Hay libros que no se leen: se atraviesan. Viaje a las raíces, del colombiano Juan Camilo Vélez Ortega, pertenece a esa rara categoría de libros que no buscan impresionar, sino servir de espejo. Es un texto que dialoga con todos aquellos que han tenido que dejar atrás su tierra y sus certezas. Que han debido reconstruirse desde el despojo, aprendiendo que la migración no solo cambia el lugar donde vivimos, sino también el modo en que existimos.
Vélez narra el viaje de un hombre que, tras haber tocado fondo —en el cuerpo, la fe y la identidad—, descubre que para seguir adelante debía, primero, aprender a regresar. Pero ese regreso no es geográfico: es emocional, espiritual y, sobre todo, humano. Su relato parte de la caída —las adicciones, la negación de sí, la ruptura con sus vínculos más profundos— y avanza hacia la redención interior. El autor escribe desde la grieta, con una honestidad que desarma y que, por eso mismo, conmueve.
En el contexto latinoamericano, su historia se vuelve colectiva. Viaje a las raíces no habla solo de Colombia ni de un proceso individual: en sus páginas resuenan las voces del éxodo contemporáneo, las de millones de migrantes y exiliados —venezolanos, centroamericanos, caribeños— que partieron no por elección, sino por expulsión. Lo que Vélez cuenta de sí mismo —su huida, su soledad, su renacimiento— podría contarlo cualquiera de los que alguna vez tuvimos que irnos para sobrevivir.
La patria que se habita desde el exilio
El exilio, nos recuerda el libro, tiene más de una geografía. Se puede estar desterrado de un país, pero también de uno mismo. Migrar no es solo dejar atrás el territorio físico; es abandonar la lengua íntima, el ritmo de la cotidianidad, los paisajes afectivos que daban sentido a la existencia. En esa pérdida, Vélez reconoce un aprendizaje: la raíz no está en el suelo, sino en la conciencia.
A diferencia de la narrativa heroica del migrante exitoso o del testimonio del dolor sin salida, Viaje a las raíces se instala en un punto intermedio: el del tránsito. La obra propone que el desarraigo, aunque doloroso, puede convertirse en un proceso de revelación. Emigrar no es únicamente una fractura: puede ser también una oportunidad de reconciliación con uno mismo.
En las ciudades del exilio —Bogotá, Santiago, Madrid o Buenos Aires— los venezolanos reconstruyen su identidad entre acentos mezclados, trabajos precarios y nostalgias compartidas. Pero como el autor, muchos han comprendido que las raíces no se miden por coordenadas, sino por conciencia. La patria, entonces, no se habita solo con el cuerpo, sino con la memoria, con la fe y con la palabra.
La dimensión política del exilio
Aunque no se proclama como un libro político, Viaje a las raíces plantea una forma de resistencia: la de narrarse. En tiempos donde millones de venezolanos siguen dispersos por el continente, el acto de contar lo vivido se vuelve un ejercicio de reconstrucción ciudadana. Recuperar la palabra es también recuperar la pertenencia. Vélez convierte su historia en un testimonio luminoso sobre la posibilidad de sanar desde el exilio.
Porque el desarraigo venezolano —como el suyo— no es solo una tragedia humanitaria; es una fractura espiritual. Somos una nación que necesita reconciliarse con su pasado, reconocer su dolor y volver a habitar su memoria. En este sentido, la lectura de Vélez adquiere una resonancia particular: nos recuerda que toda diáspora puede ser también una semilla. Que incluso lejos de casa, es posible florecer.
El exiliado, como el autor, aprende a reconstruir su hogar en los gestos más simples: una oración, una lectura, una conversación, una comida compartida. En esos actos cotidianos germina una nueva pertenencia: la patria interior. Su escritura —transparente, confesional, sin grandilocuencia— nos invita a mirar el desarraigo no como condena sino como posibilidad.
Renacer desde la pérdida
En el espejo de Viaje a las raíces resuena la herida colectiva de la diáspora venezolana: la de una nación que, esparcida por el mundo, intenta reconocerse entre los fragmentos de su memoria. Vélez nos recuerda que el exilio no solo desplaza cuerpos, sino también conciencias; y que toda travesía migrante es, en el fondo, una búsqueda de sentido.
Su testimonio revela que el retorno no siempre implica volver al país, sino regresar a uno mismo. Que la patria puede habitarse desde la distancia cuando se asume como conciencia, como fe y como memoria. Así, su viaje personal se transforma en una metáfora de nuestra historia reciente: la de una Venezuela que, aun en el exilio, sigue intentando florecer —no sobre la tierra que perdió, sino sobre la verdad que finalmente reconoce.
Porque solo quien ha perdido todo entiende lo que significa volver. Y, a veces, volver no es regresar: es aprender a habitar lo perdido.
- @NixonDominguez | Historiador – Universidad de Los Andes / Magister en Gestión de Gobierno – Universidad Autónoma de Chile. / Instagram: Nixonjds
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