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Exponiendo los mitos sobre el centro político

@AAAD25

¿Quién puede dudarlo? Son buenos tiempos para el radicalismo político. La “cuarta oleada” de democratización (palabras de Samuel Huntington) está en franco retroceso. La democracia global enfrenta los que tal vez sean sus mayores desafíos desde la derrota del fascismo. Por todas partes aparecen caudillos carismáticos pero de talante autoritario, capaces incluso de hacer tambalear una república tan sólida como lo es Estados Unidos. Para justificar filosóficamente su sed insaciable de poder, a menudo recurren a ideologías extremas. Oídos que presten atención no les faltan. Masas de ciudadanos descontentas por la corrupción o indolencia de elites tradicionales, por dificultades económicas o injusticias sociales. Equivocadamente creen que si la democracia no remedia estos problemas, se puede prescindir de ella.

Olvídense de rechazar a los déspotas, o a quienes aspiran a serlo. Ahora, para muchos, besar las botas a un amadísimo líder y abrazar irreflexivamente su fachada ideológica es lo antisistema, lo rebelde, lo punk y, ergo, potencialmente lo cool (aquí también hay algo de puerilidad revolucionaria, como en los versos de «Search and Destroy» entonados por Iggy Pop, pero eso dejémoslo para otro artículo). 

En cambio, pronunciarse en defensa del respeto y la pluralidad de ideas es visto por esas personas como una actitud tediosa, estéril y pusilánime. Todo lo que se asocie con el centro político es así despreciado.

Pero, ¿tan terrible es el centro como lo pintan sus empecinados detractores? Hoy me propongo refutarlos y exponer sus ataques como puros mitos.

Antes de proceder, brindaré una definición de “centro político” para aquellos que no estén familiarizados con la idea o la hayan malinterpretado. Comenzaré con una negación: el centro no es una ideología. No tiene carga ideológica propia. Más bien es un compromiso ético. Una forma de atar el pensamiento y la acción políticos a ciertas virtudes, como la moderación, la humildad y el apego a la diversidad de ideas y al debate respetuoso entre las mismas. El centro es, además, solo un punto de referencia que nadie puede ocupar (por eso le rehúyo a la expresión “centrista” y prefiero “cercano al centro”). Si les suena a entelequia, es porque lo es, pero no teman. Que algo no tenga manifestación tangible no significa que no exista (de hecho, Hegel puso a los entes puramente ideales en un plano “superior” de existencia con respecto a los entes materiales). El pensamiento ético de Aristóteles quizá ayude a visualizarlo. Así como la virtud es un punto medio entre dos extremos viciosos (por ejemplo, la valentía yace entre ser cobarde y ser temerario), el centro siempre está entre dos posturas ideológicas intransigentes y autoritarias. Muy bien, ahora sí, vayamos a examinar lo que nos plantean los enemigos de este señor.

 Mito no. 1: «El centro es para gente sin principios”

No. Como ya dije, el centro es un conjunto de principios, empezando por la moderación, o templanza. Al menos desde Platón o los estoicos, la templanza es una virtud. En lo que nos atañe, abstenerse de poner los objetivos ideológicos por encima de cualquier otra consideración y de creer que justifican cualquier medio para lograrlos. Otro de los principios es la humildad, o el reconocimiento de que las convicciones propias no pueden dar respuesta a todos los problemas y pueden tener fallas. Por eso, es importante respetar el desacuerdo y estar preparado para debatir y negociar con otros. Tolerancia, otra de las virtudes en cuestión aunque, como veremos más adelante, ciertas condiciones aplican. Todos estos principios pueden ser adoptados por militantes de distintas ideologías: conservadores, liberales, socialdemócratas, etc. Pero chocan a los militantes dogmáticos y obtusos, que los ven como una falta de virtud, por no alinearse invariablemente con sus respectivos idearios.

 Mito no. 2: «El centro es para cobardes que quieren estar bien con Dios y con el Diablo»

En realidad las personas próximas al centro tienen que alzar la voz cada vez que surge su némesis natural: el extremismo. Extremismo de todo cuño. A diferencia de los militantes ideológicos duros, los cercanos al centro no discriminan enemigos por ideología. Eso significa que tienen que enfrentar a un grupo muy diverso de enemigos: fachos, ñángaras, ultraconservadores, anarcocapitalistas antidemocráticos (de las escuela de Hans Hermann Hoppe), etc. Así que el centro exige denunciar a los extremistas dentro del campo ideológico propio. Créanme, para eso hace falta mucha valentía. Fácil cuestionar el liberalismo radical si eres de izquierda. Criticar el socialismo radical no lo es tanto.

 Mito no. 3: «El centro es de blandengues no aptos para asumir el radicalismo con el que hay que confrontar a los tiranos»

Este mito parte de una extrapolación errónea. El centro es un concepto que solo tiene sentido en el debate ideológico, asumiendo un entorno democrático ya existente. Por lo tanto, es una noción ajena a las estrategias para lidiar con regímenes autoritarios. Se puede ser próximo al centro en un entorno democrático y hacer lo que se tenga que hacer para enfrentar una dictadura. Lo primero no tiene nada que ver con lo segundo. Para muestra la lucha de socialdemócratas (centroizquierda) y democristianos (centroderecha) contra la autocracia de Marcos Pérez Jiménez.

 Mito no. 4: «El centro es para pedantes que se creen más allá del bien y del mal».

Graciosamente, este mito y el no. 1 chocan. Son una antinomia, lo cual no impide que los extremistas se valgan de ambos (la coherencia no es muy amiga de estos señores). De nuevo, uno de los valores del centro es la humildad. Entender que ninguna ideología es incuestionable y que, por tanto, toca coexistir y negociar. Eso es democracia. Mucho más arrogantes son los militantes ideológicos extremistas. Los que se creen iluminados por una verdad inapelable y que eso los faculta para suprimir a quienes piensen distinto. Eso sí, los adyacentes al centro, por lo dicho previamente, tienen que repudiar a los extremistas, aunque eso los haga lucir pedantes ante los repudiados. Aquí aplica la paradoja de Popper: solo los intolerantes merecen la intolerancia moral. Que los extremistas chillen y digan que quienes los señalan son soberbios. No importa. Lo que se está haciendo es defender el derecho al disenso ante sus enemigos.

Y con esto hemos llegado al final de nuestro recorrido mitológico. Espero que les haya servido para ver cuán vacíos son estos ataques al centro político. Si les interesan los mitos, mejor léan la Metamorfosis de Ovidio, el Popol Vuh o el libreto de Tannhäuser. No crean en cuentos contra el centro, que no es ningún monstruo que se los va a comer. Acérquensele. El futuro de la democracia y la civilización bien podría depender de ello.

El populismo exhausto

El populismo exhausto

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