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Chamanismo redistributivo, por Ibsen Martínez

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Tengo razones para recordar el 1 de mayo de 2006, fecha en que Evo Morales nacionalizó “sorpresivamente” la industria de hidrocarburos boliviana.

Lo más colorido del ceremonial fue el despliegue militar en las instalaciones de una concesionaria extranjera, como si del asalto a una fortificación enemiga se tratase. Lo mismo ocurrió en las estaciones gasolineras de Petrobras: piquetes de soldados en traje de campaña y armados hasta los dientes custodiaban los surtidores.

La oratoria reivindicativa de la soberanía de las treinta y pico naciones bolivianas sobre la riqueza del subsuelo me hizo recordar el discurso de Carlos Andrés Pérez, treinta años atrás, cuando se nacionalizó por primera vez la industria petrolera venezolana: las mismas invocaciones a Bolívar, las mismas consignas sobre el “patrimonio de todos”, las admoniciones sobre la necesidad de “administrar la abundancia con criterio de escasez”. La nacionalización boliviana se anunció como lo han hecho todas las nacionalizaciones de la región: como el advenimiento de una nueva era, aunque en realidad no fuese más que un avatar del mito del eterno retorno. Con la de 2006, Bolivia nacionalizaba por tercera vez en menos de setenta años su riqueza fósil.

Meses más tarde, en los primeros días de enero de 2007, en el discurso inaugural de su segundo sexenio, Hugo Chávez anunciaba la “verdadera primera nacionalización” que señalaba el comienzo del redentor largo camino al socialismo del siglo XXI.

En el mismo acto se proclamó el designio de lograr mayoría accionaria de Petróleos de Venezuela, la compañía estatal venezolana, en los grandes proyectos de la faja bituminosa del Orinoco, hasta entonces dominados por las estadounidenses Exxon-Mobil, Conoco-Phillips y Chevron, junto a la francesa Total, la inglesa BP y la noruega Statoil.

Al igual que Morales, Chávez ordenó la ocupación militar de las instalaciones arrebatadas a la codicia extranjera. La ceremonia incluyó el vuelo rasante, por sobre un complejo refinador petrolero, de un dúo de cazas interceptores Sukhoi, de fabricación rusa.

¡Cuánta mistificadora faramalla militarista ha mostrado en nuestro continente este tipo de medida económica, a pesar de su largo historial de fracasos tan idealizados como ruidosos!

La nacionalización latinoamericana evoca la ceremonia con que los chamanes amazónicos propician a su etnia buena caza y se aseguran de que no se la coma el tigre.

La primera vino con el general Lázaro Cárdenas, en México, y es de aquella, sin duda, que la idea cobró su modélico ceremonial de militarismo antimperialista.

Siete décadas más tarde, Chávez protagonizó la tercera, o cuarta, quinta o quizá sexta oleada de nacionalizaciones, luego de los fiascos mexicanos, argentinos, peruanos y bolivianos.

Rasgo prominente de las nacionalizaciones es el cariz exculpatorio de toda insuficiencia en la gestión estatal. Chávez expropió fundos agropecuarios, ingenios azucareros, silos, cafetales, hoteles, empresas de mantenimiento petrolero, centros comerciales en construcción y hasta ventorrillos de arepas, para compensar la colosal ineptitud de quien acusó, antes de expropiarlas, a cementeras extranjeras del fracaso de su plan de viviendas.

Como acto de chamanismo económico, las nacionalizaciones no son buenas, hacen daño, causan pena y se acaba por rodar. Con estancamiento, corrupción, inflación y escasez igual viene el tigre y te come.

 

@ibsenmartinez

El País

 

Navegando en el mar de la felicidad por José Toro Hardy

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Venezuela finalmente está entendiendo lo que significa “navegar en el mar de la felicidad”.

En 1875 Marx escribió su crítica al Programa del Partido Socialista Obrero de Alemania (Gotha).  La duda existencial de aquel partido obrero era cómo se debían distribuir los bienes en la sociedad,  ¿»a cada cual según sus capacidades o a cada quien según sus necesidades»?

Siglos de debate sobre el tema fundamental no logran aclarar las dudas.  Marx ofreció la siguiente alternativa: En la primera fase de la sociedad comunista, “a cada cual según su aporte”

La solución de Marx no convenció a los socialistas venezolanos del Siglo XXI. Ellos prefirieron una opción más original: “A cada quien según sus simpatías”.

El país contaba con inmensos ingresos gracias a que los precios petroleros estaban subiendo una vez resuelta la crisis del Sureste Asiático y la Apertura Petrolera del gobierno anterior se traducía en importantes aumentos de producción. El programa del nuevo gobierno consistía en  aprovechar ese alud de ingresos (que en su ignorancia pensaron que durarían para siempre), para sentar las bases de una revolución que pretendieron se extendería per saecula saeculorum.  Para lograrlo engañaron a todos en función de dos condiciones:  la simpatía y la sumisión al proceso. Quien fuese revolucionario lo merecía todo y quien no lo fuese no merecía nada.

