Véanse en el espejo birmano - Runrun
Alejandro Armas Feb 12, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Véanse en el espejo birmano

@AAAD25

La revista The Economist acaba de publicar su Índice de Democracia para el año 2020. Tal como se esperaba, los resultados son inquietantes. La emergencia de la covid-19 sirvió de excusa para que gobiernos a lo largo y ancho del globo socavaran considerablemente la democracia en sus respectivos países.

Un aspecto llamativo es que Venezuela por primera vez quedó por debajo de Cuba en la lista, lo que implica ser el régimen más autoritario en toda América.

Si buen algunos observadores cuestionaron el cambio de posiciones y señalaron que los “marxistosaurios” del parque jurásico isleño en realidad siguen imbatibles, es innegable que Venezuela no ha experimentado ninguna mejora. Los autores del índice no se tragaron el cuento del proceso del 6 de diciembre como paso en la dirección correcta, muy a pesar del intento de la oposición prêt-à-porter para hacer que la cosa se vea como un avance logrado en sus negociaciones con el régimen.

Para todos aquellos que esperan que 2021 represente una mejora comparada con su horrible predecesor, la cosa no marcha bien en cuanto a revertir tendencias antidemocráticas se refiere. Vean nada más el golpe de Estado en Myanmar, el país del Sureste Asiático otrora conocido como Birmania. Concluyó así el experimento de transición democrática pactada hace seis años entre la dictadura militar que oprime a la nación desde 1962 y sus adversarios civiles.

La tiranía de los uniformados birmanos es una de las más espantosas y despreciables sobre la faz de la Tierra. Censura, detenciones arbitrarias, torturas, violaciones, reclutamiento de niños y trata de blancas son cosas normales en aquel malhadado país. Mientras tanto, los militares se quedan con los negocios más jugosos; es la forma de mantenerlos fieles. El próximo año serán 60 desde que comenzó la pesadilla y los indicios de que el despertar estaba cerca terminaron siendo un espejismo cruel.

Los antecedentes de la ilusión se remontan a 2007, cuando el descontento social contra la dictadura estalló a partir de un incremento en el precio de la gasolina. Lo llamaron la “Revolución Azafrán”, debido al color anaranjado rojizo de la ropa de los monjes budistas que protagonizaron varias manifestaciones. El régimen respondió reprimiendo salvajemente las protestas y por ello le impusieron sanciones internacionales. En el contexto de esta presión externa e interna, en 2008 los militares emprendieron una supuesta transición hacia una “democracia floreciente con disciplina”.

Dicho proceso lento de reformas incluyó la realización de elecciones más o menos libres en 2015, en las cuales la Liga Nacional por la Democracia, partido opositor encabezado por la entonces mítica activista de Derechos Humanos Aung San Suu Kyi, obtuvo mayoría absoluta. Aunque muchos birmanos y observadores extranjeros celebraron el momento como un hito histórico y un ejemplo para la salida pacífica de dictaduras, los militares no renunciaron al poder. Solo accedieron a compartirlo con la oposición civil, elevando a Aung San Suu Kyi a la posición sui géneris de “consejera de Estado” (algo así como una primera ministra). El resultado fue una rara avis de la política. Una cohabitación en la que la Liga Nacional por la Democracia era simultáneamente gobierno y oposición. Le fueron concedidas varias facultades administrativas, pero los militares retuvieron para sí algunas llaves del ejercicio del poder.

En teoría, la oposición-gobierno poco a poco contendría la hegemonía de los cuarteles y se volvería cada vez más empoderada. Pero desafortunadamente semejante contradicción de tipo Aufhebung no se tradujo en el progreso que Hegel describió en su dialéctica. Cinco años después de los comicios, la transición birmana dejaba mucho que desear. Hubo un relajamiento tímido de las prácticas autoritarias, pero no su desaparición, como demuestra la detención de periodistas de la agencia Reuters en 2019. Además, a los militares se les permitió proseguir con una de sus actividades más dantescas: el genocidio de la minoría étnica y religiosa rohinyá. Imagino que, por temor a que molestar a los uniformados los llevaría a desechar el acuerdo, Aung San Suu Kyi llegó incluso a defenderlos ante la condena del mundo civilizado, dañando así la reputación de mártir por los Derechos Humanos que le granjeó un Nobel de la Paz.

A finales del año pasado hubo elecciones de nuevo en Myanmar. La Liga Nacional por la Democracia tuvo resultados aun mejores. Acaso previendo que ello envalentonaría a sus adversarios para procurarse más poder, los militares cantaron fraude y demolieron el pacto. Los dirigentes de la oposición-gobierno fueron detenidos, al menos en algunos casos bajo acusaciones risibles (de Aung San Suu Kyi dijeron que importó ilegalmente aparatos de radio). Las Fuerzas Armadas asumieron el control total dizque por un año. Sé que citar a Churchill se ha vuelto un lugar común aburrido, sobre todo luego del estreno de la cinta Darkest hour, pero permítaseme decir que al gobierno-oposición birmano pudiera aplicársele la frase “El que se humilla para evitar la guerra, tendrá la humillación y también tendrá la guerra”. En otras palabras, más coloquiales, se quedaron sin el chivo y sin el mecate.

Esta fábula tiene una moraleja de la que todo venezolano puede aprender. No tiene sentido negociar transiciones democráticas con una elite gobernante autoritaria que no esté dispuesta a renunciar al poder.

Es importante ser cuidadoso leyendo las señales del régimen en cuestión, porque incluso en un contexto de mucha presión interna y externa, sus intenciones reformistas pudieran ser engañosas. En realidad, si el propósito democratizador es sincero, los cambios deberían avanzar mucho más rápido. La fase electoral solo debería darse cuando la elite saliente se sienta cómoda cediendo el poder. Si la oposición arrasa en los comicios y aun así tiene que compartir el poder por tiempo indefinido y cruzarse de brazos mientras su “socio” mantiene sus peores fechorías, la transición queda en entredicho y probablemente termine mal.

Del discurso de la oposición prêt-à-porter representada por Henri Falcón, Timoteo Zambrano y compañía se colige que aspiran a una cohabitación más o menos como la birmana. No parece que el régimen esté dispuesto a concederles tal cosa por los momentos. Pero no descarto que en algún momento lo haga. Además, un sector de la base opositora luce cómodo con la idea, tal vez debido al estancamiento estratégico de la dirigencia opositora que sí desafía al régimen. Pero eso no quiere decir que sea una buena idea. Imagínense que están en la deslumbrante Pagoda de Shwedagon y véanse en el espejo birmano.

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