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Flow: una película que habla del mundo sin decir una palabra

Este escrito propone una lectura comparativa entre Flow (2024), película animada del director letón Gints Zilbalodis, y En el mismo barco (1993), ensayo filosófico del pensador alemán Peter Sloterdijk. A través de un análisis estructurado, se argumenta que Flow representa visual y narrativamente varios postulados centrales del pensamiento sloterdijkiano sobre la humanidad como comunidad de destino encerrada en un espacio compartido. Aunque no existe vínculo explícito entre ambas obras, el estudio demuestra cómo el lenguaje simbólico y estético del cine puede encarnar estructuras filosóficas profundas, especialmente en lo que respecta a la ética del cuidado, la convivencia con la alteridad y la crítica al antropocentrismo.

Estamos todos en el mismo barco, pero remamos en direcciones opuestas

Vivimos un momento histórico donde la tesis central de Sloterdijk resuena con una fuerza brutal: el mundo se ha vuelto ineludiblemente común, pero no por ello más solidario. Las guerras en Ucrania, Gaza y Sudán; los ascensos autoritarios en América Latina, Europa del Este y Estados Unidos; el trato cruel y sistemático a migrantes; la escalada climática; el odio legitimado como postura ideológica… Todo configura un paisaje donde el barco planetario está lleno de grietas. Sin embargo, el discurso político dominante insiste en levantar muros, no puentes; en lanzar chalecos salvavidas selectivos, no en reparar el casco común.

En ese marco, Flow y En el mismo barco dialogan sin conocerse. La primera, desde la fábula silenciosa. El segundo, desde la filosofía. Ambos nos recuerdan que no hay tierra prometida a la que escapar, ni líder carismático que pueda remar por todos. Lo que queda es la conciencia radical de la interdependencia. El gato, en su pequeñez, encarna lo que falta en la alta política global: humildad, cuidado, mirada. Este ensayo parte de esa necesidad: Pensar desde la imagen lo que el poder niega desde el ruido.

Sloterdijk y la necesidad de pensar el mundo como arca

En el mismo barco (Im selben Boot, 1993), Sloterdijk sostiene que la humanidad ha alcanzado un punto de clausura planetaria: ya no existen “exteriores” disponibles. El planeta funciona como un sistema cerrado, una nave donde todos los destinos están entrelazados. Esta condición exige una “hiperpolítica”: una política de la totalidad que trascienda al Estado-nación y asuma con radicalidad la necesidad de cooperación ética y planetaria. El barco es, para Sloterdijk, el nuevo espacio de cohabitación obligatoria.

La película Flow y su universo cerrado

Estrenada en 2024, Flow es una película de animación sin diálogos, protagonizada por un gato que navega en un barco improvisado tras una gran inundación. Acompañado por otros animales que no se entienden entre sí, el protagonista debe adaptarse, sobrevivir y eventualmente cuidar a sus compañeros. El mundo está reducido a un espacio cerrado: no hay tierra firme, no hay futuro claro, no hay humanidad. Solo ese barco, sus habitantes y la deriva.

El barco como figura del mundo moderno según Sloterdijk

Para Sloterdijk, la Tierra es un barco sin salida de emergencia. El sistema cerrado implica que cualquier acción o negligencia afecta a todos. La modernidad, que celebraba el avance y la expansión, ha colapsado en una conciencia de interdependencia planetaria. La hiperpolítica que propone no busca soluciones nacionales, sino una ética global de cuidado y supervivencia compartida. En ese sentido, el barco no es un mero símbolo: es el ámbito donde la humanidad debe reinventarse.

A bordo del mundo: cuando Flow y Sloterdijk piensan el mismo barco

El barco como sistema cerrado: La clausura es visible desde la primera escena de Flow: el gato se aferra al tejado de una casa sumergida. El mundo ha colapsado. Todo lo que queda es agua y una embarcación improvisada. Esta imagen encarna visualmente la tesis de Peter Sloterdijk: ya no habitamos un planeta abierto, sino un ecosistema clausurado donde cada ser depende de los demás. No hay escape, no hay afuera. Cualquier error —una guerra, una crisis climática, un sistema económico injusto— repercute en todos.

