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Marcelino Bisbal

Abr 29, 2016 | Actualizado hace 8 años
El buen periodismo lo logra, por Marcelino Bisbal

periodistass

 

I

Parafraseando al escritor español Javier Marías a propósito de su columna en el País Semanal: “La realidad es tan repetitiva que a todos nos obliga a serlo, sobre todo cuando se trata de una reiteración siempre a peor”. O a Umberto Eco cuando expresaba que los tiempos que nos está tocando vivir a todos son oscuros y las costumbres son corruptas, que ya estamos cansados de dar saltos hacia atrás y que la pequeña historia del presente es la historia de los pasos de cangrejo. ¿Qué diremos los venezolanos de este tiempo? Ya vamos perdiendo la capacidad de asombro ante todo lo que acontece. Hay quienes dicen que un sketch del desaparecido programa televisivo Radio Rochela se quedó pendejo.

Sin embargo, ocurren eventos que nos hablan de que no todo está perdido o dejado al azar. Hace quince días –a partir del domingo 3 de abril– la noticia más reiterada –que según han dicho se convirtió en tendencia mundial global–, la más comentada, fue la de los reportajes publicados bajo el rótulo de  #PanamaPapers o los Papeles de Panamá. Se trata de una serie de trabajos periodísticos producto de una filtración realizada al periódico alemán Süddeutsche Zeitung de poco más de 11,5 millones de documentos en soporte digital de la firma panameña Mossack Fonseca que lidera, a nivel mundial, la colocación de empresas en paraísos fiscales (es lo que se llama, en terminología económica, compañías off shore).

Entre los detalles del trabajo de investigación periodística destacan: la coordinación general le correspondió al Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés); un total de 300 comunicadores fueron los encargados, en 109 medios en distintas partes del mundo, de darle forma de reportaje investigativo; los primeros papeles fueron publicados en 107 medios de unos 76 países del planeta; en nuestro país se convocó a 11 periodistas de medios digitales, a través del portal de investigaciónArmando.Info. Este portal fue el que coordinó toda la operación que consistió en: tamizar, seleccionar, contextualizar la información destacada y, sobre todo, interpretar –verificando y reporteando– lo encontrado en 241.000 documentos filtrados donde aparece un grupo de venezolanos que estuvieron ligados, algunos todavía lo están, al poder político gubernamental y a la gestión del gobierno. También se descubrieron documentos digitales de empresarios privados que de manera repentina se enriquecieron y expandieron sus fortunas a expensas del gobierno chavista. Otros portales de información se unieron a este trabajo colaborativo como Runrunes, El Pitazo y Efecto Cocuyo. Estamos en presencia de una primera entrega y desde ella hemos podido leer las historias de 9 venezolanos que fueron pillados con fortunas hechas a través de la apropiación indebida de dineros públicos que son de todos nosotros.

Se nos informa que viene una segunda parte, como en las series televisivas que tan de moda están en estos tiempos. En todos los documentos trabajados el tema principal es el de la corrupción de altos funcionarios del gobierno bolivariano, así como empresas e individuos cercanos a él. El reporte presentado hasta los momentos se pregunta: ¿cómo es posible que personas que ocuparon puestos en el gobierno, así como sus cómplices, se hagan con fortunas que sobrepasan su capacidad salarial y de ahorro? La información procesada demuestra que los nombres allí reseñados estuvieron involucrados en hechos de malversación de dineros públicos.

Pensar que cuando llegan al poder, en 1999, su principal bandera política, que se publicitó hasta el cansancio, era acabar con ese flagelo. En aquel momento se le dijo al país que “el intento de construir un país democrático nació en el rumbo torcido y con la semilla de su propia degeneración en las entrañas” y que “lo social es el escenario por excelencia donde el Estado irresponsable olvida que gobernar es rendir cuentas, que quien maneja dineros y recursos públicos debe rendir cuentas públicas. Las cuentas en educación, salud y vivienda traducen una deuda social que precisa ser honrada por el nuevo Estado”.

 

II

El tiempo es traicionero con las palabras. Estas se desgastan por la acción pública. Las palabras, producto del lenguaje, nos revelan mucho, a veces más que cualquier otro rasgo, nos dirá el poeta Rafael Cadenas. También apunta que: “El lenguaje está cargado hasta los bordes de tiempo. Nos sumerge en el pretérito o nos lo trae a nuestro hoy. Rezuma formas de vida por todos sus poros, y él mismo es forma”. Si asumimos esta apreciación como cierta, vemos cómo el tiempo trascurrido –diecisiete años– nos está hablando de quiénes son los que gobiernan y desgobiernan al país y lo que han hecho con él.

