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Súbito pueblo súbdito, por Ramón Hernández

@ramonhernandezg

LA LOCUCIÓN ADVERBIAL CALAMO CURRENTE SE USA POCO EN AMÉRICA, quizás se puede decir que es desconocida. Se utiliza para indicar que se escribe sin reflexión, con presteza y de improviso, que es la manera rápida de cometer desaguisados y estropicios tanto con las ideas como con el idioma, también con amigos, personajes emblemáticos e instituciones insignias. A todos nos ocurre. Nos damos cuenta de que lo hicimos otra vez cuando hemos enviado la “respuesta” del correo electrónico o publicado nuestro “parecer” en las redes sociales.

Basta que pulsemos “enter” para que veamos clarito el error ortográfico o de sintaxis. Afortunadamente, la tecnología permite detener el correo segundos antes de que llegue a su destino y hasta editar o eliminar lo publicado, aunque pueden quedar algunos bites en el ciberespacio que reaparecen con el desaguisado en el momento más inoportuno.

En mi experiencia he constatado que casi todos escribimos primero y después pensamos, que esas dos o tres primera palabras productos del azar o de la inspiración romperán el hielo y nos permitirán avanzar con lo que se nos vaya ocurriendo. Y no solo eso. Después de escribir podemos corregir, tachar, reformular y hasta rehacer por completo, pero extrañamente sin tocar las primeras palabras.

Nunca reflexionamos sobre la improvisación, quizás por la regla de la comunicación que nos dice que lo obvio no se escribe –aunque insistamos en repetir el día lunes y no solo lunes, que tiene sus explicaciones y despistados–.

De un tiempo para acá vivo en zozobra, siento que mi capacidad de asombro, ampulosa de origen y hasta flexible por convicción, se ha ido reduciendo de manera superlativa. Como si el calamo currente fuese parte inseparable de la acción del gobierno, cada dos por tres nos sorprenden con una ley, un decreto, una resolución, una normativa, una declaración, un anuncio informal o un rumor y a los pocos segundos, en la misma secuencia y sin solución de continuidad, se suceden las aclaratorias o rectificaciones.

Ocurrió con algo muy importante como el anuncio del aumento del encaje legal a 100%, sin decir que era del excedente; ocurrió con la aplicación de la unidad tributaria, que con la aclaratoria del Seniat se sabe menos qué se paga y cuánto se debe; y ocurre, especialmente, con la declaración de la emergencia económica de la cual nos enteramos por mampuesto.

No siendo, por razones de salud pública, la información y la comunicación un asunto de psiquiatras, se puede entender que tan importante y crucial anuncio no se hiciera en cadena de radio y televisión, en horario estelar y con los ministros y expertos explicando los alcances de cada artículo y sus apartados, sus razones y consecuencias. Nos enteramos por azar como si alguien hubiese mandado el decreto a la Imprenta Nacional sin pensarlo y todavía no se ha percatado del error o, peor, fue ex profeso, para modificarlo, incumplirlo o aplicarlo “como vaya viniendo, vamos viendo”, ¿calamo currente?

Cumplidos 173 años de que España nos reconociera como nación y no como lo súbditos rebeldes que fuimos, insurge en este remanente republicano una modalidad de los antiguos bandos reales que, sin corneta ni redoblante, cambia las reglas de juego con un único firmante: Yo, el rey. Cerrado por pérdida del cono.

El Nacional