El barco en Flow no es un simple medio de transporte: Es el mundo mismo

La alteridad como condición de supervivencia: Los animales que acompañan al gato en Flow no hablan, no se entienden, no comparten un idioma. Son distintos en especie, comportamiento y necesidades. Y sin embargo, están ahí. No se escogen, pero se toleran. No se comprenden, pero conviven. Poco a poco, a pesar del miedo o del egoísmo, empiezan a cuidarse mutuamente. Lo hacen sin normas, sin promesas, sin saber por qué. Simplemente porque descubren que vivir con el otro —aunque sea extraño, incluso incómodo— es mejor que sobrevivir solo.

Sloterdijk advirtió: no elegimos a nuestros compañeros de viaje. El barco está lleno de diferencias, y el desafío del presente no es buscar afinidades absolutas, sino aprender a cohabitar con lo disonante. La política del futuro no girará en torno a grandes líderes o ideologías, sino a la posibilidad radical de convivir con la diferencia. Con el que no se parece a mí. Con el que me incomoda. Con el que no habla mi idioma.

Flow enseña eso sin palabras. La película escenifica lo que Sloterdijk llama “cohabitación obligatoria sin manual de instrucciones”: estar juntos, sin certezas, como única forma de seguir.

La ética del cuidado como política mínima:  Sin instituciones ni lenguaje, el gato encarna una forma de liderazgo silencioso. Procura alimento, detecta riesgos, estabiliza el barco. Es una ética de actos, no de discursos. Sloterdijk diría que es una “hiperpolítica” sin poder ni retórica, sostenida por la acción cuidadosa ante el otro.

En un mundo saturado de gritos y discursos vacíos, Flow ofrece una lección valiente: a veces, cuidar es más importante que hablar. El gato no es un héroe. Pero cuando el barco está en peligro, lo estabiliza. Cuando otro animal sufre, se acerca. No busca poder. No impone reglas. Solo actúa.
Y eso —dice Sloterdijk— es una nueva forma de política: no la que administra, sino la que sostiene. La que no se pregunta quién manda, sino quién cuida.

Crítica a la ilusión del “afuera redentor”:  Hacia el final del film el agua empieza a desaparecerse, pero no hay redención. Lo esencial ya ocurrió: los personajes aprendieron a convivir. La película cuestiona, cómo Sloterdijk, la fe moderna en una salida gloriosa. No hay destino mejor: hay que aprender a habitar el presente, por imperfecto que sea.

Morir fuera del barco: el ave, la tentación del afuera y el retorno de Flow: Uno de los momentos más potentes de Flow es la muerte del ave. Herida, decide abandonar el barco y se dirige hacia una tierra ajena. Solo Flow la acompaña. La presencia del gato en su último vuelo lo eleva simbólicamente con ella. La tierra que encuentra no representa salvación, sino el fin. El ave muere, y Flow regresa. No hay juicio ni mensaje ético evidente, pero su retorno al barco es una afirmación clara: el mundo común, a pesar de su dureza, sigue siendo el lugar a habitar. Los otros animales no presenciaron esta escena. Solo Flow carga con esa memoria. Es la soledad del que ha visto el límite y decide volver.

La ballena, el otro absoluto que también muere:  La aparición de la ballena es un punto de inflexión. Es majestuosa, silenciosa, inabarcable. No interactúa, pero impone respeto. Representa la alteridad radical: un ser con el que no se dialoga, pero cuya presencia redefine el entorno. Al llegar a tierra, la ballena queda varada. Muere fuera del agua. Flow la acaricia. Es un gesto final de respeto hacia la vida que fue distinta. Sloterdijk diría que ese gesto es lo más cercano a una ética del límite: no se trata de salvar al Otro, sino de no negar su dignidad incluso en la muerte.