El lenguaje muchas veces es un reflejo de la realidad social, pero esta se empeña en contradecir lo expresivo de las palabras. Esto es lo que ha pasado a lo largo de todo este tiempo. Pienso que todavía falta mucho más por descubrir para confrontar esas palabras, esos discursos que emanan desde las esferas públicas. Esto es lo que ha logrado hacer, a pesar de todos los obstáculos y barreras, el periodismo de investigación. Aquel que no se conforma con solo dar noticias, sino que va más allá por medio de la indagación y el análisis serio. “El buen periodismo vale…” nos dice Moisés Naím. En este caso vale porque nos ofrece datos y referencias bien documentadas, porque devela cómo se tejen grandes capitales desde altos niveles y porque toda esa información revelada es de interés público.

Lo que hemos podido leer y escuchar por intermedio de algunos medios, tanto los convencionales (especialmente la prensa y la radio) como los llamados digitales, es que en Venezuela todavía podemos contar con un periodismo que no se ha inmovilizado a pesar de las políticas establecidas desde la dirección política del país. Frente a un periodismo oficial monolítico, está este otro periodismo que le planta cara al poder, que penetra la realidad para escrutarla y no para embellecerla o para ocultarla por razones ideológicas o por miedo. Los medios oficiales ocultaron la información y una buena cantidad de medios privados la obviaron autocensurándose, pienso que por presiones o por ser parlantes  del chavismo.

Uno de los periodistas que está participando en el trabajo investigativo de los Panama Papers (capítulo Venezuela), Alfredo Meza, nos dice que: “La perversidad del poder en Venezuela ha despertado una curiosidad exótica en otras latitudes. ¿Qué nombres podrían salir de allí? Seguramente, una lista de pobres de solemnidad convertidos en millonarios de la noche a la mañana. O de burócratas con poder, que ante la destrucción de las instituciones venezolanas, con Pdvsa en primerísimo orden, sacaron su tajada, sin muchos escrúpulos, pero con deseos de ocultarla. Claro, hay otros nombres, de procedencia y filiación opositora, a quienes también les gusta el secretismo y aman la opacidad. Así que nuevos personajes saldrán de la oscuridad”. El periodista Meza remata diciendo, de manera tajante, que el periodismo no puede ser el megáfono del poder y que “su papel fundamental es hacer contraloría, criticar y contar historias que le permitan a la sociedad estar mejor informada”.

Ante el des-orden que campea libremente por todo el territorio nacional y en todas las esferas de la vida pública, las revelaciones que nos han dado un buen y calificado grupo de periodistas venezolanos, todos ellos venidos de medios que fueron comprados por ocultos empresarios ligados al chavismo, nos hablan de que todavía es posible tener el Principio de Esperanza del que nos habla el alemán Ernst Bloch, el filósofo de las utopías concretas, de las ensoñaciones, de las esperanzas. Todo porque este tipo de periodismo cumple funciones relevantes en la sociedad al definir la realidad y darla a conocer desde las representaciones que de ella se hace y desde la información profundizada y contrastada.

El des-orden coloca todos los obstáculos posibles para limitar la libertad de comunicar, pero esta se filtra por donde menos se lo espera el poder. Los Papeles de Panamá son una buena muestra.

 

Marcelino Bisbal

El Nacional

Ene 16, 2015 | Actualizado hace 9 años
Dialogando con el país por Marcelino Bisbal

dialogando

 

Estamos en 1998. En ese año el país vive una crisis generalizada en sus instituciones. No hay confianza en ellas. No solamente los partidos políticos son la muestra visible de esa falta de credibilidad-honestidad-confianza. Por ejemplo, encuestas de la época nos dirán que 64% de la población tiene poca confianza en sus Fuerzas Armadas; 70% tiene poca confianza en la empresa privada; 81% tiene poca confianza en los sindicatos y 88% no tiene ninguna confianza en los partidos políticos –que especialmente cargan con los platos rotos–. Estas fueron las percepciones del momento.

¿Cuáles fueron las consecuencias, para el país y su gente, de ese descreimiento tan brutal hacia nuestras instituciones? Las estamos viviendo hoy. En aquel momento una buena parte de la sociedad, especialmente la que adversa estos ya casi 16 años del llamado proceso, apostaba por la presencia de un hombre de mano dura, que se caracterizara por su radicalismo en las actitudes políticas… En definitiva, creían que la solución y la salvación del país estaban en una personalidad autoritaria. Reinaba la antipolítica. Fue absurdo que para las elecciones presidenciales de ese año, unos meses antes del triunfo del ex teniente coronel, la sociedad apostara a una ex reina de belleza. ¿Por qué esa fascinación ante personalidades que políticamente son débiles, que estructuran un proyecto de país o bien en estilo tecnicolor –el caso de la ex reina de belleza–, o requieren, para afirmarse, acudir a las ideas de personajes como Bolívar o Ezequiel Zamora –en la mentalidad del ex teniente coronel?–. Pienso en aquello que escribiera José Ignacio Cabrujas en 1995: “Los venezolanos hemos generado muchos mitos en relación con nosotros mismos, porque los venezolanos somos admiradores de los mitos, porque no entendemos nuestra historia. Como ni siquiera la conocemos, nos hemos visto obligados a sustituir la historia por la mitología… Los venezolanos tenemos mitos, en los cuales creemos tanto que los convertimos en actos de fe… Aquí hemos afrontado siempre el dilema de que lo que somos, lo que nos ocurre, nuestro comportamiento, nuestro ser histórico no se corresponde con nuestros libros, con nuestro verbo, con nuestra palabra, con nuestras instituciones, con nuestras leyes y códigos”.

