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Opinión

Otra vez aquel “exprópiese”

Alejandro Armas
27/04/2018

 

Cualquier persona que aspire a tener una pluma interesante debería rehuirle a los lugares comunes. En castellano, pocas cosas chocan más que encontrarse con fórmulas ya abusadas como “fulano en su laberinto” o “el discreto encanto de tal cosa”. Asimismo, comenzar un texto afirmando que “un fantasma de equis cosa recorre ye lugar”, más que una cultura general vasta denota falta total de creatividad. Hecha esta aclaratoria, podemos entrar en materia advirtiendo, más por razones teóricas que estilísticas, que cierto espectro con un aura marxista sí está suelto por las calles de Caracas. Es el recuerdo de aquellas destempladas proclamas de “¡Exprópiese!” proferidas por Hugo Chávez hace casi una década desde la Plaza Bolívar de la ciudad.

A solo una cuadra de ahí está otro rectángulo público, primero llamado en honor a San Jacinto y luego a la nacionalidad. Tocó a un puñado de negocios en los alrededores de la Plaza El Venezolano ser visitados por aquel espectro. La excusa esgrimida por las autoridades municipales es el desarrollo de plan de “preservación del casco histórico”. Aparentemente la alcaldía juzga que las actividades de los comercios en la zona profanan una imagen decimonónica que más bien debería lucir tal cual como en aquellos días en que la familia Bolívar pasaba sus días entre esas esquinas de Caracas para ocuparse de asuntos ajenos a sus tierras vastas en los valles aragüeños. Un argumento insólito que desconoce la posibilidad de que en las ciudades se integren elementos de diferentes épocas de forma armoniosa.

Peor aun: se niega el estatus que varios de los locales afectados ya han conseguido dentro de la memoria urbana, con sus puertas abiertas a la clientela desde hace generaciones y que incluso en medio de esta crisis económica abismal se han mantenido así. Tal es el caso del restaurante La Atarraya y la sombrerería Tudela (ambos con más de 70 años de historia, quizá más de 80). ¿Quién puede privarlos de su condición de referencias en la ciudad? ¿Es que acaso no pueden ser vistos de forma igual o similar que el reloj de sol de Humboldt o los muros de la residencia bolivariana? Probablemente el desprecio que en reiteradas ocasiones han mostrado los poderosos hacia el sector privado que no está estrictamente alineado con sus intereses tenga algo que ver.

Se ignora además que los comercios, más que ser una parte de la historia de cada ciudad, están en la base misma del origen de las urbes. Desde Mesopotamia y Egipto, las grandes aglomeraciones sedentarias de personas se han caracterizado por la actividad económica comercial y manufacturera; a partir del siglo XVIII, por la industrial; y desde la segunda mitad del XX, por la de los servicios. Eso es lo que las distingue de los entornos rurales, a pesar de que los mismos responsables de estas expropiaciones pretendan imponer la retorcida idea de que las ciudades, para ser productivas, deben dedicarse a sembrar en conucos.

Más allá del daño al patrimonio histórico de los caraqueños también es de temer el uso futuro que se dará a los espacios ocupados por el Estado. Difícilmente se hallará algo positivo en cualquiera de las experiencias pasadas durante casi 20 años de revolución socialista. Basta recordar lo sucedido una cuadra hacia al oeste con los edificios de la plaza Bolívar cuyos lazos con sus ocupantes el fundador del movimiento mandó a cortar de un tajo. El centro joyero La Francia, legendario entre sus pares y muy querido por los habitantes de la capital, pasó años en una situación estéticamente lastimosa y el empleo que se le ha dado casi siempre ha responde más a los intereses de la elite gobernante que a los de la colectividad, desde tienda del ALBA a sede administrativa de la autoproclamada “Asamblea Nacional Constituyente”.

Quisiera uno (no por hacerle relaciones públicas al proyecto chavista, sino por contemplar cualquier beneficio para un país caído en la tragedia) poder nombrar aunque sea una estatización que haya producido efectos positivos. Tal tarea resulta imposible para el observador, no digamos opositor, sino simplemente imparcial. Las empresas expropiadas no tardaron en caer en una profunda debacle y hoy su desempeño es irrisorio si se le compara con aquellos días en que operaban de forma privada. Un informe de gestión es innecesario para evidenciar estar realidad. La escasez está a la vista de todos. Luego de ser expropiadas las industrias de lácteos, de aceites, de café, de cemento y de insumos para la agricultura, el abastecimiento de todos los productos elaborados por ellas se contrajo a una mínima expresión.

Mientras tanto, está por el piso la producción de las industrias básicas de Guayana, otrora la esperanza de muchos para diversificar las exportaciones, dejar de ser una nación dependiente del petróleo y desarrollar una región alejada de la capital. La más conocida de ellas, Sidor, había alcanza do su mejor desempeño histórico justo antes de ser absorbida por el sector público.

¿Qué decir de la electricidad y las telecomunicaciones, cuyo control fue también asumido por el Estado en la década pasada? Los apagones no son una novedad en Venezuela, sobre todo en la provincia. Pero nada en la historia moderna del país se asemeja a la situación actual. La frecuencia y la duración de los cortes de luz dejarían a cualquier extranjero de visita con la mandíbula inferior suspendida en el aire. En cuanto al Internet, varios estudios por entes especializados coinciden en que es el más deficiente de todo el continente americano.

Otra cosa son las expropiaciones de bienes de empresas extranjeras que pueden protestar ante tribunales internacionales. Por lo general estos eventos son usados como golpes de propaganda, mostrados en medios públicos como avances del socialismo contra el gran capital foráneo y chupasangre (una réplica de los escritos de Galeano, para variar). Se piensa que nunca habrá consecuencias, hasta que estas llegan. Para muestra, la decisión de una corte que obliga a Pdvsa a pagar más de dos mil millones de dólares a Conoco Phillips, cuyas posesiones en Venezuela Chávez mandó tomar luego de que la petrolera estadounidense se negara a jugar con las reglas de empresas mixtas impuestas en 2007. La decisión llega justo cuando la gallina de los huevos de oro negro atraviesa una tormenta financiera por su abultada deuda en bonos y drástica pérdida de bombeo.

En fin, de vuelta a las últimas estatizaciones, si todo este precedente no basta para tener una idea de lo que pudiera seguir, ya a la medida le empezaron a salir sus propios síntomas. Un reportaje del portal El Estímulo relata que a los dueños no se les aclaró cuándo recibirán compensación monetaria por sus inmuebles, ni cuál será el valor de la misma. Téngase en cuenta que varios de ellos son pequeños empresarios sin gran holgura económica. Aparte del apego emocional que tengan hacia su propiedad arrebatada, los espera un entorno de crisis sin el apoyo que sus negocios les brindaban. Con los empleados pasa igual. El reportaje menciona que lo único que les ofreció la alcaldía fue un sueldo mínimo, una caja CLAP y la “posibilidad” de un nuevo trabajo.

Las expropiaciones en San Jacinto engrosan una lista que hasta entre inicio de año y el 15 de abril acumuló 3.125 acciones que atentan contra la propiedad privada, de acuerdo con el Observatorio de Propiedad de Cedice. La enorme mayoría de ellas corresponde a fiscalizaciones y ventas supervisadas por la Sundde. Sin embargo, lo ocurrido en el centro de Caracas entraña el temor a un incremento de las estatizaciones en el listado. Y nadie quiere ser el próximo en recibir la visita del fantasma.

 

@AAAD25

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