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Juan Pablo Gómez

Rafael Cadenas, despertador de almas: Los escritores celebran al poeta

Foto: Vasco Szinetar

 

@diegoarroyogil

El martes 23 de octubre Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930) se convirtió en el primer venezolano en recibir el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más importante galardón en su ámbito. Lo llaman el Nobel de poesía en español y portugués, dado el prestigio que se ha labrado a lo largo de las, hasta ahora, 27 ediciones en que se ha otorgado, desde su establecimiento en 1992. Gonzalo Rojas, José Ángel Valente, Nicanor Parra, Blanca Varela, José Emilio Pacheco, Fina García Marruz e Ida Vitale son algunos de los poetas que lo han recibido, o que lo recibieron. A ellos se suma ahora Cadenas, autor de una obra “sencilla y, sin embargo, terriblemente honda”. Así lo afirmaba el profesor Juan Pablo Gómez la semana pasada, en el Teatro Real de Madrid, en la presentación de No es mi rostro, la antología de la poesía de Cadenas que se ha publicado a propósito del Premio Reina Sofía.

Tradicionalmente, el acto en que se entrega el galardón se celebra en la Universidad de Salamanca. De camino a esa ciudad, un enclave mítico para la cultura hispana, Cadenas pasó por la capital española. La editora y escritora Sandra Caula estuvo con él en casa de la poeta Verónica Jaffé. “Fue una pequeña reunión con familiares y amigos –cuenta Sandra–. Rafael estaba como siempre: dulce, sensato, auténtico, atento y hasta gracioso. Ninguna estridencia, ningún entusiasmo fuera de lugar. ‘Esto te hace bien, ¿verdad, papá?’, le preguntó Paula, su hija. Rafael perdió a Milena, su esposa, hace poco. ‘Te hace bien ver gente, salir, estar con tus amigos, ¿verdad?’, Paula tuvo que repetir la pregunta. Y no porque Cadenas no la oyera sino porque estaba pensando en la respuesta: ‘Eso espero’, le dijo, y sonrió con su sano escepticismo de siempre. Pero sobre todo fue conmovedor sentir, en ese momento tan suyo, su preocupación constante por Venezuela, por la debacle que vivimos y que quizás ya se anunciaba en ese magnífico libro suyo titulado En torno al lenguaje”.

Siguió el poeta su camino a Salamanca, donde lo esperaban otros amigos, entre ellos el historiador Elías Pino Iturrieta. “La noche anterior a la entrega del premio un grupete se reunió con el poeta –dice Pino–. Familiares y gente de la UCV. Fue en Las Caballerizas, un modesto bar de estudiantes. Sin que nadie se lo propusiera estuvimos presentes tres decanos de la Facultad de Humanidades: Roberto Ruiz, José María Cadenas y yo. También estaba Irma Chumaceiro, quien fue directora de la Escuela de Letras. El Alma Mater con uno de sus hijos más ilustres. Al rato llegaron varios muchachos de Salamanca para saludar al poeta. Todo fue muy entrañable, colmado de alegría. Al día siguiente, al mediodía, venezolanos venidos de otras partes de España caminaban por la Rua Mayor a la espera del acto”.

El momento se acercaba, más bien, había llegado, y allí estaba Cadenas, el invitado de honor de la reina Sofía, en el paraninfo de la universidad más antigua de España y una de las más antiguas de Europa. Ricardo Rivero Ortega, el rector, fue el primero en tomar la palabra para recibir al poeta, a quien llamó “artesano del lenguaje y crítico de la barbarie civilizada”. Luego fue el turno de Alfredo Pérez de Armiñán, el presidente del Patrimonio Nacional de España, quien insistió en que, con este reconocimiento a Cadenas, “Venezuela se incorpora a la geografía transcontinental del premio, después de que la candidatura del ahora galardonado fuera presentada por numerosas universidades, entre ellas la Central de Venezuela”, donde Cadenas “ha enseñado durante 40 años”. Fue una mención afortunada y justa de la UCV, que, como ha apuntado en otras ocasiones el mismo poeta, “es más vieja que el país”, pues fue fundada en 1721, prácticamente un siglo antes de la Independencia.

