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El contrapuesto silencio, mutis antagonista

@ArmandoMartini  

En este mundo de virtual locura comunicacional, reino del internet y redes sociales, Venezuela se va disolviendo en el ruidoso mutismo de tiranos y antagonistas. No hay palabras ni conceptos. Lo que escuchamos es retumbo de la decadencia, ecos del silencio.

La realidad impone condiciones diferentes de hacer política: que sea auténtica, coherente, respetuosa, seria. Que rinda cuentas, que sea motivadora, que inspire confianza, seguridad y, sobre todo, coraje. Solo así ganará representatividad y credibilidad.

¿Para qué referirnos al régimen usurpador? Es sabido que la delincuencia hace ruido para que miremos en otra dirección mientras roba en la oscuridad. Y a veces sin recato, en la claridad del día. En las cárceles se escuchan gritos y gemidos, resuenan la angustiosa incertidumbre, el dolor y el fracaso, sigilo murmurante de la derrota. Mientras que en las calles reina la escandalosa anarquía, sordina de la confusión.

Años de ofertas, frustraciones, cambios de rumbo, repetición de errores, similares promesas en bocas diferentes, y de otras perennes tan elásticas que se adaptan a los nuevos bocazas. Tratan de mostrar perseverancia obligada y unidad de chantaje mientras envejecen chapoteando en el mismo charco, es en realidad una afonía rebosante de vergüenzas.

Sectores rivales desaparecen, pero siguen como vicio oculto. Los mismos en la historia de la humanidad porque no se han inventado perversiones ni pecados nuevos. La conocida aversión, que no es sino hipocresía ofreciendo libertad y bienestar, ha mutado varias veces de rostro. Caretas van y vienen, pero el mensaje confuso, impreciso, desordenado, armado como el meccano de un débil mental, es el mismo con alguno que otro mensaje diferente, originalidades ocasionales.

La diferencia entre antes y ahora, o son ellos ni sus partidos, es el presidente de los Estados Unidos. El golpe de Estado entre ridículo, cómico y solitario con cara desconcertada y sorprendida recuerda a aquél aparatoso, que envió a Chávez a La Orchila, para después traerlo porque nunca lograron ponerse de acuerdo en qué hacer con el poder.

Quienes dudan de la invasión controlada por el chavismo fueron sectores que, a pesar de las advertencias, se dejaron infiltrar. No se entra en una casa si no se dejan las puertas abiertas o ventanas mal cerradas, no se sientan asaltantes en la sala si no los permite el dueño, esté o no apuntado por pistolas y puñales.

Algunos han desplegado elipsis irresponsables ante banderas extranjeras y guías perversas. Se critica sin organizar firmezas ni contraataques y, por eso, somos obedientes empleados de uno de los dos más miserables países de Latinoamérica.

No vale la pena analizar porciones rivales por sus ruidos desorganizados, nunca lograron consistencia suficiente para ser una opción real. Hay que considerarla por lo que ha producido, militares atrincherados que obedecen, partidos que se muerden las colas y apenas una mujer con más coraje, perseverancia y coherencia que todos juntos. Ni siquiera hay que indagar por la tiranía a la cual afirman enfrentarse, lo es solo porque no tiene oposición organizada y frontal capaz de derribarla.

Quienes monopolizan son parte del chavismo, y su desplome debilita al régimen, se autodestruyen entre sí o son asaltados por su socio. Se mantienen cuando se les hace el favor de revigorizarlos. Y porque los que desean algo distinto no han sido idóneos para emprender una instancia que reúna a verdaderos, comprometidos, adversarios contra la afrenta castrista. Lo importante es otorgarle representatividad a la inmensa mayoría que no se siente incorporada ni defendida.

No se volverá a una Asamblea Nacional como la del 2015. Algunos que resultaron electos estafaron, decepcionaron, engañaron, traicionaron, no rindieron cuentas, incumplieron sus ofertas y no pocos se corrompieron. La verdad es dura, pero siempre llega y, esta vez, para quedarse.

Es hora de plantarse ante los fracasados de siempre, sectores que de una u otra forma pactaron con el régimen para cohabitar y mantener espacios. Hablar de un monopolio delictivo es inexacto, pues muchos otros forman parte del cáncer degenerativo que mantiene a Venezuela en la indigencia.

Esa plataforma, corroída, putrefacta, excluyente y fracasada hay que echarla al pipote de la basura, olvidarla, eliminarla de nuestros afectos.

Abramos los ojos, superemos los largos años de manipulación y embuste. Despertar de esta pesadilla, insurgir, revelarse contra el statu quo, el establishment.

Para que Venezuela sea libre y democrática hay que despedirlos. Faltaron a su trabajo, no alcanzaron su objetivo; no podían, nunca fueron adversarios, fingieron para apaciguar y cohabitar con el mal del cual son partícipes y socios. Cuando los tramposos son estafados por los de similar calaña, demuestran incondicional amoralidad. Es un sinsentido salir de lo malo para abrazarnos a lo peor. ¡Que se vayan en su silencio!

 

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