Un gobierno que no gobierna, por Antonio José Monagas - Runrun
Un gobierno que no gobierna, por Antonio José Monagas

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DESDE QUE EL HOMBRE advirtió que su libertad fundamentaba su razón de vida, comprendió que el mundo constituía un asombroso ámbito de oportunidades que de aprovecharse, se convertía en el espacio necesario donde su movilidad habría de corresponderse con sus anhelos y sueños. Por eso, la libertad es vista con recelo no más por quienes la tiranizan, que por quienes la mancillan. Y el ejercicio del poder autoritario, se presta para vilipendiarla, humillarla y ultrajarla. Es el modo de cómo actúan las tiranías. Es decir, aplastando las oportunidades y posibilidades que animan e incitan oportunidades.

Lo que vive Venezuela, en tanto país cuya sociedad se encuentra subyugada por la barbarie propia de un sistema político autoritario que ha relegado las libertades, es un problema mayúsculo.

Sin embargo, debajo de lo que encubren las apariencias, y dado los anuncios de los cuales se vale el gobierno para forjar la imagen de un país distinto (democrático) al que en verdad se corresponde con el actual, o sea un país asfixiado por la crisis política y económica, puede inferirse que Venezuela ha sido arrastrada hasta el borde de una grave consternación. Pero deberá reconocerse que el país ya comenzó a corroerse sin que muchos puedan evitarlo. En consecuencia, la incredulidad, al lado de antivalores, se ha apoderado de buena parte de la población. Tanto que en su fuente, se estimula la diáspora que, como fenómeno social y económico, caracteriza tristemente al país.

En el fragor de tanta calamidad, el país ha caído en un hueco tan inexpugnable que no hay posibilidad cierta de tener una idea precisa de la sustracción provocada por el alto índice de corrupción llevada a cabo en todos los niveles de la administración pública. Y para lo cual, la represión, la violencia y la compulsión, han sido instrumentos ajustados al desorden casi instituido como accesorio del socialismo forjado por la pretendida revolución bolivariana.

De manera que al final del camino recorrido, puede verse un gobierno que no gobierna pues anda trastabillando en su paso “de vencedores”. Escasamente se mantiene con el apoyo del sector militar, de bandas armadas y hordas de prosélitos incultos política y cívicamente. Este barullo de situaciones y condiciones, ha permitido al régimen establecer una cruenta cacería de personalidades cuya valiente actitud democrática busca opacar a costa de lo que sea.

Encima de todo, el país ya no cuenta con la oposición que en otrora supo crispar a un régimen cuyo resentimiento fue razón para menguar todo lo que estuviese a su alcance. De ahí que arrasó con derechos y libertades. La oposición, fue desarticulada y provocó su  división. Aunque lo actuado, arrojó la sensación de una oposición fatigada o vendida al mejor postor.

Esto causó un significativo daño a la imagen de un país que se vio en la vanguardia de los estamentos que hablan en nombre de lo que define el desarrollo nacional. Ahora Venezuela luce en ruinas. Tanto es el estado de conmoción y abatimiento que muestra, que busca la compasión mundial a manera de hallar en la economía y política externa, los elementos capaces de reimpulsar la dinámica social venezolana.

Todo da cuenta de lecturas que parecieran sacrificar el objetivo de reconstruir el país sobre cimientos de sólida consistencia. De ahí el país luce una economía bastante devastada, como pocas veces habría sucedido en el siglo decimonónico. Hoy, la miseria está arrasando a la sociedad civil. Y con ella, toda posibilidad de consolidar una tiranía que ha venido alcanzado cierta sustentabilidad. Aunque discrecionalmente, pero sin pausa alguna que interfiera su temeridad y su velocidad de saboteo, capacidad de chantaje y de extorsión.

El caso Venezuela si bien semeja un laboratorio de ciencias sociales, desde el cual pudiera recomponerse la teoría política apuntándole a lo inverso o contrario de los procesos que motivan al ser humano a progresar en consonancia con variables que determinan el desarrollo humano al lado  del desarrollo económico y social, es un claro ejemplo de lo patético y contraproducente. Que además, entrado el tercer decenio del siglo XXI, puede advertirse como la antípoda de realidades de empuje solidario y decisivo. Y ocurre sólo en un contexto tan enrarecido política y socialmente, que puede advertirse fácilmente por cuanto se halla bajo condiciones determinadas por lo contradictorio que perfila cualquier torcida realidad. Porque también se caracteriza cuando, en maléfica complicidad con actores de la alta política, se tiene contradictoria o paradójicamente estructurado: un gobierno que no gobierna