Luego de Rivero y de Pérez de Armiñán, y tras recibir el premio de manos de la reina, siguieron las palabras de Cadenas. “Señora”, se dirigió a doña Sofía, y la apelación y la manera de expresarse, con su inconfundible cadencia, traían el eco de algunos poemas suyos donde Ella es la vida, la lengua, la poesía: “Señora”. Dio las gracias, como hace siempre de primero, por el “bien recibido”. Y se refirió a la política. Dijo que hay palabras principales, “por ejemplo, libertad, justicia, democracia, civismo, honestidad, las cuales, cuando se ausentan de un país, tornan muy difícil para sus ciudadanos el hecho de vivir realmente. Esas palabras, además, deben corresponder a lo que designan, si no habría que recurrir a lo que Confucio llamaba ‘rectificación de los nombres”. Agregó: “Es que en Venezuela nos urge instaurar la normalidad, que solo puede ser democrática. Pero no voy a adentrarme hoy en este punto porque no es la ocasión de hacerlo. Quisiera, sí, señalar la importancia del lenguaje en el ejercicio de la política. Tiene la enorme tarea de enfrentarse a la neolengua de todo totalitarismo”.

Dicho esto, Cadenas pasó a referir sus vínculos con España. El primero, claro: la lengua, “pero sobre esta relación no es necesario insistir”. Y luego, la literatura: Rafael Alberti, García Lorca, Pedro Salinas, Miguel Hernández, León Felipe, Luis Cernuda, Antonio Machado. Un viaje por autores y lecturas. Mencionó especialmente a Miguel de Unamuno. Lo llamó “despertador de almas”, en alusión a la frase de Giordano Bruno que Unamuno cita en Del sentimiento trágico de la vida: “despertador de las almas que duermen”. De esa manera, de paso, sin quererlo, Cadenas se autorretrataba.

Se refirió asimismo a la llegada a Venezuela de los exilados españoles durante y después de la Guerra Civil. “Fueron miles –recordó–, y entre ellos vinieron profesores, científicos, escritores, que contribuyeron decisivamente con nuestra cultura, como Juan David García Bacca, Pedro Grases, Manuel García Pelayo, Marco Aurelio Vila, Juan Nuño, Federico Riu, Manuel Granell, Guillermo Pérez Enciso, Mateo Alonso, Santiago Mariño y muchos otros. Todos dejaron su impronta perdurable en nosotros”. Cadenas aportó un dato de vuelta: “En el 2015 apareció el libro Humanistas españoles en Venezuela, compilado por el escritor Tulio Hernández, hoy exiliado de Venezuela”.

Y cerró de la siguiente manera: “En una entrevista dije que la palabra crisis, aplicada a Venezuela, es un eufemismo. Nuestra situación es algo que va más allá de la crisis. Es de salida muy difícil. Termino con una observación tal vez oportuna. Creo que los nacionalismos son abominables. Traen odios, conflicto, guerra. Ojalá aprendamos y optemos por la amistad entre las naciones, por eso he evocado la que existe entre Venezuela y España, no sin recordarles a los que atacan este país que lo hacen en español”.

Concluido el acto, se celebró una recepción, de la cual la escritora Marina Gasparini, que estaba allí, rescata, entre otras cosas, la calidez y la cercanía de la reina Sofía, “una mujer de verdad muy ‘real’, en todas las acepciones del término”. Marina comparte esta anécdota: “La reina, que hablaba con Rafael, le dijo que él está joven todavía. Rafael se sonrió, y la miró con esa mirada y con esa sonrisa suyas que conocemos, y le dijo en voz baja, con la cabeza un poco ladeada: ‘Tengo 88 años’. Ella lo tomó del brazo y, también en voz baja y con otra sonrisa, le respondió: ‘El 2 de noviembre yo cumplo 80, somos jóvenes’. Se acercó y besó a Rafael”.

