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El “efecto Guaidó” sacude el tablero político nacional y amenaza al chavismo

El jefe de la Asamblea Nacional, juramentado Presidente encargado de la República el pasado 23 de enero, ha levantado en cuestión de semanas un liderazgo que ha cohesionado a la oposición y movilizado a un país que parecía rendido

Pedro Pablo Peñaloza

Reconocido por decenas de países como Presidente legítimo de la República Bolivariana y aclamado por millones de venezolanos que luchan por el cambio en el país, Juan Guaidó era prácticamente un desconocido hasta hace unas semanas.

Guaidó no es un paracaidista de la política. Nacido el 28 de julio de 1983 en el estado Vargas, formó parte de la generación de jóvenes que en 2007 se levantó contra el difunto comandante Hugo Chávez por el cierre de Radio Caracas Televisión (RCTV), y que luego le propinó su mayor derrota electoral en el referendo sobre la reforma de la Constitución que se celebró a finales de ese año.

Sin embargo, este ingeniero industrial egresado de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas no formaba parte del liderazgo juvenil más mediático y estuvo a la sombra de los Freddy Guevara, Stalin González, Yon Goicoechea, José Manuel Olivares y hasta Ricardo Sánchez, quien luego saltó la talanquera hacia el chavismo.

En Voluntad Popular (VP), partido fundado por Leopoldo López y en el cual milita desde 2009, tampoco ocupó puestos de vanguardia ante la opinión pública. Allí el protagonismo recaía sobre figuras como Carlos Vecchio y David Smolansky, hoy en el exilio, Luis Florido –separado de la organización en 2018- y el propio Guevara, quien permanece desde noviembre de 2017 refugiado en la residencia del embajador de Chile en Caracas.

Guaidó comenzó su ascenso a la cúspide de la Asamblea Nacional en 2017, cuando asumió la conducción de la Comisión de Contraloría. Al año siguiente ejerció la coordinación de la fracción de la Unidad y el 5 de enero de 2019 fue elegido por sus pares como jefe de la Cámara, respetando el acuerdo de gobernabilidad firmado por los partidos que reservaba ese cargo a VP para este periodo.

La historia de su vida y del país cambiaría el 23 de enero. Ese miércoles frente a miles de personas que marcharon por las calles de Caracas para exigir el retorno de la democracia, levantó su mano derecha y se juramentó como Presidente encargado de Venezuela. A partir de ese preciso instante, el casi ignoto dirigente se convirtió en el líder más importante de la oposición venezolana tanto dentro como fuera del país.

Sin excesos

Guaidó expresa dos realidades que atraviesan a la cúpula opositora. Por un lado está un intento complejo de renovación, atendiendo a la dinámica interna de los partidos, y por el otro, el resultado de la persecución desatada por el chavismo, que saca del juego a los actores tradicionales y obliga la irrupción del relevo.

“El ‘efecto Guaidó’ genera desconcierto generalizado entre la capa más alta del régimen que agobia al país todo. La exageración absurda inunda el discurso oficial por la inesperada aparición de una figura presidencial capaz de unir las voluntades para superar estos 20 años de atraso sectario y empobrecimiento generalizado”, observa Luis Bravo Jáuregui, investigador de la Universidad Central de Venezuela.

Bravo Jáuregui subraya que “Juan Guaidó trae la reconfortante esperanza de que es posible cambiar sin excesos innecesarios, de modo constitucional. Crea sanas expectativas para las mayorías”. El mandatario interino repite que actúa bajo el marco de la Carta Magna siguiendo una hoja de ruta clara: cese de la usurpación de Nicolás Maduro, instalación de un gobierno de transición y convocatoria a elecciones libres.

“Este es un fenómeno que sorprende a los no-iniciados: Guaidó era el jefe de la fracción unitaria y claramente era el político de mayor perfil de la menguada fracción de VP. Era una presidencia cantada. Pero aún así sorprende a los más entendidos porque, aunque seguramente media una preparación -y el fogaje político de 12 años de trayectoria que no es poca cosa en esta incubadora-, es abrumadora la reacción social que ha desatado”, apunta Guillermo Aveledo Coll, decano de Estudios Jurídicos y Políticos de la Universidad Metropolitana.

Aveledo Coll advierte que “eso puede cambiar rápidamente: del amor al odio hay sólo un paso, y es justamente lo que Miraflores desea. Crear un monstruo donde las multitudes no reconocen eso, demonizarlo. En cierto modo, es lo mismo que el status quo intentó con Hugo Chávez luego de 1994”.

Llenar el vacío

“La concentración de apoyo popular alrededor de Guaidó es impresionante e inédita. Y está basada en el deseo de cambio, que involucra chavismo y oposición tradicional. Es el perfil típico de un outsider, pese a provenir del sistema político”, escribió en su cuenta en Instagram el analista Luis Vicente León, director de la firma Datanálisis.

León enfatiza que “en poco más de un mes Guaidó logra llenar completamente el vacío de liderazgo que se observaba en diciembre pasado y articula a la oposición a su alrededor, no a través de acuerdos formales sino por la fuerza natural de su soporte popular”.

“El liderazgo de Guaidó nació de una estrategia circunstancial e interina, pero en este momento tiene vida propia y fuerza no endosable. Puede fortalecerse o debilitarse, pero difícilmente traspasarse. El riesgo más importante de Guaidó es el tiempo requerido para provocar cambios. Mucho tiempo sin éxito es más riesgo de frustración y debilitamiento. Pero en esta oportunidad el tiempo tampoco favorece a Maduro”, estima el profesor de la Universidad Católica Andrés Bello.

Basado en los conceptos del fallecido filósofo argentino Ernesto Laclau, el sociólogo Luis Gómez Calcaño opina que el Presidente encargado opera como la “‘superficie de inscripción’ de demandas heterogéneas y contradictorias que en un momento dado se concentran en una narrativa y una imagen, y las convierte en un mito movilizador”. “Para poder ser esto, mientras menos profundidad tenga y más ambiguo sea respecto a los problemas de fondo, mejor”, agrega el académico.

“Aunque a Guaidó nadie se atreve a llamarlo populista, su discurso lo es en la medida en que divide a la sociedad en dos polos irreconciliables. Claro, no es un populismo tan agresivo como el chavista. El fin compartido es la unidad del pueblo alrededor de la democracia como nueva meta y mito. No me parece mal, después de todo es el ‘revival’ del ‘Espíritu del 23 de enero de 1958’ que logró condensar las aspiraciones de grupos diversos en la dicotomía democracia versus dictadura”, finaliza Gómez Calcaño.