidas por el proyecto político-militarista ofertado. Aún así, por razones de precariedad política, tal universo alcanzó a transformarse en grupos de individuos sin virtudes algunas. Pero que sirvieran a los objetivos calculados por la politiquería en proceso. O sea en arrogantes, repugnantes e ignorantes.

@ajmonagas

El tiranodifunto y sus chavistas originarios, por José Domingo Blanco

CON MUCHO INTERÉS, HE VENIDO SIGUIENDO las actuaciones y comentarios de este “nuevo” apostolado –inmaculado- que se gestó en torno al legado de Chávez, el difunto intergaláctico. Ese grupo que, de pronto, decidió apretarse el botón de Reset para vaciar el archivo que contenía sus aportes a la miserable situación actual, eliminar los cargos de conciencia y erradicar las responsabilidades –que muchos las tienen- de que la situación de nuestro país haya llegado a los niveles caóticos en los que estamos.

Así, como cuando haces “borrón y cuenta nueva”, un grupo de Chavistas Originarios que, permítanme recordarles, alguna vez ocuparon altos cargos durante los años de tiranía del difunto, se han dado a la tarea de “limpiar” sus imágenes y “lavar” sus –ahora- inexistentes culpas, para defender al padre de la tragedia actual de Venezuela: ¡Hugo Chávez Frías! Y me cuesta aceptar este acto de contrición, no porque dude de la autenticidad del arrepentimiento, sino de las intenciones ocultas que subyacen en el acto. A ese grado de desconfianza me han llevado los chavistas… ¡y las dirigencias opositoras, también!

En mi caso, tanta desconfianza, está asentada en las declaraciones y actuaciones de quienes ahora, no sólo son inocentes, sino que se atreven a decir que ellos nunca, nunca, hicieron algo que fuese en contra de la libertad, la democracia, la probidad, la transparencia y las leyes. Desde hace años vengo insistiendo, y más aún cuando Chávez comenzó a dejar ver sus intenciones comunistas, que la politiquería es oscura y engañosa. Incluso, me atrevía a calificarla de retorcida. Truculenta. Porque, los intereses que la mueven, definitivamente, no son a favor de las mayorías. El poder enceguece a quienes lo ostentan, y despierta las ambiciones de quienes quieren alcanzarlo.

Y este axioma, cobra más fuerza en mis convicciones cuando, por ejemplo, oigo a Rafael “Niño Jesús” Ramírez, el zar petrolero en los años chavistas de más ingresos y más despilfarro, hablar como si jamás, durante su gestión, se hubiese perdido ni una grapa de la engrapadora de su oficina. O cuando, veo a Luisa Ortega Díaz, que cambió las abyectas mentiras que decía durante su gestión como Fiscal en los años de Chávez, por una imagen de paladina de la justicia, contra los desmadres que comete el régimen de Nicolás. Les juro que les creería, si no recordase cuánto daño, en su momento, le hicieron al país. Me convencerían si, después de recibir la iluminación divina y descubrir los horrores que ocurren en la Venezuela actual por culpa del modelo que aplica un otrora camarada de tolda, no descubriésemos las intenciones presidencialistas de cada uno de los execrados por el régimen dictatorial de Maduro.

Porque esos Chavistas Originarios de hoy, son los mismos que burdamente copiaron la estrategia comunicacional, dentro de la maquinaria criminal nazi, del nefasto Goebbels sazonándola con palabras como escuálido, golpista, guarimbero, apátrida, revolucionario, hegemonía, Patria, Socialismo o Muerte. Los que ponían “la rodilla en tierra” por ese comandante que está sembrado en el Cuartel de la Montaña y que abrió el camino de esta desgracia por la que transita el país.

Los Chavistas Originarios, los que no se cansaron nunca de “jalarle bolas” a Chávez, quieren sacar a Maduro para ponerse ellos y continuar con el legado, que es el mismo Plan de la Patria que diseñó el “tiranodifunto” y que, sin interrupciones, desde que el “tiranodifunto” lo asignó como su sucesor, viene aplicando Nicolás y su dictadura.  Entonces, ¿en dónde estaría el cambio? Por eso, inevitablemente, dudo de la intención de los Chavistas Originarios. No quieren cambiar el Plan sino, simplemente, a quien lo aplica. Y eso me suena, al mejor estilo de Cantinflas, a deseos de recobrar el poder que algún día tuvieron y del que hoy han sido desplazados por otros, que no son ellos; pero que son los que están mandando… ¡sin ellos! aun cuando son salidos de la misma corriente ideológica. Esas cosas adictivas del poder.

Tal vez, a los Chavistas Originarios podría, quizá, concederles el beneficio de la duda si, antes de querer aparecer como inocentes sin mácula, devolvieran lo que indebidamente sustrajeron y nos ofrecieran disculpas a todos los venezolanos que sufrimos los horrores que, con su aval, cometió Chávez. Porque, durante los años en los que ocuparon los Ministerios más importantes de la gestión del intergaláctico, acumularon créditos suficientes como para que mi incredulidad ante la autenticidad de sus intenciones, sea proporcional a los recuerdos que tengo de ellos ejerciendo sus cargos.