“Tuvimos mucha suerte –reflexiona Sandra Caula–. Los venezolanos que crecimos en la Venezuela democrática tuvimos mucha suerte. Eso he pensado varias veces esta semana, sintiéndome siempre muy orgullosa de la riqueza de nuestra cultura y de cómo sigue viva mientras el país se derrumba. Porque es increíble cómo da frutos, uno tras otro, y resiste los embates de la maldad y de la nada que intentan devorarla”.

Hay un poema muy citado de Cadenas, sobre todo durante los últimos años. Dice así:

 

País mío, quisiera

llevarte

una flor sorprendente.

 

La presencia de Rafael Cadenas entre nosotros nos ha revelado, desde siempre y finalmente, que esa flor sorprendente era su poesía, que esa flor era, incluso, él, despertador de almas. Los testimonios de escritores que, sobre el poeta, hemos recogido en Runrun.es para este artículo acompañan, tal vez, ese sentir.

 

TESTIMONIOS

 

Foto: Vasco Szinetar

Alejandro Sebastiani Verlezza

Cuando yo tenía un poco más de 20 años, conocí a Rafael Cadenas. Él me enseñó el valor del silencio, su tremenda y misteriosa elocuencia. Cuando se abre el a veces tenso arco de su duración, justo ahí, aparece la palabra que repara y la que mueve. Apenas ahora comienzo a interiorizar ese don que Cadenas me pasó. Agrego que ahí encuentro la raíz de su poesía, la que surge en el andar de “un corazón/ que observa y acoge” (Keats). Gracias, maestro.

Foto: Miguel Hurtado – Contrapunto

Ana Teresa Torres

Si entro en una librería, al fondo, seguro veré a Rafael Cadenas.

Si pienso en las derrotas, las falsas maniobras o en el destierro, pienso en Rafael Cadenas.

Si creo en la palabra y en el silencio, creo en Rafael Cadenas.

Si quiero sentirme segura de levantar la cabeza y permanecer en pie, quiero sentirme como Rafael Cadenas.

Si a veces me avergüenzo de mi patria, debo enorgullecerme de que la comparto con Rafael Cadenas.

Fotos: Anthony Ascer Aparicio

Antonio López Ortega

El país que en cuanto a esfuerzo colectivo ya no está, al menos sobrevive, con otras claves, con otras señas, en obras como la de Cadenas. Hablar de islas, de destierros, de derrotas, de falsas maniobras, de intemperies, de memoriales, de amantes, de gestiones, de dichos o de sobres abiertos da para una cartografía, da para un país minúsculo pero autosuficiente. En ese país nos refugiamos, aunque sea a la intemperie, en espera quizás de que el otro país, el originario, resucite de las sombras. La obra de Cadenas, afortunadamente, ya no le pertenece: es una isla puesta a flotar, que deriva por múltiples corrientes, pero en la que vamos todos, apelmazados sí, pero felices. Cuando el país mayor que le hace falta al poeta reaparezca, tendremos tierra para saltar a la tierra, tendremos agua para bañarnos en los ríos, tendremos palabras para hablarnos los unos a los otros.

Foto: Lisbeth Salas

Armando Rojas Guardia

Todo venezolano culto sabe de memoria el primer texto poético de Los cuadernos del destierro. Yo haría de “Fracaso” una lectura obligatoria en todas las escuelas y liceos del país, para que nos sirviera de revulsivo y de antídoto desde la niñez: nos señala la ruta, no épica ni heroica, de un reencuentro con el fracaso civilizatorio que somos y una manera de transmutarlo en “kairós”, en oportunidad histórica, en resurrección de nuestra creatividad espiritual. Ese poema, y “Derrota”, hacen más que demostrar, es decir muestran que Cadenas comparte con Franz Kafka lo que puede llamarse “el genio del fracaso”: la conciencia del fracaso como aprendizaje de los límites, como paladeo de la precariedad y menesterosidad de la condición humana, como supremo arte de la verdad. Rafael es un patrimonio moral. No es solo nuestro mayor poeta vivo, sino también nuestro santo laico: el eslabón perfecto que une su entera existencia y su obra literaria es uno de los grandes valores éticos vinculados a la historia literaria de nuestro país. Su silencio incólume, casi monástico, en medio de la cháchara frívola en la que se proyecta la inmensa pantalla publicitaria que es nuestra rentista y vocinglera cultura petrolera, constituye una interpelación y un llamado a la vergüenza. Nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, lo seguirán leyendo con fervor, con gratitud, con entrega asombrada y afectuosa.

