Guaidó en la Puerta del Sol - Runrun
Víctor Suárez Ene 26, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
Guaidó en la Puerta del Sol

Noche de sábado emocionante. No se sabe aún cuántas personas asistieron a Puerta del Sol en Madrid para recibir a Juan Guaidó. Esta concentración pudo haber superado todos los récords que en los libritos responden a una pregunta anodina: ¿Cuál ha sido la reunión política más concurrida de una colonia extranjera en este sitio tan centurial? Nelson Bocaranda, editor del portal Runrun.es, me lo ha preguntado. Los helicópteros de la Guardia Civil tienen plenaa certeza de lo que ha pasado allí, los policías terrestres supieron cuánta diáspora cruzó sus diez bocacalles, el gobierno del PSOE ha debido acusar, a esta hora, que lo inusitado de ese convite le ha colocado en posición defensiva.
Juan Guaidó, que venía rejoneando en afamados burladeros de Londres, Bruselas, Davos y París, entró al trapo en Madrid, y triunfó en su toma de alternativa más rutilante. Venezuela allí no se acochipaló, y ganó. Los exiliados fueron exigidos, y respondieron. Maduro y sus podemitas callaron, sus exégetas huyeron. Venezuela expuso su pecho en el centro de Hispanoamérica, y el aplauso fue clamoroso.
No es tontería.
Un masaje diplomático caracterizó el discurso de Juan en Madrid. ¿Voy a recriminarle a Pedro Sánchez que no me haya recibido en Moncloa? ¿Voy a romper esa aldaba que me da entrada y expande nuestro grito en Europa? ¿No voy a ser capaz de comprender por qué Podemos presiona, y por qué Sánchez recula? ¿No sé yo que Borrell, el canciller de Europa, es más importante que cualquier otra Arancha en Exteriores? Guaidó no se refirió en ningún momento a dificultades circunstanciales. Ni allí, ni en los espacios que precedieron la concentración.
Dice el diario El País en su editorial: “No cabe pasar por alto que la incongruencia de promover el reconocimiento de Guaidó como presidente de Venezuela para luego devaluarlo a la condición de jefe de la oposición, según ha hecho el vicepresidente Pablo Iglesias, repercutirá negativamente en el papel de España en la Unión Europea”.
En sus treinta minutos de exposición, Guaidó evitó vientos adversos. En todo momento fue positivo, en cada inflexión (bien modulada, decían a mi alrededor) insistió en conceptos bastante liminales: unidad nacional, certidumbre política, socorro internacional. “Nuestra generación sabe que la democracia no es algo que se regala, sino que es una lucha de todos los días”, dijo.
Una hora y pico debieron esperar los concurrentes. Guaidó estaba constreñido por una pauta sobrevenida. (A las seis es la cita, no te olvides de ir, tengo tantas cositas que te quiero decir…). La medalla, la llave de oro de la ciudad, los parabienes de partidos políticos españoles, los reacomodos de última hora que querían ganar indulgencias, un encuentro con la prensa, la firma de un libro de honor, el tránsito de Cibeles a Sol, los parones obligados ante las cámaras de televisión, los selfies de rigor, hicieron que todos consintiéramos, bajo la frígida garúa, en que si somos los últimos por saludar, con mucho gusto le esperaríamos.
La bella actriz Ana María Simon comenzaba a animar a la multitud, pero la presencia alargada y azul de Juan la interrumpió. Estaba allí, en ese punto colindante con La Mariblanca, la réplica idealizada de las diosas Venus y Fortuna que Madrid aun no sabe por qué la entronizó allí en 1625.
Para las tres oleadas de exiliados que viven hoy en Madrid, Guaidó es un personaje que puede y no puede, que sabe y no sabe, que sueña y despierta, que encandila pero no enceguece. Pero el raudal de jóvenes, de treintones, cuarentones y de tercera edad que vi en el Metro, me sorprendió. Salían, se expresaban, cantaban. Los jubilados y pensionados, que Maduro ha dejado al garete desde 2016, también estaban allí, añadiendo ese calor profundo de la vejez.
Guaidó, desde el lunes, cuando llegó a Europa, vía Londres, había surcado un rebullón muy extenuante. Y se plantó en la tribuna madrileña como si estuviera llegando a la Plaza O´Leary en El Silencio, el Día D, el de la victoria. «Cuando vuelva a Venezuela, llevaré buenas noticias», había dicho la semana pasada cuando se apareció de improviso en Bogotá en la Cumbre Hemisférica Anti Terrorista, escapado de tantas alcabalas siniestras.