El simpatizante tenía derecho a recibir de todo en forma de generosas dádivas sin que se le exigiese a cambio ningún esfuerzo, trabajo o aporte (como pretendió  Marx). El problema no se planteó en términos de aplicar los extraordinarios ingresos petroleros que les caían como maná del cielo a fin de procurar una solución sustentable para el desarrollo económico nacional o ni siquiera  la búsqueda de una solución sostenible a la problemática social.  La meta era usar los recursos para crear una inmensa base política que pudiese garantizar la permanencia indefinida de los revolucionarios en el poder.

Para lograr ese objetivo consideraron necesaria la destrucción de todo lo que antes se había logrado. Destruyeron a PDVSA. La tomaron “como una colina militar” (según confesó  Chávez en su Informe Anual y Cuenta ante la Asamblea Nacional en presencia de todos los Embajadores acreditados en Venezuela). Despidieron de golpe y porrazo el 50% de los trabajadores de la empresa, ensañándose con el 75% de la nómina ejecutiva donde se concentraba la mayor parte del conocimiento y la experiencia.  Cada trabajador despedido tenía en promedio 15 años trabajando para la industria, o sea que lanzaron al cesto de la basura unos 300.000 años de experiencia y conocimiento. El término meritocracia lo transformaron en una mala palabra. Hoy en día, una PDVSA descerebrada anda dando bandazos, con una producción cada vez menor, endeudada, con un fuerte déficit en su flujo de caja,  vendiendo refinerías , perdiendo mercados y con instalaciones en deplorable estado de mantenimiento.

Acto seguido  la revolución destruyó al sector agrícola del país. Expropiaron unas cuatro millones de hectáreas que eran productivas y que dejaron de serlo.  Nacionalizaron a Agroisleña y la transformaron en Agropatria. Hoy en día en la patria no se consiguen semillas, insecticidas, fertilizantes ni financiamientos. El campo está destrozado, la producción del sector cae y la escasez es lo único que campea por sus fueros.

Nacionalizaron, se apropiaron, asfixiaron o destruyeron el aparato productivo del país, lo cual contribuye al serio problema de escasez que padecemos los venezolanos. Impusieron un sistema de precios irracional que aleja de la actividad empresarial a cualquier posible inversionista. Hoy el Estado controla cerca del 80% de ese aparato productivo sumido en la improductividad. Los resultados están a la vista de todos.

La próxima meta es la destrucción de Polar. Esta es la empresa mejor organizada del sector privado venezolano y la que alimenta a buena parte del país,  además de proporcionar empleos productivos de manera directa a más de 30.000 trabajadores. Se le niegan las divisas para importar materias primas y las autoridades se niegan a la vez a cumplir con los pagos a los proveedores extranjeros que el gobierno se había comprometido a atender de manera directa. Ya no hay aluminio para los envases ni repuestos para las maquinarias.  Pronto no habrá cerveza. En su ataque feroz, los poderes públicos han abandonado de manera descarada su papel de árbitro poniéndose del lado de algún sindicato bolivariano que prácticamente no representa a los trabajadores de la empresa, pero que parece atender las instrucciones gubernamentales de entorpecer la marcha de la empresa. Eso y no otra cosa es lo que ha venido haciendo el «Defensor» del pueblo. Pero los venezolanos, mucho más sagaces que lo que cree el oficialismo, respaldan masivamente a Polar en todas las encuestas de opinión.

Le quitaron la autonomía al BCV, cuyas reservas internacionales caen de manera abrupta y controlaron de tal forma el sistema cambiario, que están logrando destruir la moneda venezolana, ahogándonos en la inflación, la devaluación,  el déficit fiscal, el endeudamiento y un estancamiento económico sin precedentes.

Decía Marx:  “Al quitarle a los capitalistas privados el usufructo de todas la fuerzas productivas, de los medios de comunicación y del cambio, la economía experimentará un avance y un desarrollo extraordinario. Este avance de la industria brindará a la sociedad suficiente cantidad de bienes para satisfacer las necesidades de todos. Del mismo modo la agricultura experimentará un nuevo auge y ofrecerá a disposición de la sociedad una cantidad suficiente de productos. Así la sociedad producirá lo suficiente para organizar la distribución con vistas a cubrir la necesidades de todos sus miembros …”

Los resultados que prometía Marx nunca ocurrieron. El único que cumplió lo que  ofreció fue Chávez: Nos tiene a todos navegando en el mar de la felicidad.

 

@josetorohardy

petoha@gmail.com