Foto: Manuel Reverón

Carmen Verde Arocha

La palabra de Cadenas es vida, austeridad y espíritu. En esta Venezuela despojada de su verbo, afónica, el premio otorgado a uno de nuestros poetas fundamentales ha venido a restituir la voz del país, a protegernos de tanto desamparo. En Cadenas conviven el ciudadano, el demócrata y el poeta. Lo que dice corresponde con cada uno de sus actos. Su única verdad han sido la fuerza y la honestidad de su palabra.

Foto: QuéLeer

Edda Armas

A esta hora celebratoria en torno al fuego alto de la obra poética de Rafael Cadenas, una le agradece al poeta haberle dedicado su vida a la iluminación. Sobrio, despojado de artificio y egos, inteligente y sagaz al formular la sentencia crítica, modesto en su andar terrenal, atento al entorno social y a los otros, solidario con el joven que se inicia en el oficio de la palabra, erigió un templo de cobijo con paciencia y silencios de monje donde una y tantos acudimos a palpar la savia y el misterio de instantes desde siempre. Gracias Rafael, la soledad no existe, tu poesía nos salva en toda intemperie.

Foto: Efrén Hernández – Climax

Elisa Lerner

Los poemas “Derrota” y “Fracaso”, tan populosos en la difusión de la poesía de Rafael Cadenas, solo han sido prefiguraciones o afirmaciones sobre el largo dolor histórico de un país. Ese intelectual silencioso, en nuestros recuerdos, en peregrinación eterna por la librería Suma. Un silencio en que, paradójicamente, chirrían fantasmas polvosos de provincia, las piedras taciturnas de la que, en apariencia, ha sido una más. Porque, también, en Rafael Cadenas está la jovial palmera que en la isla de Trinidad saludó en inglés al joven y solitario exiliado veinteañero. Ahora más que nunca la bella contundencia de sus poemas breves, algunos con cierta pátina de sorna reflexiva, nos mantienen alerta para no sucumbir.

Foto: Lisbeth Salas – Climax

Gisela Kozak

Una palabra para Rafael, una sola: gratitud. 

Foto: El País ES.

Gustavo Guerrero

Rafael Cadenas y su poesía son como una de las formas de la esperanza que aún nos queda. Hoy representa como el otro horizonte ético y social de una Venezuela que no ha desaparecido del todo y en la que se valora el esfuerzo, la dedicación, la modestia, el respeto, el silencio y el buen uso del lenguaje.

Foto: Efren Hernandez Arias

Gustavo Valle

Tuve el privilegio de tener como profesor a Rafael Cadenas en la Escuela de Letras de la UCV y estudiar con él a los poetas españoles de la Generación del 27. Nunca fuimos amigos, creo haberlo saludado dos o tres veces en mi vida. Pero me acerqué a su poesía desde muy temprano. Cuando vivía en Madrid, hace casi 20 años, leía en voz alta sus poemas a mis amigos extranjeros, junto a los de Eugenio Montejo. Me gustaba leer en los bares madrileños los versos de quien fuera mi profesor de literatura española. Más que versos eran líneas cortas, huesudas y desaliñadas, sin más condimentos que su propia verdad, siempre inestable. Hoy, su obcecada sencillez, su desgarbo, su alergia a toda seducción es una ética a seguir en un país (y una época) adicta a la exhibición y los lucimientos. Ahora que recibió en España el Premio Reina Sofía, me gusta pensar que no fue una reina quien se lo otorgó, sino que lo recibió de manos de Lorca, Guillén, Salinas, Cernuda, Aleixandre, Alberti, Diego, Altolaguirre y Prados, esa corte de poetas magníficos a los que leí gracias a sus clases.