Cine, filosofía y la posibilidad de pensar con imágenes

Flow no es una adaptación filosófica. Es una película. Pero en su silencio, en sus gestos, en sus muertes y retornos, piensa el mundo como Sloterdijk lo propone: clausurado, compartido, frágil, sin redención individual. En ese sentido, no ilustra la teoría. La encarna. La dramatiza. La vive. Y con ello, nos invita a algo más urgente que entender: nos invita a cuidar. Pero también nos invita a ver más allá de las ideologías, de las asociaciones automáticas que clasifican aliados y adversarios sin matices. Nos recuerda que el verdadero sentido de la política, como Sloterdijk propone, no está en la gestión del antagonismo, sino en la construcción de un espacio común capaz de acogernos a todos. El barco en Flow, con su diversidad silenciosa y su tensión constante, es una imagen radical de lo político como convivencia activa. En un mundo donde los discursos se endurecen y las fronteras se multiplican, el cine y la filosofía se dan la mano para recordarnos que compartir el barco sigue siendo una elección diaria, un gesto ético y una apuesta por el futuro.

Ayrton Monsalve es politólogo, especialista en Periodismo, magíster en Comunicación Corporativa y director de La República TV

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Este escrito propone una lectura comparativa entre Flow (2024), película animada del director letón Gints Zilbalodis, y En el mismo barco (1993), ensayo filosófico del pensador alemán Peter Sloterdijk. A través de un análisis estructurado, se argumenta que Flow representa visual y narrativamente varios postulados centrales del pensamiento sloterdijkiano sobre la humanidad como comunidad de destino encerrada en un espacio compartido. Aunque no existe vínculo explícito entre ambas obras, el estudio demuestra cómo el lenguaje simbólico y estético del cine puede encarnar estructuras filosóficas profundas, especialmente en lo que respecta a la ética del cuidado, la convivencia con la alteridad y la crítica al antropocentrismo.

Estamos todos en el mismo barco, pero remamos en direcciones opuestas

Vivimos un momento histórico donde la tesis central de Sloterdijk resuena con una fuerza brutal: el mundo se ha vuelto ineludiblemente común, pero no por ello más solidario. Las guerras en Ucrania, Gaza y Sudán; los ascensos autoritarios en América Latina, Europa del Este y Estados Unidos; el trato cruel y sistemático a migrantes; la escalada climática; el odio legitimado como postura ideológica… Todo configura un paisaje donde el barco planetario está lleno de grietas. Sin embargo, el discurso político dominante insiste en levantar muros, no puentes; en lanzar chalecos salvavidas selectivos, no en reparar el casco común.

En ese marco, Flow y En el mismo barco dialogan sin conocerse. La primera, desde la fábula silenciosa. El segundo, desde la filosofía. Ambos nos recuerdan que no hay tierra prometida a la que escapar, ni líder carismático que pueda remar por todos. Lo que queda es la conciencia radical de la interdependencia. El gato, en su pequeñez, encarna lo que falta en la alta política global: humildad, cuidado, mirada. Este ensayo parte de esa necesidad: Pensar desde la imagen lo que el poder niega desde el ruido.

Sloterdijk y la necesidad de pensar el mundo como arca

En el mismo barco (Im selben Boot, 1993), Sloterdijk sostiene que la humanidad ha alcanzado un punto de clausura planetaria: ya no existen “exteriores” disponibles. El planeta funciona como un sistema cerrado, una nave donde todos los destinos están entrelazados. Esta condición exige una “hiperpolítica”: una política de la totalidad que trascienda al Estado-nación y asuma con radicalidad la necesidad de cooperación ética y planetaria. El barco es, para Sloterdijk, el nuevo espacio de cohabitación obligatoria.

