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Dogmáticos

Entre dogmáticos y fanáticos, por Antonio José Monagas

CUANDO LA RAZÓN SE DISOCIA de las realidades que engendran su esencia, surgen conflictos de toda índole. Y eso ocurre cuando las incompatibilidades rayan con la testarudez. Es momento para advertir la confusión que caracteriza condiciones que hacen al hombre cometer errores de modo indiscriminado y grosero. Es acá cuando aparecen comportamientos totalmente desquiciantes: el dogmático y el fanático. Ninguno de ambos, alcanzan a entender que sus actitudes están rozando los límites de la ignorancia y de la obstinación.

Esta disertación debe partir de la concepción del dogma y del fanatismo. Así, el lector,  podría descifrar el punto en que tales conductas, indistintamente si las mismas obedecen a motivaciones políticas, culturales, ideológicas o sociales, se solapan, se complementan  o se contraponen.

Del dogma, cabe señalar que es una idea arraigada tan fuertemente como para asentir que no hay otra idea (o su manifestación) que pueda fungir de rival o de antagonista. De alguna forma, la soberbia sobre la cual se erige la idea originaria, se recubre de cierta supremacía ante una realidad dibujada por quien la sostiene y argumenta su condición.

Del fanatismo se dice que da cuenta de la incapacidad de una mente para imaginarse otra mente. La intransigencia de la cual se vale el fanático para defender su idea, lejos de relacionarlo con el mundo inmediato, lo aísla al extremo que el fanático pasa a verse como un hombre en solitario. Y es porque el fanatismo es la ideología de la insensatez, la doctrina de la petulancia y la filosofía de lo absurdo. El fanatismo sitúa al hombre a borde de cualquier peligroso extremismo.

Pero quizás, el problema no trasciende en suma consideración cuando fanáticos y dogmáticos conviven en la “tierra de nadie”. La situación, aunque deviene en conflictos de cierta notoriedad, no proyecta mayores implicaciones. O adversidades que luego deban lamentarse. El mayor de los problemas, se suscita cuando dogmáticos y fanáticos coexisten con quienes practican la ecuanimidad, la mesura y la probidad como ejercicio de vida colectiva. Es decir, en el fragor de una sociedad regida por la práctica política.

Aunque es la naturaleza de toda realidad primada por intereses y necesidades sociopolíticas y socioeconómicas diversas y contrapuestas, cualquier situación que logre estructurarse dentro del pluralismo político, no escapa de verse signada por los avatares propios de todo debate político de encendida caracterización.

Pero si a esto se suman los dogmáticos, apelando al carácter de pluralidad que debe reinar en todo conglomerado de razón política, la situación adquiere una particular connotación. Pero si dicha relación política se suscita bajo un esquema cerrado y limitado que tiende a restringir acciones y reacciones  de otros que buscan propugnar sus posturas e ideologías, la situación en cuestión puede verse atrapada entre posturas estancas o desvergonzados sesgos.

Tan grave escenario, se convierte en una especie de prisión. En un ambiente de obstruida salida donde las libertades se ven sometidas o entrampadas por emociones liberadas desde discursos que sólo exaltan la personalidad de quien vocifera. Mas no de ideas. Igualmente puede decirse que dicho problema representa una realidad, políticamente abusada, que lejos de exaltar posibilidades que beneficien derechos tanto como valores políticos fundamentales para la coexistencia y la concordancia social y política, sólo busca confinar oportunidades.

De esa manera, cualquier proximidad al hecho de afianzar razones y consideraciones que exhorten el espacio político del cual surgen relaciones mutuas en aras del respeto hacia idearios diferentes incitados bajo la diversidad y la igualdad, se convierte en un imposible de recio fuero. Es precisamente, lo que ocurre cuando la política se ve infiltrada por condiciones establecidas por el dominio utilitario que reúne actitudes conflictivas, además ocultas, surgidas de la asociación que se da entre dogmáticos y fanáticos.

 

@ajmonagas