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Gladys Lobo

La tozudez productiva de María Beatriz Medina

En latín, el verbo legere significa leer pero también «desplegar las velas». De eso se trata exactamente: de sembrar en un pueblo la capacidad de desplegar las velas y pensar imaginativamente en un mundo mejor. A eso se dedica el Banco del Libro, y dentro de él,  una mujer apasionada. O, mejor dicho, varias mujeres apasionadas

 

@sdelanuez

 

El país no partirá de cero cuando vaya a ser reconstruido luego de la catástrofe chavista. Existe una red de organizaciones, empresas e instituciones que en estos años, contra viento y marea, han consolidado su actividad con impacto positivo en diversos ámbitos. Son experiencias que señalan un futuro esperanzador. Detrás de esas experiencias se halla, por lo general, una mujer. Es el caso del Banco del Libro.

El Gobierno le entrega 380 mil bolívares anuales, valgan lo que valgan hoy en día en el país. Naturalmente, la institución no se mantiene con ese aporte sino con el talento y la cabezonería de tres mujeres que se han echado al hombro este barco: María Beatriz Medina (directora), Olga González (proyectos) y Gladys Lobo (busca y administra los recursos financieros). También están los colaboradores del comité de evaluación de los mejores libros para niños y adolescentes, los aliados de Ediciones Ekaré, los comelibros (jóvenes que también evalúan títulos para dar un sello de garantía). Hay gente apoyando. Rodrigo Agudo y Virginia Betancourt han sido dos nombres claves en la historia del Banco del Libro, y siguen siendo un referente.

María Beatriz, con Olga y Gladys, llevan el peso del día a día y muestran esa impertinente cabezonería, acostumbradas a darse de cabezazos hasta que las cosas salen como deben. Así fue que se ganaron en 2007 un premio internacional de literatura infantil, el que lleva el nombre de la sueca Astrid Lindgren (creadora de Pippi Calzas Largas), lo cual les garantizó más de 90 mil dólares para subsistir. El jurado que les dio el premio alabó «la liberadora falta de mentalidad burocrática» que muestra la institución en su quehacer. Luego, en 2012, recibieron un premio de la Unesco por sus aportes a la mejora de los profesores, lo cual significó casi 600 mil dólares. Como dice María Beatriz, esos premios los han administrado con criterio de escasez y hasta hoy les rinde la plata como para estar, por ejemplo, en la feria del libro de Bogotá durante estos días de abril. Allí llevan títulos venezolanos. De allí traen material para engordar la oferta del Banco, adonde acuden niños y adolescentes dos veces por semana, a diferentes actividades.

¿De qué más vive esta entidad independiente? Pues del alquiler de dos de sus salas y  de los talleres por los cuales sí cobra, aunque sea una modesta cantidad.

EL MOTOR

María Beatriz es el motor, el Banco del Libro es su orgullo. A quien quiera escucharla le dice que esta experiencia ha sido el modelo que siguió la exigente Silvia Castrillón para crear Fundalectura, en Colombia; e inspiración de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez nacida en Salamanca (España): su principal impulsor, Antonio Basanta, invirtió una temporada viendo cómo funcionaba el Banco del Libro venezolano.

María Beatriz respiró aires de lectura desde niña, probablemente eso contribuyó a su vocación. La hija de José Ramón Medina, hombre conciliador talante donde los hubiese en Venezuela, escuchaba historias curiosas e imborrables. Quizás por eso impulsaría, muchos años más tarde, «Palabras por y para la no violencia», un proyecto del Banco del Libro junto a la Alcaldía de Baruta: imposible pensar en algo más conveniente pues se necesita atajar con urgencia la violencia escolar, que se ha incrementado en todas sus modalidades como reflejo de la situación general que sufre Venezuela. Gracias a un aporte de la embajada canadiense se llevan a cabo actividades en el aula y talleres de formación para docentes. Cuentos editados por Ekaré son leídos y reflexionados por los pequeños y no tan pequeños. Es una verdad comprobada: el contacto prolongado con la literatura puede provocar una mayor sensibilidad social. Lo dice la pedagoga Louise Rosenblatt, que el niño va cobrando conciencia de las amplias posibilidades que alberga el corazón de la gente con cada historia escuchada o leída, y que a través de lo literario aprende a ponerse imaginativamente en el lugar del otro. Esta experiencia, niños leyendo y hablando sobre lo leído, comenzó tras la tragedia de Vargas en 1999 con un aporte del Banco Mundial.

La sana cabezonería de María Beatriz y de quienes trabajan con ella les ha permitido obtener apoyos desde dentro y desde fuera. La empresa Movistar donó una sala con ocho computadoras. La agencia de cooperación iberoamericana, de los españoles, les ha permitido desarrollar otro de sus programas. El  Consejo Internacional de Libros para Jóvenes (iBbY, por sus siglas en inglés) hizo enlace entre el Banco y una empresa japonesa y ahora esta empresa financiará el taller «Producción de libros informativos para niños y jóvenes», que se va a dictar a finales de mayo.

Desde luego, la institución ha sufrido robos, no escapa al gran tema-país. Dice María Beatriz:

—Se nos han puesto difíciles las cosas pero obviamente todavía estamos mejor que muchas asociaciones no gubernamentales. Somos un espacio de resistencia. ¿Qué quiere decir eso? Es difícil mantenerse en la autogestión pues hay poca autonomía, pero luchamos.

 

POLÍTICAS PÚBLICAS

María Beatriz recuerda que su papá les narraba cuentos cercanos a sus hijos, quienes seguramente más de una vez le miraron atónitos, expectantes o risueños. José Ramón Medina era, por cierto, un hombre de edición y de imprenta. El modelaje, dice ella, tiene muchas aristas.

¿Y qué haría si tuviese ella una contraparte en el Estado que la escuchase?

Más bien, qué no haría. Sabe que la coordinación, en esta materia de promover niños lectores, imaginativos y participativos, es clave.  La biblioteca es un espacio fundamental para el acceso a los libros. Hoy, en la feria del libro de Bogotá, ha tenido en sus manos un libro de un autor colombiano que escribe para niños. Este libro en particular se titula Tengo miedo, es una belleza de encuadernación y por sus textos e ilustraciones. Pero cuesta quince dólares. Sí, señor, 15 dólares. Es una de esas bellezas que llaman libro-álbum. ¿Cuándo podrá un niño venezolano tener un libro así, mientras las cosas sigan como están? María Beatriz se llevará uno o varios, los que pueda, para ponerlos a la orden de quienes van al Banco del Libro jueves y sábados. Hasta ahí puede hacer. Más de eso, ya sería cuestión de enmendar las políticas públicas. Políticas públicas que articulen, que engloben a todo el sistema: la Escuela, las bibliotecas, el gremio de las librerías y este tipo de asociaciones como el Banco del Libro, que trabaja con las comunidades directamente.

María Beatriz o alguien de su equipo ha asistido, durante los últimos 18 años, a alguna que otra reunión en una dependencia del Ministerio de Educación, pero no estaban representados los ministerios que atienden a la familia y/o que se relacionan con lo social.

Mientras ese tipo de reuniones en conjunto se hace realidad, el Banco del Libro, ahora, ha sido nominado a otro premio, el de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.