La película Flow y su universo cerrado

Estrenada en 2024, Flow es una película de animación sin diálogos, protagonizada por un gato que navega en un barco improvisado tras una gran inundación. Acompañado por otros animales que no se entienden entre sí, el protagonista debe adaptarse, sobrevivir y eventualmente cuidar a sus compañeros. El mundo está reducido a un espacio cerrado: no hay tierra firme, no hay futuro claro, no hay humanidad. Solo ese barco, sus habitantes y la deriva.

El barco como figura del mundo moderno según Sloterdijk

Para Sloterdijk, la Tierra es un barco sin salida de emergencia. El sistema cerrado implica que cualquier acción o negligencia afecta a todos. La modernidad, que celebraba el avance y la expansión, ha colapsado en una conciencia de interdependencia planetaria. La hiperpolítica que propone no busca soluciones nacionales, sino una ética global de cuidado y supervivencia compartida. En ese sentido, el barco no es un mero símbolo: es el ámbito donde la humanidad debe reinventarse.

A bordo del mundo: cuando Flow y Sloterdijk piensan el mismo barco

El barco como sistema cerrado: La clausura es visible desde la primera escena de Flow: el gato se aferra al tejado de una casa sumergida. El mundo ha colapsado. Todo lo que queda es agua y una embarcación improvisada. Esta imagen encarna visualmente la tesis de Peter Sloterdijk: ya no habitamos un planeta abierto, sino un ecosistema clausurado donde cada ser depende de los demás. No hay escape, no hay afuera. Cualquier error —una guerra, una crisis climática, un sistema económico injusto— repercute en todos.

El barco en Flow no es un simple medio de transporte: Es el mundo mismo

La alteridad como condición de supervivencia: Los animales que acompañan al gato en Flow no hablan, no se entienden, no comparten un idioma. Son distintos en especie, comportamiento y necesidades. Y sin embargo, están ahí. No se escogen, pero se toleran. No se comprenden, pero conviven. Poco a poco, a pesar del miedo o del egoísmo, empiezan a cuidarse mutuamente. Lo hacen sin normas, sin promesas, sin saber por qué. Simplemente porque descubren que vivir con el otro —aunque sea extraño, incluso incómodo— es mejor que sobrevivir solo.

Sloterdijk advirtió: no elegimos a nuestros compañeros de viaje. El barco está lleno de diferencias, y el desafío del presente no es buscar afinidades absolutas, sino aprender a cohabitar con lo disonante. La política del futuro no girará en torno a grandes líderes o ideologías, sino a la posibilidad radical de convivir con la diferencia. Con el que no se parece a mí. Con el que me incomoda. Con el que no habla mi idioma.

Flow enseña eso sin palabras. La película escenifica lo que Sloterdijk llama “cohabitación obligatoria sin manual de instrucciones”: estar juntos, sin certezas, como única forma de seguir.

La ética del cuidado como política mínima:  Sin instituciones ni lenguaje, el gato encarna una forma de liderazgo silencioso. Procura alimento, detecta riesgos, estabiliza el barco. Es una ética de actos, no de discursos. Sloterdijk diría que es una “hiperpolítica” sin poder ni retórica, sostenida por la acción cuidadosa ante el otro.

En un mundo saturado de gritos y discursos vacíos, Flow ofrece una lección valiente: a veces, cuidar es más importante que hablar. El gato no es un héroe. Pero cuando el barco está en peligro, lo estabiliza. Cuando otro animal sufre, se acerca. No busca poder. No impone reglas. Solo actúa.
Y eso —dice Sloterdijk— es una nueva forma de política: no la que administra, sino la que sostiene. La que no se pregunta quién manda, sino quién cuida.

Crítica a la ilusión del “afuera redentor”:  Hacia el final del film el agua empieza a desaparecerse, pero no hay redención. Lo esencial ya ocurrió: los personajes aprendieron a convivir. La película cuestiona, cómo Sloterdijk, la fe moderna en una salida gloriosa. No hay destino mejor: hay que aprender a habitar el presente, por imperfecto que sea.

