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El activista

Abr 28, 2015 | Actualizado hace 9 años
El encuentro por Félix Alberto Quintero

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Esta es la historia de dos viejos venezolanos que no siempre lo fueron. Viejos, me refiero, porque venezolanos siempre, ¡y cuánto! Esta historia, además, no es cuento, es historia y reciente.  Se trata de una historia de servicio al país y de reconciliación que vale la pena rescatar y compartir porque arroja luces de cuáles deben ser los próximos pasos para sanar las heridas de nuestro magullado país.

Uno de los viejos era guayanés de ascendencia libanesa, y fue activista, guerrillero, columnista, senador, ministro y promotor del estudio de la historia política y social de Venezuela. Se destacó por su larga trayectoria como político y por luchar a favor de los más pobres hasta llegar a ocupar prominentes cargos en diversos gobiernos. En adelante nos referiremos a este viejo como “El Activista”.

El otro viejo era caraqueño de ascendencia alemana, y fue scout, ingeniero, agricultor, banquero, empresario, promotor de la educación y la responsabilidad social empresarial. Fue el campo lo que le cautivó y a lo que le dedicó gran parte de su vida, al punto que cuando se presentaba se autocalificaba de “agricultor”. En adelante nos referiremos a este viejo como “El Agricultor”.

En la década de los 60, al calor de la impaciente testosterona que impulsó a muchos hombres a empuñar las armas contra el status-quo, era frecuente encontrar en las calles de Caracas y en los caseríos en el interior del país afiches de propaganda política a favor de la causa que pregonaba El Activista. Algunos de estos afiches exhibían la cara de El Agricultor junto con su nombre y apellido y la siguiente advertencia: “¡Pueblo, reconoce al enemigo!”. Es curioso apuntar que para la época, con aproximadamente 40 años cada uno, El Activista y El Agricultor no se conocían en persona y sin embargo, cada uno creía que el otro representaba lo opuesto a lo que consideraban correcto y justo.

Ya entrados en el sigo XXI y siendo un par de viejos octogenarios coqueteando con los 90 años cada uno, a El Agricultor le llegó la información de que El Activista, aquejado con frecuentes dolencias por su avanzada edad, se encontraba hospitalizado y tenía dificultades para asumir los costos asociados a los tratamientos y atenciones de salud que correspondían. Aquello conmovió a El Agricultor y con la discreción que le caracterizaba, El Agricultor se aseguró que a la clínica donde estaba hospitalizado El Activista le llegara una contribución que permitiera pagar algunos de los referidos costos.

El Activista se enteró del generoso gesto de El Agricultor y, una vez recuperado, quiso retribuirle la atención invitándolo a su casa para conversar y compartir un rato. El Agricultor aceptó la gentil invitación y acudió en un día de semana a la casa de El Activista a tomar un trago y conversar. No es poca cosa aquello que fuera día de semana porque rara vez aceptaba El Agricultor una invitación social si había trabajo al día siguiente. Incluso pisando los 90 años.

¡Qué conversa aquella! Los viejos tuvieron la oportunidad de hacer un interesantísimo recuento de la historia del siglo XX de Venezuela a través de los ojos del otro. ¡Qué magnífica oportunidad de entender la motivación detrás de tantas cosas y de aprender el alcance del legado del otro! Rieron a carcajadas cada vez que se topaban con alguna anécdota en la que encontraban más semejanzas de las que nunca imaginaron. Aquello de que ambos fueron criados bajo la advertencia de que “Con pendejos ni a misa” les resultó de lo más entretenido y nostálgicos recordaron dónde estaba cada uno cuando ocurrieron los saqueos en las casas de los gomecistas a la muerte del dictador. Se pasearon por los años de clandestinidad de El Activista, reconocieron la virtud de la alternabilidad en el poder de la democracia y lamentaron que durante sus últimos años de vida fuesen testigos de semejante deterioro del país. Discutieron sobre béisbol y sobre las mujeres bellas de antaño y se pusieron de acuerdo en que no había mejor ron que el venezolano. Al despedirse en un fraternal abrazo El Activista en agradecimiento le regaló a El Agricultor una autobiografía con una dedicatoria que aprovecho de compartir con usted, estimado lector, en la imagen adjunta a esta historia.

A estas alturas, usted quizás se estará preguntando, ¿y quiénes son los viejos? Más  relevante que su identidad son su legado y ejemplo. Tanto el Agricultor como El Activista reconocieron en el otro un venezolano que trabajó con ahínco y perseverancia para dejarle a sus hijos un mejor país del que cada uno había recibido de sus padres y ese es, precisamente, el punto de partida para conciliar a cualquier país que se ha desmembrado en dos toletes que a momentos parecen totalmente incompatibles.

Estos viejos tuvieron la sabiduría, la sensatez y la humanidad de dejarnos algunas valiosísimas lecciones, a saber: (i) mostrar la disposición de escuchar y el interés de entender; (ii) ponerse en el lugar del otro; (iii) dirigirse al otro con cordialidad; (iv) respetar la opinión contraria; (v) entender escalas de valores distintas; (vi) reconocer el esfuerzo y el trabajo ajeno; (vii) colaborar en la medida de lo posible; y (vii) agradecer dejando a un lado el orgullo.

Estas lecciones, que algunos podrán asociar más bien con pasajes bíblicos, son las que determinan políticamente si una sociedad se estanca o avanza. El país entero se beneficiaría sustancialmente si la oposición y el oficialismo venezolano comenzaran a practicar estas lecciones o, cuando menos, si cada una de estas facciones las practicaran internamente. La toma de decisiones en torno a los candidatos de las venideras elecciones parlamentarias brindan una magnífica oportunidad para poner en práctica las lecciones de esos dos viejos sabios.