Una acepción que desfigura el concepto de "espía" - Runrun

La democracia se ha desviado de su primigenia formalidad o estructura conceptual. La dinámica política que hoy sucumbe al mundo con sus remedos de eximia retórica ideológica, en cuanto al manejo de sus postulados y criterios, descontextualizó sus principios. Desde que la enfermedad del socialismo se convirtió en un mal espasmódico del cual se aprovechó la izquierda política para reivindicar las impugnaciones que esgrimía en contra las tendencias de la “derecha”, el concepto de democracia declinó. Comenzó a desvirtuarse. Pero no tanto en su consistencia teorética, como sí en su praxis. En su interpretación. Y peor aún, en su aplicación al momento de traducir las pretensiones que afincaban sus preceptos y consideraciones. 

Luego de tantos siglos, que comienzan a contarse desde Aristóteles con su referencia sobre el sentido de la política, atravesando tiempos que sirvieron de asiento operativo a su ejercicio contemplado a través de incontables gestiones de gobierno, la “democracia” resultó infiltrada por presunciones que rayaron con ambiciones. Y muchas veces, con tentaciones que ridiculizaron valores morales hasta lograr su constreñimiento. Casi al extremo de desaparecerlos del mapa político. O convertirlos, modificarlos o alterarlos en su génesis y estructura semiótica, etimológica, dialéctica, semántica, hermenéutica y epistemológica. Todo ello a pesar de que hubo intentos de gobiernos por asentar sus bases programáticas de gestión política, sobre las implicaciones de tan fulgurante concepto.

En fin,  se vivió toda una carga de disposiciones con la fuerza necesaria para manipular su esencia, que terminaron desvariando su naturaleza como sistema político. Tanto así, que la democracia que exaltó Aristóteles, en nada se parece hoy día a la que se ufanan tantos gobiernos, instituciones y movimientos políticos por exaltar y exhortar.

Los regímenes de tendencia autoritaria, totalitarista y anarquista, son fehaciente ejemplo de cuánto ha sido desvirtuado el concepto en cuestión.  Aún cuando lo referido busca situarse a instancia del respeto hacia la historia la cual fundamenta cada descripción conforme al significado que sus hechos ideológicamente representan. No obstante, en el fondo del asunto, existe una hilo conductor que bien sirve para justificar la analogía sobre la cual es viable considerar lo expuesto. Sobre todo, cuando se advierte lo que la dinámica política ha pretendido solapar valiéndose de cuanta excusa haya podido conseguir en su recurrentes brechas. Indistintamente del carácter que las mismas hayan tenido en términos de la posibilidad maniquea de acomodar o reacomodar los argumentos que, en cada circunstancia, sirvieron para desvirtuar el concepto de “democracia”. 

El ejemplo de Venezuela, es categórico. Aunque cabe reconocer lo patético que es. Sobre todo, cuando su régimen ha declarado -sin la menor vergüenza al trazado de la teoría política- su afán por destacar la importancia del concepto “democracia”. 

El agravio que ha hecho de dicho concepto casi una mofa de las libertades, derechos y garantías vistas como cimientos del discurrir democrático, ha sido el libreto del que se ha valido  el régimen opresor venezolano para cambiarle la faz al país. Todo, buscando el más exacto paralelismo a lo que la religión entiende del “infierno”.

Desde esa perspectiva, para el régimen político que enclavó la piel de Venezuela con sarcasmo y resentimiento, la democracia es vista como una rémora de lo que la manida revolución busca sofocar. Es una forma de traición a lo que los designios hegemónicos plantean alcanzar. 

Ahora el régimen oprobioso, con la pretensión de enquistarse, cualquier aventura que disponga continuar escalando espacios de poder, es decisión a tomar sin medir efectos, resultados o consecuencia alguna. Lo que recién vivió el país en el terreno parlamentario, al momento en que Miraflores impone el criterio según el cual los derechos políticos ejercidos por diputados opositores constituyen afrentas hacia su discrecionalidad, es una impetuosa demostración del grado de perversión que sus ejecutorias abarcan. 

Sin duda, lo sucedido constituye una grave afectación al concepto de “democracia”.  Pues a pesar de la charlatanería empleada para justificar el ejercicio democrático que dice acompañar todas sus acciones de gobierno, no son otra cosa que la abusiva coacción a infundir temor hacia la población con el auxilio de su autoritario proceder.

No conforme con esto, sus decisiones siguen adosándose al desespero que dichos gobernantes sienten ante la posibilidad bastante cercana de verse defenestrados del poder. De ahí la premura con la cual actúa(el régimen) para contrarrestar tan amenazante contingencia. Quizás, es la razón que movió al alto funcionariado a hacer pública la presencia, por demás arbitraria pero aplicada por la fuerza y al  margen de toda legalidad, de permitir al embajador de Cuba en Venezuela hacerse presente en el Consejo de Ministros. O sea, actuar como otro ministro más. Decisión ésta, totalmente violatoria de lo establecido por el artículo constitucional 244.

Entonces, ¿qué tanto exaltan estos gobernantes usurpadores cuando declaran que la República es “autónoma, soberana e independiente”, si el régimen ha consentido la intromisión de extranjeros (cubanos, iraníes, rusos, chinos, turcos, fundamentalmente) en asuntos propios del Estado venezolano? Aunque ya de facto, ha sido una práctica del régimen y que viene realizándola desde hace buen tiempo. Sin embargo, el problema que tal bochorno encarna en virtud del texto constitucional, no compromete al régimen más allá de lo que concierne a su impudicia asumida como criterio político. 

Lo que si queda claro, es su significación. Pues lejos de la ridiculez que ostenta la susodicha decisión, entendida en términos de la incompatibilidad jurídica y política que la misma encubre, evidencia el sarcasmo y la ironía que envuelve tal consentimiento. Aparte que configura un acto de alevosa y malsana provocación en el contexto de conflicto que atraviesa el país. Asimismo, dado el dramático cuadro de crisis que sobrelleva Venezuela como resultado de la retahíla de distorsiones y contradicciones que hundieron al país en el más hondo marasmo que la historia venezolana contemporánea haya podido revelar en sus anales de arduos avatares y reveses de grueso calibre. 

Vista la arbitrariedad consumada y oficializada por parte del régimen usurpador, afincándose en la soberbia y prepotencia que lo embarga, hace que algunas figuraciones propias del mundo urdido en que actúa la politiquería de oficio, hayan extraviado la razón de ser. Con lo que ahora pone de manifiesto la dictadura en Venezuela, no tiene sentido alguno el oficio  de “espía”. O quien se dedica a buscar información confidencial valiéndose del soborno y del chantaje mediante técnicas de infiltración y sagacidad.

Lo que destacaba tan arriesgada ocupación, y que una vez fue ejercida por pervertidos de la diplomacia internacional en los intríngulis del gobierno venezolano, mayormente en tiempos del despuntar de la democracia, dejó de tener importancia. Basta con que quienes pudieron fungir de “espías”, obtengan la aprobación del alto gobierno, para que quienes se prepararon para actuar de “espías”, no corran tan temerarios riesgos. 

El caso del embajador de Cuba en Venezuela, retrata tan contrapuesta situación. Ahora, personajes de esta calaña, tendrán mayor libertad para entremeterse o inmiscuirse -de frente y sin careta- en asuntos que debieron clasificarse como “objetivos estratégicos”. O sea, causa válida para vivir según la expresión revolucionaria: “patria o muerte”. Puede decirse que el “socialismo del siglo XXI”, ha formulado una nueva doctrina político-policial. Novedoso logro de su enmarañada política: una acepción que desfigura el concepto de “espía”.