Morir fuera del barco: el ave, la tentación del afuera y el retorno de Flow: Uno de los momentos más potentes de Flow es la muerte del ave. Herida, decide abandonar el barco y se dirige hacia una tierra ajena. Solo Flow la acompaña. La presencia del gato en su último vuelo lo eleva simbólicamente con ella. La tierra que encuentra no representa salvación, sino el fin. El ave muere, y Flow regresa. No hay juicio ni mensaje ético evidente, pero su retorno al barco es una afirmación clara: el mundo común, a pesar de su dureza, sigue siendo el lugar a habitar. Los otros animales no presenciaron esta escena. Solo Flow carga con esa memoria. Es la soledad del que ha visto el límite y decide volver.

La ballena, el otro absoluto que también muere:  La aparición de la ballena es un punto de inflexión. Es majestuosa, silenciosa, inabarcable. No interactúa, pero impone respeto. Representa la alteridad radical: un ser con el que no se dialoga, pero cuya presencia redefine el entorno. Al llegar a tierra, la ballena queda varada. Muere fuera del agua. Flow la acaricia. Es un gesto final de respeto hacia la vida que fue distinta. Sloterdijk diría que ese gesto es lo más cercano a una ética del límite: no se trata de salvar al Otro, sino de no negar su dignidad incluso en la muerte.

Cine, filosofía y la posibilidad de pensar con imágenes

Flow no es una adaptación filosófica. Es una película. Pero en su silencio, en sus gestos, en sus muertes y retornos, piensa el mundo como Sloterdijk lo propone: clausurado, compartido, frágil, sin redención individual. En ese sentido, no ilustra la teoría. La encarna. La dramatiza. La vive. Y con ello, nos invita a algo más urgente que entender: nos invita a cuidar. Pero también nos invita a ver más allá de las ideologías, de las asociaciones automáticas que clasifican aliados y adversarios sin matices. Nos recuerda que el verdadero sentido de la política, como Sloterdijk propone, no está en la gestión del antagonismo, sino en la construcción de un espacio común capaz de acogernos a todos. El barco en Flow, con su diversidad silenciosa y su tensión constante, es una imagen radical de lo político como convivencia activa. En un mundo donde los discursos se endurecen y las fronteras se multiplican, el cine y la filosofía se dan la mano para recordarnos que compartir el barco sigue siendo una elección diaria, un gesto ético y una apuesta por el futuro.

Ayrton Monsalve es politólogo, especialista en Periodismo, magíster en Comunicación Corporativa y director de La República TV

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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Este escrito propone una lectura comparativa entre Flow (2024), película animada del director letón Gints Zilbalodis, y En el mismo barco (1993), ensayo filosófico del pensador alemán Peter Sloterdijk. A través de un análisis estructurado, se argumenta que Flow representa visual y narrativamente varios postulados centrales del pensamiento sloterdijkiano sobre la humanidad como comunidad de destino encerrada en un espacio compartido. Aunque no existe vínculo explícito entre ambas obras, el estudio demuestra cómo el lenguaje simbólico y estético del cine puede encarnar estructuras filosóficas profundas, especialmente en lo que respecta a la ética del cuidado, la convivencia con la alteridad y la crítica al antropocentrismo.

Estamos todos en el mismo barco, pero remamos en direcciones opuestas

Vivimos un momento histórico donde la tesis central de Sloterdijk resuena con una fuerza brutal: el mundo se ha vuelto ineludiblemente común, pero no por ello más solidario. Las guerras en Ucrania, Gaza y Sudán; los ascensos autoritarios en América Latina, Europa del Este y Estados Unidos; el trato cruel y sistemático a migrantes; la escalada climática; el odio legitimado como postura ideológica… Todo configura un paisaje donde el barco planetario está lleno de grietas. Sin embargo, el discurso político dominante insiste en levantar muros, no puentes; en lanzar chalecos salvavidas selectivos, no en reparar el casco común.