La politiquería se vale de sus artimañas y sus estrategias. Por eso, aún no digiero la santidad de Ramírez, Rodríguez Torres, Giordani, Ortega Díaz, Rodrigo Cabezas y todos los demás que me faltan por nombrar. Porque, detrás de ellos, hay alianzas y estrategias que los hacen creer que son la respuesta a esta gran incógnita que es hoy Venezuela. A todas estas, la dirigencia opositora que tenemos quiere que los Chavistas Originarios tumben a Nicolás, en vista de que ellos no han podido; supongo que con el propósito de dejarles la tarea sucia y después, esa dirigencia opositora –tan desprestigiada como los chavistas caídos en desgracia- encargarse de sacar del poder a los Chavistas Originarios cuando se monten. ¡Válgame Dios!

@mingo_1 

¡Eso es politiquería, camaradas!, por Antonio José Monagas

Poder_

Aunque la política se haya entendido como el ejercicio del poder tras la búsqueda de un fin trascendente, su concepción sigue sin complacer a todos. Desde Aristóteles, el estudio de la política constituye uno de los pivotes desde donde es posible apalancar el mundo. Ya Nicolás Maquiavelo pudo demostrarlo cuando escribió “El Príncipe”. Max Weber también procuró lo suyo desde la sociología toda vez que estudió la política desde la perspectiva del Estado. Karl Marx, también se planteó la misma necesidad cognitiva e intelectual. Sólo que éste aborda el problema de conceptuar la política, desde la crítica que hace de la sociedad burguesa y del Estado burgués. Sin embargo, no fue sino hasta que Hannah Arendt propuso un concepto de política que de alguna manera llegó a allanar una parte del laberinto que vino ampliándose a medida que la vida del hombre, en medio del trajín social en el que se permitió manifestar sus angustias políticas, alcanzó a complicarse sin control mayor que el que propiciara la propia dinámica política.

De esta manera, Arendt hizo ver por política “la vigencia, renovación y proyección de la polis como el espacio público provisto de libertad, igualdad, pluralidad, universalidad, no violencia; acción, comunicación e interacción de los seres humanos que son capaces de hablar y actuar continua y conjuntamente”. Sin embargo tan pertinente formulación, pudiera ser objeto de alguna reconsideración obligada por las vivencias políticas que, desde la década de los cuarenta del siglo XX, se han tenido. Y que por lo tanto, sin duda alguna, durante ese tiempo que ocupa hasta el presente, han estallado no sólo viejas categorías de comprensión. También, obcecadas formas de adecuar variables de coyuntura a determinaciones actuales.

En consecuencia, luciría propio pensar en su concepción de cara a las realidades vigentes. Habida cuenta que la política, lejos de conciliar posturas encontradas y reforzar mecanismos de integración que consoliden esfuerzos adelantados por actores mancomunados frente a propuestas de desarrollo local, regional y nacional, enrareció ámbitos sociales y económicos. Ofuscó escenarios que luego de riesgosas maromas y escarceos, terminaron por dejarse arrastrar hacia agudas crisis políticas que, además de profundas, envuelven el comportamiento de todo un Estado-nación.

Lo que ha corrido de siglo XXI, se ha caracterizado por situaciones de profundos conflictos, dada razones que solamente se explican en la magnitud del desorden alcanzado. Es decir, de realidades donde la política dejó de estar en el sitial que, la historia de las ideas y del desarrollo humano, le concedió. Sólo que en estos tiempos, las ideas parecieran haberse agotado. Y el desarrollo humano, haberse detenido. Es lo que ha sucedido en Venezuela, aún cuando suena paradójico. Y es que las realidades hablan por sí solas cuando dan cuenta de estarse abonando, nuevamente, los terrenos de la antipolítica tal como ocurrió durante el último decenio del siglo XX.

La precaria cultura política de estos gobernantes, azuzada por el pragmatismo y el vulgar inmediatismo, convirtieron la gestión pública en un teatro bufo. En un espectáculo de patética exhibición, que ni siquiera aplausos animó a pesar de las chocantes  payasadas que tuvieron lugar como parte del acto central. Es decir, lo que podía entenderse como “política”, derivó en desnudas declaraciones de principios que sólo advirtieron problemas de coyuntura como si de problemas estructurales se tratara. El interés gubernamental, volcó su atención hacia los problemas intermedios del sistema político abandonando en consecuencia los problemas terminales del sistema social. Dicho esto de modo llano, el régimen se dedicó a paliar o a atenuar cuanta anomalía, dificultad, inconveniente o aprieto le descarriara el populismo trazado como proyecto de gobierno.

Toda la gestión pública se redujo a un escueto malabarismo que terminó agravando los problemas que padecía el país al ocaso del siglo XX. La elaboración de políticas públicas, no contó con el aval conceptual ni metodológico propio, ni tampoco con los estudios pertinentes que la formulación de estos mecanismos de dirección política, económica y social asientan ante las exigencias de desarrollo nacional. De manera que a la vuelta de 17 años de equivocados ejercicios de gobierno, el régimen se vio sin la capacidad para afrontar los cambios que la incertidumbre está permanentemente acuciando. A casi dos décadas de 1999, del momento en que arriba al poder un proyecto político con más agujeros y atascos que rellenos y rellanos, el país luce fundido, desperdigadas sus fortalezas y amenazado por todos los ángulos posibles. La política, como condición de poder, la forjaron hasta llevarla a su mínima expresión. Violentaron sus capacidades. Hoy, por “política” apenas se tiene un poco menos que su recuerdo, sin fuerza para elevar las razones por encima de las emociones. Puede decirse que lo que estos tiempos tienen por “política”, es un remedo de lo que en un principio fue. No hay espacio a dudar de que ahora esto es otra cosa. Sin duda que ¡eso es politiquería, camarada!