Foto: ABC de la semana

Leonardo Padrón

Rafael Cadenas siempre ha convocado la unanimidad inmediata de los lectores de poesía. Hay que decirlo con el debido énfasis: su poesía no pasa impunemente por los ojos de quien la consume. Su discurso poético propone una sola ambición: recuperar la nitidez de ser humanos. A Cadenas hay que leerlo muchas veces: en la juventud, en la soledad, en la consecuencia, en la maravilla y en la devoción. En su poesía, la vida es la gran protagonista. Sus libros han marcado a varias generaciones de lectores. Su obra está destinada a permanecer en los dilatados pasillos del tiempo. Como un tesoro inacabable.

Foto: Nicola Rocco

María Antonieta Flores

El silencio antecede al poema: esa gran lección la podemos ver encarnada en Rafael Cadenas. Su presencia discreta, la vigilia de su mirada, su cada vez más decantada escritura se oponen a la cultura del ruido, a la exigencia del parloteo, al ejercicio de la ironía como muestra de inteligencia. Es un hombre bueno y este hombre ha andado por su propio camino. Nos ofrece su palabra, esa que ha encontrado en su interior. En el sentido amplio y actual del término, Cadenas es un rock star de la poesía, aunque yo lo escuché cantar boleros en Viena.

Foto: Ucabista

María del Pilar Puig

Nunca me he sentido tentada a repetir el lugar común que ve a Cadenas como una persona “humilde”, aunque seguramente lo sea. Lo que no es en manera alguna es vanidoso. Pero prefiero afiliarlo a una virtud que hoy parece no estar de moda: la mansedumbre, que consiste en responder a las cualidades de docilidad, suavidad, sosiego, tranquilidad y benignidad en el carácter y el buen trato, según informa el Diccionario de la Real Academia. Estas virtudes encierran un gran logro vital, una gran fortaleza de espíritu y de carácter, eso que Cadenas transmitía, ahora, ya en su vejez, al momento de recibir el premio de manos de la reina doña Sofía, o cuando dio su discurso, o cuando habló en la presentación de la antología preparada por nuestro querido Juan Pablo Gómez y la profesora Carmen Ruiz Barrionuevo, tan amiga de Venezuela. En esos discursos habló también de la universidad venezolana, y dijo cosas que a otro seguramente lo avergonzarían, como por ejemplo que la UCV “está en el suelo” o que él, profesor “en el segundo lugar” (es decir, Asociado, segundo escalafón en importancia en la universidad venezolana) gana apenas, según le dijeron, 4 dólares mensuales y debe completarse con la pensión de vejez. Lo que hizo Cadenas al decir eso fue una profunda crítica al poder venezolano, y a la vez transmitió una inmensa dignidad que nos arropa a todos.

Foto: Twitter

Moraima Guanipa

La entrega del Premio Reina Sofía al maestro Cadenas fue un bálsamo para estos días y estos tiempos tormentosos, tan llenos de bajeza y miseria del poder que nos asfixia. Lloré conmovida al ver la transmisión del acto de entrega del premio. Verlo tan frágil y, al mismo tiempo, tan gallardo y entero me emocionó mucho. Ver cómo se inclinaba, caballeroso, ante la reina Sofía fue una lección de donaire de su parte. Pensé mucho en Milena, su esposa recientemente fallecida, que en paz descanse, y en lo mucho que habría disfrutado un momento como ese. También me conmoví cuando me comentaron que en el juego de Caracas-Magallanes uno de los locutores rindió homenaje a Cadenas leyendo uno de sus versos. Creo que, para muchos de nosotros, castigados como estamos en nuestra autoestima nacional, el premio a Cadenas es un airecito de orgullo del bueno.

Foto: conexo.org

Nidia Hernández Brizuela

Rafael Cadenas nos regala su aura de poeta, en la que queremos estar y en donde nos sentimos resguardados, nos da su sombra como el árbol maravilloso que es.

Foto: EFE

Rodolfo Izaguirre

Muchos aseguran que Rafael Cadenas habla poco. ¡No es verdad! Conmigo habla mucho y nos reímos. Lo que ocurre es que habla desde su silencio y al hacerlo esparce tolerancia, sensibilidad y un conocimiento del ser humano que él descubre y revela desde sus profundidades. Y ese, para mí, ¡es el mejor conversador!