En ese marco, Flow y En el mismo barco dialogan sin conocerse. La primera, desde la fábula silenciosa. El segundo, desde la filosofía. Ambos nos recuerdan que no hay tierra prometida a la que escapar, ni líder carismático que pueda remar por todos. Lo que queda es la conciencia radical de la interdependencia. El gato, en su pequeñez, encarna lo que falta en la alta política global: humildad, cuidado, mirada. Este ensayo parte de esa necesidad: Pensar desde la imagen lo que el poder niega desde el ruido.

Sloterdijk y la necesidad de pensar el mundo como arca

En el mismo barco (Im selben Boot, 1993), Sloterdijk sostiene que la humanidad ha alcanzado un punto de clausura planetaria: ya no existen “exteriores” disponibles. El planeta funciona como un sistema cerrado, una nave donde todos los destinos están entrelazados. Esta condición exige una “hiperpolítica”: una política de la totalidad que trascienda al Estado-nación y asuma con radicalidad la necesidad de cooperación ética y planetaria. El barco es, para Sloterdijk, el nuevo espacio de cohabitación obligatoria.

La película Flow y su universo cerrado

Estrenada en 2024, Flow es una película de animación sin diálogos, protagonizada por un gato que navega en un barco improvisado tras una gran inundación. Acompañado por otros animales que no se entienden entre sí, el protagonista debe adaptarse, sobrevivir y eventualmente cuidar a sus compañeros. El mundo está reducido a un espacio cerrado: no hay tierra firme, no hay futuro claro, no hay humanidad. Solo ese barco, sus habitantes y la deriva.

El barco como figura del mundo moderno según Sloterdijk

Para Sloterdijk, la Tierra es un barco sin salida de emergencia. El sistema cerrado implica que cualquier acción o negligencia afecta a todos. La modernidad, que celebraba el avance y la expansión, ha colapsado en una conciencia de interdependencia planetaria. La hiperpolítica que propone no busca soluciones nacionales, sino una ética global de cuidado y supervivencia compartida. En ese sentido, el barco no es un mero símbolo: es el ámbito donde la humanidad debe reinventarse.

A bordo del mundo: cuando Flow y Sloterdijk piensan el mismo barco

El barco como sistema cerrado: La clausura es visible desde la primera escena de Flow: el gato se aferra al tejado de una casa sumergida. El mundo ha colapsado. Todo lo que queda es agua y una embarcación improvisada. Esta imagen encarna visualmente la tesis de Peter Sloterdijk: ya no habitamos un planeta abierto, sino un ecosistema clausurado donde cada ser depende de los demás. No hay escape, no hay afuera. Cualquier error —una guerra, una crisis climática, un sistema económico injusto— repercute en todos.

El barco en Flow no es un simple medio de transporte: Es el mundo mismo

La alteridad como condición de supervivencia: Los animales que acompañan al gato en Flow no hablan, no se entienden, no comparten un idioma. Son distintos en especie, comportamiento y necesidades. Y sin embargo, están ahí. No se escogen, pero se toleran. No se comprenden, pero conviven. Poco a poco, a pesar del miedo o del egoísmo, empiezan a cuidarse mutuamente. Lo hacen sin normas, sin promesas, sin saber por qué. Simplemente porque descubren que vivir con el otro —aunque sea extraño, incluso incómodo— es mejor que sobrevivir solo.

Sloterdijk advirtió: no elegimos a nuestros compañeros de viaje. El barco está lleno de diferencias, y el desafío del presente no es buscar afinidades absolutas, sino aprender a cohabitar con lo disonante. La política del futuro no girará en torno a grandes líderes o ideologías, sino a la posibilidad radical de convivir con la diferencia. Con el que no se parece a mí. Con el que me incomoda. Con el que no habla mi idioma.