Ese electorado fascinado posibilitó el triunfo, hizo posible que se estableciera el des-orden que hoy campea por todo el país. Desbarajuste que no es producto solamente de los pocos meses que lleva Nicolás Maduro en Miraflores. Es el fruto de una improvisación y de la aplicación, a lo largo de todos estos años, de un conjunto de políticas públicas que no tienen ni orden, ni concierto, ni racionalidad. Allí están los resultados. Nunca un país, hasta los actuales momentos, había dilapidado la astronómica cifra de 1 millón de millones de dólares provenientes de la renta petrolera. Un país que en este 2015 tendrá que saldar 11.200 millones de dólares por servicio de la deuda externa en momentos en que el precio del petróleo está a la baja, en condiciones donde la capacidad de financiamiento está prácticamente cerrada. Pero no satisfechos con semejante hazaña financiera, han destruido en estos años la poca institucionalidad que nos quedaba. Hay un quiebre de la institucionalidad en el manejo de los asuntos públicos. Podemos seguir enumerando y haciendo un examen de los resultados de eso que han llamado modelo productivo socialista o, en definitiva, de la revolución bolivariana. La nota final sería un saldo en rojo. Simón Alberto Consalvi lo dijo en vida: “Habría que hacer una especie de gran informe de lo que significa este caballo de Atila sobre el mapa del país. Tiene efectos devastadores. Habría que hacer una especie de carta de naufragio, mejor que una carta de navegación. El naufragio de Chávez es el naufragio de Venezuela”.

Estamos ahora en 2015. La responsabilidad moral y política del país, de su gente, es enorme. Ante el panorama que tenemos frente a nosotros, ante la crisis que estamos viviendo, ante el crack existencial, el no tomar partido y no participar para que las cosas cambien es asumir una conducta indolente. Ya lo expresaba Umberto Eco en su Italia frente al posible triunfo de Berlusconi: “Para muchos será una invitación a ponerse una mano sobre la conciencia y asumir la propia responsabilidad. Porque ‘ningún hombre es una isla… No preguntéis nunca por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

Hoy más que nunca la unidad de todos los factores políticos es una obligación ética. Hay diferencias ideológicas y políticas –bienvenidas sean– y de acción, pero volver a repetir la torpeza de 1998 sería una insensatez, además de incompetencia política. Se deben dejar las diferencias a un lado, ya llegará el momento para discutirlas y dirimirlas. La obligación de los partidos políticos y de su dirigencia es abonar y permanecer unidos. La historia reciente de países como Perú y Chile nos dice que la sociedad política unida pudo salir del trance del fujimorismo y del pinochetismo. Veámonos en ese espejo.

Es posible que estemos al final de un tiempo. Pero en ese tránsito nosotros los ciudadanos jugamos también. El síndrome de la desesperanza y de la desmotivación, que allí están, y que el gobierno alienta por diversas vías, debe ser superado. No caigamos en la torpeza de 1998. Ya hemos vivido y seguimos viviendo sus consecuencias. Creo que ya hemos pagado el peaje de aquella fascinación y decisión. El pensamiento de Fernando Savater nos dirá que “la ética política de la democracia nos exige ser participativos”.

Es hora, como decía Castro Leiva, de que empecemos a ver la política como cosa seria y digna. En ese sentido los partidos políticos que dicen hacer vida en la unidad, y la sociedad de esta nación que adversa este des-orden, deben asumir con responsabilidad sus deberes y sus acciones. Si de verdad los signos del des-orden que se asoman son el final de un tiempo, repitamos aquel verso del dramaturgo T. S. Eliot: “Todo final es un comienzo”.

 

Marcelino Bisbal

El Nacional

El arte de la palabrería y la retórica hueca por Marcelino Bisbal

Palabras

 

I

Existe un viejo mito africano, que refiere el filósofo y filólogo venezolano J. M. Briceño Guerreo, que nos dice que Dios (Mawu) al tercer día, una vez que el hombre ya había sido creado, le fue dada la mirada, el don de la palabra y el conocimiento del mundo exterior. La palabra sirve para comunicarnos, es su esencia. En ese sentido la comunicación es diálogo, relacionamiento y convivencia social, además nos ayuda y autoriza a leer-releer el mundo y todos sus fenómenos.