Foto: El Nacional

Samuel González-Seijas

La obra de Rafael Cadenas nos ha pasado algo que parecería hoy incontestable: la vida puede recuperarse, puede retomarse desde su raíz. Sus seis décadas de escritura fueron tensando un arco que hoy entra en la lengua con puntería de material acerado en la vigilia, la insistencia y el cultivado amor. Cadenas le ha dado a este país un hilo y un espejo, y un silencio de arroyo que solo podrán escuchar los que se han hastiado de engañar, de mentirse. Es y será regio como un árbol, crudo y concreto. Siempre veraz.

Foto: La Maja Desnuda

Verónica Jaffé

Me gustaría compartir un “apunte” que me escribió Cadenas una vez. Creo que es un retrato perfecto de él mismo, y casualmente muy pertinente con este premio Reina Sofía. Escribió Cadenas: “Hölderlin, cuando vivía en casa del carpintero que lo albergó, solía inclinarse ante cualquier visitante y decirle: su excelencia, majestad, etc. Me niego a creer que sea necesario estar loco para tratar con esa misma reverencia, sin ningún distingo, a todo ser humano”.

Foto: Martha Viaña

Victoria De Stefano

Conocí a Cadenas en la universidad. Corrían los primeros sesenta, Rafael estudiaba Letras y yo Filosofía, en aquella época compartíamos varias clases en los primeros años de la carrera. Rafael y el profesor de Filosofía Guillent Pérez, el filósofo del grupo de los Disidentes [grupo de vanguardia artística] recién llegado de París, mantenían una vieja amistad. En esa época Rafael era muy silencioso, varias veces se sentó en el cafetín con mi condiscípulo y amigo Guillent y conmigo, pero permanecía callado, a lo sumo pronunciaba uno que otro monosílabo. Apenas Rafael se levantaba y se iba con su caminar lentísimo, Guillent, que era más bien locuaz, me hablaba de Cadenas como un gran poeta en la línea de la poesía, usó la palabra filosófico existencial, de Hölderlin y Rilke. Guillent me hizo leer Los cuadernos del destierro, al principio me desconcertó su lectura. “Derrota”, un poco posterior, es un poema muy duro y yo era muy joven, sin embargo había en él una poesía potente y desbordante de imágenes que me fascinó. Poco después ambos nos graduamos y entramos a enseñar en nuestras respectivas escuelas. Para Rafael fue importante dar clases, sentirse rodeado del afecto y la siempre renovada devoción, creo que esa es la palabra adecuada, de sus alumnos. Más tarde su encuentro con Milena, que fue su cable a tierra, le dio más seguridad y libertad. Ya el Rafael de los setenta y ochenta era mucho más desenvuelto, más conversador, incluso hacía gala de un fino sentido del humor. Pero su sobriedad, su insobornable relación con la poesía y la vida, como nuestra amistad y mi incuestionable admiración por él como poeta y como persona, desde esos tiempos hasta ahora no han cambiado ni un ápice.

Foto: Vasco Szinetar

Violeta Rojo

Rafael Cadenas no sólo es un gran poeta, es también un gran maestro. Maestro por buen profesor, porque en sus clases aparentemente calladas en la Escuela de Letras de la UCV nos enseñó mucho sobre el respeto a la literatura. Maestro por su decidida oposición a la dictadura y su respeto a la democracia. Maestro porque ese señor silencioso y discreto nunca ha dejado de decir lo que piensa de los que destruyen Venezuela. Maestro de civilidad y civismo. Maestro por su disfrute de los nuevos escritores, por acudir a todos los eventos a los que lo convocan, por la devoción e interés con que revisa libros en una librería caraqueña, por su lejanía a toda prosopopeya. Maestro, en fin, porque tiene la sencillez de los grandes y porque no deja de escribir una magnífica poesía y de decir en voz alta y clara que la democracia nos falta.

