Si se van todos, ¿qué sigue? - Runrun
Alejandro Armas Ene 27, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Si se van todos, ¿qué sigue?
El venezolano no vocifera sobre el asfalto “¡Que se vayan todos!”, porque piensa que sería inútil y al mismo tiempo peligroso

 

@AAAD25

Se presume que la consigna “¡Que se vayan todos!” se originó en las protestas contra el gobierno de Fernando de la Rúa en Argentina, en 2001. Dada la sencillez de esta expresión, no puedo darlo por seguro y no me parece descabellado asumir que ha aparecido en contextos similares anteriores. No importa. Asumamos que sus raíces son efectivamente porteñas. Estamos pues ante otro de los aportes argentinos a la riqueza del castellano, como lo fueron antes los lunfardos. Creo que es un grito muy latinoamericano, por la larga historia en la región de elites políticas corruptas y mediocres. Vean nada más lo que ocurre en la propia Argentina, en Perú o en Venezuela.

Ok, el caso venezolano tiene manifestaciones distintas. No hay gente obligada a decidir entre una fauna de políticos impopulares en la elección presidencial de este año, como sucede en Buenos Aires. Los argentinos al menos tienen el privilegio de poder elegir democráticamente. Tampoco hay una ola de protestas exigiendo comicios generales adelantados, como en Lima. Lo que ha ocurrido este mes en las calles venezolanas va por otro lado. Pero en los tres países, el sentimiento subyacente de la ciudadanía común hacia la clase política en pleno es parecido: hartazgo.

El venezolano no vocifera sobre el asfalto “¡Que se vayan todos!”, porque piensa que sería inútil y al mismo tiempo peligroso. Estamos en un país en el que exigir el fin del gobierno chavista puede conllevar cárcel. Pero en privado, aquel es el deseo generalizado cuando se habla de política. Y no solo abarca a la elite chavista. También a la dirigencia opositora. A la primera, por atribuirle la destrucción de la calidad de vida de las masas. A la segunda, por incapaz de presentar un plan efectivo con miras al cambio de gobierno.

Hasta cierto punto, soy parte de los millones que se sienten así. Del chavismo no espero absolutamente nada en términos de recapacitación. Asumí hace mucho que solo desistirá de su hegemonía cuando la misma pierda su sentido. Cuando el ejercicio de todo ese poder no se traduzca en los disfrutes obscenos a los que tiene acceso la clase gobernante. Prefiero enfocarme entonces en lo que podemos hacer los venezolanos que sí queremos que este país progrese para llegar a aquel escenario, primer paso indispensable.

Es por eso que esta y mis otras ventanas de comentario, sin creerme yo Demóstenes o Cicerón, a menudo portan filípicas y catilinarias (exquisita expresión que no puedo atribuirme, pues la leí en una novela de Fernando del Paso) hacia la dirigencia opositora. Quien esté familiarizado con mi opinión ha de saber que critico sin miramientos al liderazgo disidente por su falta de estrategia, sus peleas mezquinas y su poca transparencia. No obstante, tengo un problema con el “¡Que se vayan todos!” venezolano. Y es que me pregunto, si eso se cumpliera, ¿qué vendría después?

Lo mejor que pudiera pasar ahora en la política venezolana es que surja un nuevo liderazgo opositor. Uno que no esté marcado por los vicios y fallas del que hay ahora. Pero yo no puedo asegurar que tal cosa vaya a ocurrir. De hecho, lo veo poco probable. En general, la población está políticamente desmovilizada. El trauma por la represión de las protestas de 2014 y 2017, así como la frustración por la falta de resultados en esas manifestaciones, lograron que muy pocas personas sigan dispuestas a desafiar abiertamente al chavismo.

Sí, ahora tenemos protestas de docentes y otros trabajadores públicos. Pero creer que de ahí saldrá un nuevo liderazgo político me parece una mala apuesta. Los manifestantes están exigiendo mejoras laborales. No un cambio de gobierno. Si el gobierno les diera lo que demandan, se retirarían de las calles. Y si no se los diera, veo más probable una caída en la resignación amarga que la transformación de unas protestas sociales en protestas políticas. Pudiera equivocarme, pero no creo que de esto salga un Lech Walesa criollo.

Al menos los maestros están activos. No puede decirse otro tanto del resto de la sociedad. Entonces, todos queremos un nuevo liderazgo. Pero, ¿cuántos están dispuestos a tomar la iniciativa? Es fácil autoproclamarse patriota y decir que se está dispuesto a darlo todo por el país. Pero, ¿quién está realmente listo para correr los riesgos de ser un dirigente opositor en Venezuela? ¿Quién se ha aprestado para lidiar con la posibilidad de terminar exiliado o preso, de que le quiten sus bienes y negocios y de que le persigan a la familia?

Una cosa les puedo asegurar: yo no lo estoy. Trato de hacer mis aportes con lo que (creo) se me da bien. Pero conozco perfectamente mis limitaciones en términos de arrojo y osadía. No tengo vocación de mártir por la patria, cosa de la que no me enorgullezco, pero que tampoco omitiré. Por una obviedad ética, no puedo exigirles a otros que hagan lo que yo no estoy dispuesto a hacer. Ergo, no puedo pretender que otras personas desplacen a la dirigencia opositora actual.

¿Qué puedo hacer entonces? Pues, modestamente me atrevo a decir, lo que he venido haciendo en los últimos años. Es decir, desear que surja un nuevo y mejor liderazgo pero, dado que eso no depende de mí, instar entretanto al que ya existe para que haga lo correcto.

Eso no implica apoyo ciego. No implica hacer todo lo que esos dirigentes pidan (incluso si todos estuvieran halando en la misma dirección, cosa que no hacen). Por el contrario, significa cuestionarlos y abstenerse de seguirles la corriente cuando se piense que actúan de forma equivocada o aviesa. Pero también supone reconocerles los aciertos, cuando los tengan. No porque sean particularmente virtuosos, sino porque, viendo la inviabilidad de las alternativas, no veo qué otra cosa con sentido se pueda hacer. En la política, demasiado a menudo no se cuenta con los escenarios óptimos y los actores ideales. Ni siquiera con los escenarios clase B y los actores bastante buenos sin ser perfectos. Cuando lo que tienes es malo, puedes ponerlo a prueba aun a sabiendas de que la probabilidad de éxito es poca. O puedes no hacer nada, a sabiendas de que la probabilidad de éxito es nula.

Es por eso que no me sumo al “¡Que se vayan todos!”. Me parece un alarido al vacío. Un mensaje sin destino, como tituló Briceño Iragorry uno de sus ensayos más preclaros, pero en sentido literal y sin metáforas. Esperar como lo hacían Estragón y Vladimir por Godot, ad infinitum. Porque hasta que un ser humano de carne y hueso se presente con nuevas ideas, el tan invocado outsider es apenas una entelequia. Prefiero quejarme, pero dirigiendo mis quejas a personas concretas que ya están desempeñando un papel.

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