La revolución de los balcones, por Julio Castillo Sagarzazu - Runrun
La revolución de los balcones, por Julio Castillo Sagarzazu

@juliocasagar 

A diferencia de la Revolución de los Claveles en la Lisboa de 1974 o la de los paraguas en Hong Kong en los últimos años, las cuales produjeron o están produciendo cambios en la superestructura política de las naciones donde tuvieron lugar, en estos momentos tiene lugar en la Europa occidental, básicamente en España e Italia, una revolución protagonizada por la gente, sin liderazgo conocido, de destino abierto, pero ¡oh paradoja! que está produciendo un cambio actitudinal más profundo que lo que las revoluciones que buscan el poder político han logrado tras décadas de detentarlo.

Esta revolución es más profunda y será más duradera que la de “los indignados” que produjo liderazgos como los de Pablo Iglesias y Podemos. Liderazgos que se hicieron viejos en pocos meses y que duraron tanto como duró el tránsito de Iglesias de Vallecas hasta su chalet con piscina y casa de huéspedes de Galapagar y desde la carpa en Puerta del Sol hasta el Salón de los Pasos Perdidos en el Congreso de los Diputados.

¿Y cómo sabemos que durara más, o al menos que tendrá consecuencias más trascendentes? Pues muy sencillo. Esta revolución no está montada sobre la dialéctica infernal de la lucha de los pobres contra los ricos, ni de los patriotas contra los vende patria, ni esta instigada por el odio social o el de clase. Esta revolución está montada sobre la solidaridad y el reconocimiento del otro. Empatía, la llaman ahora y es producto de una reflexión y un acto voluntario interno que no ha sido inspirado por ninguna ley u obligado por ninguna institución.

Los héroes no son soldados, generales inmortalizados en estatuas ecuestres, ni personajes con capas combatiendo por la libertad y la justicia, con los calzoncillos por fuera, sino millones de servidores públicos, de médicos, enfermeras, policías, barrenderos, cajeros de supermercado, gente de a pie, viandantes de todos los días.

Su vanguardia no se da cita no en el café de la Rive Gauche, ni en el bar de La Gran Vía en Madrid o de la Vía Véneto de Roma, donde desde hace décadas la “gauche divine” se reúne para cambiar el mundo y, cuando se acuerdan de nosotros los latinoamericanos, para discutir de nuestras venas abiertas y cantar la épica de unas luchas en las que nosotros ponemos siempre los muertos y ellos escriben las novelas o hacen las películas.

La vanguardia de esta revolución se ha dado cita en los balcones de las grandes ciudades en los que se han concentrado para aplaudir, para  cacerolear, para intercambiar con sus vecinos y para hacerse la promesa de que, independientemente de lo que los gobiernos y los líderes piensen, se resguardarán con sus familias para preservarse y para salir a dar la batalla de reconstruir sus países.

Estas jornadas han demostrado que aunque es verdad que fue un acto de demostración de fuerza y de reconfirmación de la propiedad o dominio sobre un territorio lo que nos hizo descubrir que éramos seres para la organización y para las normas. Fue realmente cuando tendimos la mano a uno del grupo que se caía o flaqueaba, cuando atendimos a uno de los enfermos, cuando detuvimos la marcha para esperar a los más débiles cuando nos graduamos de seres humanos y nos diferenciamos de las manadas de animales que también acuerdan al más fuerte y arrojado el derecho de ser el jefe.

Las revoluciones pueden trasformar las estructuras políticas, pero solo perseveran cuando trasforman paradigmas y formas de ver el mundo. No obstante, como solemos afirmar en estas cuartillas que garabateamos, para que una trasformación o un proyecto se consolide, es necesario que sea asumido por gente de carne y hueso y que haga de la voluntad una fuerza, no solo efectiva, sino eficiente. Ese milagro solo se logra cuando la voluntad se organiza.

Cuando se logra que miles de hombres y mujeres hagan sus ideas carne, huesos y sangre. Ese es el gran reto. Eso lo entendió Jesús, el hijo del carpintero, que no se limitó a predicar su doctrina del amor, sino que consciente de que su tarea debían trascender le dijo a Pedro “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”. Esa decisión es lo que explica el misterio de su existencia por más de 2000 años.

Los venezolanos conoceremos inexorablemente la peor cara de la pandemia que asola el mundo. Sera así, porque aquí se cruzarán, en algún momento, las curvas del desarrollo de la enfermedad con el de la tragedia humanitaria que ya lleva años y que se agravará por la carencia de combustibles, agua y alimentos y medicinas.

Estos momentos serán el escenario donde veremos el ensayo general de la actuación del nuevo mundo y país que conoceremos y que, oigámoslo bien, no tendrá nada que ver con el que hemos conocido hasta ahora.

Luego de esto, nadie ni nada serán como antes.

Nos vienen horas duras, pero también horas de esperanza.