Foto: Lisbeth Salas

Yolanda Pantin

En mi libro 21 caballos hay un poema llamado “La frase” donde hago un retrato de Rafael a propósito de una frase suya. Esa frase es: “Cuiden su democracia”, y el poema dice así:

 

No se escucharon

bravos en la sala

cuando nos advirtió

acerca de aquello

que veía venir

en el mar de fondo.

 

La frase

en su parquedad

fue enunciada

como una línea cualquiera

de los poemas

meditados y necesarios

que leyó sin énfasis.

Foto: Costa del Sol FM

Jaime López-Sanz

¿Decir de Rafael en breves líneas? Imposible, no sabría dónde detenerme. ¿El ciudadano, el conversador, el poeta, el profesor, el amigo, el insobornable hombre de a pie, el regulador del alma de tantos de nosotros cuando aparece en la súbita verdad de nuestros sueños o cuando lo leemos o escuchamos, que es lo mismo? Hace muchos años salió de mí decirle en una postseminarial mesa de amigos –él, un asistente como el resto– que él es la voz de la tribu, pero no solo de la mallarmeana sino la de un innumerable e inconquistable gentilicio, eso –me parece– que Mari Montes acaba de expresar: hoy somos mejores, hoy somos todos Rafael Cadenas. Ese hoy no es coyuntural, es ya el perenne, viejo y fresco hoy en que tantas memorias y tantas aperturas venezolanas al mañana vienen a confluir y a renovarse, tantas aguas profundas clarificadas en una fuente sin Leteo que a todos nos tiene y a nadie pertenece. Rafael nos limpia a todos. Pues no es de ideas, no es de estéticas, no es de militancias fantasmáticas ni de fantásticas ansiedades de trofeo de lo que se trata junto a Rafael. Mal dicho, se trata de transposición de nuestras vidas, las vividas y las por vivir, a días comunes bastante más vivientes por esa trasposición. Supongo que es eso lo que con la palabra poiesis querían discernir los antiguos griegos, el cambio de la pequeña vasija personal a la grande y bullente de la poesía en el vivir y desvivirse como ofrenda a lo impersonal, a lo que nos alza y empina, a la realidad real del cuerpo despierto y voluptuoso. Me he atrevido también a decir en clases que Rafael es el más sostenidamente sensual y voluptuoso de nuestros poetas. Un entrañable amigo mutuo, médico y narrador, me dio una vez la clave suya, la mejor: yo no puedo concebir mi vida sin Rafael Cadenas. ¿A qué obliga de modo tan persuasivo, tan desasosegante, esa voz tan franca en tantos planos a la vez, una voz, no descuidemos eso, obsesionante y perversamente cohesionada con la pena, la suya y la de todos? Allí se trata ya de un probado misterio al que solo corresponden lágrimas de alegría. Las mismas que vierte la Dama Generosidad cuando escuchamos a Rafael discurrir con tino sobre la poesía de Montejo, Sucre, Silva Estrada, por ejemplo, o sobre los soliloquios de Marco Aurelio o sobre los místicos españoles o los clásicos de la lengua o la negative capability de Keats. La misma que no encuentra traductor para el barquisimetano vocablo ayera en uno de sus poemas o a la que no le cuesta decir, sin confesionalismo oportunista, que tal libro suyo resultó de una honda crisis personal o que un tirano le hizo un favor al expulsarlo del país. La misma voz que no deja hoy de soñar con la Escuela de Letras y allí, en el mismo sueño, hablar en pupitre como un alumno más, atento al profesor. La que a poetas jóvenes estimula y dice mucho al respaldarlos públicamente. Cuánto no dice esa voz aun con su silencio acompañante, como si un pequeño y tolerable rayo de claridad se nos hiciera dentro. El misterio es esa voz de campo abierto, con sobria dulzura. ¿Sabes, Mari, que Rafael fue pelotero de la selección juvenil de Lara cuando en el país se comía, como tú hoy, en la mesa franca del beisbol nuestro de cada día? ¿Lo viste alguna vez correr de home a primera, en campo abierto? Yo sí, aunque mucho tiempo después. Y también esa imagen me acompaña como la voz de sus poemas cuando a veces necesito socorro de la vasija grande.