Qué esperar del TIAR - Runrun
Alejandro Armas Jul 26, 2019 | Actualizado hace 2 semanas
Qué esperar del TIAR

La noticia de la semana, al menos hasta el momento en que estas líneas fueron escritas, ha sido la aprobación de una ley por la Asamblea Nacional que reincorpora a Venezuela al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. (TIAR), del cual nos retiramos en 2013 por una de tantas decisiones del régimen chavista que responde más a sus intereses ideológicos que a las necesidades internacionales de la República. Juan Guaidó ya había adelantado hace unas semanas que el Parlamento aprobaría la medida, mencionando sin embargo que no se trata de una solución mágica que precipite una salida inmediata y radical a la crisis política nacional.

¿A qué se debe esta advertencia del guaireño Guaidó? Podemos asumir que tiene que ver con el hecho de que desde hace meses ha corrido en la opinión pública una noción, promovida por algunos de los más entusiastas impulsores de la medida, en la que regresar al TIAR proveería a gobiernos del continente americano con un instrumento geopolítico legítimo para intervenir directamente y por la fuerza en suelo venezolano con miras a poner fin al régimen, lo cual es lo único que les hace falta para meterse por esa senda. Algo parecido al tan manido artículo 187 de la Constitución. Guaidó ha tenido desaciertos desde que asumió en enero la posición en la que se encuentra, pero su advertencia sobre el TIAR no es uno de ellos. Es insensato creer que volver al seno del pacto es una luz verde para que se produzca una intervención como la señalada. Ni siquiera después de una invocación del tratado y las consiguientes respuestas acordadas en su ente rector, la Organización de Estados Americanos.

La asistencia recíproca del TIAR supone la búsqueda de la seguridad en el continente americano. Eso significa que, si la seguridad de un Estado firmante se ve amenazada o violentada, todos los demás miembros tienen el deber de brindarle apoyo. Cuando el tratado es invocado, el Consejo Consultivo de la OEA tiene que reunirse para decidir cómo ayudarán al socio amenazado o agredido. El respaldo militar es ciertamente una de las posibles respuestas, pero no es una obligación. Y de hecho, aunque el TIAR ha sido invocado en una veintena de ocasiones a lo largo de más de setenta años, nunca jamás se ha traducido en una acción de fuerza militar.

El TIAR fue suscrito en una reunión de Estados americanos en Río de Janeiro en 1947. Estamos hablando de los inicios de la Guerra Fría, de la Doctrina Truman para la contención del socialismo revolucionario de corte soviético. Por su propia seguridad e intereses en la región, a Estados Unidos le convenía fomentar este tipo de alianzas (probablemente fue este contexto originario lo que impulsó la decisión del chavismo y gobiernos afines como, los de Daniel Ortega y Evo Morales, de retirar a sus sendas naciones del pacto). En una nota en el portal Prodavinci, las periodistas Francis Peña e Indira Rojas enumeraron algunas de las invocaciones del TIAR, incluyendo un caso de 1960 a propósito del magnicidio frustrado contra Rómulo Betancourt, planificado por el sátrapa dominicano Rafael Leónidas Trujillo. Empero, hay que insistir, nunca el TIAR produjo una acción militar.

Probablemente el ejemplo más recordado es el de 1982 en la Guerra de las Malvinas. Argentina apeló al tratado en busca de respaldo para su intento de tomar por las armas el archipiélago austral controlado por el Reino Unido. Casi ninguno de los otros miembros del TIAR movió un dedo a favor del socio. Particularmente tajante en su decisión fue EE.UU., que más bien apoyó a los británicos. Desde entonces la Guerra de las Malvinas ha sido usada como ilustración para argumentar que “el TIAR está muerto”, lo cual parte de premisas incorrectas. Se argumentó entonces que Argentina fue la agresora, no la agredida. Además, Washington se encontró en una situación un tanto paradójica, entre dos pactos defensivos. Por un lado estaba el TIAR y, por el otro, el Tratado del Atlántico Norte, del cual el Reino Unido es parte. Dado que Gran Bretaña es el principal aliado geopolítico de EE.UU. y que Ronald Reagan tenía una relación particularmente cercana con Margaret Thatcher, no era difícil suponer de qué lado se pondrían los estadounidenses. Respaldar a Argentina hubiera sido de paso dar un espaldarazo a una dictadura militar sanguinaria que habría usado la victoria en las Malvinas para legitimarse ante los ciudadanos bajo su yugo. Antes de pasar al presente, me permito una digresión para recordar que el gobierno de Luis Herrera Campins fue uno de los pocos que brindó al menos apoyo retórico a Argentina, lo cual cabe tener en cuenta cada vez que la insufrible verborrea chavista mencione a los “gobiernos lacayos del imperialismo” en la mal llamada “cuarta república”.

Recorrido este historial, la idea de que el tratado llevará a una intervención directa en Venezuela por parte de los vecinos de la región es cuanto menos dudosa. Sin la voluntad de cada Estado miembro del TIAR por recurrir a ese uso de la fuerza, el pacto no obliga, como ya vimos. ¿Existe esa voluntad? Por ahora, los indicios apuntan a que la respuesta es “no”. En todo caso, los propios voceros de estos gobiernos han dejado claro que tal vez, en un futuro no precisado, pudieran hacerlo, pero justo ahora no.

Por razones que no es necesario detallar en esta columna, el país con mayor capacidad para presionar al régimen venezolano es Estados Unidos. A estas alturas de su presidencia, la aversión de Donald Trump a las intervenciones internacionales es clara, muy a pesar de que se rodee de “halcones” como John Bolton. Si Trump optara por acciones directas en Venezuela, por el TIAR no será. Su desprecio por los pactos internacionales que no se acomodan a sus planes es bien conocido. Ejemplos sobran, como el Acuerdo de París sobre el cambio climático y el trato con Irán para el control del desarrollo nuclear en la teocracia chiita. De nuevo, es la voluntad de los gobiernos lo que da fuerza a pactos como el TIAR. Las potencias como EE.UU. a veces ni siquiera apelan a acuerdos internacionales cuando están decididas a ejercer su voluntad. Washington no lo hizo al momento de intervenir en República Dominicana, Granada y Panamá. En los dos primeros casos se excusó en la necesidad de contener el comunismo, y en el último, en la lucha contra el narcotráfico. Pero en todos había lo fundamental: voluntad.

Entonces, ¿significa que la reincorporación al TIAR no incide de ninguna manera en la crisis venezolana? No necesariamente. La sola decisión de la AN puede servir como elemento de presión en las negociaciones entre el régimen y la oposición. Si los demás signatarios en virtud del tratado acuerdan nuevas medidas de apoyo a Guaidó y su equipo, irían en la misma dirección. Por eso me parece incorrecto interpretar las últimas declaraciones de Elliott Abrams, Mike Pompeo y otros funcionarios estadounidenses que tratan la situación venezolana, así como el más reciente pronunciamiento del Grupo de Lima, como llamados de atención para poner fin a los encuentros en Noruega y Barbados y pasar a una etapa de acciones más directas y fugaces cuyo punto de partida sería el TIAR. Al contrario, creo que todo esto lo que busca en el plazo inmediato es articularse con las negociaciones para ver si así sí dan fruto, posibilidad que ya había señalado en la entrega anterior de esta columna. Más temprano que tarde veremos las consecuencias.