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Fernando Aramburu

Sebastián de la Nuez Nov 09, 2018 | Actualizado hace 5 años
La diáspora hace literatura

Los libros que se están editando desde la diáspora, con epicentro en España, llevan un sello común: todos los esfuerzos, todo el talento, va por dejar constancia de la tragedia y abrir mayor campo a la sensibilidad y a la reflexión. Es una demostración de compromiso y, sobre todo, un camino abierto a lo fecundo. Ojalá en el futuro inmediato haya mayor repercusión de lo que se está haciendo en las letras criollas, pues eso ayudará a combatir los equívocos y posverdades que se siguen derramando de la mano de personajes como Ramonet, Rodríguez Zapatero o Errejón

 

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Boris Izaguirre declaraba a la revista española Icon que en su última novela, Tiempo de tormentas (Editorial Planeta), decidió retratar, a través de sus propios padres, a la generación de intelectuales «que el chavismo hizo lo imposible por ningunear». Otra vez presente, este año, en la Feria del Libro de Madrid, Izaguirre firmaba ejemplares en una caseta el domingo 4 de junio por la tarde, literalmente asediado por centenares de fans. Por contraste, el notable escritor Fernando Aramburu, autor de Patria, Premio Nacional de la Crítica y con 21 ediciones consecutivas, no tenía ni la cuarta parte de demandantes de su firma.

Como no te llames Boris Izaguirre ni aparezcas en televisión, los escritores venezolanos lo tienen difícil en España. Es un mercado veleidoso e inaprehensible donde se juega duro. Los sellos editoriales se las entienden con los medios y con las propias librerías, se pagan y se dan el vuelto entre ellos; incluso se aprietan las tuercas entre sí. Hay tarifas por la colocación de un libro en una vitrina o en un mesón de una editorial. Luego vas a La Central, de Callao, y preguntas por Los nombres, de Fedosy Santaella, que ganó un premio hace un par de años, y los empleados no tienen ni idea. Deben buscar en el ordenador.

El poeta Rafael Cadenas ganó el más importante premio de poesía iberoamericano pero el diario El País ni siquiera se dignó sacarle una nota cuando lo recibió, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, de manos de la reina Sofía. El periódico del grupo Prisa debe estar imbuido de la misma fiebre antimonárquica que aqueja a partidos como Podemos.

En este contexto, Editorial Kalathos, la misma gente que fundó en Caracas la librería homónima (y que sigue funcionando, pese a todo), hace un tremendo esfuerzo por consolidar un catálogo de autores venezolanos que escriben desde el exilio, aunque también publican a quienes permanecen en Venezuela o, como en el caso de David Alizo, a quienes murieron en Venezuela.

Sean de Kalathos o no, debe anotarse la vena temática que recorre a la mayoría de los textos que circulan fuera del país hoy en día: la tragedia marcada por el chavomadurismo. Cuento, poesía, ensayo, diario, crónica o novela o bien sostienen sus historias sobre las ruinas materiales y morales del país como trasfondo o bien retratan en primer plano la orfandad de valores en la sociedad, la crueldad del régimen sin ambages. O si no, la nostalgia por lo que ya no está o no será. Ben Amí Fihman se hace el duro y niega su morrilla al hablar de El espejo siamés (Editorial Oscar Todtmann) pero sus referencias al hotel Potomac, a la urbanización La Castellana o al restaurant Jaime Vivas tienen ese regusto agridulce. Incluso hacia el viejo programa de televisión de Sofía Ímber y Carlos Rangel parece albergar tan prosaico sentimiento. Escribió desde París.

La nostalgia crítica traspasa la novela póstuma de David Alizo, quien poco antes de fallecer en 2008 se había anotado un gran éxito con Nunca más Lili Marleen. Esta otra, Mi querida muerte, que acaba de sacar a la luz Kalathos Ediciones, superpone varias tramas en tiempos de chavismo. Como dice la filóloga Laura Cracco, encargada de su presentación en Madrid, la novela del exmiembro de la República del Este expresa nostalgia por una fantasía, «una Venezuela cuya escenografía fue arrasada (…); uno de los leitmotivs de la novela es el contraste entre aquella Venezuela opulenta, frívola en su riqueza al punto de financiar una revolución, y la ruina posterior que fue la única conquista de tal revolución». Citó, a su vez, a uno de los personajes de la novela cuando dice: «Hoy estamos viviendo la continuación del bichaje militarista del siglo XIX, que piensa que nuestra historia comienza en 1810 y termina en 1830».

Este libro solo se puede conseguir, por ahora, en la librería de Los Galpones, en Los Chorros.

La misma Laura Cracco presentó hace unos meses África íntima (Kalathos Ediciones, 2017), un interesante híbrido entre diario y novela cuyo marco ominoso es, cómo no, la revulsiva revolución chavista. Lo más curioso: entre las páginas late el corazón de El Cardenalito, parque de Barquisimeto que recorre o solía recorrer la autora con su hijo Sebastián. Es el lugar al cual volvería ella, seguro. Un útero confortable, sosegado, evidentemente idílico o idealizado desde lejos.

Por otro lado, el iconoclasta Rodrigo Blanco Calderón ensaya toda una metáfora del pueblo sacrificado en Los terneros (Páginas de Espuma, 2018) a partir de la foto del joven desnudado y humillado por los colectivos en la Universidad Central durante los sucesos de 2014; es precisamente en ese cuento que le da título al libro donde se halla la frase más terrible en torno a la política de amedrentamiento y represión tutelada por Cuba:  «Lo peor que le pudieron hacer esos malditos malandros a ese muchacho de la universidad fue no matarlo».

Como una excepción, el suplemento Babelia de El País reseñó brevemente la última entrega de la autora Ana Teresa Torres, quien no forma parte de la diáspora pero su editor, Ulises Milla, sí. Babelia habla de Diario de la decadencia (Alfa, 2018), el crudo recuento de los sucesos que van desde 1998 hasta el 31 de diciembre de 2017 según el seguimiento de esta mujer dueña de una escritura rigurosa, sin concesiones.

Hay muchos otros autores, dentro y fuera de Venezuela, a quienes estos vientos de desgracia inabarcable dan fuelle, aliciente y energías. El horror produce estos fenómenos.

Otras notas del autor también pueden ser seguidas en su blog www.hableconmigo.com