Flow enseña eso sin palabras. La película escenifica lo que Sloterdijk llama “cohabitación obligatoria sin manual de instrucciones”: estar juntos, sin certezas, como única forma de seguir.

La ética del cuidado como política mínima:  Sin instituciones ni lenguaje, el gato encarna una forma de liderazgo silencioso. Procura alimento, detecta riesgos, estabiliza el barco. Es una ética de actos, no de discursos. Sloterdijk diría que es una “hiperpolítica” sin poder ni retórica, sostenida por la acción cuidadosa ante el otro.

En un mundo saturado de gritos y discursos vacíos, Flow ofrece una lección valiente: a veces, cuidar es más importante que hablar. El gato no es un héroe. Pero cuando el barco está en peligro, lo estabiliza. Cuando otro animal sufre, se acerca. No busca poder. No impone reglas. Solo actúa.
Y eso —dice Sloterdijk— es una nueva forma de política: no la que administra, sino la que sostiene. La que no se pregunta quién manda, sino quién cuida.

Crítica a la ilusión del “afuera redentor”:  Hacia el final del film el agua empieza a desaparecerse, pero no hay redención. Lo esencial ya ocurrió: los personajes aprendieron a convivir. La película cuestiona, cómo Sloterdijk, la fe moderna en una salida gloriosa. No hay destino mejor: hay que aprender a habitar el presente, por imperfecto que sea.

Morir fuera del barco: el ave, la tentación del afuera y el retorno de Flow: Uno de los momentos más potentes de Flow es la muerte del ave. Herida, decide abandonar el barco y se dirige hacia una tierra ajena. Solo Flow la acompaña. La presencia del gato en su último vuelo lo eleva simbólicamente con ella. La tierra que encuentra no representa salvación, sino el fin. El ave muere, y Flow regresa. No hay juicio ni mensaje ético evidente, pero su retorno al barco es una afirmación clara: el mundo común, a pesar de su dureza, sigue siendo el lugar a habitar. Los otros animales no presenciaron esta escena. Solo Flow carga con esa memoria. Es la soledad del que ha visto el límite y decide volver.

La ballena, el otro absoluto que también muere:  La aparición de la ballena es un punto de inflexión. Es majestuosa, silenciosa, inabarcable. No interactúa, pero impone respeto. Representa la alteridad radical: un ser con el que no se dialoga, pero cuya presencia redefine el entorno. Al llegar a tierra, la ballena queda varada. Muere fuera del agua. Flow la acaricia. Es un gesto final de respeto hacia la vida que fue distinta. Sloterdijk diría que ese gesto es lo más cercano a una ética del límite: no se trata de salvar al Otro, sino de no negar su dignidad incluso en la muerte.

Cine, filosofía y la posibilidad de pensar con imágenes

Flow no es una adaptación filosófica. Es una película. Pero en su silencio, en sus gestos, en sus muertes y retornos, piensa el mundo como Sloterdijk lo propone: clausurado, compartido, frágil, sin redención individual. En ese sentido, no ilustra la teoría. La encarna. La dramatiza. La vive. Y con ello, nos invita a algo más urgente que entender: nos invita a cuidar. Pero también nos invita a ver más allá de las ideologías, de las asociaciones automáticas que clasifican aliados y adversarios sin matices. Nos recuerda que el verdadero sentido de la política, como Sloterdijk propone, no está en la gestión del antagonismo, sino en la construcción de un espacio común capaz de acogernos a todos. El barco en Flow, con su diversidad silenciosa y su tensión constante, es una imagen radical de lo político como convivencia activa. En un mundo donde los discursos se endurecen y las fronteras se multiplican, el cine y la filosofía se dan la mano para recordarnos que compartir el barco sigue siendo una elección diaria, un gesto ético y una apuesta por el futuro.

Ayrton Monsalve es politólogo, especialista en Periodismo, magíster en Comunicación Corporativa y director de La República TV

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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