El especialista venezolano en psicología social Alberto Merani nos plantea la idea de que “hablar es haber llegado a un grado determinado de madurez neurológica y de integración social capaz de permitir la praxis y la comunicación abstracta de la misma”. La cita de Wittgenstein es más clara: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.

Si bien es cierto que el lenguaje no puede reducirse solamente a la presencia de la palabra, en cuanto conjunto ordenado de signos para expresar una idea o un contenido, sí es verdad que las palabras le dan sentido al lenguaje lingüístico y con y desde ellas nos comunicamos. Porque el hombre se hace y también se deshace en la comunicación. El hombre es hechura del lenguaje. El poeta venezolano Rafael Cadenas hace una referencia personal, como él mismo escribe, en la idea de que “emociona pensar que las palabras que yo pronuncio son las mismas que pronunciaba, por ejemplo, Cervantes, o encontrar en sus obras las palabras de mi infancia oídas tantas veces en boca de mis abuelos o mis padres o compañeros de escuela o de juegos. El lenguaje está cargado hasta los bordes de tiempo. Nos sumerge en el pretérito o nos lo trae a nuestro hoy. Rezuma formas de vida por todos sus poros, y él mismo es forma”.

 

II

Valgan estas disgresiones conceptuales para referirnos a las palabras que usa el poder que desgobierna hoy al país. Formas de expresión, de retórica, que no dicen nada, que suenan huecas, que hablan siempre de un tiempo pasado y de unos culpables –chivos expiatorios– por los males que nos aquejan. Su forma de usar las palabras, el lenguaje, sus modos de comunicación, están referidas a una manera de pensar y de ver al país y sus ciudadanos como objetos, como hombres-masa a los que hay que reeducar porque están llenos de prejuicios, de actitudes poco patriotas y además americanizadas y consumistas. Es el dogma marxista convertido en mentalidad estalinista.

Esa retórica, convertida en el arte de la palabrería, se ha ido transformando en publicidad como idioma cotidiano. No es casual entonces que la publicidad oficial en sus distintas manifestaciones (gobierno, organismos oficiales, etcétera) ocupe el primer lugar en inversión por encima de la categoría de alimentos, sistema financiero y productos cosméticos.

Desde el Ejecutivo hacia abajo todos hacen gala de la misma retórica hueca. No hay creatividad, no hay pensamiento. El juego del lenguaje se convierte en un recetario de dogmas. Como bien decía ese gran cronista mexicano que era Monsiváis: “El sectarismo ahoga la lucidez. La desintegración de su causa los conduce a la invisibilización o el arcaísmo”.

 

III

La realidad se impone de manera tozuda. Todos los economistas, no sabemos si el gobierno se habrá percatado de ello, nos refieren que en 2015 se repetirá la historia de estos últimos meses: recesión, elevada inflación, escasez galopante, devaluación acelerada del bolívar, alto déficit fiscal, caída del ingreso personal, deterioro laboral, desplome de los precios  del petróleo, el ascenso astronómico del dólar paralelo…

¿Cuál es la receta que nos ofrecen? Hasta ahora más de lo mismo: palabrería y más palabrería. Ni el abusivo uso de las cadenas presidenciales –según IPYS, “en lo que va de 2014 se han transmitido 8.460 minutos de cadena, lo que equivale a 141 horas de programación exclusiva dirigida desde el gobierno. Esto corresponde a una cadena de programación absoluta en radio y televisión durante casi 6 días continuos, es decir, casi una semana”– logra detener la caída libre en la que se encuentra la gestión gubernamental. Sin embargo, no lo ven. En estos días, gran mensaje publicitario en prensa, radio y televisión nos dice: “5 revoluciones de la Revolución. Revolución económica y productiva. Revolución del conocimiento. Revolución de las misiones socialistas. Revolución política del Estado. Revolución del socialismo territorial”. Y la publicidad cierra con esta convicción final: “Cada una de estas Cinco Revoluciones son motores para cambiarlo todo y llevarnos por el camino de la prosperidad, del avance, de la victoria y la paz”.

Eso es lo único que se les ocurre proponer. Las palabras se suceden unas tras otras y todas nos siguen hablando del futuro luminoso que está por venir, pero nada nos dicen del presente ruinoso en donde estamos. Todo este des-orden en el que se ha convertido el país nos recuerda lo que escribiera el novelista polaco Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas (1899): “Estaba escrito que yo debería serle leal a la pesadilla de mi elección”.

Marcelino Bisbal 

El Nacional