El premier inglés Boris Johnson parecía sorprendido cuando notó las tres cuerditas a colores que llevaba en la muñeca, la Merkel mantuvo la respiración cuando le habló bastante saltarino, Josep Borrell le tomó del brazo como a los viejos conocidos, Macron se mostró distante y a poco le abrazó en el Palacio del Eliseo, el de Austria conversó como si estuvieran en un bautizo, la hija de Trump, Ivanka, le hizo guiños seductores. No se había visto a Antonio Tajani, expresidente del Parlamento Europeo, tan contento como cuando Julio Borges se lo presentó en Bruselas. Pedro Sánchez había dicho que prefería presenciar la entrega de los premios Goya y huyó por el callejón malagueño, aunque después, obligado, declaró tartajeante: “Siempre hemos apoyado a la oposición (venezolana). Queremos que se celebren elecciones rápidas”. Maduro, herido, en llanto, a 8 mil de distancia le imprecaba, mientras besaba a Maradona y recibía el Premio Lenin, ofrecido por el minúsculo Partido Comunista ruso, muy distinto al Premio Lenin de la Paz que le otorgó la URSS a Miguel Otero Silva en 1979.
Con aura recién nimbada llegó Guaidó a Sol. «Agradezco a todos». Es una generalidad de libro. Pero Guaidó no habló del incidente protagonizado por Delcy Rodríguez en un avión sin bandera en el aeropuerto de Barajas, caso que tendrá más secuelas el Yo Acuso de Emil Zolá. No se refirió a la conchupancia del trío maléfico Iglesias-Zapatero-Maduro. Ni siquiera rozó la sangre marchita que tiene el coral, prefirió solazarse ante el oso y el madroño de Sol.
Afirmativo, asertivo. Le preguntan, con mala leche, en rueda de medios, y par de verónicas le apuntalan en el ruedo. Guaidó, ni la oposición venezolana, va a romper con España. España es España. Sánchez no ha roto con la Venezuela democrática. Se ha reunido con la ministra de Exteriores Arancha González (que no le abrió las puertas del Palacio de Santa Cruz sino las de Casa de América), ambos se comprenden, ambos aseguran una ruta factible en la Unión Europea (“pleno respaldo del gobierno español a su figura”, le dijo), ambos saben que ni Borrell, en su alto cargo, ni el PSOE, van a dejar a Venezuela en la estacada. Ni que Podemos se lo exija. Podemos y el Psoe se juegan un deslinde soberano. Felipe González ha sacado sus cimitarras, la comisión de Internacionales del Psoe está en guardia, los llamados barones comarcales se muestran prestos a pasar facturas. Eso no se ha había visto nunca. ¿Será que la situación de Venezuela determinará que un gobierno europeo caiga, a raíz de una disputa vecinal?
Guaidó en España tuvo que vérselas con todos. Es probable que el apoyo del ultraderechista Vox no le suene bien a muchos en Venezuela, lo mismo si la oposición a Sánchez (a favor de Venezuela) pudiera ser capitalizada por el Partido Popular y Ciudadanos. Guaidó no habla de eso. Tiene ponchera ancha, donde caben todas las adhesiones.
El gobierno recién asumido de Sánchez tiene un bojote de cuestiones internas por resolver ante una legislatura que se presume altamente frágil. Pero que a medianoche de domingo la policía de fronteras llame al ministro de Transportes, que a su vez es el segundo en el orden al bate desde el punto de vista de la organización socialdemócrata gobernante, para que aplaque a una usurpadora con prohibición de entrada en el llamado Espacio Schengen, en clímax maníaco en la pista del aeropuerto de Barajas, es una situación que no está inscrita en ningún manual. La decisión de no recibir a Guaidó en Moncloa ya había sido un traspié que llevaba poco más de una semana en boca europea: “¡Qué bolas tiene Pedro”. El show de Delcy Rodríguez en el aeropuerto (querer bajar del avión que la llevaba a Turquía, solo para comprarse algún abalorio en el Duty Free), ha puesto en aprietos al gobierno español. Tendrá que explicarlo todo, tendrá que ofrecer satisfacciones o inmolarse ante los partidos que la semana que viene le acribillará en el Congreso de los Diputados. José Luis Ábalos, el personero que se negó a aplicar las sanciones que pesan sobre la susodicha (al igual que a otros 24 malhechores), que evitó que la policía fronteriza la detuviera, que actuó (según una de sus cinco versiones) para “evitar lo peor”, tendrá que sortear la petición de dimisión que están exigiendo al menos 151 diputados de los 350 que componen el parlamento español.
Guaidó obvió todo eso en su discurso en Sol. Ya tenía en sus alforjas la reiteración del apoyo de dos continentes. El lunes 27 se verá con Justin Trudeau, primer ministro de Canadá. Podría ser recibido el martes en la Casa Blanca, antes de volver a su país por donde mismo salió.
Evacuada la plaza, con los callejones repletos, grupos musicales venezolanos cantando a todo pulmón, carteles y pancartas dejados en los hombrillos, banderas y bufandas tricolores replegándose a casa, un grupo numeroso se refugia en el centenario Café Varela, en calle Preciados, en Callao. En la puerta, un español genuino le dice a su gente en retirada: “¿miraron?, todos son venezolanos, estuve a punto de gritar Maduro coñetumadre”.